Baby doll

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Epílogo. Lily

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Epílogo. LYLY

El vestuario estaba vacío y Lily entró. Los nervios se le acumulaban y quería soledad; confiaba en que pasar un rato a solas le serviría para tranquilizarse. Las demás chicas no tardarían en llegar y necesitaba un tiempo para mentalizarse. Se sentó en uno de los bancos y se quitó el jersey y los vaqueros. Se puso los pantalones cortos azules y la camiseta de tirantes y empezó a dar saltos para desentumecer los músculos. Había llegado por fin la primera carrera de la temporada. Y aún le costaba creerse que hubiera llegado tan lejos.

Abby se había mostrado implacable en su campaña para reincorporar a Lily a los estudios. La llegada de Lily al campus había causado un auténtico revuelo. Los reporteros habían acampado para conseguir entrevistas. Ofrecían dinero a los estudiantes para sobornarlos con la esperanza de que entablaran amistad con la famosa Lily Riser y les proporcionaran una primicia. Incluso le asignaron un guardaespaldas durante la primera semana. Pero cuando llevaba ya un mes de semestre, Lily perdió interés como noticia y se convirtió en una estudiante más. Y ahora allí estaba, en los vestuarios, preparándose para correr en el primer encuentro de atletismo del semestre.

Cuando se planteó incorporarse al equipo, pensó que era un vejestorio. Superaba en al menos cuatro años a la mayoría de las chicas. Era madre. Había media docena de excusas para no hacerlo. Pero Abby volvió a echarle la bronca.

«Vamos, Lilypad, no irás a rajarte ahora con esto. Pruébalo y a ver qué pasa».

Lily se había presentado a las pruebas de acceso en el último minuto y lo había dado todo. Había conseguido acabar con el segundo mejor tiempo. Ver su nombre en la pizarra, comprender que había conseguido entrar en el equipo, fue uno de los mayores logros de su vida.

—Hola, Riser, me han pedido que te dé esto.

Heather, una compañera de equipo, acababa de entrar con un ramo de girasoles. Lily sonrió, cogió el ramo y leyó la tarjeta que lo acompañaba.

«Cuanto más rápido corras, más rápido me verás. Todo el mundo sale ganando. Con amor, Scott».

Lily se echó a reír. Heather sonrió y le dio un golpe con la cadera, en broma, de camino hacia su taquilla.

—Me parece que alguien anda coladito por ti.

Lily sonrió y se ruborizo. Guardó el ramo en la taquilla antes de que las demás compañeras de equipo, que ya empezaban a llegar, se sumaran a las bromas. Acabó de vestirse.

Si alguien le hubiera dicho a Lily que encontraría el amor, habría dicho que era imposible. Estaba centrada en ser una buena madre para Sky, en ayudar a Wes con David, en pasar el máximo tiempo posible con Abby. Además de hacer malabarismos con toda la carga de trabajo de las clases y los entrenamientos de atletismo.

Pero entonces, un día, el profesor de Literatura de la Revolución norteamericana les encargó un trabajo por parejas. El trabajo consistía en redactar un documento de doce páginas y hacer una presentación, que podían ser transparencias, un vídeo o una conferencia. A Lily no le gustaban nada los trabajos por parejas. Se esforzó en pensar alguna excusa adecuada para eludir el trabajo. El público seguía obsesionado con su caso. Querían conocer detalles íntimos de su vida, qué hacía, cómo vestía, qué comía y en qué pensaba. La obsesión de la gente la volvía loca. Y podía adivinar perfectamente las preguntas que a buen seguro le formularía la pareja de trabajo que le correspondiera: ¿Con qué frecuencia la violaba Rick? ¿Abusó también de Sky? ¿Lo echaba de menos? ¿Estaba enfadada con su hermana por haberlo matado? Era una curiosidad que no alcanzaba a comprender. Pero sabía también que el profesor no era uno de esos tipos cariñosos y preocupados por la vida personal de sus alumnos y que necesitaba un excelente en aquella asignatura para conservar la beca. Y así fue como se encontró emparejada con Scott Sandoval.

«Lily es un nombre muy bonito», le dijo cuando ella se presentó. Lily contuvo la respiración a la espera de ese momento de reconocimiento de la famosa Lily Riser. Todo el mundo conocía a Lily Riser, por lo visto, excepto Scott Sandoval. Luego, Scott le contó a Lily que tenía veintitrés años. Se había enrolado en el ejército con dieciocho y había estado destacado en dos ocasiones en Afganistán. Le había explicado a Lily que aquella clase también era muy importante para él y que tenían que empezar a trabajar.

Lily intentó concentrarse en el proyecto. Pero, sin quererlo, empezó a sentirse atraída por Scott. No solo porque era guapo: piel aceitunada, cabello negro azabache, ojos color avellana y unos hoyuelos que le iluminaban el rostro cuando sonreía. Sino porque además era muy afable y nunca estaba serio. Decía que el sentido del humor era lo que le había ayudado a superar el combate y que sería también lo que le ayudaría a superar la universidad. Se pasaba las sesiones de estudio haciendo imitaciones de los profesores y de los compañeros de clase y, cuando agotaba el repertorio, hacía imitaciones improvisadas de famosos. Cuando terminaban, a Lily le dolía el estómago de tanto reír. Lily solo se sentía incómoda cuando Scott le preguntaba por ella. Le había explicado que se había tomado un tiempo libre en la vida para comprender qué quería hacer cuando fuese mayor. Lo cual no era ninguna mentira. No exactamente. Simplemente había omitido la verdad.

Finalizaron el trabajo con casi una semana de antelación y estaban tonteando en el edificio del sindicato de estudiantes. Scott estaba contándole detalles sobre la última fascinación de su padre: una cría de ardilla que había rescatado.

—De modo que ahora mi padre anda como un loco buscando pañales que le vayan bien de medida a la ardilla, lo cual es mucho más complicado de lo que cabría imaginar. Diríamos que se ha convertido en su obsesión.

Lily había estallado en carcajadas y entonces lo había mirado, él la había mirado, y el mundo se había detenido, ese milisegundo antes de un beso. Lily había olvidado por completo aquel milisegundo hasta ahora. Se había quedado prácticamente sin aliento cuando Scott se había inclinado hacia ella y la había besado. Era distinto a Wes. Mejor. Dulce y tierno…, pero más apasionado. Lily se había apartado, ruborizada. Y había recogido sus cosas, incapaz de creer lo que acababa de suceder.

—No soy una simple estudiante. Tengo una hija. Tiene ocho años. Y me…, me secuestraron cuando tenía dieciséis años. Aquel hombre me retuvo mucho tiempo. Me hizo su prisionera…, y yo…

Se lo contó porque Scott necesitaba saberlo, pero también porque quería asustarlo y que se fuera. Sería fácil. ¿A qué hombre le interesaba la mercancía en mal estado?

—Sé quién eres, Lily.

Lily se había quedado mirándolo como si tuviera de repente tres cabezas.

—¿Lo sabes?

—Lo sé.

No podía creerse que Scott supiera quién era.

—Nunca me has preguntado nada. En ningún momento has mencionado nada sobre mi pasado.

—Quería conocerte. Tú no eres esa persona que sale en la tele ni la víctima en que te han convertido. Yo tengo también mis propios problemas. Cosas sobre las que no me gusta hablar, la verdad. Da igual quién fueses o lo que pasara entonces. Pero me gusta hacerte reír. Imagino que si me pasara el tiempo sacando a relucir todo lo que has pasado, no estarías partiéndote de la risa.

Lily se había quedado muda. Scott le había cogido las manos y las había retenido entre las suyas.

—Siento mucho haberte besado sin haberte pedido antes permiso. No debería haberlo hecho. Pero me gustas, y quería… Olvídalo. ¿Seguimos con lo que estábamos haciendo? Supongo que aún podemos seguir siendo amigos, ¿no?

No había ni la más mínima malicia en sus ojos, ni rastro de la maldad y la oscuridad que siempre veía en los de Rick. Lily lo había besado entonces una segunda vez. Y, sin darse ni cuenta, se habían vuelto inseparables. Lily había iniciado su primera relación como persona adulta. Y era un territorio completamente nuevo e inexplorado para ella. Si cuando estaban juntos Scott se quedaba callado, ella se preocupaba. ¿Habría hecho alguna cosa mal? ¿Estaría enfadado con ella? ¿Se pondría de mal humor y lo descargaría sobre ella? Scott le aseguraba constantemente que todo iba bien. «Que no llene con conversación todos los momentos que pasamos juntos no quiere decir que esté enfadado. E incluso en el caso de que lo estuviera, aun en el caso de que no estuviera de acuerdo contigo, nunca te haría daño», le había dicho.

Lily deseaba creerlo. Pero eso era más fácil en la teoría que en la práctica. Lily temía, por otro lado, ser incapaz de llevar una relación íntima normal, pero Scott se había mostrado paciente y amable. Eso no significaba que ella no tuviera traumas en lo relacionado con el sexo. Odiaba las luces potentes y no se sentía cómoda con su cuerpo. A veces, se ponía de mal humor y no soportaba que la tocara. La doctora Amari siempre le recordaba que era normal, que simplemente necesitaba espacio. Pero, como con todo lo demás, Scott seguía haciendo gala de una paciencia infinita.

Lily había conocido el verdadero amor. No el enamoramiento de adolescentes. No los conceptos de amor pervertido de Rick. El amor era aquello. Estar en la cama entre los brazos fuertes de Scott. Estudiarse mutuamente tumbados en una manta en el campus, pasar los fines de semana jugando al fútbol con Sky en el parque. Barbacoas en el jardín y mirar las estrellas hasta las tantas de la noche. Y todo el mundo comprendió que aquello iba en serio cuando Lily se lo presentó a Abby. Su hermana le había dado el visto bueno.

—Es guapísimo, Lil. Y con la cabeza sobre los hombros.

Cuando Lily pensaba en el futuro, no tenía ni idea de lo que le depararía. La idea de un matrimonio y más hijos le provocaba ansiedad. Scott reía cuando ella le decía que no estaba segura de estar preparada para un compromiso serio.

—Creo que tenemos tiempo, Lil. Disfrutemos de lo que tenemos ahora. Vivamos el momento.

Vivir el momento no era una actitud fácil para alguien que había pasado años planificando cómo sobrevivir de un día al siguiente, pero Lily estaba decidida a intentarlo.

Se abrió la puerta del vestuario y Lily oyó la voz del entrenador Polk.

—Venga, señoritas, moved el culo. Os quiero a todas en la pista en sesenta segundos.

Las compañeras de equipo de Lily se estaban cambiando, concentradas y en silencio. Lily ya estaba a punto. Lo único que le quedaba pendiente era ponerse la sudadera con el número ocho, en honor a Sky. Examinó su imagen reflejada en el espejo de cuerpo entero. Tenía el pelo un poco más largo y se lo había recogido en una coleta. El rojo se había transformado en un castaño claro. Estaba bronceada, tenía la piel resplandeciente y había ganado casi diez kilos de músculos. Estaba enamorada de todos y cada uno de los gramos que había ganado. No estaba gorda. Estaba fuerte. Sana. Hecha una atleta. Se agachó para subirse los calcetines azules de la suerte y se dirigió hacia la puerta.

La pista estaba llena de deportistas de otras universidades y de entrenadores. Hoy era el primer encuentro de la temporada y reinaba una atmósfera de excitación, los ánimos de amigos y familiares alentando a los atletas.

El entrenador Polk se situó cerca de la línea de salida y el equipo se apiñó a su alrededor.

—Señoritas, recordad que lo que os diferencia del resto es la concentración. Empezad rápido. Acabad primeras. A mí no me importan ni las anteriores clasificaciones ni quién podáis pensar que es mejor que vosotras. Todas habéis entrenado y trabajado para estar donde estáis hoy. Habéis superado lo insuperable.

Heather, la compañera de equipo de Lily, le apretó la mano y Lily sonrió.

—La victoria está aquí. —El entrenador Polk se señaló la cabeza—. Y aquí —prosiguió, señalándose el corazón—. Tenemos más corazón que cualquiera de los demás equipos. No lo olvidéis. A la de tres. Uno. Dos. Tres.

—¡Adelante, Bisontes!

Las chicas chocaron los cinco entre ellas y empezaron a calentar por separado. Por los altavoces, dieron la bienvenida a todo el mundo y Lily se dirigió a la línea de salida, saltando para destensar los músculos. El sol brillaba en el cielo y el ambiente era fresco.

—Vamos, mamá.

Lily reconoció al instante la voz de Sky. Examinó con la mirada el público y localizó a su familia en las gradas. Scott tenía en brazos a Sky, que sujetaba una pancarta donde podía leerse: «¡LA N.º 8 ES MI MAMÁ!». Scott le hizo girar la pancarta, y Lily vio que ponía: «¡LA N.º 8 ES MI NOVIA!». Lily rio a carcajadas, los saludó con la mano y les mandó besos. Vio también a su madre, que sujetaba a David, sus regordetes brazos saludándola con energía. Wes estaba a su lado, y entonces vio a Abby. ¡Abby! Su hermana llevaba una sudadera de Bucknell y estaba radiante. Era increíble. Lily jamás se habría imaginado que pudiera asistir al evento, pero allí estaba, preparada para animar a Lily. Lily sabía lo que significaba aquello, lo difícil que debía de ser para su hermana enfrentarse a las multitudes, al ruido, al escrutinio del público. Pero ver a Abby allí lo era todo para ella.

Lily se llevó la mano al corazón y Abby hizo lo mismo. Solo saber que Abby estaba en las gradas, animándola, le hizo sentirse más fuerte. No sabía cuándo, pero Lily sabía que un día dejarían de estar separadas por médicos y vigilantes. Un día, Abby sería su vecina. Llevarían juntas a los niños al colegio, celebrarían las grandes ocasiones juntas. «Pero hoy es un principio —se dijo—. Hoy es un buen principio».

Lily se obligó a concentrarse. Su mejor carrera eran los cuatrocientos metros lisos e iba a correr la primera. No era la más rápida de las participantes, pero sabía coger velocidad y adelantar a sus oponentes. Lily se dirigió a la línea de salida. Se ajustó los cordones de las zapatillas e intentó mantener un ritmo de respiración regular. Siempre cerraba los ojos antes de empezar a correr, rezaba en silencio una oración de agradecimiento. Inspiró hondo y captó el olor de la hierba recién cortada, el aroma a coco de la crema solar, se tomó su tiempo para recordar el momento. Se oían los murmullos excitados del público, el susurro de las demás corredoras discutiendo estrategias con los entrenadores. Silenció su mente, prestó atención al ritmo firme del corazón. Se oyó entonces la voz del anunciante por los altavoces.

—Corredoras, a sus puestos.

Lily ocupó su posición en la línea de salida y fijó la vista al frente. El silencio se adueñó del público.

«¡Bang!».

El pistoletazo de salida. Lily salió disparada.

Lily percibía a las demás corredoras a su lado, pero las bloqueó. Siguió corriendo, un pie después del otro, los brazos acompañándola rápido, más rápido. Su familia coreaba su nombre y, aunque sabía que era una tontería, tenía la sensación de que el estadio entero estaba animándola.

Lily aceleró, decidida a alcanzar la línea de llegada. Se moría de ganas de abrazar a Abby, de estrechar a Sky y a Scott, de estar rodeada de toda su familia en aquel lugar que tanto quería. Le dolían los pulmones, pero Lily siguió adelante, adelantando corredoras. No sabía si sus esfuerzos serían suficientes para ganar, pero eso era lo de menos. Lily no estaba todavía en plena forma, pero lo estaría. Un día, todas las piezas del rompecabezas volverían a encajar. «Sigue adelante —se dijo, viendo que la línea de meta estaba cada vez más cerca—. Tú sigue adelante».

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