Beautiful

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13. Jensen

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—No sé muy bien qué quieres que te diga —reconocí—. ¿Qué es lo que esperabas?

Se volvió hacia mí.

—Supongo que creía deberte una explicación y que te sentirías aliviado cuando te la diera —aclaró—. Me alegro de que no la necesites —se apresuró a añadir—, pero no me di cuenta de que yo necesitaba dártela hasta que te vi en el viaje.

Asentí con la cabeza y dije:

—Bueno, ¿qué es eso que necesitabas decirme?

—Quería decirte que lo siento —dijo, sosteniéndome la mirada unos instantes antes de volver a mirarse las manos, parpadeando—. La forma de marcharme fue terrible. Y quería que supieras que en realidad no lo hice por ti.

Me reí un poco, secamente.

—Creo que ese fue en parte el problema.

—No —dijo, alzando de nuevo la vista—. Quiero decir que no habías hecho nada malo. No dejé de quererte. Simplemente, tenía la sensación de que éramos demasiado jóvenes.

—Teníamos veintiocho años, Becks.

—Sí, pero yo no había vivido todavía.

La miré y sentí que decía la verdad. Se me aceleró la respiración al recordar que Pippa había dicho más o menos lo mismo hacía tan solo una semana, aunque ella lo dijo con mucha más soltura, con confianza en sí misma, con sensatez.

Becky había pasado de vivir en casa de sus padres a vivir en una residencia de estudiantes y luego conmigo. Como era algo tímida, nunca había buscado la aventura en sí. Nunca pensé que la anhelara.

—Entiendo todo esto con la perspectiva que da el tiempo, claro —dijo en voz baja—. Lo cierto es que esa vida que se extendía ante mí me parecía feliz y cómoda, pero no muy interesante. —Tiró de un hilo suelto de su manga y supongo que se deshizo un poco más de lo que ella esperaba, porque se lo llevó a la boca y lo cortó con los dientes—. Entonces pensé en ti, en esa persona con la que estaba casada y que estaba dispuesta a comerse el mundo, y supe que en algún momento uno de los dos perdería la cabeza por completo.

Me dio risa y ella me miró otra vez, un poco aliviada.

—No me refiero a una auténtica locura —añadió—, me refiero a ser infieles, a tener una crisis de los cuarenta o algo así.

—Yo no te habría sido infiel —dije de inmediato.

Su mirada se suavizó un poco.

—¿Cómo lo sabes? ¿Cuánto tardaste en dejar de estar enamorado de mí?

No quise responder, pero mi silencio le dijo lo que necesitaba saber.

—¿Vas a decirme que no te va mejor sin mí?

—No estarás pidiendo que te dé las gracias, ¿no? —dije, incrédulo.

Se apresuró a negar con la cabeza.

—No, solo quiero decir que vi mi propia base inestable. Me vi a mí misma quebrándome en algún momento del futuro. O quizá me quebré entonces. En cualquier caso, supe que lo nuestro no era para siempre. Supe que nos queríamos lo suficiente para superar las habituales tensiones temporales, como los cambios profesionales o tener niños pequeños. Pero no nos queríamos lo suficiente para superar el aburrimiento, y me preocupaba que te aburrieras tremendamente conmigo.

Me pregunté si eso explicaría su matrimonio con Cam, si ella lo consideraría más simple que yo. No supe muy bien cómo tomármelo; no estaba seguro de si debía sentirme halagado al ver que me tenía en tan alta consideración o perturbado al ver lo poco que se valoraba a sí misma.

—¿Eres feliz con él? —pregunté.

—Sí. —Me sonrió con sinceridad—. Estamos hablando de tener críos. Desde que nos conocimos hemos viajado mucho: Inglaterra, Islandia, Brasil incluso… —Movió un poco la cabeza y añadió—: Tiene un buen trabajo. No necesita que trabaje yo. Solo quiere que sea feliz.

Becky nunca había llevado bien la presión.

Y eso hizo que me preguntase si yo daba la impresión de ser un hombre que necesitaba una esposa dispuesta a competir con mi profesión, si le había dado a Becky la sensación de que nunca podría ganar.

Lo cierto era que quizá fuese así. Y quizá no podría haber ganado. Pero ¿cómo iba a saberlo yo?

¿Acaso importaba ya? Yo había madurado. Quería a alguien cuya presencia exigiese más espacio en mis pensamientos y en mi corazón. Cuando recordé cómo había descrito a Becky ante Pippa, me di cuenta de lo genéricas que sonaban mis palabras.

«Fue simpática.

»Lo pasábamos bien».

No intentaba quitarle hierro al asunto. Sencillamente, no recordaba gran cosa, salvo que la relación era agradable. Porque Becky estaba en lo cierto; no había vivido todavía. Ninguno de los dos lo había hecho.

—¿Te sientes mejor? —pregunté.

—Supongo. —Inspiró hondo y luego soltó el aire de golpe—. Aunque sigo sin entender por qué fingiste estar casado con Pippa.

—No es tan complicado. —Alcé la mano y me rasqué una ceja—. Al verte, me entró el pánico. —Me encogí de hombros y añadí—: Me salió así. Y enseguida me di cuenta de que no pasaba nada, de que no resultaba tan duro estar cerca de ti. Pero en ese momento la mentira pareció más fácil. No quería avergonzarte ni avergonzarme a mí mismo.

Asintió con la cabeza y siguió asintiendo durante unos instantes, como si acabase de comprender algo.

—Tengo que irme.

Me levanté después que ella y la seguí hasta la puerta.

Toda aquella conversación resultó al mismo tiempo extraña y totalmente banal.

Cuando le abrí la puerta, me percaté de que Cam había estado aparcado junto a la acera todo ese tiempo.

—Podría haber entrado contigo —dije, sin dar crédito—. Llevamos cuarenta y cinco minutos ahí sentados.

—Está bien en el coche. —Se puso de puntillas para darme un beso en la mejilla—. Cuídate, Jens.

Me derrumbé en el sofá. Me sentía como si acabara de correr una maratón.

Era temprano, demasiado temprano para acostarme, pero, de todos modos, apagué el televisor y las luces, y por fin saqué el móvil de la bolsa. Me dije a mí mismo que activaría la alarma pero no comprobaría los correos. Leería mi libro y me iría a dormir.

No pensaría en Becky, en Pippa ni en nada de aquello.

Había un mensaje en la pantalla. Era de Pippa.

«Mi abuelo es un lunático adorable y quiere que lo lleve a cenar mañana a las 3. A LAS TRES, Jensen. A las siete y media estaré muerta de hambre. ¿Quieres cenar conmigo a una hora normal y adulta, por favor?».

Me quedé mirando la pantalla.

La idea de cenar con Pippa sonaba bien. Me haría reír y quizá hasta podríamos volver juntos a mi casa. Sin embargo, después de lo de Becky y a sabiendas de la pesadilla que me esperaba en el trabajo al día siguiente, no estaba seguro de ser una compañía agradable.

Dicho sin rodeos, estaba cansado. En ese momento no podía afrontar nada.

Me sentí fatal incluso antes de responder.

«Esta semana va a ser de locos. ¿Qué te parece la que viene?», tecleé.

Dejé el móvil a un lado. Tenía náuseas.

Media hora después, al irme a la cama, comprobé el móvil por si había respuesta. No la había.

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