Behemoth

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Veinticinco

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VEINTICINCO

Los minaretes de la Mezquita Azul se levantaban tras los árboles, seis altas agujas como delgados lápices recién afilados erguidos en su extremo. El grácil arco de la cúpula de la mezquita se alzaba hacia lo alto, destacando su color gris oscuro contra el cielo brumoso, y la luz del sol brillaba reflejada en las hojas que daban vueltas de los girotópteros y los aeroplanos que volaban en el aire.

Alek estaba sentado en la terraza exterior del pequeño café donde Eddie Malone le había llevado el día anterior, que se encontraba en un tranquilo callejón, sorbía una taza de té negro y estudiaba su colección de monedas otomanas. Había empezado a aprender sus nombres en turco y cuáles debía ocultar a los tenderos si quería conseguir un precio justo.

Después de comprobar que los alemanes tenían fotografías de Bauer y Klopp, le tocaba a Alek comprar provisiones. No obstante, había aprendido mucho paseando por las calles de Estambul por su cuenta: cómo regatear con los comerciantes, cómo escabullirse por las zonas alemanas de la ciudad sin ser visto, e incluso qué hora era por las oraciones que se rezaban en los minaretes de la ciudad.

Lo más importante de todo era que se había dado cuenta de algo sobre aquella ciudad: estaba escrito que debía estar allí. En aquel lugar era donde la guerra daría un giro, o bien a favor o bien en contra de los intereses clánker. Una delgada franja de agua brillaba en la distancia, el plañido de las sirenas antiniebla de los buques de carga le llegaba amortiguado mientras la atravesaban. Aquel pasaje del Mediterráneo al mar Negro era el cable de salvamento del Ejército ruso, el cordón que mantenía unidos a los poderes darwinistas. Aquello era el porqué la providencia le había llevado hasta allí después de cruzar toda Europa.

Alek estaba allí para detener la guerra. Mientras, había procurado aprender un poco de turco.

Nasilsiniz? —practicó.

Yiyim —llegó una respuesta de la jaula cubierta que había sobre su mesa.

—¡Chist! —Alek miró a su alrededor.

Las bestias fabricadas tal vez no fuesen estrictamente ilegales, pero no tenía sentido atraer la atención sobre su persona. Además, era insoportable que el acento de la criatura fuese mejor que el suyo.

Ajustó la cubierta de la jaula, cerrando el espacio por el que la criatura había estado sacando la nariz. No obstante, ya estaba antes de mal humor, en un rincón. Era extrañamente hábil en leer el estado de ánimo de Alek, que en aquel momento era de irritación.

Y por cierto, ¿dónde estaba Eddie Malone? Le había prometido estar allí hacía media hora y Alek tenía otra cita pronto.

Estaba a punto de irse cuando la voz de Malone le llamó detrás de él.

Alek se dio la vuelta y saludó lacónicamente con la cabeza.

—Ah, por fin ha llegado.

—¿Por fin? —Malone alzó una ceja—. ¿Tiene prisa por ir a alguna parte?

Alek no respondió a eso.

—¿Vio al conde Volger?

—Por supuesto. Malone hizo un gesto con la mano a un camarero y pidió el almuerzo, consultó el menú y se tomó su tiempo para elegirlo.

—Una nave fascinante, el Leviathan. El paseo de placer del sultán resultó más interesante de lo que esperaba.

—Me alegro de oírlo. Pero estoy más interesado por lo que le dijo el conde Volger.

—Dijo muchas cosas… la mayoría de las cuales no comprendí —Malone sacó su cuaderno de notas y se preparó a escribir con el lápiz—. Tengo curiosidad por saber si conoce al tipo que me ayudó a reunirme con Volger. Se llama Dylan Sharp.

—¿Dylan? —preguntó Alek, frunciendo el ceño—. Por supuesto que lo conozco. Es un cadete que está a bordo del Leviathan.

—¿Le ha notado alguna vez algo extraño?

Alek negó con la cabeza.

—¿A qué se refiere por extraño?

—Bueno, cuando el conde Volger escuchó su mensaje, decidió que reunirse con usted sería una buena idea y todo eso, entonces pensé que era completamente temerario hablar sobre escaparse delante de un tripulante —Malone se acercó más inclinándose hacia Alek—. Pero entonces el conde ordenó al señor Sharp que lo ayudase.

—¿Se lo ordenó?

Malone asintió con la cabeza.

—Fue casi como si estuviese amenazando a aquel chico. A mí me pareció un caso de chantaje. ¿Tiene eso algún sentido para usted?

—Yo… No estoy seguro —dijo Alek.

Realmente, Dylan había hecho algunas cosas de las que los oficiales de la nave no les gustaría enterarse, como guardar los secretos de Alek. Pero Volger difícilmente podría hacer chantaje a Dylan sobre ese tema sin revelar a los darwinistas quién era Alek en realidad.

—No le veo sentido, señor Malone. Tal vez lo ha interpretado mal.

—Bien, tal vez le gustaría escucharlo por sí mismo —el hombre cogió la rana de su hombro, la dejó sobre la mesa y rascó bajo su barbilla—. Vamos, Rusty. Repite.

Un momento después la voz del conde Volger emergió de la boca de la rana.

«Señor Sharp, espero que comprenda que esto complica las cosas» —dijo y luego cambió a la voz de Dylan—. «¿A qué caramba se refiere?».

Alek miró a su alrededor, pero los pocos clientes que había parecieron no darse cuenta. Miraban a lo lejos, como si las ranas parlantes fuesen a comer a aquel establecimiento todos los días. No era extraño que Malone hubiese insistido en reunirse en aquel lugar.

La rana empezó a hacer un sonido agudo como la sirena de alerta del Leviathan. Después continuó con una maraña de voces y el gemido de la sirena irrumpiendo a extraños intervalos, por lo que la mayoría de las palabras emitidas demasiado deprisa hacían que la rana no pudiera repetirlas claramente.

Pero entonces la voz del conde Volger surgió entre aquel batiburrillo.

«Tal vez, si usted no nos ayuda, me veré obligado a revelar su pequeño secreto».

Alek frunció el ceño, preguntándose qué estaba pasando. Volger estaba hablando crípticamente sobre lecciones de esgrima. Al principio Dylan con voz ahogada dijo que no comprendía, pero su voz sonaba temblorosa, como si estuviese a punto de llorar. Finalmente estuvo de acuerdo en ayudar al conde y a Hoffman a escapar y, con un último pitido de sirena, la rana se quedó en silencio.

Eddie Malone la retiró de la mesa y la dejó con suavidad de nuevo en su hombro.

—¿Le importaría arrojar algo de luz sobre el asunto?

—No tengo ni idea —dijo Alek despacio, algo que era verdad—. Nunca antes había notado tanto pánico en la voz de Dylan.

El muchacho se había arriesgado a ser colgado por Alek. ¿Cuál debía de ser la amenaza de Volger para que se asustase tanto?

Pero no era buena idea pensar en voz alta delante de aquel reportero. Aquel hombre ya sabía demasiado.

—Permítame que le haga una pregunta, señor Malone —Alek señaló la rana—. ¿Sabían ellos que esta abominación estaba memorizando sus palabras?

El hombre se encogió de hombros.

—Jamás les dije lo contrario.

—Muy honesto por su parte.

—Yo nunca miento —aseguró Malone—. Y puedo prometerle que Rusty ahora no está memorizando. No lo hará a menos que yo se lo pida.

—Bien, pues tanto si está escuchando como si no, no hay nada que pueda añadir.

Alek se quedó mirando a la rana, aún escuchando la voz de Dylan. Casi parecía una persona distinta.

Con la ayuda de Dylan, por supuesto, Volger y Hoffman tenían más oportunidades de escapar.

—¿Dijo Volger cuándo lo intentarían?

—Tiene que ser esta noche —dijo Malone—. El cuarto día ya casi ha terminado. A menos que los británicos realmente planeen regalar el Leviathan al sultán, tiene que salir de Estambul mañana.

—Excelente —dijo Alek, poniéndose de pie y ofreciendo su mano—. Gracias por llevar nuestros mensajes, señor Malone. Le ruego que me disculpe pero debo irme.

—¿Una cita con sus nuevos amigos, tal vez?

—Lo voy a dejar en manos de su imaginación —dijo Alek—. Y, por cierto, espero que no escriba nada de esto demasiado pronto. Puede que Volger y yo decidamos quedarnos en Estambul un poco más.

Malone se recostó en su silla y sonrió.

—Oh, no se preocupe, no voy a desbaratar sus planes. Por lo que he podido ver hasta ahora, esta historia cada vez se está poniendo más interesante.

Alek dejó que el hombre escribiera en su cuaderno de notas, sin duda apuntando todo lo que habían hablado hasta el momento. O tal vez había mentido y la rana lo había memorizado todo. Era una locura confiar sus secretos a un reportero, suponía Alek; pero, por volver a reunirse con Volger, merecía la pena correr el riesgo.

Deseaba que el conde pudiese estar allí en su siguiente cita. Zaven iba a presentarle a más miembros del Comité para la Unión y el Progreso. El propio Zaven era una especie de amigo, un caballero educado, pero tal vez sus compañeros revolucionarios no serían tan amistosos. No sería fácil para un aristócrata clánker ganarse su confianza.

—Te estás portando muy bien quedándote quieto —susurró Alek a la jaula mientras se alejaba—. Si te sigues portando tan bien te compraré fresas.

Señor Sharp —repuso la criatura e hizo un sonido como una risita.

Alek frunció el ceño. Las palabras eran un retazo de conversación que la rana había repetido. La criatura no imitaba voces, pero el tono sarcástico del conde Volger era bastante reconocible.

Alek se preguntó por qué la bestia había elegido aquellas dos palabras de todo lo que había escuchado.

Señor Sharp —dijo de nuevo, pareciendo sumamente complacido consigo mismo.

Alek le hizo callar con un siseo y sacó un mapa trazado a mano de su bolsillo. La ruta, marcada con la escritura florida de Zaven, le llevó al norte y después al oeste de la Mezquita Azul, hacia el barrio donde había ido a parar hacía un par de noches.

Los edificios eran cada vez más altos, a medida que andaba y las influencias clánker eran más evidentes. Las vías del tranvía trenzaban las calles pavimentadas y las paredes estaban ensuciadas por las emanaciones de los tubos de escape, casi tan negras como los capiteles de acero de Berlín y Praga. Las máquinas fabricadas por los alemanes resoplaban por las calles y sus diseños funcionales y económicos le eran extraños a Alek después de ver a caminantes en forma de animales. Los signos de rebelión también eran más perceptibles: la mezcla de alfabetos y símbolos religiosos llenaban de nuevo las paredes, marcas de multitud de naciones más pequeñas, que formaban el Imperio otomano.

El mapa de Zaven condujo a Alek a introducirse profundamente en una maraña de almacenes, donde brazos mecánicos se alzaban junto a los muelles de carga. Las paredes de piedra se erigían amenazadoras por encima de las estrechas calles, tan altas que casi parecían tocarse unas con otras. La luz del sol se filtraba con una gris tonalidad a través de las emanaciones.

En aquel lugar había pocos peatones y Alek se empezó a sentir receloso. No hacía ni un día que andaba solo por la ciudad y no sabía qué barrios eran seguros y cuáles no.

Se detuvo y dejó la jaula en el suelo para comprobar el mapa de Zaven de nuevo. Mientras miraba la llamativa escritura, Alek reparó en una silueta por el rabillo del ojo.

La mujer iba vestida con unos largos ropajes negros y el rostro cubierto por un velo. Caminaba encorvada por la edad y llevaba cosidas unas pocas monedas de plata en su tocado. Había visto a muchos hombres de las tribus del desierto como ella por las calles de Estambul, pero nunca a una mujer andando sola por la calle. Estaba inmóvil junto a la pared de un almacén con la vista baja, fija en los adoquines.

Cuando Alek pasó por aquel edificio un momento antes, ella no estaba allí.

Dobló rápidamente el mapa, recogió la jaula y empezó a andar de nuevo. Un momento después miró de reojo hacia atrás.

La anciana le estaba siguiendo.

Alek frunció el ceño. ¿Cuánto tiempo hacía que le seguía?

Se mordió los labios mientras caminaba. Estaba cerca de la dirección que Zaven la había dado, pero no podía conducir a aquella extraña directamente hasta sus nuevos aliados. Estambul estaba lleno de espías y revolucionarios al igual que de policía secreta.

Pero seguro que él podría correr más que una anciana. Alzando un poco más su pesada jaula, Alek aligeró el paso. Caminó dando zancadas cada vez más grandes sin hacer caso de las quejas provenientes de debajo de la cubierta de la jaula.

Y aun así, cuando miró hacia atrás, su perseguidora todavía seguía allí, deslizándose sin esfuerzo por los adoquines, con sus vestidos revoloteando como olas de agua negra.

Aquello no era una anciana, tal vez ni siquiera era una mujer.

Alek se llevó la mano al cinturón y maldijo en voz baja. Iba armado solamente con un cuchillo largo que se había comprado en el Gran Bazar aquella misma mañana. Su hoja curva de acero le había parecido exóticamente letal depositada sobre el terciopelo rojo. Pero su filo aún no estaba afilado y Alek nunca había sido entrenado para usar un arma de aquel tipo.

Dio la vuelta a la última esquina; casi había llegado a la dirección que había en el mapa de Zaven. Con su perseguidor fuera de la vista un momento, echó a correr, esquivándolo al entrar en un callejón.

—Chisst —susurró a través de la cubierta de la jaula.

La criatura hacía ruidos de disgusto al ser balanceada de un lado a otro de nuevo pero después se quedó en silencio.

Alek depositó la jaula cuidadosamente en el suelo y se asomó por la esquina.

La oscura figura apareció, moviéndose lentamente ahora, y se detuvo delante de una plataforma de carga al otro lado de la calle. Alek vio el símbolo pintado en la plataforma y puso mala cara.

Era el mismo símbolo que Zaven había dibujado de forma extravagante en su mapa.

¿Aquello era coincidencia? ¿O es que su perseguidor ya sabía adónde se dirigía Alek?

La figura vestida de negro con un solo salto se situó en la plataforma de carga, confirmándole que aquello no era una mujer. El hombre retrocedió entre las sombras pero sus vestidos continuaban siendo visibles, y ondeaban suavemente con la brisa.

Alek se quedó allí en la avenida, con la espalda apoyada con fuerza contra la fría piedra. Por culpa de Eddie Malone, ya llegaba media hora tarde. Si esperaba a que su perseguidor se diese por vencido y se fuese tardaría una eternidad más en acudir a su cita. ¿Qué pensarían sus nuevos aliados de él si llegaba a su reunión secreta horas después de lo previsto?

Por supuesto, si les llevaba a aquel espía como su prisionero, tal vez estarían más impresionados…

Un caminante alemán de seis patas se dirigía calle arriba, arrastrando un pesado tren de carga tras él: la tapadera perfecta. Alek se arrodilló y habló suavemente a la jaula.

—Vuelvo enseguida. Solo quédate aquí callado.

—Callado —masculló la criatura como respuesta.

Alek esperó a que el tren de carga pasase pesadamente entre él y el otro hombre. Salió furtivamente por el callejón y huyó con rapidez junto al tren, después se escurrió entre dos vagones y cruzó la calle.

«EL DESCONOCIDO CON EL CUCHILLO CURVO»

De espaldas a la pared de piedra del almacén, Alek avanzó lentamente hacia la plataforma de carga. Se sentía poco familiarizado con el cuchillo curvo en su mano y por un instante se preguntó si el hombre le habría visto.

Pero ya era demasiado tarde para dudas. Alek se acercó poco a poco…

¡De pronto un especie de risa maníaca le llegó desde el otro lado de la calle, resonaba por el callejón donde había dejado a la bestia!

Alek se quedó helado. ¿Estaba en problemas?

Un momento después, la silueta vestida de negro saltó a la calle y se arrastró subrepticiamente hacia la risa maníaca, cruzando la calle para asomarse al callejón.

Alek vio que era su oportunidad, salió por detrás del desconocido y presionó el cuchillo contra el cuello del hombre.

—¡Ríndase, señor! ¡Tengo ventaja!

El hombre era menos corpulento de lo que había pensado y más rápido. Se dio la vuelta rápidamente entre la sujeción de Alek y, de pronto, se quedaron cara a cara.

Alek se encontró mirando a unos profundos ojos oscuros enmarcados por unos rizos de pelo negro. ¡No era un hombre en absoluto!

—No creo que tengas ventaja, chico —dijo la chica en perfecto alemán—. A menos que quieras unirte a mí en la muerte.

Alek sintió una punzada y bajó la vista.

Tenía la punta de su cuchillo presionada contra su estómago.

Alek tragó saliva, pensando en qué hacer. Pero entonces la puerta de la plataforma de carga empezó a alzarse, resonando con el entrechocar de cadenas y poleas.

Ambos miraron hacia arriba, aún entrelazados en su abrazo mortal.

Zaven estaba allí en la puerta, mirándolos con los ojos muy abiertos.

—¡Ah, Alek! Por fin has llegado. ¡Y veo que ya conoces a mi hija!

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