Ballerina

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ACTO I » 5

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—Vamos, Kat, a nosotros no puedes engañarnos. Has dejado de ir a ensayar al amanecer estas dos últimas semanas, justo cuando el estreno está tan cerca. ¿Qué te está sucediendo?

—Basta, Nastia, todo está igual que siempre. Franz y yo hemos decidido ser más benévolos con nosotros mismos, eso es todo —mintió descaradamente.

—Oye, oye, a mí no me metas, que yo jamás he venido a ensayar tan temprano. Un bailarín necesita tener un cutis espléndido y debe descansar. —Su amigo bromeaba mientras removía la taza de té en casa de Anastasia. Era sábado por la tarde, y los tres decidieron quedar para pasar una tarde relajada fuera del ambiente del ballet. En casa de Kat, aquello era inimaginable, pues el padre de la bailarina apenas los dejaba solos y los trataba como niños pequeños, dejándoles poco espacio.

—Yo creo que tiene más que ver con que Tanya acude todas las mañanas a esa hora a ensayar para pelotear a los coreógrafos. ¡Puagg!, se me revuelve el estómago solo de pensarlo. —Afortunadamente, ninguno de los dos se había percatado de los sentimientos que Kat estaba comenzando a albergar por Aleksei. Desde aquella mañana en la que bailaron El Danubio azul, lo había estado evitando. Solo asistía a los ensayos, como todos los demás, sin ser la misma de siempre, exigiendo eficacia y pulcritud, sin sobresalir, perdiendo su esencia.

—Mira, mejor así, cariño. Todo está saliendo a las mil maravillas; nuestra compenetración ha vuelto, y permíteme deciros que casi todo gracias a mí. —Ya estaba Franz haciendo gala de su vanidad. Kat, simplemente, sonrió, sin negarlo ni aprobar lo que acababa de decir. Él pensaba que su conexión había regresado, ya que ella dejó de empeñarse en ensayar durante horas. Aceptó que la magia que creaban juntos había desaparecido. No es que lo hiciesen mal, pues incluso los coreógrafos estaban muy orgullosos de su trabajo; sin embargo, habían dejado de brillar como antes.

Anastasia se burló de él, y ambos simularon una pequeña pelea ante la tímida Katerina, que ese día estaba más retraída que nunca. Continuó analizando lo que sentía por Aleksei. No era simple admiración, como le había pasado al conocer a Sergey. Cuando él se acercaba a las chicas a enseñarles algo, las rozaba y coqueteaban; ella tenía que apartar la mirada, pues algo la irritaba por dentro. Si se acercaba a Tanya, era peor —consecuencia del odio mutuo—, y apenas lo toleraba. Y si, finalmente, era ella la elegida, con la que decidía dar ejemplo y bailar para enseñarlo al resto de la compañía; simplemente se deshacía en sus brazos. Le temblaban las piernas y sentía tanta felicidad en el pecho que podía levitar como nunca. Recordó, entonces, el día anterior, en el que Aleksei había pedido su mano y ella, tímidamente, se la había dado. Pegó la espalda de Kat a su pecho, agarrándola por la cintura con un brazo, mientras que con el otro sostenía su brazo extendido. Inmediatamente sintió que un rubor le calentaba el rostro. Tragó saliva varias veces, deseando aflojar el nudo que se instalaba en su garganta cada vez que él la tocaba. Se movía con Aleksei en un baile suave que estremecía a todos los que los observaban. Al acabar la pieza, se apartó de él temblando de esa emoción mágica que siempre le hacía sentir cada vez que bailaban.

—Yo estoy deseando volver a tener un día libre. Necesito salir un rato y bailar algo que no haya sido compuesto por una persona que vivió en el siglo pasado.

—Y, si además cae alguna muñequita, mejor que mejor, ¿verdad? —Anastasia bromeó con Franz, que comenzó a poner caritas inocentes como si jamás hubiera roto un plato en su vida.

Pasaron el resto de la tarde recordando viejas anécdotas de cuando se habían conocido, de su tiempo en la academia, de las trampas que debieron sortear, de los sueños que tenían, los miedos… Jugaron a las cartas, vieron películas y se quedaron dormidos unos en brazos de los otros en el viejo sofá de la sala de estar de Anastasia.

***

Tal y como Franz había pedido días antes, los tres se fueron una noche de fiesta. Kat tuvo que salir a escondidas de su casa, como hacía en muchas ocasiones, pues su padre se negaba en redondo a dejarla salir, a que viviera una juventud que se le escaparía de las manos si no hacía locuras pequeñas como esa.

—¿Preparada? —Su amigo y compañero de baile le tendió la mano para ayudarla a subirse al coche. Condujeron a una hora de allí para que nadie pudiera irse de la lengua y acusarlos de no cumplir con su trabajo. Llegaron a una de las discotecas de moda de la zona y bailaron todos los éxitos del momento completamente desatados. Franz vio a una rubia muy entregada en el baile, a por la que, casi inmediatamente, fue, como si de una presa se tratase. Nastia y ella siguieron bailando hasta que Anastasia se vio atrapada en los brazos de un chico moreno, más alto que ella, que le gustó nada más verlo. Kat se quedó, entonces, sola, por poco tiempo. Un chico de ojos azules se acercó a ella, coquetearon, bailaron, se rozaron y se dejaron llevar, embriagados entre la música el alcohol.

Dos horas después, Franz regresó junto a sus amigas, que estaban más que entretenidas. A Nastia el chico terminó aburriéndola, así que estaba tan sola como su amigo. Sin embargo, Katerina estaba disfrutando de aquel chico que no la conocía, que no le exigía que dejase de comportarse como una adulta, que la hacía olvidarse de los ojos verdes que cada día la perturbaban…

—Kat, ¿nos vamos ya? —Miró a su amigo con pena, pues se estaba divirtiendo como hacía semanas no lo hacía. Aquel chico no sería el primero con el que se iría a pasar la noche para luego retomar su vida. A pesar del férreo control de su padre, siempre había encontrado tiempo y, sobre todo, formas de salir con chicos. Franz comprendió el mensaje, y los cuatro se subieron al vehículo del conductor. Katerina no se despegaba de los labios de aquel chico, que la transportaba a otra dimensión. Franz dejó a Nastia en su casa y después fueron a su casa. Miró a su amiga, levantando la ceja en señal de «disfruta, ya que yo no puedo», y se fue al sótano, donde tenía un sofá menos cómodo, pero que permitiría la suficiente intimidad a su amiga y al chico que la arrastraba escaleras arriba.

***

Unas horas más tarde, Katerina se levantó, miró al chico que la había hecho sentirse muy bien y satisfecha, y bajó con los zapatos en la mano.

—Espero que haya merecido la pena —comentó Franz, removiendo su tercer café. Aquel sofá había sido una verdadera pesadilla y no lo había dejado descansar en absoluto. Kat le sonrió, pícara, antes de coger su taza de café y apurar su contenido.

—Gracias, te debo una —le contestó ella, y le dio un beso en la mejilla.

—Si no te quisiera tanto, jamás dejaría que te follases a extraños en mi casa. ¿Y ahora, qué?, ¿le digo que te has tenido que ir o por lo menos has tenido la decencia de despedirte? —A juzgar por la mirada de Kat, llegó a la conclusión de siempre: se escabullía sin decirle adiós al rollo de una noche. Ella volvió a darle un beso y, antes de irse, él fue todo lo sincero que siempre se habían prometido ser uno con otro—. A veces es difícil reconocerte: pasas de ser la bailarina que se autoexige, disciplinada y responsable, a una simple chica que disfruta de la vida. Esa otra cara deberías enseñarla un poco más.

Katerina se giró al escuchar las hirientes pero ciertas palabras de su mejor amigo, ni ella misma era capaz de reconocerse en ocasiones. Desde pequeña le habían inculcado el espíritu trabajador, el ser responsable, tener una vida controlada, pero, cuando odiaba ser esa chica a la que todos parecían adorar, salía el otro aspecto de Kat: la chica rebelde que se llevaba a la cama al chico que le gustaba. Ella se defendía diciendo que era pura necesidad física, que el sexo la relajaba y la hacía sentir bien. Quien bien la conocía sabía que esa Kat era la que ocultaba bajo capas de responsabilidad y de sacrificio. Esa que reía a carcajadas haciendo un ruidito extraño, la desinhibida, fresca, espontánea, natural… era la verdadera chica que soñaba con ser bailarina.

—Gracias. —No pudo contestar nada más. Sabía que Franz podía llegar a ser brutalmente honesto, herirla incluso, pero siempre lo hacía para ayudarla, lo que no impedía que el nudo de la garganta le apretase y las lágrimas quisieran aflorar. Le guiñó un ojo antes de irse en su coche a casa, que, afortunadamente, estaba a diez minutos de allí.

Mientras se duchaba, pensó que no podía dejar de ser ella, ni faltar a su propio compromiso de asistir cada día a ensayar antes de que todos llegasen, por el mero hecho de que Tanya estuviese allí también. Por ello, aquella mañana cogió la mochila y llegó al tiempo que Irina abría la puerta.

—Estos días te he echado en falta, mi niña. Tu compañera no es tan agradable como tú. —Kat le dedicó una tierna sonrisa y, tras darle un beso en la mejilla, subió las escaleras hacia la sala de ensayo. Se cambió de ropa y, después de subirse a las puntas, entró en la aún semioscura sala. Hizo barra un buen rato, practicando concentrada en sus propios movimientos, hasta que sintió una presencia a su espalda. Contuvo el aliento por un momento y, cuando tuvo el suficiente coraje de ver a Aleksei a solas de nuevo, como aquel día, se dio la vuelta.

—Ho… —Pero estaba sola. Se acercó a la puerta, que permanecía abierta, y con la música de La Bella Durmiente de fondo, encontró una flor y una nota en el suelo. Se agachó y, tras coger la flor, inspiró su olor profundamente. Se trataba de una campánula blanca, clásica de aquella zona. Katerina no sabía cómo, pero había adivinado que era su flor preferida de aquel lugar. En la casa de campo que tenían en la ciudad que vio nacer a Kat, contaban con un invernadero donde crecían flores de todos los tipos y tamaños. Su madre empezó con él, y ella había seguido con esa tradición. Por suerte, disponían de gente del servicio que se ocupaba de la casa, y el mayordomo se encargaba de cuidar sus plantas muy a pesar de su padre. Él odiaba aquel lugar y solamente iban cuando Kat se empeñaba mucho en hacerlo, cuando la nostalgia era tan dolorosa que necesitaba visitar aquel sitio tanto como respirar. Guardaba recuerdos tan maravillosos de aquel lugar que, de vez en cuando, deseaba volver para sentir de nuevo el amor que se había vivido en la casa, pues el ambiente aún estaba impregnado de él. Miró la nota del suelo, la leyó, y la sorpresa asomó a sus ojos.

He echado de menos verte cada mañana acudir a ensayar antes de que nadie lo hiciese. Confieso que, si he venido tan temprano, era con un solo objetivo: poder volver a bailar contigo como aquella mañana en la que El Danubio azul nos hizo soñar con ser los príncipes de la corte imperial en un baile de invierno.

Aleksei

A Kat se le paró el corazón en aquel momento; evocó los momentos en los que había bailado junto a Aleksei y, llevando la mano a su pecho, donde el corazón latía frenético, cerró los ojos. En su trayectoria como bailarina, había bailado con muchos compañeros; con algunos había congeniado a las mil maravillas, como Franz; con otros se había limitado a hacer su trabajo y se había bajado del escenario insatisfecha. Sin embargo, desde que las manos de Aleksei se posaron en el cuerpo de Katerina, la conexión apareció súbitamente, como si hubieran estado bailando durante años, con la compenetración exacta, derrochando magia a cada paso. Ni siquiera otros brazos la habían ayudado a sacar de su mente al coreógrafo por el que estaba sintiendo algo fuerte. ¡Maldición!

—Puedo ayudarte a volar si se te ha olvidado cómo hacerlo. —Alzó la vista, y allí estaba el hombre que la hacía sentirse como una loca adolescente, con las mejillas sonrojadas; era incapaz de mirarlo a los ojos, puesto que se notaría lo colada que estaba ya por él. Y, como siempre, hicieron lo que mejor se les daba: bailar.

Aleksei le ofreció su mano, que ella, encantada, tomó y, con la música del cuento de hadas de fondo, danzaron sin importarles dónde se encontraban o si alguien estaba vigilante de sus movimientos. En aquel instante, como en todos los anteriores que habían bailado juntos, el tiempo se detenía y flotaban ligeros como plumas, únicamente sintiendo la belleza de la música, que los llevaba de un lugar a otro sin seguir ninguna directriz. Simplemente, se dejaban llevar como en un sueño. Cuando la música cesó, Aleksei se detuvo mirando fascinado a la primera bailarina de la compañía, que despertaba en él sentimientos tan contradictorios como nuevos. Katerina era una auténtica estrella, pero algo le decía que podía ser fugaz si no apartaba de ella todas las losas que llevaba a cuestas. Ella dejó de sentir ese pudor al mirarlo mientras bailaba siguiendo sus instintos, que la llevaban a volar por el aire.

—Sé que es aquí donde quieres estar porque te hace feliz, pero, cuando te bajas de esas puntas, debes serlo también. Alguien como tú se merece todos los sueños que estén más allá de su alcance. Tienes talento natural, puedes inspirarte en grandes leyendas de la danza para ser una grande, pero al final del día con quien podrás contar es con la gente que está a tu alrededor, la que te conoce, la que estará a tu lado cuando lo necesites. Empieza a ser feliz con ellos, Kat.

Y, de pronto, la bailarina se dio cuenta de que, sin apenas haber cruzado dos palabras con él, la conocía. No sabía con quién habría hablado, pero el caso era que sabía cómo se sentía y, entonces, la coraza volvió a surgir. Esta vez bastante molesta, dio un paso atrás y fue hacia el reproductor de música para proseguir con su ensayo hasta que llegasen los demás. Dio al botón del play y siguió a lo suyo, como si él no se encontrase aún allí. Aleksei no se rindió y paró la música. Kat no quería enfrentarse a él, por lo que siguió danzando sin ninguna melodía.

—Disculpa si te he hecho sentir intimidada, solo te digo la verdad. —La bailarina se dio la vuelta enfrentando al coreógrafo. La mirada de la joven era de pura rabia y sufrimiento al mismo tiempo, de vergüenza porque él veía la realidad de ella con tanta facilidad. Aleksei se sintió miserable, pero ya era hora de que alguien le dijera cómo eran las cosas, antes de que se sumiera en la más absoluta desesperación.

—Con todos mis respetos, no sé quién se cree para hablarme de ese modo, como si me conociera de algo. Únicamente es uno de mis coreógrafos; aprecio sus bonitas palabras, pero no necesito de sus cuidados para saber qué debo hacer con mi vida.

—No quería que pareciese eso, Kat; es solo… —Su nombre en diminutivo en sus labios le provocó un escalofrío demasiado intenso como para aguantar más tiempo en la misma sala que él.

—No me llames así, no eres mi amigo. Seamos profesionales. —Recogió la chaqueta de lana que había tirado al suelo antes de empezar a ensayar y pasó por el lado de Aleksei, que fue más rápido que ella y la detuvo, agarrándola por el antebrazo.

—Katerina, yo… —Se miraron como si se vieran por primera vez, y el único sonido que se escuchaba era el de los latidos de ambos corazones, que parecían haberse puesto de acuerdo para hacerlo al mismo ritmo. El miedo en los ojos de Kat, el deseo en los de Aleksei, y en ambos un atisbo de incertidumbre y felicidad inexplicable.

—¿Y esta flor? —La pregunta de Tanya fue lo que los devolvió a la realidad y los separó abruptamente; de hecho fue Kat la que lo hizo. No miró a la segunda bailarina en ningún momento mientras dejaba la sala. Dio unos pasos hacia atrás sin dejar de observar al coreógrafo, que tampoco apartaba su vista de ella. Tantas emociones se quedaron en el aire que impregnaban el ambiente de un espíritu romántico. Cogió la nota y la flor y volvió a mirar una vez más a Aleksei. Ninguno de los dos se percató de la presencia de Tanya; era como si estuvieran unidos por un hilo que, irremediablemente, los atraía uno al otro, pero del que no debían cogerse, pues su futuro era más bien incierto.

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