Baza de espadas

Baza de espadas


Primera parte. Vísperas setembrinas » Albures gaditanos » XVIII

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—¿Quieren ustedes que vengan los Espadones de Tenerife? Pues a ello. Nosotros llamaremos al General Prim. El tiempo apremia, y urge decidirse, Señor López de Ayala.

—Si llegásemos a un acuerdo, crea usted que yo sería el primero en advertir al caudillo progresista.

Seguro, claro está, de que el personaje no haría otro, tanto con nosotros, porque ha sido siempre un madrugador con pocos escrúpulos.

—Unos madrugan y otros no se acuestan. El tiempo apremia y urge decidirse. Nosotros contamos con el pueblo.

—El pueblo es una fuerza ciega, y los hombres de orden no podemos constituirnos en prisioneros de las turbas.

—El pueblo, hoy, tiene plena conciencia de sus deberes.

—Darle armas es aventura muy peligrosa.

Entre unionistas y demócratas, a todo momento, recriminaciones y polémicas. Con mutuas reservas mentales firmaron el compromiso de Gades. Un folio de gramática procesal, donde constaba el acuerdo de hacer el juego con todo el palo de espadas. Hubo brindis, abrazos y vegueros.

—¡Se impone el patriotismo!

—¡Bebamos por el feliz arribo de los ilustres veteranos!

—¡Sin exclusiones!

—¡Compromiso solemne!

—¡Juramentados!

—¡Juramentados!

—¡Urge prevenir a los Generales!

—El Conde de Reus dispone de un vapor en Londres. Puede zarpar en cualquier momento para recoger a los desterrados en Tenerife.

—¿Es un vapor inglés?

—Un vapor griego. Con todos a bordo, hará rumbo a Cádiz.

—¡A ponerse de acuerdo con Prim!

—¡Que haga suyo el compromiso!

—¡Lo hará!

—¡Nosotros!…

—¡Prim!…

—¡Serrano!…

Paúl y Angulo, Cala, La Rosa, Sánchez Mira, López de Ayala, Vallín, una vez de acuerdo, aseguraron con áureas promesas el ánimo indeciso de las fuerzas de Mar y Tierra.

Soplaban los muertos rescoldos avivando esperanzas. Salieron nuevos emisarios para entenderse con las Juntas Revolucionarias de Sevilla, Córdoba y Granada. Todos llevaban la misma copla en el pico:

—¡Un aplazamiento no es un fracaso!

XVIII

El Capitán Sánchez Mira, aquel jaquetón patilludo y calvo, con persianas de flamenco, que había solicitado el retiro para conspirar a su talante, llevó los nuevos acuerdos al Segundo Cabo de Sevilla. El General le acogió con alarmados vinagres:

—Pudo usted advertirme, y nos hubiéramos visto sin dar un cuarto al pregonero. Ustedes me buscan un compromiso. El Capitán General ayer mismo me ha llamado para comunicarme que por confidencias reservadas y papeles anónimos se le prevenía contra algunos jefes de la guarnición. Usando de muchas salvedades, vino a decirme que de aquellas precauciones no escapaba mi nombre. Protesté destemplándome, y como es un blanco, me aseguró que no daba crédito alguno a tales testimonios: Hoy he recibido un papelucho anónimo que sin duda viene de Capitanía. Yo no me creo aquí muy seguro… El día menos pensado me mandan a las Chimbambas… A Vallín le expuse con toda franqueza mi compromiso con el General Dulce. Traigan ustedes inmediatamente a los ilustres desterrados. Mucha cautela y no dormirse. ¿Usted cuándo regresa a Cádiz?

—Probablemente mañana.

—Si hemos de volver a vernos, no debe ser aquí. No me busquen ustedes un compromiso. El Capitán General tiene la mosca en la oreja. Es incondicional del Gobierno. La revolución no puede darle más de lo que tiene.

—Puede conservárselo.

—La revolución ha de verse y desearse para contentar a todas sus espadas. A Vasallo, si ha de armarse la gorda, no le temo, porque siempre ha sido un blanco.

—¿Con qué fuerzas se podría contar en Sevilla?

—Los Cuarteles de Caballería.

—¿Se pondría usted al frente, mi General?

—Nada deseo tanto como arrojar la careta. No soy hombre para disfraces y disimulos.

Don Luís Alcalá Zamora, el clérigo sin licencias, tomó sobre sí comunicar aquellos acuerdos a los clubs revolucionarios de toda la Andalucía Baja. Disimulado con atavíos cortijeros, manta y retaco, aprovistadas alforjas y pellejuela de mosto, una mañana de calores, llegó a Córdoba.

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