Belle

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Capítulo 5

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Capítulo 5

Mientras las semanas pasaban y afuera todo era normal, dentro de la casa las cosas se veían cada vez peor. El rumor se extendió rápidamente por todo Londres y ahora Gabriel era visto como el mayor cornudo de la temporada. Eso, porque obviamente en cada temporada había uno y el del momento, era Gabriel. Belle veía como poco a poco su ánimo fue decayendo y solía beber todo tipo de licor a cualquier hora del día. No salía de la casa, casi no se aseaba y podía durar días en el estudio o en su recámara. Solo su mayordomo era quien le llevaba la bandeja con licor y cuando le llevaba otra cosa como el desayuno, este lo tiraba con rabia contra la pared. Los sirvientes hablaban de que no resistirían mucho tiempo así, pues él no se había hecho cargo ni siquiera del pago del último mes. Ella se había enterado de eso por las quejas continuas de la mayoría de los sirvientes, que iban con sus reclamos al ama de llaves y esta al mayordomo. Whitlock solo les decía que él manejaba cierta cantidad de dinero que le daba su señor, pero que ultimamente él no hablaba de nada y cada vez que le preguntaba solo le decía que lo dejara en paz. Muchos ya estaban pensando irse, otros incluso ya habían pedido cartas de recomendación de parte de la señora Bishop.

Un día Belle se despertó y vio el rostro del mayordomo tan abatido que le dio pesar.

—Señor Whitlock, ¿puedo preguntarle que le sucede?

—No es nada, Peggy. Cosas de la edad.

Ella lo miró un momento. —No creo que sea eso. ¿Tal vez tiene que ver con el barón?

El hombre suspiró —no es fácil verlo así. En todos mis años al servicio de esta familia, jamás pasé por una situación como esta.

—Lo siento mucho. Debe ser duro para usted, tengo entendido que lo conoce desde niño.

—Trabajo en esta familia desde hace mucho y lo veo a él como a un hijo, aunque esté mal decirlo. Sé que muchos hablan de él y dicen cosas terribles, pero en realidad es un buen hombre. Tiene un carácter fuerte, porque lo heredó de su padre, pero él jamás ha hecho las cosas que su padre hizo. El difunto barón, que en paz descanse era un hombre muy violento y maltrataba a sus hijos. —de repente se quedó callado —no debería estar contándote esto.

—No se preocupe, no se lo diré  a nadie, pero si no quiere seguir hablando de eso, no lo haga. De todas formas entiendo su pesar. No debe ser fácil para usted querer ayudarlo y no poder.

—Así es muchacha. Así es… —el hombre se alejó y siguió con sus cosas.

Belle sintió que debía hacer algo. La casa estaba sumida en un ambiente de tristeza e incertidumbre y si el barón seguía así podía poner en peligro su vida. No lo conocía muy bien, pero no le parecía un mal hombre después de todo, y no se merecía ser tan infeliz por culpa de esa mujer egoísta. Ella era la que debía estar cargando con la vergüenza.

Belle la había visto ser una desgraciada con él cuando el barón trataba de acercarse de alguna forma. Siempre se alejaba, como cuando él la invitaba a salir y ella se quejaba de sus jaquecas, o las veces que los vio discutir casi todos los días por cosas sin importancia. La 41mayor parte del tiempo ella lo criticaba casi hasta el punto de ridiculizarlo y Belle podía notar como apretaba sus puños hasta que se volvían blancos y se iba de allí, tal vez para no hacer algo de lo que se arrepintiera después.

Nunca olvidaría la ocasión en que ella estaba arreglando el dormitorio del barón que era contiguo al de la baronesa, y escuchó una discusión en la que le decía que lo tenía aburrido, que al menos le diera un hijo y la dejaría en paz para siempre, a lo que ella le respondió que no lo hacía porque le daba asco entrar a la cama de un viejo. Ella se preguntó como esa mujer podía decir eso cuando el barón era un hombre de cuarenta años, que en efecto era mayor que ella, pero no era un anciano. Se suponía que se habían casado cuando ella tenía diecisiete y ahora que ella tenía veinticuatro pensaba que el pobre hombre ya tenía un pie en la tumba.

Se fue hasta la segunda planta y fue a las habitaciones. Cuando estuvo de pie frente a la puerta dudó un poco, si entraba él podría tirarle algo o agredirla. Se suponía que estaba ebrio todo el tiempo. Pero se dio valor y se dijo que lo peor que podía pasar era que intentara algo y ella podía gritar a todo pulmón.

Al entrar, lo vio sentado frente a la ventana con las cortinas corridas, cubriéndolo todo. Prácticamente él veía la tela de la cortina porque no había nada más que ver. Llevaba una botella en la mano y de vez en cuando tomaba un trago.

—¿Qué sucede, Whitlock? —él pensaba que era el mayordomo quien había entrado.

—No es Whitlock, milord.

Gabriel enseguida se levantó de la silla —¿Qué quieres aquí,Peggy?

—Discúlpeme, milord. Pero he venido porque todos estamos preocupados por usted.

—Ya hable con Whitlock para que les de su paga.

—No es por eso, señor. Aunque usted crea que no les preocupa a los sirvientes, todos lo apreciamos y no queremos verlo así.

Tenía la mirada perdida y ella sabía que no ponía mucha atención. Estaba demasiado ebrio para escuchar o entender. Belle salió de allí decidida a volver al día siguiente y todos los días que hicieran falta, pero estaba determinada a sacarlo de su autocompasión. Todos los días ella hizo lo mismo. Entró, habló con él, le dijo lo preocupados que estaban y no vio cambios. Hasta que uno de esos días fue y le habló, y al ver la misma respuesta, le quitó la botella de la mano, molesta porque no le ponía atención.

—¿Me está escuchando?

—¿Pero qué diablos haces? ¿Quién te crees? ¡Largo de aquí! —le gritó furibundo.

—No lo voy a hacer —sus miradas chocaron y se midieron.

—Te largarás de este cuarto o te largaras de esta casa ¿me entendiste?

—Es usted el que no entiende. No saca nada sintiendo pena por sí mismo, dándole el gusto a esa mujer… —enseguida se corrigió —a la baronesa, de que lo vean derrotado. Demuéstrele a ella y a todo el mundo el gran hombre que es, y que ella fue la que se lo perdió por no ver la felicidad que pudo tener a su lado.

Ni siquiera sus amigos, le habían hablado de aquella forma, pensó Gabriel. Luego la miró bien. Ella estaba nerviosa, pero trataba de ocultarlo. Sus manos juntas apretadas y temblorosas le decían que le estaba mostrando valentía pero lo que realmente deseaba era salir corriendo de allí, después de lo que le había dicho. Se frotó la cara con sus manos, tratando de aclarar sus pensamientos.

—Debería echarte por atreverte a venir aquí y hablarme de esa manera.

—Puede hacerlo, señor. Pero al menos habré cumplido con mi deber cristiano. No puedo ver a una persona sufrir de esa manera y no hacer algo por ayudarla. Mucho menos si esa persona no se merece pasar por todo esto.

—¿Y como sabes que no lo merezco? —sus ojos la miraban con recelo.

—Bueno yo…solo lo sé. —no quiso decirle que había estado observando la forma en la que esposa lo trataba, aunque al decir verdad, todo el mundo lo notaba.

—Déjame solo, Peggy —le dijo con actitud cansada volviendo a mirar por la ventana.

Belle se dio la vuelta para irse. Ya no sabía que más hacer después de todos esos días intentando. —como usted diga, milord —se dirigió a la puerta con la cabeza baja.

—Y por favor, dile a Whitlock que envíe mi ayuda de cámara y que traigan agua caliente, quiero darme un baño.

Peggy se detuvo solo un segundo. No se dio la vuelta para mirarlo pero sonrió abiertamente —si milord —salió entonces de la habitación sintiéndose más alegre que en los últimos días —al menos es un primer paso, pensó.

 

*****

 

Esa semana, el barón se había estado levantando temprano y se quedaba leyendo en su recámara o se iba a su estudio y allí se encargaba de algunas obligaciones. Su abogado había ido algunos días y allí se quedaban horas hablando, y luego de eso, cenaba solo, en su habitación y se iba a dormir. No había hecho mucho por salir a la calle y todavía se veía desanimado, pero al menos ya no bebía todo el día.

Una tarde Belle fue al estudio a limpiar y lo encontró allí.

—Buenos días, milord. No sabía que estaba aquí, regreso más tarde.

—No hace falta, Belle.

—Haz lo que tengas que hacer, que yo estaré mirando estos papeles.

—Sí, milord. —comenzó a correr algunos muebles y a limpiar debajo.

—Déjame ayudarte, eso se ve pesado.

—Oh…no hay necesidad. Yo puedo hacerlo sola.

—¿No es muy pesado para una sola persona?

—Un poco, pero ya me he acostumbrado.

—No debería ser así. Hablaré con la señora Bishop para que de ahora en adelante sean dos personas las que lo hagan.

A ella le gustó aquel detalle. No cualquier señor de la casa, se preocuparía por algo como eso.

Belle lo miró un momento sin saber si decir o no lo que estaba pensando. —Milord, disculpe si sueno atrevida, pero me preguntaba si no ha pensado usted que unos días en el campo pueden animarlo. Siempre he escuchado que el aire fresco y una buena caminata, hacen maravillas. Y bueno…si no quiere salir aquí en la ciudad por tanto bullicio, el campo es más tranquilo. —en ningún momento dijo que pensaba que no salía a la calle por el que dirán.

Gabriel se quedó callado unos segundos —no lo había pensado. Solo le dijo eso, y tomó un libro, siguió leyendo sin hablar nada más.

Belle limpió e hizo todo sin hacer mucho ruido y luego de eso salió de allí preguntándose si habría metido la pata.

Pero a la mañana siguiente, se sorprendió cuando el barón, la mandó llamar.

—Buenos días, milord —le dijo desde la puerta.

—Buenos días, Peggy. Por favor entre y siéntese.

Ella se imaginó lo peor y lo único que hacía en ese momento era orar y reprenderse por andar metiéndose en asuntos que no eran de su incumbencia. Antes de que él hablara ella decidió hacerlo —milord, quería disculparme por haber sido tan atrevida ayer. No debí decirle lo que debe o no debe hacer. Tengo la mala costumbre de querer ayudar, incluso cuando no me lo piden, pero le aseguro que no volverá a pasar.

Gabriel la miró divertido, y se sorprendió al sentir su ánimo más liviano que en muchos días. Era gracioso verla tan seria dándose golpes de pecho y diciendo que estaba arrepentida de decirle lo que debía hacer cuando sabía que no lo estaba y que solo temía que la despidieran. —muy bien, Peggy, le gradezco sus disculpas. Pero déjeme decirle que no está aquí para ser despedida, si eso es lo que teme.

Ella inmediatamente alzó la mirada — ¿ah no?

—No. En realidad quería proponerle algo.

—Usted dira, milord.

—¿Qué le parece si me acompaña al campo?

Ella lo miró sorprendida — ¿Yo? ¿Pero qué haría yo en el campo, cuando mi trabajo es aquí?

—Puede trabajar allá también. —al verla indecisa, él le explicó —mire, usted vio a mi abogado salir de aquí hace poco, ¿verdad?

—Sí, lo he visto.

—Pues bien, lo que tengo en mente es un contrato donde me comprometo  a mantener su puesto aquí en la casa, mientras usted me acompaña al campo. Usted allí será como… —lo pensó un momento —como una dama de compañía, pero en lugar de hacerlo para una señora, lo hará para mí. Y antes de que vaya a decir algo, le aclaró que no hay nada atrevido, implícito aquí. Es un contrato formal como cualquier otro donde usted me presta sus servicios como acompañante y a cambio de eso, recibirá una importante suma de dinero.

—¿Importante? —le preguntó sin tapujos. Ella necesitaba dinero para su hermana y su padre, así que cuando pensaba en ellos, la vergüenza se iba a pasear.

Él tomó un pequeño papel y escribió algo. Luego se lo pasó. Cuando Belle vio aquella cantidad, no lo dudó ni un minuto y asintió —está bien, lo haré. Pero solo seré una dama de compañía, yo soy una mujer decente y no me prestaré para propuestas indecentes, por mucho dinero que haya.

Otro en su lugar se habría ofendido por el hecho de que una criada siquiera insinuara algo así, aunque era cierto que muchos nobles se aprovechaban de su servidumbre. Pero a él le gustó que ella no tuviera reparos para decir lo que pensaba. El hecho de que fuera tan sincera, era algo refrescante para Gabriel.

—Muy bien, ¿entonces tenemos un trato?

—Sí —respondió Belle pensando en lo mucho que ayudaría a mejorar las condiciones de su padre en esa prisión y la ayuda que podría enviarle a su hermana. Sin embargo también lo hacía para ver mejor al barón.

Buscó un papel entre sus cosas y se lo dio a ella para que lo leyera —redacté este contrato para que en caso de que aceptara, usted lo firmara. Belle lo leyó cuidadosamente, mirando cada cosa y luego de eso, tomó la pluma, que él previamente había mojado en el tintero. Con un movimiento fluido y elegante, firmó el contrato, gesto que no pasó desapercibido para él.

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