Ballerina

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ACTO III » 18

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El público, entregado, los obligó a permanecer saludando varios minutos, que a Kat se le hicieron una eternidad. Nunca pensó que su debut como protagonista en la obra con la que soñaba desde niña se convertiría en una noche tan angustiosa y a la vez especial. Respiraba nerviosa, tratando de controlar sus piernas, que deseaban salir corriendo a ver a su amigo. Fingía una sonrisa con miedo, miedo a que Franz no volviese a bailar, a que aquello pudiera hundirlo. Aleksei notaba su inquietud, pero ante todo estaba el público, el respeto que les merecía, y tiraba de ella con disimulo para que se quedase a saludar hasta que el telón se bajase del todo. Una vez eso sucedió, corrió hacia el camerino donde estaba Franz; al llegar a la puerta, vio a Sergey con algunos compañeros, esperando. Anastasia iba tras ella, con el rostro igual de pálido. Kat sintió su presencia, a su espalda y en su mano, cuando se aferró a ella como si se tratase de un náufrago que se agarra a una tabla salvavidas. Se giró y tuvo que hacer un esfuerzo titánico por no echarse a llorar. Si alguien comprendía la importancia de una lesión para un bailarín profesional eran las personas que se concentraban ante esa maldita puerta que no se abría.

—Kat, ¿y si…? —No pudo finalizar la frase. Katerina la asió por el cuello, rodeándola con el brazo y con la cabeza apoyada en la de su amiga. No quería ni oír hablar de la posibilidad. Cuando los padres de Franz fallecieron, su amigo se convirtió en un ser despreciable y egoísta al que costó mucho sacar adelante, ayudarlo; solo la obsesión por la danza y el reto personal lo fueron sacando de ese letargo en el que él solo se había sumido.

Aleksei llegó un momento después. Permaneció impertérrito ante la estampa de la prima ballerina y su amiga, abrazadas, completamente asustadas, sosteniéndose una a la otra. Diez minutos después, un enfermero y un médico sacaban a un Franz dormido en una camilla. Sus amigas quisieron acercarse, pero no las dejaron; solo le dijeron a Sergey que lo llevaban al hospital para seguir evaluando la lesión detenidamente.

—Iremos en mi coche. —El coreógrafo y amigo de Katerina la miró, lo que le facilitó el mal trago. Ella asintió con la cabeza y fue detrás de él, sin mirar siquiera a Aleksei, que continuaba acompañándola en silencio. En parte, entendía su preocupación por su amigo, aunque un resquicio de celos asomaba, pues, por otra parte, no llegaba a gustarle esa relación. El principio del fin de su relación con Marie había comenzado por culpa de su compañero Johannes, violinista como ella. Al principio, solo le hablaba de él de pasada, comentaba cómo Johannes la ayudaba en alguna parte en la que se atascaba con la partitura, en cómo la animaba cuando el director les exigía sobremanera… hasta que el tono fue cambiando y pasó a hablarle de lo divertido que era, lo mucho que la hacía reír, cómo le llevaba el café cada mañana… Él había sido un completo ignorante y había confiado ciegamente en ella; nunca hubiese esperado que todo aquello fueran señales de que Marie se estaba enamorando de su compañero, de que ya había dejado de mirar a Aleksei y de que había virado, en el sentido opuesto, hacia el violinista, con el que compartía más horas que con su propio novio.

Cabizbajo, volvió a él esa terrible sensación de estar perdiendo algo por lo que había apostado con todas sus ganas, donde había puesto la misma alma y, tras cambiarse de ropa, se marchó a casa sin querer celebrar nada. Algunos compañeros se fueron a cenar y a tomarse unas copas para celebrar el apoteósico éxito; él, simplemente, recibió el acogedor abrazo de Nikolai y de Tatiana al salir del teatro. Aquella noche acudieron al estreno, como a cada obra a la que habían podido asistir. Aleksei sonrió complacido, pero su mirada había cambiado.

—Alek, querido mío, has estado sensacional, pero ¿por qué saliste si eres el coreógrafo? ¿Qué le pasó al otro bailarín? —Quiso saber la dulce Tatiana, que lo trataba como si fuera su propio hijo. El coreógrafo les explicó lo ocurrido, y ellos dos, que entendían perfectamente ese mundo, se llevaron las manos a la boca, pasmados ante la noticia de la lesión.

Nikolai pensó que su semblante se debía a la preocupación por el chico, aunque Tatiana, que, como mujer, tenía un sexto sentido, sospechó que allí estaba ocurriendo algo más. Se marcharon a casa finalmente y, tras una larga charla acompañada de vino caliente, se fueron a la cama. Aleksei se quedó un rato más despierto.

—Alek… —La esposa de Nikolai bajó al salón, donde aún se encontraba el coreógrafo. Eran las dos de la mañana y todavía seguía en la oscuridad de la estancia. Él se giró hacia la voz cuando la escuchó, y fingió una sonrisa. Tatiana se sentó junto a él, cerca del fuego que se había afanado en avivar él mismo para no enfriarse.

—¿Qué haces levantada?

—¿Y tú, muchacho? No son horas de estar despierto, sobre todo después de la actuación de esta noche y de todos los ensayos a los que te has sometido estas semanas. Necesitas descansar. —Él asintió con la cabeza, pensativo.

—Aunque algo me dice que tu mente está más cansada que tu cuerpo. Ha sucedido algo que no nos has contado, ¿me equivoco? —Aleksei no podía ocultarle nada, aquella mujer, que lo había recibido años atrás con los brazos abiertos, lo conocía muy bien.

—La vida, Tatiana, que a veces no es lo que nosotros esperamos o deseamos.

—Bueno, no sé si ponerse filosófico a estas horas es lo más recomendable, pero vamos allá. Háblame de ella. —La penumbra, apenas iluminada por las llamas del fuego, les dio aún más intimidad para expresarse sin rodeos.

—No sé, Tatiana, quizá solo sea que estoy cansado, pero empiezo a estar harto de muchas cosas. —Ella posó una mano sobre la de él, que descansaba en las piernas, para así darle ánimos a continuar—. Me siento agotado, tan cansado de ser el que primero da el paso, el que siempre está ahí para los demás, el que se desvive por el resto, y de no recibir en la misma medida…

—¿Y ese resto cómo se llama? —La anciana sabía que estaba hablando de una chica, pues ya había sospechado que alguien lo estaba encandilando de nuevo. Tras la ruptura con Marie, se había quedado tan destrozado que temió no volver a ver esa sonrisa, que apareció una vez que había empezado el trabajo como coreógrafo en el teatro.

—No es tan importante el nombre como lo que estoy sintiendo. Creo que he cometido un error y me he enamorado como un tonto, sin medir las consecuencias, entregándome por entero sin acabar de estar muy seguro de si ella verdaderamente siente lo mismo. Yo solo he estado enamorado una vez, de Marie, pero no es comparable. No sé, estoy hecho un lío… —Escondió la cara entre las manos, apoyadas en las piernas, y se derrumbó al haber expresado en voz alta lo que colapsaba su mente. Tatiana acarició su espalda con mimo, queriendo imprimir, en esa tenue caricia, un bálsamo a los miedos que acechaban al pobre Aleksei.

—Querido niño, la historia con Marie te dejó destrozado, lo sé, pero te voy a decir algo que nunca antes te he dicho. —Se irguió de nuevo y miró el rostro de Tatiana, más adivinándolo que viéndolo realmente—. Te aferraste demasiado a esa historia, nunca creí que de veras te enamorarías como te ha sucedido ahora, con quien quiera que sea. Jamás vi en tus ojos el brillo que desprenden desde que empezaste a trabajar en el teatro. La ruptura con Marie te afectó mucho, no porque perdieras a alguien que amaras más que a ti mismo, sino porque erais la combinación perfecta y su huida te supuso romper con algo que te resultaba sencillo y cómodo.

Aleksei lo miraba callado, meditando sus palabras, que le caían como un cubo de agua helada. Siempre se dijo que Marie había sido el amor de su vida; ambos pertenecían a ese mundo artístico, ambos comprendían perfectamente los sacrificios que su trabajo acarreaba, la exigencia, la distancia, que muchas veces los había separado… Sin embargo, con el tiempo, la idea de que quizá su historia no había sido para tanto apareció alguna vez. Y ahora, que Tatiana corroboraba sus palabras, se asustó al darse cuenta de que nunca antes había estado enamorado como hasta ahora. La noche del estreno, en el que la chica de la que se había enamorado hasta la médula había triunfado estrepitosamente, se la había pasado delante del fuego con un vino caliente en la mano, recuerdos y una charla interesante sobre sus sentimientos, mientras que ella estaba en una sala de hospital.

—¿Desde cuándo eres tan sabia? —le preguntó Aleksei, aún más confundido que cuando habían empezado a hablar. Tatiana se rio y le dio una abrazo intenso, de esos que te encogen el corazón y te hacen sentir deseos de acurrucarte con esa persona, respirar hondo y sentir ese momento de paz.

—Desde que conozco tu interior mejor que tú mismo.

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