Belinda

Belinda


Segunda parte

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Cogí el teléfono y llamé a un número que guardaba en mi bolso desde el día en que me escapé. Era el número de teléfono del aparato que se encontraba junto a la cama de mamá.

Eran las seis y media. Mamá debía estar allí. Seguro que no se había levantado todavía, que no había salido hacia el estudio. Después de tres timbrazos oí su voz baja y pausada, casi sin entonación, contestando a la llamada.

—Mamá, soy Belinda —le dije.

—Belinda —susurró, como si tuviese miedo de que alguien la oyese.

—Mamá, te necesito —continué—. Te necesito de una manera en que jamás en mi vida te he necesitado.

No respondió.

—Mamá, estoy viviendo con un hombre en San Francisco y le amo, es muy buena persona y muy agradable, y te necesito para que todo salga bien.

—Jeremy Walker, ¿de él es de quien me estás hablando? —me preguntó.

—Sí, mamá, de él. —Respiré lo más profundamente que pude—. Pero no tiene nada que ver con lo que Marty te contó. Hasta ayer, puedo jurarte que este hombre no sabía quién era yo. Puede ser que haya sospechado algo, pero no lo sabía con certeza. Ahora ya lo sabe y es muy desgraciado, muy infeliz, mamá. Se siente confuso y no sabe qué hacer, y yo necesito tu ayuda.

—¿Así que tú no estás… viviendo con Marty?

—No, mamá. No tengo nada que ver con él desde que me marché.

—¿Y qué pasa con los cuadros, Belinda, con todos esos cuadros que ha pintado?

—Son muy bonitos, mamá —le expliqué.

A continuación venía una difícil aclaración, pero tenía que intentarla. Y proseguí:

—Son como las películas que Flameaux hizo contigo en París. Se trata de arte, mamá, eso es lo que son de verdad, te lo digo con sinceridad. —Traté de mantenerme calmada en los silencios—. Transcurrirá mucho tiempo antes de que nadie los vea, mamá. No son los cuadros lo que me preocupa ahora.

Permaneció en silencio. Acto seguido, jugué la partida más difícil de toda mi vida.

—Mamá, me lo debes —le dije con extremada suavidad—. Te hablo de Belinda a Bonnie. E insisto, me lo debes. Y tú lo sabes.

Esperé. Sin embargo ella siguió sin contestar. Me sentía en el mismo borde del precipicio. Si cometía un error me encontraría cayendo en él.

—Mamá, ayúdame. Por favor, ayúdame. Te necesito, mamá.

Entonces la oí llorar. Y me dijo con una voz suave y entrecortada:

—Belinda, ¿qué quieres que haga?

—Mamá, ¿podrías venir a San Francisco ahora?

A las once de la mañana aterrizó el avión del estudio, y cuando la vi saliendo por la puerta me pareció ver a un cadáver. Estaba más delgada de lo que la había visto jamás y tenía la cara como una máscara, todas las arrugas habían sido alisadas.

Como siempre, tenía la cabeza gacha. En ningún momento me miró a los ojos.

Durante todo el trayecto hasta la ciudad le hablé de ti, le expliqué cómo eran las pinturas, le pregunté si las fotografías que le habían dado le daban alguna idea de lo buenos que eran los cuadros.

—Conozco la obra del señor Walker —me aclaró—. Solía leerte sus libros, ¿no lo recuerdas? Los teníamos todos. Cuando íbamos a Londres siempre buscábamos los últimos que había publicado. También hacíamos que Trish nos los enviara desde casa.

Al oírle decir aquello, sentí como si me traspasara una daga. Podía recordar muy bien los momentos en que las dos nos estirábamos juntas y ella me leía. Los recuerdos correspondían tanto a París o Madrid como a Viena. Siempre había una cama doble y una lamparilla de noche. Y ella aparecía siempre con la misma imagen.

—Pero estás mintiendo —me dijo— cuando me cuentas que nunca le has hablado de mí.

—No, mamá, nunca lo he hecho. Nunca le he explicado nada, en absoluto.

—Le has contado cosas terribles, ¿no es cierto? Le has explicado cosas de mí y de Marty, y le has dicho lo que ocurrió. Sé que lo has hecho.

De nuevo le repliqué que no lo había hecho. A continuación le expliqué cómo habían ido las cosas. Cuántas veces tú me habías hecho preguntas, las veces que te hice prometer que no lo hicieses, y que era muy posible que tú hubieses enviado a tu abogado a hacer averiguaciones sobre Susan, ya que yo tenía tantos pósters de ella en mi habitación.

No podía saber si me estaba creyendo. Continué con mi exposición y le dije lo que deseaba que hiciese. Que quería que hablase contigo, que te dijese que aceptaba que estuviésemos juntos y que no nos molestarían más. No tenía más que interrumpir el trabajo de los abogados y de los detectives. Dile a tío Daryl que abandone y dejadnos en paz. A lo que ella contestó:

—¿Cómo sé que te quedarás con ese hombre?

—Porque le amo, mamá. Es una de esas cosas que a algunas personas les pasa una vez en la vida y a otras no llega a sucederles jamás. Yo no me iré de su lado a menos que él me abandone. Pero si tú hablas con él, no hará tal cosa. Continuará pintando sus cuadros y será feliz. Los dos estaremos bien.

—¿Y qué pasará cuando exponga todas esas pinturas?

—Antes de que él lo haga transcurrirá mucho tiempo, mamá. Mucho, mucho tiempo. Y el mundo del arte está a miles de años luz de nuestro mundo. ¿Quién podría establecer conexión alguna entre esos cuadros y la hija de Bonnie? Y aunque así fuese, ¿a quién le importaría? Yo no soy famosa como tú.

Jugada decisiva no se ha estrenado en este país. Bonnie es la estrella famosa, ¿y qué habría de importarle a ella?

En ese momento girábamos hacia la calle Diecisiete, pasábamos por delante de la casa, pues ella había mostrado interés en verla, después seguimos subiendo la montaña. Aparcamos el coche en el mirador de Sánchez Street, desde el que se ven todos los edificios del centro de la ciudad.

Entonces ella me preguntó si yo había visto a Marty desde el día en que me fui de Los Ángeles. Le contesté que sólo cuando él vino a hacer averiguaciones, en cuyo momento lo único que hicimos fue hablar. Ahora Marty era su marido.

Ella permaneció largo tiempo callada. Después me dijo con suavidad que no podía hacerlo, le resultaba imposible hacer lo que yo le pedía.

—Pero ¿por qué no puedes? —le dije en tono de súplica—. ¿Por qué no puedes decirle que te parece bien?

—¿Qué pensaría él de lo que yo estaría haciendo? ¡Le estaría entregando a mi hija! Además, él podría contarle a alguien que te habría entregado a él. ¿Y si tú le dejases plantado mañana? Supón que él tomase la decisión de enseñar los cuadros que ha hecho. ¿Qué sucedería si le dijese a todo el mundo que yo había ido y le había dado a mi hija diciéndole, tómela, como si yo estuviese entregándola igual que si de un proxeneta en medio de la calle se tratase?

—Mamá, ¡él nunca haría tal cosa! —insistí con vehemencia.

—¡Claro!, pero podría hacerlo. Y tendría algo que utilizar contra mí durante toda mi vida. Seguro que su abogado sabe ya un montón de cosas. Ya sabe que nadie cogió el teléfono para avisar a la policía de Los Ángeles cuando te escapaste. Sabe que sucedió algo entre tú y Marty. Incluso es posible que tú les hayas explicado a ellos mucho más que eso.

Le rogué que me creyese, pero me daba cuenta de que no servía de nada. Fue entonces cuando se me ocurrió. ¿Y si pudiese ella tener algo como compensación a lo que estaba haciendo? ¿Qué pasaría si creyese que llevaba todos los triunfos en la mano? Pensé en los cuadros de

Modelo y artista. Conocía aquellos cuadros y me gustaban. Había visto todas las fotografías que habías hecho una docena de veces. También sabía que ni una sola servía para probar nada. En ellas no podía verse si yo era yo. Tampoco era posible ver con claridad quién eras tú. Eran fotografías muy borrosas, granuladas y con una luz deplorable.

¿Pero acaso mamá iba a darse cuenta de eso? Mamá, incluso con sus gafas puestas, apenas podía ver nada cuando estaba drogada.

Decidí que era la mejor oportunidad que tenía. Me escuchó atentamente cuando se las describí.

—Podrías decirle que tus detectives las encontraron en la casa cuando me siguieron. Te guardarías las fotografías y lo harías por mi seguridad, ya sabes, y se las devolverías cuando yo tuviese dieciocho años. Para entonces ya no tendrá importancia si yo vivo o no vivo con él, o si él enseña o no enseña los cuadros. Todo será parte del pasado. Él nunca te odiaría por eso, mamá, más bien supondría que tu intención es protegerme.

El coche me volvió a traer al cruce de la Diecisiete y Sánchez y yo me dirigí a la casa. Rogaba y esperaba no encontrarte a ti allí todavía. Sonó el teléfono y entre todas las posibilidades, se trataba de Dan Franklin nada menos. Me dio un susto de muerte.

Estuve a punto de llevarle las copias de

Modelo y artista, pero al mismo tiempo pensé que ella se daría cuenta de que no probaban nada. De modo que cogí los negativos de tu archivo del sótano, y cuando estaba a punto de salir, volvió a sonar el teléfono. Esta vez era Alex Clementine. Pensé que mi suerte iba de mal en peor.

Pero entonces logré irme. Por fin, después de repasar la cuestión una y otra vez, mamá comprendió el plan y se lo grabó bien en la cabeza. Yo me marcharía a Carmel y ella te esperaría y utilizaría los argumentos que habíamos acordado para hacerte prometer que cuidarías de mí. Sin embargo, ella sufrió un cambio repentino. Bajó la capucha de su capa por primera vez y me miró a la cara.

—Tú amas a ese hombre, ¿verdad, Belinda? Y aun así me das estas fotos. Le pones sencillamente la soga al cuello, como consecuencia de tus mediocres esquemas.

Mientras lo decía se reía, con una de esas sonrisas agrias y feas que la gente pone para empeorar las cosas.

Sentí que me faltaba el aire. Estábamos de vuelta al primer cuadro del tablero. Entonces dije con muchísima cautela:

—Mamá, en realidad tú sabes muy bien que jamás podrás utilizar esas fotos. Porque si se te ocurriese hacerlo, yo enviaría a Marty a la cárcel.

—Y tú le harías eso a mi marido, ¿verdad que sí? —me preguntó mirándome con gran intensidad, como si tratase de ver algo muy importante para ella.

Antes de contestar, pensé bien lo que le iba a decir, creía saber lo que ella deseaba en aquel momento, y le dije:

—Sí, por Jeremy Walker haría eso. Lo haría sin miramientos.

—Tú eres una pequeña zorra, Belinda —dijo ella—. Tienes a estos dos hombres cogidos por las pelotas, ¿no es cierto? En Tejas te hubiésemos llamado tramposa.

Tuve una enorme sensación de injusticia al oír sus palabras, y me puse a llorar. Pero había sucedido algo importante, me di cuenta por su mirada de que había dicho lo adecuado. Marty no tenía nada que ver con lo que yo estaba haciendo. Al final se convenció.

Sin embargo, seguía mirándome a la cara, y había una cierta sensación en el ambiente de creciente peligro. Pensé que me iba a soltar otro de sus discursos. Y tenía razón.

—Mírate a ti misma —me dijo en un voz tan baja que apenas podía oír—. Todas esas noches que he llorado por ti, preguntándome dónde estabas, cuestionándome si estaba equivocada al pensar que te hallabas con Marty o que quizás estabas por ahí sola. Creo que no hacía más que acusar a Marty de mentirme porque no podía enfrentarme a que estuvieras extraviada y acaso herida. Pero eso no era así, en absoluto, ¿verdad, Belinda? Has estado todo el tiempo en esta bonita casa con ese millonario señor Walker. Sí, la palabra que mejor te describe es tramposa.

Me quedé callada. Pensaba: Belinda, si se le ocurre decir que el cielo es verde dile que tiene razón. Tienes que hacerlo. Eso es lo que todo el mundo ha hecho siempre con ella.

—Ni siquiera te pareces físicamente a mí, ¿no es cierto? —me preguntó con la misma voz ausente de entonación—. Tú eres igual que G. G. Hablas igual que G. G. Es como si yo no hubiese tenido nada que ver contigo. Y aquí estás rogando por tus intereses igual que G. G. ha hecho siempre, por lo menos desde que tenía doce años.

Seguí callada. No dejaba de pensar, había oído hablar así a Bonnie antes. Solía decir frases sueltas cuando le hablaba a Gallo o cuando les explicaba a Trish o a Jill que alguien estaba siendo malo con ella. Pero a mí, sólo me había mostrado aquel aspecto suyo en una ocasión. Me daba escalofríos verla sonreír y oír las truculencias que estaba diciendo. Sin embargo, pensé: Belinda, deja el trabajo terminado.

—¿Acaso G. G. nunca te ha contado cómo empezó, persiguiendo a viejos homosexuales por dinero, para poder ascender socialmente? —preguntó. Sin esperar respuesta, prosiguió—: ¿Te ha dicho alguna vez cómo miente a esas viejas señoras a las que les riza el pelo? Eso es lo que eres tú, una mentirosa igual que G. G. Y te has propuesto cazar al señor Walker, ¿eh? Quieres atarle con cintas y lazos. Fui una estúpida al no pensar que la sangre de G. G. también corría por tus venas.

Yo me sentía hirviendo por dentro. Creo que miraba por la ventana. No estoy muy segura. Mi mente deambulaba, eso sí lo recuerdo. Ella seguía hablando y yo apenas podía oír lo que me estaba diciendo. Pensaba que no había ninguna esperanza, que no podía hacer nada. La verdad nunca saldrá a la superficie. Durante toda mi vida he tenido que sufrir toda esta confusión, todas las cosas han estado siempre liadas, y una y mil veces he acabado abandonando la posibilidad de ser comprendida.

Después de esto, estaba convencida de que ella y yo no volveríamos a vernos nunca. Ella regresaría a Hollywood para vivir entre drogas y mentiras, hasta que por fin consiguiera acabar consigo con una pistola o con pastillas, se iría sin saber lo que nos había separado. ¿Se acordaría siquiera de Susan o del nombre de nuestra película? ¿Alguien le haría ver alguna vez que en aquellas ocasiones había intentado matarme a mí, mientras quería quitarse ella la vida?

Entonces un terrible pensamiento vino a mi cabeza. ¿Había yo intentado alguna vez decirle a ella la verdad? ¿Había intentado, en beneficio de ella, hacerle ver las cosas, aunque fuese durante un instante, bajo una luz diferente? Desde que yo me acuerdo, todo el mundo le había dicho mentiras. ¿No me habría dejado llevar por mis propios intereses?

Ella era mi madre. E íbamos a seguir nuestros caminos separados odiándonos. ¿Podía yo dejar que las cosas fuesen así, sin hacer un esfuerzo por aclarar lo que había estado sucediendo? Dios mío, ¿cómo podía dejarla así? Era como una niña, en realidad. ¿No podría yo intentarlo?

Volví a mirarla y descubrí que ella seguía mirándome. Aquella horrible sonrisa seguía allí. Belinda, dile algo. Di algo, y si acaba todo mal y pierdes a Jeremy… Pero fue ella la que habló.

—¿Y qué harás tú, pequeña bruja, si no le hago chantaje al señor Walker? Dime qué piensas hacernos a todos nosotros. ¿Destruirnos?

Me quedé mirándola. Me estaba conteniendo y estaba petrificada; me sentía como si me hubiese pegado. Entonces le dije:

—No, mamá. Estás muy equivocada en lo que a mí se refiere, estás en un completo error. Durante toda mi vida te he protegido, no he dejado de cuidar de ti. Todavía lo estoy haciendo. Pero si nos haces daño a Jeremy Walker y a mí, yo seré la que se defienda por los dos.

Salí del coche y me quedé allí de pie con la puerta abierta. Al cabo de un rato me asomé al interior del coche. Yo estaba llorando y le dije:

—Haz este último papel por mí, Bonnie. Y yo te prometo que nunca llamaré de nuevo a tu puerta.

La expresión de su cara en aquel momento era tremenda. Era como si se le hubiese partido el corazón. Exactamente igual. Y con la voz más cansada y sin ninguna maldad, me dijo:

—Muy bien, cariño. Muy bien. Lo intentaré.

***

Después de aquello sólo he hablado una vez con ella. Era casi medianoche, me dirigí a una cabina de teléfono en Carmel y la llamé a su línea privada, tal como habíamos acordado.

En esta ocasión era ella la que estaba llorando. Balbuceaba y se repetía de tal manera que apenas podía comprender lo que me estaba diciendo. Me explicó algo así como que le quitaste los negativos y que ella no se había resistido. Pero que lo que más le dolía era que había intentado volverte en contra de mí. Me confesó que no lo había hecho a propósito, que no había sido su intención, pero que tú no dejabas de hacerle preguntas y ella no pudo por menos que decir cosas malvadas de mí, de Marty y de lo sucedido.

—No te preocupes, mamá —le decía yo—. Si después de esto me sigue queriendo, entonces es que todo irá bien.

En ese momento Marty cogió el teléfono.

—En resumen, querida, él sabe ahora que le tenemos controlado. Si tiene cerebro, se guardará muy mucho de enseñar esos cuadros.

No me molesté en contestarle, sencillamente le dije:

—Dile a mamá que la quiero. Díselo ahora para que pueda oírte.

Lo hizo. A continuación le oí decir:

—Ella también te quiere, cariño, me pide que te diga que te quiere.

Entonces colgué.

***

De este modo, después de dejar la cabina telefónica, me fui a pasear por la playa, dejé que el viento me calara hasta los huesos. El recuerdo del momento en que me dijo: «Muy bien, cariño, muy bien. Lo intentaré», no me abandonaba. Deseaba rebobinar la cinta hasta aquel instante, pararla y poder estrechar a mi madre entre mis brazos.

—¡Mamá! —ansiaba decirle—. Soy yo, Belinda. Te quiero, mamá. Te quiero muchísimo.

Sin embargo, aquel momento ya no volvería. Nunca volvería a tocarla ni a abrazarla. Incluso es posible que nunca vuelva a oír su voz hablándome. Y así desaparecían todos los años que habíamos estado en Europa y en Saint Esprit.

Aunque seguías estando tú, Jeremy. Y yo te quería con todo mi corazón. Te quería tanto como tú no puedes imaginarte. Rogué y volví a rogar que tú decidieses venir. Le pedí a Dios que no volvieses a preguntarme nada nunca más, porque si lo hacías, podría ser que yo lo confesase todo, y después de hacerlo me sería imposible no odiarte por haberme obligado a contártelo.

Por favor, Jeremy, ven, no pido nada más. Ésta era mi plegaria. La cruda verdad era que había perdido a mamá hacía ya mucho tiempo. Pero tú y yo íbamos a estar siempre juntos, Jeremy. Lo nuestro sólo sucedía una vez en la vida. Y los cuadros, a diferencia de lo que había ocurrido con la película de Susan, vivirían siempre. Los cuadros eran tuyos, y algún día, cuando adquirieses el coraje necesario, los mostrarías a todo el mundo.

***

Bueno, pues ahora ya lo sabes, Jeremy. Hemos llegado al final. La historia ha sido contada. He estado escribiendo en esta libreta durante dos días sin moverme, he llenado todas las páginas por ambas caras. Me siento cansada y tan desgraciada como sabía que iba a sentirme cuando todos los secretos fuesen revelados.

Pero tú ahora tienes lo que siempre habías deseado, todos los hechos de mi vida pasada están frente a ti, ahora puedes emitir por ti mismo el juicio que nunca confiaste que yo podía emitir.

¿Y qué has decidido? ¿Acaso traicioné a Susan cuando me fui a la cama con Marty la misma noche que él se cargó su película? ¿Estaba yo loca al desear su amor? ¿Y qué piensas de mamá en esas semanas cruciales en Los Ángeles? Durante toda mi vida me había ocupado de ella, pero ahora estaba tan enamorada de Marty que me limitaba a estar por allí sin hacer nada por ella, mientras se iba demacrando, recurría a los medicamentos, a la cirugía plástica y a todas aquellas cosas que convirtieron su vida en un montón de noches sin dormir, llenas de pesadillas. ¿Debía haberla sacado de allí y haberla llevado a algún lugar en el que ella pudiera recuperarse y decidir lo que más le convenía? ¿Acaso yo había sido todo el tiempo culpable de una traición peor, consistente en no haber intentado romper el juego que todos jugábamos por su bien y por el mío?

La noche en que me pegaste me llamaste mentirosa. Tenías razón, lo soy. Sin embargo ahora puedes comprobar que miento desde que tengo uso de razón. Mentir, mantener secretos, proteger, en eso había consistido la vida con mamá.

¿Y qué me dices de papá? ¿Crees que tenía derecho a acudir a él y separarle de Ollie Boon? Papá perdió a Ollie tras cinco años de estar con él. Papá amaba a Ollie. Y Ollie amaba a papá.

Decídelo tú. ¿Les he hecho daño a todos los adultos con los que he estado en contacto desde el día en que Susan vino a Saint Esprit? ¿O tal vez he sido yo la víctima todo el tiempo?

Quizá yo tenía cierto derecho a enfadarme por lo de

Jugada decisiva. Que yo amaba a Marty es algo que nunca negaré. ¿Tenía derecho a esperar que el tío Daryl y mamá se preocupasen de mi vida y de lo que me sucedía? Después de todo yo era la hija de mamá. Cuando no lo hicieron, ¿tenía yo derecho a huir de ellos, y decir: «Nadie me va a enviar a Europa, yo me iré por mi cuenta a donde me dé la gana»?

Si yo hubiese sabido las respuestas a todas esas preguntas, tal vez te lo hubiese explicado todo antes. Pero no conozco las respuestas. Nunca las he sabido. Y ésa es la razón por la que te hice daño con el estúpido truco del chantaje. Bien sabe Dios que aquello fue un completo error.

Lo supe mucho antes de que tú sospechases lo que había sucedido. Me convencí de ello cuando telefoneé a G. G. desde Nueva Orleans y no pude explicárselo, cuando vi que no podía contarle cómo habían ido las cosas. Me sentía demasiado avergonzada por lo que había hecho.

Al mismo tiempo, éramos los dos tan felices, Jeremy. Las semanas que pasamos en Nueva Orleans fueron lo mejor. Todo hacía pensar que había valido la pena. Durante las últimas semanas comprendí que tú habías ganado tu lucha interna. Y yo me decía a mí misma que el truco del chantaje nos había salvado a los dos.

Bueno. Es una historia de cuidado, ¿no te parece?, tal y como habían dicho G. G. y Ollie. De igual modo, como yo afirmé, no era una historia que me correspondiese a mí explicar. Los derechos existen sólo para los adultos. Y tú eres uno de ellos. En lo que se refiere a esto, nunca habrá una oportunidad para mí en un juzgado. La única opción que tenía antes era la de escaparme. Y lo único que puedo hacer ahora es seguir escapando.

Y lo que tú tienes que hacer, además de comprender todo esto, es perdonarlo. Porque tú sabes que has tenido tu propio secreto terrible, tu propia historia, que tú pensabas que pertenecía a otra persona y que durante mucho tiempo no pudiste explicar.

No te enfades conmigo si te digo esto, pero tu secreto no era que tú escribiste las últimas novelas de tu madre. El secreto era que no deseaste escribir más novelas con su nombre después de su muerte. Al dejarte su nombre en su testamento, Jeremy, no sólo hizo eso sino que te pidió que le proporcionaras vida eterna, y eso era algo que tú no podías darle. Tú sabes que es verdad.

Entonces, huiste de ella lleno de sentimientos de culpa y de miedo, dejaste la casa como una tumba de tiempos pasados, no tocaste ni una sola cosa por nimia que fuese que le perteneciese a ella. Sin embargo, no pudiste alejarte por completo. Pintabas la casa en cada ilustración de cada libro. Pintabas tu propio espíritu corriendo por toda la casa en un intento de librarte de tu madre y de sus manos que trataban de cogerte aun estando ella muerta.

Y si en todo esto tengo razón, ahora ya estás fuera de la vieja casa. Has pintado una figura que te ha liberado. Me abriste la puerta de tu secreto mundo con amor y con valentía. No sólo me dejaste entrar en tu corazón si no también en tu imaginación y en tus cuadros.

Me has dado más de lo que yo jamás podré darte. Me erigiste en símbolo de tu batalla, y debes seguir siendo el triunfador en ella, no ha de importarte lo que ahora pienses de mí.

Pero ¿podrás perdonarme por guardar los secretos de mi madre? ¿No podrías perdonarme por estar perdida en mi propia casa oscura, de la que no puedo salir? No he creado nada artístico que pueda servirme de billete de entrada hacia mi libertad. Desde el día en que

Jugada decisiva se malvendió, yo no he sido más que un fantasma, si me comparo con las imágenes que has pintado de mí; no soy más que una sombra.

Aunque no siempre será así. En este momento ya estoy a más de tres mil kilómetros de ti, me hallo en un mundo que entiendo, y es posible que no nos volvamos a ver. Pero estaré bien. No volveré a cometer los errores del pasado, no volveré a vivir entre gente marginal. Utilizaré el dinero que tengo y las muchas cosas que me diste, y emplearé bien mi tiempo esperando el momento en que nadie pueda hacerme daño, ni a mí ni a las personas que quiero a través de mí. Después volveré a ser Belinda. Recogeré los pedazos y seré alguien, no la niña de alguien. Intentaré ser como tú y como Susan. Igual que vosotros, me dedicaré a hacer cosas.

Sin embargo, Jeremy, y ésta es la parte más importante. ¿Qué va a pasar con los cuadros?

Deseo con tanto fervor que los enseñes, por mi bien, que debes ser precavido con lo que voy a decirte. Pero escúchame con atención.

¡Sé fiel a esas pinturas! Sin que te importe cuánto me desprecias, debes ser leal con tu propio trabajo. Los cuadros son tuyos, podrás mostrarlos cuando lo creas oportuno, y también es tuya la verdad de lo que ha sucedido entre tú y yo.

Lo que trato de decirte es que no me debes ningún secreto ni tampoco silencio alguno. Cuando llegue el momento de tomar tu decisión, nada ni nadie debe interponerse en tu camino. Entonces tendrás que utilizar tu poder, haz como Ollie me indicó que debía hacer. Todo lo que ha sucedido lo has convertido en arte. Y te has ganado el derecho a utilizar la verdad del modo en que te apetezca.

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