Battlefield

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—Lo sabía —dijo Kenna—. Ella es como yo, nada más hay que darle un empujoncito.

 

Abrí los ojos en medio de la gran oscuridad. Podía escuchar a las personas entrar en el teatro. Moví las manos mientras me preparaba. Calenté varios minutos atrás. La más grande presentación en toda mi vida estaba a punto de empezar. Respiré hondo y supliqué por un milagro, por fuerza, resistencia y concentración.

No sabía quiénes estaban al otro lado del telón y no quería saberlo, pero lo más seguro era que los mayores críticos del Ballet clásico estuvieran presentes. Ellos verían por primera vez a Aria Bennett, la chica con anemia hemolítica. ¿Sería capaz de impresionarlos de alguna forma? 

—¡No deberías estar aquí! —dijo Hanna, acercándose a mí, casi corriendo. Entonces, alguien la tomó por detrás, uno de los productores de la obra.

—Es posible que no deba estar aquí, pero he venido por mi dramático final y no me iré sin él —grité.

Se acercó un hombre alto y calvo, de tez blanca y traje completo.

—¿Aria Bennet? —Asentí con la cabeza—. ¿Realmente quiere hacer esto? ―Lo miré con seriedad.

—Señor, ¿sabe usted cuántas personas han muerto mientras usted decía esa frase? —El me miró confundido.

—No lo creo.

—¡Bien! Pues si tengo que morir, al menos sé que moriré haciendo lo que realmente amo. —Él sonrió.

—Es usted muy valiente. ¡Éxitos!

Las manos empezaban a sudarme. Kenna, mi madre, mi abuela, mi padre y DJ estaban ahí, sentados en algún lugar que no conocía. Verían a su hija, hermana, nieta y mejor amiga, actuar casi profesionalmente. ¿Cuántas veces volvería a suceder algo similar? No lo sabía, pero fuera la primera o la última, debía hacerlo como si no hubiera mañana.

La señora Baruch se había acercado minutos atrás, con una sonrisa en el rostro.

—¡Lo lograrás! —había dicho.

Por primera vez, me había tomado entre sus brazos y me había abrazado con tanta fuerza que anhelé que ese abrazo fuera de Liam, pero él no estaría ni siquiera cerca. Estaba confundida por su repentina reacción, en la mañana estaba en otro planeta, con la mirada perdida, el rostro cansado, decepcionado y los hombros caídos. Pocas horas después, estaba renovada, como si nunca hubiese sucedido nada.

Cerré los ojos, sentí mi cuerpo pedírmelo. Pedir que empezara la actuación, pero la paciencia debía ganar.

El silencio gobernó la sala y enseguida la melodiosa música de Tchaikovsky empezó a sonar. La ansiedad y los nervios estaban controlados, al fin sentía la libertad de mi cuerpo mostrar la verdadera razón del por qué vivo.

El telón subió y los reflectores empezaron a iluminar nuestros rostros. La introducción de la obra empezó a hacer su magia.

A cada paso que daba, podía sentir la fuerza, el público podía sentirlo, todos a mi alrededor podían sentirlo. Estaba relajada, estaba por completo concentrada; entonces me pregunté, ¿realmente todo este tiempo estuve enferma? No había nada que pudiera asegurarme que no podía lograr lo que estaba logrando en ese momento. A pesar de que había muchas personas viendo el asombroso Lago de los cisnes, yo, por otro lado, tan solo podía sentir la magia de la música.

Era perfecto, era único, era lo mejor de todo lo que alguna vez había imaginado. Lo soñé tantas veces que nunca pensé que fuese posible. Ahora mi cuerpo está transmitiendo toda esa energía que había acumulado. No podía ignorar el hecho de que Liam aún estaba en mis pensamientos, anhelaba verlo ahí, sentado, apoyándome, pero tan solo era un espejismo.

El lago de los cisnes había sido por años una de las mejores obras, de las más vistas, de las más pedidas. Era la obra en la que cualquier bailarina desearía participar, en la que yo deseaba participar. Sin embargo, algunas cosas no duraban para siempre.

La caída del cisne había sido perturbadora. Yo, al menos, me había identificado con la película de El cisne negro, en algún momento en mi vida. Aunque nunca pude imaginarme que pasaría por algo semejante. 

Escuché una voz muy lejos de mí, sentía mi cuerpo adormecido, no sentía mis manos.

—Esta es una situación muy delicada. —Abrí los párpados lentamente. La luz me quemaba los ojos, los cerré y abrí varias veces, y luego todo se empezó a ver un poco más claro.

Había una nueva versión de mí. Oí maquinas sonar a mi alrededor, esas máquinas que parecían ser de un hospital. Todo estaba borroso, pero logré ver dos siluetas. Un hombre y una mujer.

No podía sentir mi cuerpo, pero percibía un terrible dolor de cabeza. ¿Acaso había sucedió algo de lo que me había perdido? Las voces se escuchaban lejanas y no entendía lo que sucedía. Era posible que me hubiese desmayado durante la presentación. Pero eso no lo sabía aún.

—La paciente está despertando —dijo la mujer.

«¿La paciente?», me había preguntado unas cuantas veces. Quería hablar, pero tenía algo en mi boca que no me lo permitía. Moví mis labios, que estaban resecos, sentí un leve ardor en ellos.

Me sentía tan débil, que tan solo tratar de mover una mano me aceleraba el corazón. Entonces, un señor se acercó y me miró con firmeza. Juré que me haría daño, pero tan solo miró hacia un lado e hizo unas anotaciones.

—Necesita una transfusión de sangre. —Se alejó de mí.

¿Una transfusión de sangre?

Miré a la chica, me recordaba a alguien; quise preguntarle qué sucedía, pero no podía hablar.

Ella acarició mi cabeza y apenas pude sentir sus dedos. Intenté levantarme, moverme, hacer algo, pero no pude. Enseguida, ella habló.

—Estarás bien, Aria. —Entonces, la reconocí, era ella la misma enfermera de Nueva York, Nadia. Abrí los ojos asombrada y escuché algo chocar. El sonido lastimó mis oídos.

—¿Aria? —Mi madre se acercó y la miré. Tenía lágrimas en los ojos y me preguntaba si estaba muriendo—. Todo estará bien —había dicho—. Tu hermano llegará pronto. —¿Mi hermano?, me pregunté, sin embargo, el doctor entró y la obligó a salir.

Mi madre pegaba patadas e intentaba volver, pero no pudo.

¿Estaba muriendo?

No lo sabía, aun así, no había otro remedio más que esperar. Esperar a que el viento soplara.

—¿Qué sucede? —dije, con la voz adormilada. Sonaba como cuando hablaba través de un vaso de plástico, la voz se devolvía a mí.

—Estuviste inconsciente por dos días; necesitas una transfusión de sangre —empezó a explicar Nadia—. El problema es que tu sangre es O, erre hache negativo, una de las sangres más difíciles de conseguir, y ningún banco de sangre la tiene, tu madre dice que es posible que tu hermano tenga la misma sangre que tú, pero las posibilidades son pocas, y si no encontramos tu sangre… 

«Podrías morir».

Entonces, en ese momento, la obra llegó a su fin. El aplauso del público era uniforme, la música majestuosa y la energía incomparable. Me había inclinado para despedirme, tenía una sonrisa en el rostro, estaban esperando más de mí, los reflectores me iluminaban el rostro con tanta fuerza que todo se oscureció.

Llegó ese momento trágico, mientras el telón bajaba y se oscurecía el escenario: caí en el suelo. Mis ojos estaban desorbitados, lo recuerdo, fue como si mi alma se hubiese desprendido de mí. Estaba ahí, todos se acercaron, todos me cubrían. Recuerdo a alguien llamar mi nombre varias veces, supongo que era la señora Baruch. Luego, escuché decir que llamara a emergencias.

Las voces sonaban lejanas, formando un fuerte eco en mi cabeza, que se alejaba lentamente.

—¡Que asombroso y dramático final! —dijo alguien. Me miró mientras mi mente se perdía en el vacío—. ¿Quién podrá superar tal final?

Nadie.

—¡Aria! —Escuché la voz de Liam gritar. Quise abrir los ojos, pero no lo logré. Las sirenas sonaban tan rápido que tan solo pude escucharme a mí misma y el rebote de las alarmas en mi interior. Intenté abrir los ojos, lo intenté, pero no lo logré. 

—¡Debes resistir! —dijo un hombre. Podía escuchar su voz lejana gritándome. Sentí un leve dolor en el pecho—. Aria, ¡quédate conmigo! ¡Aria!

No tenía noción de nada, aun así, estaba segura que mi inconsciente había guardado toda aquella información de mi alrededor. Había escuchado otra voz que estaba más cerca de mí.

—¡Necesitamos que la traigas de nuevo!

¿De nuevo?

Era posible que cada una de las cosas que había sucedido en aquel momento, solo hubieran sido un mal sueño.

No lo fueron.

Fue real. 

Los gritos de mi madre, la voz de Liam a través del pasillo, el llanto de Kenna y la voz de mi padre a mi lado, mientras me dirigían alguna parte que desconocía.

—Aria, linda —había dicho Nadia, quien aún me miraba con esa ternura que me parecía tan familiar—. Tuviste un ataque cardiaco, estuviste inconsciente por varios minutos, pero estás aquí con nosotros. Debes luchar. —Apretó los dientes.

Mi cabeza empezó a dar vueltas. Había una imagen en la pared del frente que no podía enfocar bien, mi visión estaba borrosa. Forcé la vista y observé el cuadro. Era Jesús con su mano extendida.

Detallé el cuadro, sentí mi piel erizarse.

—¿Viviré? —pregunté con mi voz se quebrada.

—Depende de lo que realmente quieras… —dijo Nadia.

Había pasado media hora, el doctor me hacía más análisis y yo solo lo observaba cansada. El mundo me daba vueltas, tantas, que se me hacía complejo mantener los ojos fijos en algo o en alguien; estaban desorbitados.

El doctor había permitido que solo una persona ingresara a la habitación, al parecer mis padres habían sacrificado ese puesto por Kenna. Entró al cuarto con las manos entrelazadas, tenía el rostro rojo y los ojos hinchados. Me pregunté por un instante si tan malo había sido todo.

—¡Hola! «DDD» —susurró ella, mientras caminaba hacia mí.

Hice un esfuerzo por sonreír. Ella se sentó en una silla que estaba a mi lado derecho. Me tomó de la mano y la acarició con lentitud.

—Liam está dormido en la sala de espera, ha estado aquí por dos días, no ha querido ir a casa, así que no quise despertarlo —dijo, mirando hacia la puerta.

—¿Qué ha sucedido? —pregunté y ella exhaló como si hubiese mantenido la respiración por más de cinco minutos.

—Nada que no puedas atravesar —contestó con una sonrisa.

—¿Qué ha sucedido, Kenna? —repetí. Mi voz estaba ronca y apenas podía escucharla.

—Hiciste un gran espectáculo hace dos días, pero al terminar la obra te desmayaste. Sufriste un paro cardiaco que te dejó inconsciente por dos días; luego, el doctor nos dijo que nunca tuviste anemia hemolítica crónica, sino anemia aguda. Pero aún no sabe por qué presentabas esos síntomas. Dijo que tal vez fueron secuelas de tus desórdenes alimenticios, el estrés y la presión. Aún lo están analizando. —Kenna suspiró—. Hay algo más: tu presentación fue la mejor que alguna vez la academia pudo presentar, Baruch envió la cinta que se grabó a un conocido de la Universidad de Nueva York, y pues, te enviaron esto. ―Kenna me dio un sobre que tenía el sello oficial de la Universidad. Se lo devolví.

—No tengo fuerzas para abrirlo, léelo por mí. —Kenna lo abrió y lo leyó en voz alta.

—Señorita Aria Bennet. Es un placer haber visto el video que ha enviado a la Escuela de Artes de la Universidad. Sabemos que usted ha hecho el casting para ingresar a la escuela y nos es un placer anunciarle que la esperamos el próximo año en nuestra institución. — Kenna omitió los saludos y las despedidas, tan solo había llegado al punto, tapándose la boca con asombro—. Aria, lo has logrado —aseguró. Entonces, la miré con lágrimas en los ojos.

—¿Lo logré? —pregunté, mientras la voz se me quebraba; sentía un nudo en la garganta.

—Lo lograste, Aria.

Aún no podía creer lo que Kenna estaba diciendo, ¿en serio había logrado entrar?

Kenna se había retirado de la habitación, ya que el doctor había ordenado descanso. Aún no podía creer que hubiera entrado, pero había algo más: mi familia y Liam. 

Cerré los ojos, un recuerdo fugaz atravesó mi mente. Era Liam, que había entrado a mi habitación y mi inconsciente había captado cada una de las palabras provenientes de su boca

—Tu campo de batalla es mi campo de batalla y el mío, el tuyo. Somos dos campos de batalla destinados a luchar juntos contra el mundo y si eso implica que debamos luchar contra esto, lo haremos, pero no me dejes. —Entonces, me escuché a mí misma respondiéndole:

—¡Lo prometiste, Liam! ¡Prometiste nunca detenerme! Si debía morir, solo tenías que dejarme morir. ¿Por qué me detuviste?

Una parte de mí se negó a abandonar este cuerpo de mala muerte. Una parte de mí estaba ligada a Liam, cuando mi inconsciente lo escuchó, mis recuerdos habían colisionado, formando un torbellino de emociones, que obligaron a mi alma a quedarse estancada en este cuerpo. Tan solo su voz fue la que me trajo de nuevo, lo sé.

Sabía que él era esa otra fuerza que me obligaba a retractarme, ¿de eso se trata la vida?

Siempre había dicho que existía algo en la mente retorcida de los jóvenes, que hacía que el mundo se moviera con violencia. Pero no se trataba de los jóvenes, se trataba de él; él hizo que mi mundo se moviera con violencia, desgarrando mi alma, casi por completo, y obligándome a retractarme de lo que realmente quiero. ¿Es algo que hubiera podido considerar como nuevo? Entonces tenía una beca en la universidad a la que siempre quise ir, pero estaban mi familia y Liam interponiéndose, inclusive la enfermedad que estaba consumiéndome. ¿Qué podía hacer sin sacrificar nada?

Fuera lo que fuera, era ese momento decisivo en el que yo no mandaba, sino mis emociones, y todo eso estaba ligado a él. Pero, como era de esperarse, rompió aquella promesa que alguna vez se había convencido en mantener.

—¿Entonces, Liam Forest…?

—¿Entonces, Aria Bennet…?

—¿Realmente crees mantener la promesa?

—Te prometo: nunca detenerte.

—No lo prometas —mascullé—… nunca la cumplirías.

 

Tú y yo tenemos que dejarnos ir el uno al otro.

Seguimos aguantando, pero ambos sabemos que lo que parecía una buena idea se ha convertido en un campo de batalla.

La paz llegará cuando uno de nosotros baje el arma. Sé fuerte por nosotros dos, no, por favor, no corras, no corras.

Frente a frente, enfrentamos nuestros miedos, sin armas,

en el campo de batalla.

Nos pareció una buena idea.

No se derramará sangre si ambos salimos ahora.

Sigue siendo difícil apagar el fuego.

Lo que parecía una buena idea se ha convertido

en un campo de batalla.

Los sentimientos están cambiando como la marea.

Y yo pienso demasiado en el futuro.

Lo que parecía una buena idea se ha convertido

en un campo de batalla.

 

—Battlefield

Lea Michele

 

 

PRIMERO QUE NADA, quiero darle las gracias a Dios por darme la oportunidad de publicar este libro y por inspirarme de una forma en la que puedo llegar a mucha gente. También quiero darles las gracias a mis padres, en especial a mi madre, por aguantarme tanto; a mi mejor amiga, Hila Brenes, por ser tan insoportablemente hermosa conmigo; a Pao por inspirarme indirectamente; a Gaby y Karo, por ser tan ellas; y a Joss, quien siempre me apoyó desde antes de escribir este libro. Gracias a todas. También agradezco ese personaje especial que me inspiró demasiado: MR.

Gracias a Natalia Hatt por ayudarme en este proceso de publicación, es un amor como persona y muy talentosa. También a Joselyn, quien se tomó el tiempo para corregir mis horrores ortográficos.

Por último, les estoy infinitamente agradecida a aquellas personas que le dieron una oportunidad a este Libro. No es nada fácil creer en un escritor desconocido, y por eso les debo mucho. Gracias a todos.

 

—Mary Jane

 

Segundo libro de la saga “Battlefield”

 

 

«Liam Forest, el chico popular de la preparatoria, pensaba que esa persona perfecta de la que todos hablaban no existía. Pero cuando conoce a Aria Bennet su vida cambia por completo. Ahora no todo se trata de él, sino de ella. Tanta es su obsesión, que está dispuesto a tocar fondo, si es necesario.

Irreflexivo. Obsesivo. Perfecto».

 

 

 

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