¡BOOM!

¡BOOM!


¡BOOM! 18

Página 26 de 63

¡

B

O

O

M

!

1

8

Los empleados del Señor Lan le levantaron del suelo. Tenía las manos manchadas de sangre, la cara negra y se retorcía del dolor. «¡Mis ojos! ¡Mis ojos! —gritaba furioso—. ¡No puedo ver! ¡No puedo verte, Tercer Tío!». Tercer Tío significaba mucho para este cretino asqueroso y no era de extrañar. La mayoría de los familiares de su generación anterior fueron fusilados y los pocos que sobrevivieron murieron durante los difíciles años que sucedieron después. Solo su tercer tío, que era ajeno al mundo, ocupaba un lugar único en su mente. Los empleados del Señor Lan le metieron en el asiento trasero del Buick. Zhaoxia Fan se sentó con la niña en brazos en el asiento del copiloto. El coche se adentró dando tumbos en la carretera y aceleró hacia el Oeste con el claxon a todo volumen directo a uno grupo de zancudos que se dispersó de forma caótica. A un zancudo apenas le dio tiempo a apartarse y con las prisas se le hundió un zanco en el barro y se cayó de bruces. Varios compañeros suyos saltaron de inmediato hacia él para ayudarle. Este acontecimiento me recordó al Festival de Mediados de Otoño de hacía diez años cuando mi hermana y yo sacamos unos saltamontes que estaban poniendo huevos en mitad de la carretera. En aquel momento mi madre ya había fallecido y mi padre estaba arrestado, lo que nos dejaba huérfanos a mi hermana y a mí. Estábamos yendo a Nanshan para buscar proyectiles de mortero y teníamos la luna plateada subiendo por el Este y el sol rojizo poniéndose por el Oeste. Estábamos hambrientos y desolados. El viento otoñal soplaba y se oía el crepitar de las hojas de los cultivos y el zumbido de los insectos en el prado; todos ellos sonidos muy melancólicos. Mi hermanita y yo levantamos los saltamontes del suelo, que estiraron el abdomen todo lo que pudieron, reunimos hierbas secas, hicimos una hoguera y tiramos los saltamontes dentro, cuyos cuerpos se deformaron y desprendieron un aroma especial. Señor Monje, soy consciente de que fue un acto terrible. Comerse un saltamontes hembra que está poniendo huevos es como comerse cientos de ellos. Pero si no lo hubiésemos hecho habríamos muerto de hambre. Este es un problema que nunca he sido capaz de resolver. El Señor Monje me lanzó una mirada que no fui capaz de descifrar. Los zancudos de la Ciudad Occidental eran trabajadores del restaurante Xiangman Lou y llevaban puestos unos uniformes blancos y sombreros de cocineros con el nombre del restaurante. Señor Monje, este restaurante tenía mucha historia y era capaz de servir verdaderos banquetes con manjares chinos y manchúes. El chef era uno de los descendientes de los chefs imperiales de la corte de la dinastía Qing y sus técnicas eran sobresalientes. Sin embargo, tenía muy mal humor. Una vez un restaurante lujoso de Hong Kong intentó contratarle y le ofreció un sueldo de veinte mil dólares de Hong Kong al mes, pero fue en vano. Todos los años iban cientos de turistas japoneses y taiwaneses a probar sus manjares. Esas eras las únicas veces que él cocinaba personalmente. El resto de los días se sentaba en el restaurante y bebía té Wulong de una tetera exclusiva de barro morado. Era por eso que sus dientes se habían vuelto negruzcos. Ese grupo de zancudos tuvo muy mala suerte porque en cuanto se salió de la carretera sus zancos se hundieron en la tierra y la formación se dispersó de inmediato. Enfrente del desfile de zancudos estaba el grupo de la empresa de salchichas Lekoufu de la Ciudad Oriental. Eran treinta personas y cada una tenía en la mano un hilo rojo atado a un globo enorme con forma de salchicha. Los globos tenían tanta fuerza que hacían que las personas que los llevaban caminaran de puntillas, como si fueran a salir volando en cualquier momento y se fueran a perder en el cielo azul.

La primera vez que seguí las órdenes de Madre de ir a casa del Señor Lan fue un mediodía radiante y soleado. La nieve que se estaba derritiendo en la carretera que acababan de asfaltar ese otoño se iba volviendo fango. Solo se veían las huellas de unos neumáticos, hasta que otro vehículo pasó y dejó expuesta parte del asfalto negro de debajo. Ningún habitante del pueblo tuvo que pagar impuestos por asfaltar la carretera ya que el Señor Lan pagó hasta el último céntimo. Fue una gran iniciativa, sobre todo para la gente que necesitaba ir a la ciudad, y aumentó muchísimo la reputación del Señor Lan.

Mientras yo caminaba por la calle que el Señor Lan llamó avenida Hanlin vi que de las tejas de los edificios que miraban al sol goteaba agua, como perlas translúcidas. El dibujo que dejaban las gotas al caer y el olor a tierra fresca y a nieve derretida penetraban en mi cabeza y agudizaban mis sentidos. Los terrenos de casas al lado de la carretera seguían cubiertos de nieve y algunos tenían una montaña de basura con las huellas desperdigadas de perros callejeros o gallinas despistadas. La gente entraba y salía de la peluquería Cabello Bello. Un denso humo negro salía de la chimenea del tejado y el alquitrán negro que manaba de la base manchaba la nieve del suelo. Qi Yao estaba con el mismo gesto de siempre en las escaleras de su casa fumándose un cigarrillo. Tenía una cara muy seria, como si estuviese pensando en algo muy importante. Me vio y me saludó con la mano; al principio yo no quería contestarle pero lo pensé dos veces y al final me acerqué a él. En ese momento me acordé de la humillación que me hizo pasar. Después de que Padre se fuera, un día me dijo enfrente de unos impresentables:

—Xiaotong, vete a casa y dile a tu madre que deje la puerta abierta esta noche para mí.

Todo el mundo se rio a carcajadas y yo le contesté furioso:

—Qi Yao, ¡vete a tomar por culo!

Esta vez estaba preparado para decirle muchas palabrotas pero me pilló por sorpresa.

—Mi querido sobrino Xiaotong, ¿qué está haciendo tu padre estos días?

—¿Realmente esperas que te lo diga? —contesté de forma cortante.

—Chico, menudo carácter tienes —dijo—. Vete y dile que venga a verme a casa. Necesito hablar con él de unos asuntos.

—Lo siento —dije—. No soy tu chico de los recados y además él nunca iría a verte a tu casa.

—Qué mal humor tienes —dijo—. Eres un cabezota.

Dejé a Qi Yao a mi espalda y entré en la calle de la familia Lan, que conducía al puente Hanlin que estaba sobre el río Wulong detrás del pueblo y que se había convertido en la carretera que llevaba a la capital del distrito. Vi que en la puerta de la casa del Señor Lan había aparcado un Santana. El conductor estaba dentro escuchando música mientras los niños del barrio tocaban el exterior del coche. La parte inferior del vehículo estaba manchada de barro. Era evidente que alguna autoridad estaba visitando al Señor Lan y, dado que era la hora de comer (y de beber), podía oler el aroma a comida y alcohol que manaba desde su casa y que pendía en el aire como una nube invisible. Pude distinguir a la perfección los tipos de carne que comían como si los estuviera viendo con mis propios ojos. En ese momento me acordé del aviso de mi madre: «Nunca llames a alguien a la hora de comer. Tu visita será incómoda para ellos y embarazosa para ti». Sin embargo yo no había ido para pedirle comida. Al contrario, había ido a invitar al Señor Lan a venir a nuestra casa a cenar. Por lo tanto, decidí interrumpirle para cumplir la misión que me había asignado mi madre.

Era la primera vez que estaba dentro del recinto de la casa del Señor Lan y era tal y como mencioné antes. Por fuera era menos impresionante que la nuestra, pero una vez que me adentré en el jardín delantero me di cuenta de la diferencia principal entre las dos casas. La nuestra era como una empanadilla de harina blanca rellena de basura y la casa del Señor Lan era como una empanadilla de harina integral rellena de exquisiteces. Su harina era de multicereales, con un alto valor nutritivo y cien por cien natural. La nuestra aunque tenía buen aspecto y era blanca en realidad estaba hecha de químicos y blanqueadores nocivos para la salud; el tipo de harina que almacenas por si llegan tiempos de guerra y que ha perdido todos sus nutrientes. Utilizar una empanadilla como metáfora de una casa es muy tonto, lo sé, Señor Monje, así que le pido me perdone. Dado mi bajo nivel sociocultural no se me ocurrió nada más. En cuanto entré en el jardín dos perros enormes empezaron a ladrar de forma amenazante. Ambos estaban atados a dos casetas de perro muy lujosas y tenían dos collares de níquel plateado que hacían mucho ruido cada vez que las bestias se movían. De forma instintiva me eché hacia atrás y me pegué al muro para protegerme de un posible ataque. Sin embargo, no hizo falta, ya que esos perros orgullosos no tenían interés en mí y solo ladraban por pura formalidad. Me di cuenta de que sus platos de comida estaban llenos de alimentos sabrosos que incluían huesos repletos de carne fresca y roja. Todos los animales fieros deben comer carne cruda para ser agresivos y salvajes. «Si das de comer a un tigre boniatos acabará convirtiéndose en un cerdo». Esa frase la inventó el Señor Lan y se difundió enseguida por el pueblo. También dijo: «Los perros recorren el mundo comiendo mierda pero los lobos viajan por el mundo comiendo carne». «Las características del carácter son imposibles de cambiar». Eso era algo que también decía y que se hizo famoso en el pueblo.

Un hombre con un gorro blanco salió de la habitación lateral del lado este de la casa con una bandeja en la mano y casi chocó conmigo. Reconocí que era el Señor Bai, chef del restaurante Huaxi y experto en cocinar carne de perro. Era además un familiar lejano de la mujer del criador de perros Biao Huang. Dado que el Señor Bai había salido de esa habitación era evidente que estaban dando un banquete y que el Señor Lan no podía estar en otro lugar. Por lo tanto me atreví y abrí la puerta de la habitación. El delicioso aroma de la carne de perro impregnó el aire y me hizo la boca agua. En medio de la mesa giratoria, que estaba rodeada de personas, había una cazuela de cobre rojo llena de comida humeante. Todos los comensales, incluido el Señor Lan, estaban disfrutando de su comida y bebida. Les brillaba la cara (en parte por el sudor y en parte por el aceite) mientras cogían de la cazuela trozos de carne chorreando de salsa y se los llevaban a la boca ardiendo. Sus bocas se quejaban pero enseguida contrastaban el calor con cerveza fría. Por supuesto, la cerveza era de la mejor marca, Tsingtao, y estaba servida en jarras congeladas de cristal. Las burbujas y la espuma subían entre el líquido de color ámbar. La primera persona que me vio fue una señora gorda con la cara de color granate, pero no me dijo nada; tan solo dejó de masticar y me miró con la boca llena de carne.

El Señor Lan giró la cabeza, se quedó paralizado durante unos segundos y enseguida dijo sonriendo:

—Xiaotong Luo, ¿qué haces aquí? —Antes de que pudiera contestar se giró hacia la mujer gorda y dijo—: El niño más glotón del mundo está con nosotros. —Luego me miró y me preguntó—: Xiaotong Luo, la gente dice que llamas «papá» a cualquiera que te ofrezca un buen plato de carne. ¿Es eso cierto?

—Sí —contesté.

—Entonces, hijo mío, siéntate y come. Quiero que sepas que este es el famoso estofado de perro de Huaxi, aderezado con más de treinta hierbas y especias que estoy seguro no has probado nunca.

—Ven aquí, jovencito —dijo la mujer gorda con un acento que revelaba que no era de aquí.

La persona que estaba sentada a su lado (debía ser de un rango inferior que ella) también repitió:

—Ven aquí, jovencito.

Tragué saliva para evitar que se me cayera la baba.

—Pero eso era antes —dije—. Ahora que mi padre ha vuelto no tengo la necesidad de llamar a nadie «papá».

—¿Y por qué ha vuelto ese cretino? —dijo el Señor Lan.

—Este es el pueblo natal de mi padre y donde están enterrados mis abuelos. ¿Por qué no iba a volver? —defendí con orgullo a mi padre.

—Buen chico, así me gusta; saliendo en defensa de tu padre con lo pequeño que eres —dijo el Señor Lan—. Eso es justo lo que debe hacer un hijo. Puede que Tong Luo sea un cobarde pero su hijo no lo es. —El Señor Lan afirmó con la cabeza y dio un trago a la cerveza—. Entonces, ¿qué quieres?

—No ha sido idea mía venir —contesté—. Mi madre me ha mandado aquí para invitarle a cenar en nuestra casa esta noche.

—Esto sí que es un milagro —dijo entre risas—. Tu madre es la persona más tacaña que existe. Ella es capaz de llevarse un hueso mordisqueado de perro a casa para hacer sopa. ¿Cuál es el motivo de la invitación?

—Ya lo sabes —contesté.

—¿Cómo se llama este jovencito? —dijo la mujer gorda mientras masticaba un trozo de carne—. Oh, sí, es Xiaotong Luo. ¿Cuántos años tienes, Xiaotong Luo?

—No sé —dije.

—¿De verdad que no sabes tu edad? —preguntó la mujer—. ¿O no quieres decírnoslo? ¿Cómo te atreves a hablar así enfrente del alcalde del pueblo? ¿En qué curso estás? ¿En primaria o en secundaria?

—No voy al colegio —dije con desprecio—. Odio el colegio.

La mujer se puso a reír por alguna extraña razón y hasta se le saltaron unas cuantas lágrimas. Decidí ignorarla dado que sus modales en la mesa eran terribles. Me daba lo mismo que fuese la madre del jefe del distrito o la esposa del jefe de la provincia o si ella misma era la alcaldesa del distrito o algún cargo superior.

Me giré hacia el Señor Lan y le dije seriamente:

—Esta noche. Cena y bebidas en nuestra casa. Por favor no lo olvides.

—Vale, allí estaré. Cuenta con ello —dijo el Señor Lan.

Los dos últimos grupos de participantes de los desfiles se encontraron en la carretera. El de la Ciudad Occidental era de la empresa de vestidos de piel Mengdanna, famosa por la confección de todo tipo de artículos de piel. Tener un abrigo de piel de la marca Mengdanna era el sueño de cualquier chico o chica con los bolsillos vacíos. El grupo estaba compuesto por veinte modelos masculinos y veinte modelos femeninas. Era pleno verano pero los jóvenes llevaban prendas de piel de la empresa. Cuando se estaban acercando del Oeste al Este a la caseta de los examinadores, el líder del grupo hizo una señal y los modelos empezaron a contonearse como si caminaran por una pasarela. Los chicos llevaban el pelo corto y tenían la cara seria. Las chicas tenían el pelo teñido con los colores del arcoíris y la típica cara de las modelos mientras se cotoneaban bajo las pieles coloridas y no expresaban ninguna emoción, como si fueran animales salvajes en vez de personas. A pesar del calor sofocante y de la ropa invernal que llevaban no tenían ni una gota de sudor. Señor Monje, una vez me dijeron que existía un elixir de un dragón de fuego que permitía bañarse en un río helado en pleno invierno. Quizá también haya un elixir de nieve y hielo que permite a las personas caminar bajo el sol los días más calurosos del año con un abrigo de piel. Desde la Ciudad Oriental vino una carroza con forma de pastilla y con las palabras «Pastillas Digestivas» escritas. Representaba a la farmacéutica Ankang. Lo que me sorprendió fue que esta empresa tan famosa e influyente no tuviera a nadie desfilando; solo llevaban la carroza, que avanzaba por la calle disfrazada de pastilla gigantesca. Yo lo sabía todo sobre ese remedio para la indigestión y había conocido esas pastillas hacía cinco años cuando un día estaba paseando por las calles de una famosa ciudad y vi unos banderines con las letras «Pastillas Digestivas» ondear al viento en dos postes a los lados de la calle. También vi un anuncio de las pastillas en una pantalla enorme que había en la plaza de la ciudad: una Pastilla Digestiva entraba en un estómago a punto de reventar de carne y se disolvía hasta convertirse en un vaho blanco y refrescante que acababa saliendo por la boca. El eslogan era muy sencillo: «Toma una Pastilla Digestiva después de un chuletón y pon fin a la indigestión». El idiota que escribió eso no tenía ni idea de carne. La relación entre el ser humano y la carne es muy compleja y muy pocas personas en la tierra a parte de mí lo entienden. Desde mi punto de vista deberían llevar a los creadores de las Pastillas Digestivas a la loma situada junto al puente del río Wutong (antiguo campo de ejecución de la Ciudad Oriental) y fusilarles. Después de darse un atracón de carne hay que sentarse en silencio y disfrutar del proceso de digestión de la carne, ya que es parte de la maravillosa experiencia. Pero esos idiotas inventaron las Pastillas Digestivas, lo que demostraba lo bajo que había caído el ser humano. ¿Tengo o no tengo razón, Señor Monje?

Ir a la siguiente página

Report Page