Belinda

Belinda


Cuarta parte

Página 71 de 72

Y por primera vez desde su regreso, volví a ver el esplendor de mi Belinda.

Las sombras y la ansiedad estaban a punto de desaparecer.

Bonnie esperaba dentro de la limusina situada en el interior de la verja. Cuando nosotros salimos de la casa vimos a Alex con ella. La puerta del coche estaba abierta y ambos conversaban en el asiento de atrás, en aquel momento él se disponía a salir y le oímos decir:

—Hasta luego, querida.

Marty y Belinda se dirigieron al coche, y yo me quedé junto a Ash. Marty se metió en él. Alex se unió a nosotros y saludó a Ash, le comentó que Bonnie estaba preciosa, que era como una visión, y Ash le dijo que era un placer saludarle, que siempre era un placer estar con él.

En ese momento Marty salió del coche y miró a Belinda que se había quedado fuera esperando, el cabello recogido con trenzas le caía sobre los hombros y tenía la cabeza un poco agachada. Él la cogió por el brazo.

—Entra y habla con ella, cariño —le dijo.

Cuando la vi entrar en el coche me puse muy tenso. Bajé por el camino de gravilla hasta que alcancé a oír su voz y aunque hablaba muy bajo podía distinguirla con claridad.

—Hola, mamá.

—Hola, querida.

—¿Ya te encuentras mejor, mamá?

—Sí, cariño, gracias. Estoy muy contenta de verte tan bien.

—Mamá, te parecería bien que para suavizar un poco las cosas…, ya sabes, ¿te gustaría que yo actuara en uno de los episodios?

—Desde luego, querida, eso estaría bien, me gustaría mucho.

—Nada serio, sólo un pequeño papel. Están hablando de que aparezca con Alex Clementine…

—Por supuesto, bonita, lo que tú quieras.

Otro coche, un relumbrante y pequeño BMW, aparecía en ese momento por el camino. Se paró justo al otro lado de la puerta abierta de la verja y Marty les hizo señales a los hombres que lo ocupaban. Salieron tres de ellos. Eran fotógrafos, uno llevaba una vieja cámara fotográfica de acordeón y los otros sendas Nikon y Canon, que les colgaban del cuello.

Entonces Marty les pidió a Bonnie y a Belinda que salieran de la limusina. Belinda fue la primera en bajar y a continuación ayudó a Bonnie, que a causa del fuerte sol parpadeó y bajó la cabeza.

En efecto, era como una visión, incluso su palidez agudizada por el vívido color rojo del traje sastre que llevaba era exquisita. Su cabello era como una lisa madeja de seda negra que se ondulaba sobre los hombros. Cuando rodeó con el brazo la cintura de Belinda, vi que tras los gruesos cristales oscuros de sus gafas parecía mirar más allá de nosotros como si no viera nada. Belinda a su vez rodeó con el brazo a su madre e inclinó la cabeza con suavidad hacia ella. Los fotógrafos comenzaron a trabajar.

En el jardín de la entrada no se oía nada a excepción de los clics de las cámaras. La sesión no duró más de tres minutos y los tres hombres regresaron a su vehículo, el BMW hizo un giro en forma de U y se alejó.

Belinda ayudó a su madre a entrar en el coche y acto seguido se sentó a su lado.

Yo seguía de pie, miré a Marty y me di cuenta de que estábamos muy juntos, tal vez a menos de un metro de distancia.

Él tenía el brazo apoyado encima de la limusina. Noté que me estaba mirando, debía de hacer un buen rato que lo hacía. Su mirada era seria y distante, tenía sus negros ojos fijos en mí pero bastante relajados.

—Adiós, mamá, me he alegrado de verte —dijo Belinda.

—Adiós, querida.

No podría asegurar si Marty se había molestado en escucharlas.

Cuando Belinda salió del coche él seguía mirándome y noté que asentía ligeramente con la cabeza. No entendí lo que quiso decir y tal vez nunca lo sepa. Pero cuando se acercó para estrechar mi mano, traté de reaccionar lo mejor que pude. Nos miramos, nos dimos la mano y eso fue todo. No dijimos nada.

—Gracias, cariño —le dijo a Belinda, después la señaló con el dedo y continuó—: En una ocasión te dije que escribiría un fabuloso episodio para ti, ¿recuerdas? Bien, pues espera y verás.

—No hagas que sea demasiado bueno, Marty —le contestó ella en voz baja—. Quiero irme pronto a Río. No quiero ser una estrella de televisión.

Él le dirigió una sonrisa franca y desahogada, después se inclinó y la besó en la mejilla.

A continuación la limusina salió por la puerta de la verja, bajó por la angosta carretera entre las sombras y el sol, y se perdió de vista. Rodeé a Belinda con el brazo, sentí su cuerpo apoyado en el mío y su cabeza contra mi mejilla; ella no había dejado de mirar a las ventanas oscuras del coche, esas que no dejan ver quién viaja en él. De pronto levantó la mano como si hubiera visto a alguien, que por supuesto no vio, y la agitó en señal de despedida.

El coche ya se había ido. Entonces ella se dio la vuelta y vi de nuevo a mi anterior Belinda que me estaba mirando.

—Oye, Jeremy, tenemos que hacer lo de Río —dijo inesperadamente—. Me refiero a que vendrás con nosotros, ¿verdad? Voy a llamar a Susan, porque la película está en marcha, ¿no? ¡Vamos a ir!

—Puedes apostar lo que quieras, querida mía —respondí.

Se volvió y subió la cuesta. Vi que hacía de todo menos bailar; chascaba los dedos y movía las trenzas.

—Quiero decir que, después de ese par de episodios con Marty y con mamá, nos iremos de inmediato.

Al momento desapareció entre las sombras de la casa.

Aquella misma tarde tuvo lugar la obligada conferencia de prensa. El acuerdo debía de darse a conocer, ¿no? Acompañada de G. G., ella tuvo que estar presente en la cabaña y emitir un comunicado frente a las inevitables cámaras y focos. Los reporteros hicieron tantas preguntas sobre la apertura del nuevo salón de G. G. en Beverly Hills como sobre la serie de televisión.

Susan y Sandy Miller habían venido «para ver el espectáculo». Alex se sentó con ellas en las baldosas junto a la piscina. Llena de perlas y con un vestido veraniego de encaje, Sandy estaba tranquilamente sentada y cogida del brazo de Susan. Un tomatito, ¿era así como la había descrito Belinda? Sandy era un jugoso tomate, desde luego. Y parecía estar tan absorta como Alex. Susan miraba cuanto sucedía ante sus ojos con sonrisa complaciente.

Alex se lo estaba pasando muy bien contándole anécdotas a Susan y ésta le regañaba en justa compensación por hacer subir su presupuesto más de lo normal con sus demandas por actuar en

De voluntad y deseo. Él a su vez le tomaba el pelo diciéndole que no llevaba el tiempo suficiente en este negocio para conseguir que él firmara un contrato en una mesa junto a la piscina de su propio jardín, sin la presencia de su agente.

—¿Acaso quieres ser recordado por

Champagne Flight? Te estoy ofreciendo una película, Clementine, un filme honesto como los que se hacían antes, acuérdate, con una trama, carácter, estilo y con sentido, una hora y cuarenta y cinco minutos sin interrupciones de anuncios, ¿comprendes lo que quiero decir?

Me dirigí a la sala de estar y estuve largo rato mirando el retrato de Faye Clementine que había pintado veinticinco años atrás.

Seguía colgado donde yo lo había dejado el último día, antes de irme a San Francisco, sobre la chimenea. Después de tantos años todavía me sentía atormentado por los pequeños errores de perspectiva que cometí al pintarlo. Pero el retrato me seguía gustando. Estaba contento de haberlo hecho, siempre lo estuve.

En aquel momento, mientras lo estaba estudiando —el hoyo de la mejilla de Faye y su bien moldeada mano que reposaba sobre la tela rosa del vestido— sentía una satisfacción interior que nadie en la casa necesitaba saber, ni podría comprender. Aquél no era un cuadro bueno. No producía la misma emoción alucinadora de los retratos de Belinda. Pero había sido un buen comienzo, lo comprendí después del largo camino recorrido hasta volver a mirarlo ese día.

No oí a Alex llegar y situarse detrás de mí. De pronto sentí su mano sobre mi hombro y me volví, él sonrió.

—Vamos, dilo —me pidió—. Di aquello de ya te lo dije yo. Tienes todo el derecho del mundo.

—¿Te refieres a nuestra antigua discusión? ¿A la conversación que tuvimos sobre arte y dinero, vida y muerte?

—No te olvides de la palabra mágica, Walker: verdad. Cuando no utilizas la palabra verdad en una de cada dos frases me da mucho miedo.

—De acuerdo, hablamos sobre el arte, el dinero, la vida, la muerte y la verdad. Y ahora tú dices que yo tenía razón.

—Desde luego yo no pensaba que tú estuvieses tan seguro de que todo iría como ha ido.

—¿Seguro? ¿Quién, yo? Yo no estaba seguro de nada.

—No te creo —respondió—. Acaba de llamar tu agente, Clair Clarke, he tenido que hablar con ella porque según ha dicho tú no atiendes sus llamadas…

—En efecto, es que ahora no necesito sus llamadas.

—Sabes muy bien lo que ella quiere, ¿no es cierto?

—Desea que Belinda sea su cliente. Belinda ya lo sabe. Clair tendrá que esperar a que ella tome una decisión.

—No, amigo mío, aunque si puede es muy probable que ella quiera incluir eso en el mismo paquete. Está recibiendo ofertas de todas partes por tu historia y quiere saber si tú estás de acuerdo en ceder los derechos.

—¡Por mi historia!

—La tuya y la de Belinda, por el conjunto. Desea que lo pienses con detenimiento. No quiere que nadie se apodere de ella ahora que sois noticia, ya sabes lo de la típica película de televisión improvisada. Puede que la hagan y hasta que utilicen vuestros nombres verdaderos. Quiere impedirlo mediante la firma de un contrato con alguien importante, ha hablado de negociar una cifra con seis ceros.

Me eché a reír, de hecho me partí de risa.

Tuve que sentarme. No es que fueran verdaderas carcajadas sino algo diferente. Era una risa que nacía en mis entrañas y que iba a hacerme llorar. Me quedé allí sentado mirando a Alex. Él me hacía muecas, tenía las manos en los bolsillos de sus pantalones azules, llevaba un suéter de cachemira rosa atado a los hombros y me miraba con ojos maliciosos y llenos de satisfacción.

—Habla de esto con tu mujer, Walker —me sugirió—. Ya sabes, es la norma en Tinseltown. Antes de decir que no a un negocio de siete cifras es mejor que lo consultes con tu mujer.

—Es natural, también es su historia —le contesté tan pronto recuperé el aliento—. Puedes estar seguro de que le consultaré. Ya lo verás.

—Ha funcionado tal y como tú habías dicho, tengo que darte la razón. Debe de haber sido la porquería adecuada en el momento preciso, ¿no lo crees así? —me dijo.

Pero a continuación se le oscureció el semblante. Tenía la mirada de preocupación que me había parecido ver otras veces.

—Jeremy, ¿estás seguro de que todo va bien?

—Alex, deja de preocuparte por mí, con un contrato de siete cifras o sin él estoy de maravilla.

—Ya sé que siempre contestas eso mismo, Jeremy, pero yo me limito a comprobar que todo esté bien, ¿de acuerdo? Sin duda recordarás a Oscar Wilde cuando se rodeó de jóvenes buscavidas en Londres, lo llamó «salir de juerga con panteras». Te acuerdas, ¿verdad? Bien, ¿pues sabes lo que es esta ciudad, Jeremy? «Panteras que te llaman por teléfono, salir a comer con panteras, tomar copas con ellas, y panteras que te dicen luego nos vemos». Tienes que tener mucho cuidado.

—Alex, te dejas engañar por las apariencias —le dije—. No se trata de que, de pronto, haya cambiado San Francisco, mi casa victoriana y todo aquello por este lugar. No he cambiado los libros para niñas por Tinseltown, en absoluto, no se trata de eso. He regresado para hacer algo que no debí dejar de hacer la primera vez que estuve aquí. Lo cual tampoco tiene mucho que ver con Hollywood. En realidad tiene que ver con el tiempo, con lo que tienes delante a través de los años y cómo lo ves o cómo lo utilizas. Y ésa es la razón por la que me encuentro perfectamente bien.

—Bueno, ahora empiezas a hablar como el Jeremy que conozco. Debo admitirlo. Ponle un poco de verdad a todo eso en mi honor y me convencerás.

Me dio una palmadita en el hombro y salió otra vez al jardín, donde estaba G. G. con las chicas, junto a la piscina. Los periodistas ya se habían ido. Belinda se estaba quitando los tejanos y la camisa para quedarse con el minúsculo biquini brasileño puesto. Acto seguido dirigió su cuerpecito arrebatador con las manos por delante hacia la piscina y se lanzó.

De nuevo estábamos Faye y yo solos. Perfecto. Te quiero, Faye.

Levanté la vista para mirarla, mi mente se llenó otra vez de cuadros nuevos que haría pronto. Estarían llenos de una luz poderosa y de oscuros degradados. Serían estudios luminosos de Alex, Blair, G. G. y Belinda, sí, sobre todo de Belinda, ella sería el centro de un nuevo concepto, de una nueva aventura más allá de lo que había hecho hasta ahora.

El contorno deslumbrante, sí, quería captarlo, y también quería descubrir las sombras que los focos habían difuminado hasta ahora e incluso el color y la textura de California. Tenía que hacerlo.

Pero estas relucientes imágenes no eran más que una parte de lo que me esperaba. En efecto, ahora mi mundo estaba lleno con miles de seres de todas las edades, formas y actitudes, con imágenes del pasado, presente y futuro que nunca había observado ni visto antes. Por primera vez en mi vida podía pintar lo que quisiera.

Gracias a Belinda había salido del mundo de los sueños y había entrado en el mundo luminoso de la vida misma.

Ir a la siguiente página

Report Page