Barcelona

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EL PARALELO Y MÁS ALLÁ

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EL PARALELO Y MÁS ALLÁ

El Paralelo es, entre otras cosas, la arteria del cachondeo barcelonés. A finales del siglo XVIII, monsieur Pierre François André Méchain —que murió de la fiebre amarilla en Castellón de la Plana — fijó la posición de Barcelona: le salieron 41º 23’ 2,5" latitud norte y su ideal rayita la hizo pasar por donde hoy discurre el Paralelo, la vía a la que en el nomenclátor oficial llaman del Marqués del Duero. El astrónomo Méchain descubrió once cometas, determinó la diferencia de longitud entre París y Greenwich, midió el arco de meridiano que va de Rosas hasta Barcelona y fue encarcelado por el gobierno español; los astrónomos han sido siempre medio masones y descarados.

El meollo más follonero y bullicioso del barrio quizá pudiera situarse en la placita que forman el Paralelo y la calle Nueva al encontrarse; la gente le dice el Peñón y es latitud viva y efervescente durante las veinticuatro horas del día. Cervantes pudo haberlo incluido, de existir en su tiempo, en la nómina de los solares de la ilustre golfemia: los Percheles de Málaga, el Compás de Sevilla, el Potro de Córdoba, etc. El Paralelo no es ya el que fue; ahora la gente es como más aburrida y, por la derecha, tiende a tecnócrata y, por la izquierda, a contestataria; quizá sean las gabelas que exige la civilización.

El Molino es el último teatro del mundo en el que la farsa, saltando las candilejas, se prolonga en el respetable y saca chispas de la cazuela, y es también el precursor, en España, del happening; allí todo el mundo se divierte y hace lo que le da la gana y los cómicos del tablado y los espectadores del patio de butacas, de los palcos y del paraíso — aquéllos mientras actúan y estos otros mientras soplan su copeja de anís—, dialogan, se insultan, se piropean y lo pasan divinamente y a cual mejor. Al transformista que canta El Relicario y copia a Raquel Meller en el vestido, en el ademán y en la voz, le grita un jebo murciano "¡zape!", y el imitador de estrellas, con su mejor sonrisa y su voz de flauta, le responde: "¡No me decías eso anoche, pichón!" María Yáñez, Bella Dorita, fue durante años y años la reina indiscutible del Molino, con su planta pidiendo guerra, sus facciones picarescas, su voz canalla y su repertorio de doble y aun triple intención y muchos puntos suspensivos... ¡A mí me gusta lamer...! ¡la Merle Oberon...! Bella Dorita fue una bataclana insigne capaz de merendarse lo que le echasen. El Paralelo termina en la plaza de España; a la izquierda y subido en su loma se alza el aparatoso palacio Nacional; por fuera es demasiado grandilocuente y poco simpático, pero por dentro es ya otra cosa. El palacio Nacional alberga el museo de Arte de Cataluña, que guarda — entre otras riquezas — la Virgen de los Concellers de Lluis Dalmau, toda una sala dedicada a Jaume Huguet y a sus discípulos, los Vergós, y múltiples frescos románicos y tallas medievales de tanto mérito como hermosura.

El Pueblo Español se apoya en la avenida del Marqués de Comilla; su construcción fue dirigida por Xavier Nogués y Miguel Utrillo, quienes acertaron en su empeño y consiguieron hacer realidad la paradoja de un pastiche no exento de nobleza. Al Pueblo se entra por la puerta de San Vicente, de Ávila —vamos, por su exacta réplica—, que da a un pórtico castellano y al cacereño palacio de los Golfines; el ayuntamiento copia el del turolense pueblo de Valderrobles y, a un lado y a otro, lucen las casas alquecereñas, sangüesinas, arandinas, burguesas, navalcarnereñas, gradenses y montblanquenses. A estribor del ayuntamiento se sube, por las gradas compostelanas, a la plaza de la iglesia mudéjar de Alcañiz, con su campanario utebero y refulgente. Detrás de la iglesia queda el barrio andaluz, con su plazoleta de la Hermandad y, siguiendo adelante, se llega al barrio catalán, en el que lucen las italianizantes logias mallorquinas y el barroco caserío valenciano; la fuente que hay en el centro de la plaza de la Fuente está hecha con piedra arenisca roja de Prades y, al fondo y como protegiéndola, vigila el románico y tarreguense palacio de los marqueses de la Floresta.

El amanuense vuelve a la plaza de España, por la que ya anduvo, y a mano contraria, quiere decirse a la derecha, se topa con la plaza de toros que dicen las Arenas; da a las calles de Cortes — hoy avenida de José Antonio Primo de Rivera—, Tarragona, Diputación y Llansá; fue la segunda plaza de la ciudad condal, después de la que hubo en la Barceloneta, cuyo público, cuando los toros salían mansos, quemaba conventos y mataba frailes. Esto sucedió hace ya cerca de siglo y medio, en el 1835, y dio pie a unas coplillas que terminaban diciendo: van sortir sis bous / qui van ser dolents. / Això va ser causa / de cremar els convents. La plaza de las Arenas es de estilo árabe — digamos árabe — y obra del arquitecto Font y Carreras. Fue inaugurada el 29 de junio de 1900, lidiándose ocho toros del duque de Veragua; los dos primeros fueron rejoneados por don Mariano Ledesma y don Isidro Grané (a los caballeros no es costumbre apearles el tratamiento) y los seis restantes fueron muertos a estoque por don Luis Mazzantini (a quien se le mantiene el don porque fue concejal del la villa y corte), Antonio de Dios, Conejito, uno de los toreros más zurrados de la historia, y Antonio Montes, a quien asesinó el toro Matajaca, de Tepayahualco, en Méjico, y siete años más tarde. El toro que rompió plaza en las Arenas se llamaba Querencioso y era castaño salpicado. Hoy —¡quién te ha visto y quién te ve! — la plaza de toros de las Arenas se usa para dar charlotadas, combates de boxeo o de lucha libre americana y recitales de canciones modernas.

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