Behemoth

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Nueve

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NUEVE

Deryn fue el primero en descender a través de la escotilla, bajando por unos pocos travesaños incrustados en la pared inclinada.

Alek le pasó la linterna de luciérnagas, que arrojó luz hacia el interior de la cámara esférica. Ya había visto aquel lugar desde el exterior de la aeronave: una protuberancia redonda que sobresalía de la parte inferior de la barquilla. El espacio estaba ocupado casi por completo por lo que parecía un par de telescopios desiguales, uno más grande que el otro, y que apuntaban hacia el mar.

—¿Eso es un arma? —preguntó Alek.

—No. El más grande es una cámara de reconocimiento —dijo Deryn—. Y el más pequeño es una mira para detectar bombas aéreas y para la navegación. Pero no sirven de nada durante la noche, por lo que este sitio será lo suficientemente reservado.

—Y lujoso —dijo Alek. Bajó por la escalerilla y se acurrucó en una esquina, medio agachado bajo un engranaje gigante que estaba unido al costado de la cámara—. ¿No estamos justo debajo del puente de mando?

Deryn miró hacia arriba.

—Encima de nosotros está la sala de navegación y, sobre ella, el puente de mando. Pero estamos más seguros aquí que en la habitación de los lagartos mensajeros. ¡Tienes suerte de no haber hecho saltar las alarmas de toda la condenada aeronave!

—Habría sido una torpeza —dijo Alek, imaginándose a un ejército de lagartos corriendo en desbandada por los tubos de mensajes de la aeronave, chillando con su voz y despertando a la tripulación—. Supongo que soy un desastre de espía.

—Al menos has sido lo suficientemente inteligente para dejarte capturar por mí, y no por alguien a quien no le hiciese gracia alguna que anduvieses merodeando por allí —dijo Deryn.

—Dando tumbos, diría yo, más que merodeando —le corrigió Alek—. Pero gracias por no delatarme.

Deryn se encogió de hombros.

—Imagino que el deber de todo prisionero es escapar. Después de todo, vosotros los clánkers habéis vuelto a salvar la nave, y con esta ya van tres veces, ¡y aun así el capitán sigue tratándoos como si fueseis enemigos! Y todo porque Inglaterra ha declarado la guerra a tu tío abuelo. Creo que todo este asunto es un verdadero asco.

Alek sonrió. Al menos, en lo referente a la lealtad de Dylan, las sospechas de Volger eran infundadas.

—De modo que me estabas buscando por eso, para que habláramos sobre cómo podemos escapar —dijo Alek.

—Para serte sincero, no es que esté deseando ayudarte, puesto que incluso para mí, sería algo demasiado parecido a la traición. Es solo que… —la voz de Deryn se quebró.

—¿Qué?

—Llegaremos a Constantinopla mañana al mediodía, así que pensé que pronto intentarías escapar y que esta podría ser la última ocasión en que pudiésemos hablar —se rodeó el cuerpo con los brazos—. Y tampoco he dormido mucho que digamos.

Alek intentó ver algo más en la oscuridad. Los delicados rasgos de Dylan parecían demacrados, incluso bajo la tenue luz de las luciérnagas. Su habitual sonrisa había desaparecido.

—¿Qué ocurre?

—Es por lo que le pasó a Newkirk. Me ha dejado conmocionado.

—¿Conmocionado? —Alek frunció el ceño. La forma tan particular que tenía Dylan de hablar en inglés volvía a confundirle—. Newkirk es el cadete cuyo Huxley se quemó, ¿verdad?

—Sí, y ha sido de un modo muy parecido… a lo que ocurrió cuando murió mi padre. Me ha provocado pesadillas.

Alek asintió. El chico nunca le había hablado mucho sobre la muerte de su padre. Tan solo que le habían perdido en un accidente y que Dylan había estado sin hablar con nadie durante todo el mes siguiente.

—No se lo habías contado nunca a nadie, ¿verdad?

Deryn asintió con la cabeza y se quedó en silencio.

Alek esperó, recordando lo difícil que le había sido también a él hablarle a Dylan acerca de la muerte de sus padres. En el silencio de la sala, podía oírse cómo el viento azotaba la proa de la aeronave, poniendo a prueba el ensamblaje y las juntas. Una ráfaga entró por la abertura por la que la cámara se asomaba al cielo nocturno y el aire frío se arremolinó alrededor de sus pies.

—Quiero decir que ya que vas a abandonar la aeronave de todos modos —dijo Deryn—, pensé que no te importaría que te lo contara.

—Por supuesto que puedes contármelo, Dylan. Después de todo, tú conoces muchos de mis secretos.

La muchacha asintió con la cabeza, pero se quedó de nuevo en silencio, con los brazos aún rodeando fuertemente su propio cuerpo. Alek inspiró lentamente pensando. Dylan jamás había temido explicarle lo que le rondaba por la cabeza. De hecho, el chico no parecía haber tenido miedo de nada nunca antes, y mucho menos de un recuerdo.

Quizás no quería que nadie lo viera de aquel modo, tan débil y… conmocionado.

Alek se quitó la chaqueta y cubrió con ella la linterna de luciérnagas. La oscuridad los devoró a ambos.

—Cuéntamelo —dijo amablemente.

Un instante más tarde, Deryn empezó a hablar.

—Mi padre pilotaba globos aerostáticos, ¿sabes?, incluso antes de que los respiradores de hidrógeno llegaran a ser tan grandes. Yo siempre volaba junto a él, así que estuve allí cuando ocurrió. Aún estábamos en el suelo y los quemadores estaban encendidos llenando la envoltura de aire caliente. Entonces se produjo una gran explosión de calor, como cuando abres la puerta de una caldera. Uno de los tanques de queroseno…

La voz de Dylan se había ido volviendo más suave de forma gradual, como la de una chica, y ahora se había apagado por completo. Alek se acercó más y rodeó al muchacho con el brazo hasta que empezó a hablar de nuevo.

—Fue exactamente lo mismo que le ocurrió a Newkirk. El fuego se propagó hacia arriba con rapidez, hasta que todo el globo empezó a arder sobre nosotros. El calor nos hizo ascender hacia el cielo. Los cables aguantaron, aunque también estaban ardiendo. Y entonces mi padre me sacó a empujones de la barquilla.

—Así que te salvó la vida.

—Sí, pero eso fue lo que le mató. Sin mi peso, las cuerdas se rompieron, todas a la vez: sonó como cuando haces crujir los nudillos, y el globo de mi padre salió despedido con un estruendo.

Alek contuvo el aliento. Recordó nuevamente el zepelín alemán sobre los Alpes, cayendo justo ante él después de que el fuego de las ametralladoras prendiera el hidrógeno. Aún podía oír el sonido de la nieve convirtiéndose en vapor bajo los restos de la aeronave y los débiles gritos que provenían del interior de la barquilla.

—Todo el mundo vio cómo me salvó —dijo Deryn a la vez que se llevaba la mano al bolsillo—. Le dieron una medalla por ello.

Extrajo una pequeña condecoración, una cruz redonda de plata que pendía de una cinta azul celeste. En la oscuridad Alek solo pudo apreciar que tenía el rostro de Charles Darwin grabado en el centro.

—Es la Cruz del Mérito Aéreo, el mayor distintivo que se puede conceder a un civil por sus acciones en el aire.

—Debes de estar orgulloso.

—Durante aquel primer año, cuando no podía dormir, solía contemplarla durante la noche. Creí que las pesadillas se habían terminado para siempre, hasta que ocurrió lo de Newkirk —Deryn miró a Alek—. Quizás tú sepas por qué vuelven a aparecer… Por lo que ocurrió con tus padres.

Alek asintió, contemplando la medalla sin saber qué decir. Por supuesto que aún tenía pesadillas, pero la muerte de sus padres había tenido lugar en el lejano Sarajevo, y no delante de sus ojos. Incluso sus peores pesadillas no podían compararse al horror que Dylan había descrito.

Entonces recordó el momento en que el cañón Tesla había disparado contra el Leviathan, y el miedo a que todo se viera envuelto en llamas.

—Creo que demuestras ser muy valiente al servir en esta aeronave.

—Sí, o estar muy loco —los ojos de la chica brillaban bajo la luz trémula de la linterna de luciérnagas que había bajo la chaqueta de Alek—. ¿No crees que es una locura? ¿Parece como si estuviese intentando morir quemado como le pasó a él?

—No seas absurdo. Estás honrando a tu padre. Es lógico que quieras estar a bordo de esta nave. Si yo no fuese… —hizo una pausa—. Es decir, si las cosas fueran distintas, yo también querría estar aquí —dijo Alek.

—¿De veras?

—Bueno, quizás es una tontería. Pero, en estos últimos días, es como si algo estuviera cambiando dentro de mí. Todo lo que conocía está vuelto del revés. En ocasiones es como si estuviera… enamorado…

Deryn sintió cómo su cuerpo se tensaba junto a Alek.

—Sé que parece una estupidez —dijo Alek rápidamente—. Obviamente es bastante ridículo.

—¿Acaso estás diciendo que…? Quiero decir que, si las cosas fuesen distintas… Si yo fuera… ¿O es que ya lo has adivinado? —Deryn dejó escapar un gruñido—. ¿Qué es exactamente lo que quieres decir?

Alek hizo un gesto con la cabeza.

—Quizás lo estoy planteando de una manera estúpida. Pero es casi como si… me hubiera enamorado de tu aeronave.

—Estás enamorado del Leviathan —dijo Deryn despacio.

—Lo siento justo así —Alek se encogió de hombros—. Como si este fuera mi lugar.

Deryn soltó una extraña risa ahogada mientras se guardaba la medalla en el bolsillo.

—Vosotros los clánkers estáis fatal de la chaveta —murmuró.

Alek retiró el brazo de los hombros del muchacho, frunciendo el ceño. Dylan siempre hablaba acerca de cómo las especies de la aeronave estaban relacionadas entre sí y cómo se sustentaban las unas a las otras. Seguro que él lo podría entender.

—Dylan, tú sabes que siempre he estado solo. Nunca he tenido compañeros de clase, solo tutores.

—Sí, porque eres un condenado príncipe.

—Pero a causa de la sangre de mi madre, apenas soy eso siquiera. Nunca me he mezclado con plebeyos y el resto de mi familia siempre ha querido que desapareciera. Pero aquí, en esta aeronave…

Alek entrelazó sus dedos, buscando las palabras adecuadas.

—Este es un lugar en el que encajas —dijo Deryn simple y llanamente—. Donde puedes ser tú mismo.

Alek sonrió.

—Sí. Sabía que lo comprenderías.

—Sí, por supuesto —Deryn se encogió de hombros—. Tan solo pensaba que quizás querías decir algo más, eso es todo. Yo siento lo mismo que tú… por este barco.

—Pero a ti no te consideran un enemigo, ni tienes que ocultar quién o qué eres en realidad —dijo Alek con un suspiro—. Para ti es mucho más simple.

Deryn rio con amargura.

—No es tan sencillo como tú crees.

—No me refiero a que tú seas simple, Dylan. Solo que al menos no tienes secretos que ocultar. Nadie está intentando echarte de esta nave para luego encadenarte.

Deryn negó con la cabeza.

—Eso díselo a mi madre.

—Oh, de acuerdo —Alek recordó que la madre de Dylan no quería que se alistara en el Ejército—. En ocasiones, las mujeres pueden comportarse como unas auténticas lunáticas.

—En mi familia son algo más lunáticas que la mayoría —dijo Deryn a la vez que apartaba la chaqueta de Alek de la linterna de luciérnagas—. Están llenas de ideas estúpidas y lunáticas como no te haces una idea.

Bajo el súbito halo de luz verdosa, Alek vio que el rostro de Deryn ya no estaba triste. Sus ojos tenían su chispa habitual, pero había en ellos un destello de ira. Le lanzó la chaqueta a Alek.

—Ambos sabemos que no puedes quedarte a bordo de esta nave —dijo Deryn en voz baja.

Alek le sostuvo la mirada un instante y asintió. A partir del momento en que los darwinistas comprendieran el funcionamiento de sus nuevos motores, no se le permitiría servir más en el Leviathan. Le llevarían a él y a sus hombres hacia Inglaterra para tenerlos a buen recaudo, tanto si averiguaban o no quién era en realidad.

Tenía que escapar.

—Supongo que debería seguir merodeando por aquí.

—Sí, deberías. Subiré y vigilaré los huevos en tu lugar. Pero vuelve antes del amanecer o la doctora pedirá nuestras cabezas —se ofreció Deryn.

—Gracias —repuso Alek.

—Solo podemos quedarnos en Constantinopla durante veinticuatro horas. Tendrás que encontrar lo que sea que estés buscando esta noche.

Alek asintió, sintiendo cómo el corazón le latía algo más rápido. Extendió la mano.

—En caso de que no volvamos a hablar, espero que sigamos siendo amigos, ocurra lo que ocurra. Las guerras no duran para siempre.

Deryn contempló la mano que le ofrecía y asintió.

—Sí, amigos —dijo poniéndose en pie—. Quédate con esa linterna. Puedo encontrar el camino a oscuras.

Se volvió y ascendió por la escalerilla hacia la oscuridad, sin mediar palabra.

Alek se miró la mano, preguntándose por unos instantes qué había ocurrido, por qué Dylan se había mostrado tan frío de repente. Quizás el chico había dejado salir a la luz sus sentimientos mucho más de lo que pretendía. O quizás Alek había dicho algo que estaba fuera de lugar sin darse cuenta.

Suspiró. No había tiempo para pensar en ello. Debía seguir buscando sin ser visto. Una vez que el Leviathan pusiera rumbo hacia Gran Bretaña no tendría otra oportunidad para escapar. Tenía que abandonar la nave en menos de dos días.

Alek cogió la linterna de luciérnagas y se dirigió a la escotilla.

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