BAC

BAC


Capítulo 23

Página 28 de 74

Capítulo 23

Álvaro iba sentado en la parte de atrás del coche que lo trasladaba a Madrid. Habían salido de Jaén a las seis de la mañana. Quedaban unas dos horas y media para llegar a su destino. No era muy dado a conversaciones banales con desconocidos, y menos aún cuando tenía trabajo, así que había pedido al conductor, un agente de la Guardia Civil del cuartel de Aranjuez, que no le molestase si no era estrictamente necesario. Eso sí, se lo había pedido por favor.

Una emisora de noticias nacionales los acompañaba en el envolvente equipo de sonido del lujoso coche. Era un Audi A8 de última generación, con conexión cifrada de internet 4G. Álvaro estaba asombrado y contento con aquel equipamiento, ya que le permitía trabajar en el coche. Estaba trabajando en un algoritmo para poder detectar posibles víctimas de los BAC, según una serie de parámetros que podía escoger.

Estaba en contacto mediante Skype con Pentium, uno de los informáticos de su equipo, con quien estaba discutiendo los esbozos del desarrollo. Era su protegido, su favorito. Pentium era el hermano pequeño que a Álvaro le hubiera gustado tener. Una versión mejorada de él, más joven, rápida e inteligente.

Con el portátil sobre sus rodillas, una Tablet a su izquierda y el móvil a la derecha, Álvaro tecleaba código a toda velocidad en el ordenador, mientras leía la información que aparecía en los otros dispositivos. Esperaba que su idea ayudase a acotar el próximo objetivo de los BAC a menos de cincuenta personas. Hablaba con Pentium mientras añadía líneas a la aplicación.

– Creo que deberíamos asignar un peso a cada uno de los parámetros, por ejemplo, la accesibilidad, sabemos que el rey podría estar entre los posibles objetivos, pero dudo que los BAC intenten hacer nada, está demasiado vigilado. – explicaba Álvaro.

– De acuerdo…lo añado. Esta es la lista que hemos recopilado, pero tranquilo, será todo configurable mediante un fichero XML. Así podremos añadir o cambiar los parámetros a nuestro antojo, para no tener que cambiar el código, es mejor que no este hardcoded. – dijo Pentium. – Te los repito: edad, cargo, amenazas existentes, accesibilidad, gravedad de las faltas o delitos, percepción de gravedad de las faltas o delitos, exposición en los medios, faltas o delitos previamente juzgados y condenas, si las hubiera. Todo parametrizable y con un valor decimal que puede oscilar entre uno y diez. Joder, Álvaro, esto va a darnos mucho trabajo, ¿tú sabes la cantidad de candidatos que hay?

– No, si en lugar de introducir los datos a mano, los extraemos de alguna base de datos existente. Hay varias fuentes disponibles, como la página web www.todoesfalso.com o su mirror, www.bac.es. Pienso que es un buen punto de partida para probar nuestro algoritmo. También vamos a filtrar noticias de algunos diarios de tirada nacional, desde que hay versión digital, buscar algunos tipos de noticia es relativamente sencillo. Eso ya lo estoy haciendo yo, lo tengo bastante avanzado. – continuó comentado Álvaro, sin dejar en ningún momento de trabajar.

– ¿A qué hora crees que llegaras a la oficina? – preguntó Pentium.

– No sé, supongo que, sobre las nueve, nueve y media, dependerá del tráfico que nos encontraremos a la entrada de la ciudad. – respondió Álvaro. – Tranquilo, sigue trabajando, pero no dejes de lado otras cosas. Sé que es mucho curro, pero yo creo que en tres o cuatro horas más podemos tener algo con lo que poder ir haciendo simulaciones mientras mejoramos el código.

– Ok, pues aquí seguiremos. Te llamo si me atasco con algo. – dijo Pentium. – Hasta luego.

– ¡Hasta luego! -  se despidió Álvaro.

Sabía que eso no iba a pasar, Pentium tenía una capacidad brutal para desarrollar aplicaciones mucho más complicadas que la que estaban haciendo. Era más que probable que cuando llegara a la oficina, Pentium estaría esperándole para enseñarle la aplicación, con mejoras que ni siquiera a él se le habrían ocurrido.

Álvaro hizo una pausa para responder varios mensajes que había recibido. Algunos eran de Eva, deseándole buen viaje y pidiendo información sobre el coche robado. Otro de Diego, casi con el mismo texto. Respondió a ambos por el grupo de WhatsApp. Les hizo un resumen de la funcionalidad que esperaban obtener del algoritmo de búsqueda.

Tenía dos llamadas perdidas de su madre. Cerró el portátil y la llamó. Estuvo hablando con ella durante casi diez minutos. Era hijo único. Su madre lo llamaba casi a diario, y más, desde que murió su padre hacia casi dos años. Siempre se quedaba un poco tocado tras conversar con su madre. La notaba triste, sola, alicaída. Se prometió a sí mismo llevarla de vacaciones a su pueblo natal, un pequeño pueblo de Teruel llamado Castelserás. Pero antes tenían que detener a los BAC…

Abrió de nuevo el portátil. Tenía varios mensajes de Pentium a través de Skype. En uno de ellos, decía que había conseguido entrar en la web www.todoesfalso.com. Eso facilitaría el acceso a los datos, pensó Álvaro. Los otros mensajes eran capturas de pantalla con extracciones de datos.

Todo iba más rápido de lo previsto. Seguía trabajando en la aplicación cuando el conductor le preguntó si quería hacer un descanso. Lo pensó durante unos instantes y le contestó que sí. Necesitaba un café con hielo, no, mejor una Coca-Cola bien fría. Compraría otra para llevarla en el coche. Había visto que el coche tenía un pequeño compartimento que hacía la función de nevera.

Unos minutos más tarde, el coche paraba en un área de servicio a las afueras de Manzanares. Álvaro guardó la Tablet y el portátil en su mochila y la colocó bajo el asiento delantero.

– Tranquilo, normalmente activo la alarma y he dejado el coche en un sitio que podremos controlar desde el bar. – avisó el conductor.

– Gracias. De todas formas, prefiero no dejar nada a la vista. – dijo Álvaro, remangándose la camisa.

El sargento Valle, conductor del vehículo que transportaba a Álvaro, se sentó en una mesa junto a la cristalera tras pasar por la barra y pedir un bocadillo de lomo con queso y una Coca-Cola. Álvaro pidió lo mismo, y se sentó frente a su acompañante.

– ¿Puede usted vigilar el coche? Necesito ir al baño. – preguntó Valle.

– Por supuesto, vaya tranquilo. – dijo Álvaro, dejando su móvil sobre la mesa y comprobando que podía ver el coche por la ventana.

Cuando Valle volvió ya habían servido los bocadillos. Álvaro estaba con el móvil mientras comía el suyo.

– Disculpe que le haga una pregunta. ¿Tienen ya algún sospechoso de los crímenes? – preguntó el sargento. – Según las noticias, no hay nada, pero ya se sabe que a veces estas cosas se mantienen en secreto…

– Y esperemos que así siga. – contestó Álvaro, con gesto serio, manteniendo la mirada al sargento. – No puedo explicarle nada, entiéndalo.

– Hombre, ¿ni a los que estamos ayudando? ¿No me piensa contar nada? – insistió Valle.

– No puedo, de veras. No insista, por favor. Tendría que eliminarlo… – respondió Álvaro, intentando ser simpático. – Eso sí, me gustaría conocer su opinión.

El sargento Valle puso gesto serio, dio un mordisco al bocadillo y masticó pensativo.

– Pues no me lo había planteado. – dijo finalmente Valle. – Uno escucha lo que dicen en los telediarios o la radio y se forma una idea. Pero claro, tampoco sé si las noticias están manipuladas. A ver, sé que los BAC han dejado su marca en dos asesinatos, que se sepa…

– Me refiero a quien cree que puede estar detrás de los BAC. – dijo Álvaro, que se comenzaba a impacientar.

– Ah, vale, pensaba que me decía…perdón… – se disculpó Valle, ruborizado. – Pensará que soy un estúpido, no le había entendido. Creo que tienen que ser profesionales, asesinos a sueldo. Si fuesen aficionados ya estarían encarcelados, y más sabiendo a quien se han cargado. ¿Y quién está detrás? Pues algún mafioso cabreado, alguien a quien habían intentado estafar. En Ibiza hay mucho mafioso italiano, y según tengo entendido, los rusos dominan el sur de España.

– Pero si fuesen unos asesinos a sueldo, ¿por qué dejan una firma? No es muy corriente, ¿no cree? – preguntó Álvaro. – Además, si son grupos de mafiosos diferentes, ¿han contratado a los mismos asesinos?

– No lo sé, pero tampoco es descartable. Imagine que los asesinos dejan la firma para que el contratante sepa que han sido ellos. ¿Cuántas veces hemos visto algo así en una película o serie? Si es cierto eso que la realidad supera a la ficción, pues es posible que los asesinos dejen su firma buscando clientes. – dijo Valle, terminando el bocadillo y limpiándose la comisura de los labios con la servilleta. – ¿Quiere un café?

– Sí, uno solo por favor. – respondió Álvaro, acabándose la Coca-Cola.

Álvaro se quedó pensativo, dándole vueltas a lo que Valle acababa de decir. No le parecía la persona más inteligente con la que había hablado, pero su punto de vista, aunque diferente, tampoco era ninguna barbaridad. Que las letras BAC fuesen una firma, como la que utilizan los graffiteros, en lugar de las iniciales de un grupo de asesinos indignados, era una opción factible. Envió un mensaje al resto de investigadores, explicándoles lo que acababan de hablar mientras esperaba el café. Cualquier detalle podría cambiar el curso de la investigación.

Si Valle estaba en lo cierto, debería haber una forma de contactar con ellos, con los BAC, con los asesinos a sueldo. Un correo electrónico, anuncios publicados en los periódicos…Tenía que llamar a su equipo e iniciar un rastreo de direcciones de email con envíos o recepciones de correos justo después de la hora en que se cometieron los crímenes. También tenían que buscar anuncios por palabras en publicaciones locales o digitales con textos extraños.  A su mente vino un caso de hacía unos años, en el que investigó un anuncio donde se agradecía a Dios su ayuda citando un versículo de la biblia, que era diferente cada vez. Resultó ser un método para comunicarse entre un cártel colombiano y una mafia local. El versículo que publicaban era una clave para la fecha de entrega prevista. BAC, B, A, C, ¿qué cojones significaría? Álvaro dejó de darles vueltas en el momento en que Valle dejó el café humeante sobre la mesa. Le dio las gracias, sonriente.

Tras finalizar los cafés, Álvaro fue a la barra a pagar los desayunos y comprar otra lata de refresco y, tras visitar el cuarto de baño, se dirigió hacia el coche. El sargento Valle ya lo tenía en marcha y con el climatizador funcionando. El calor comenzaba a apretar, no corría nada de aire, así que el sol caía con toda su fuerza, calentando el ambiente seco.

A instancias de Álvaro, Valle continuó con la conversación que habían iniciado mientras tomaban el café.

– ¿Qué quién pienso que puede ser la siguiente victima? Hostias, si lo supiera… A ver, se han cargado un exministro y un empresario. Si continúan matando, lo normal sería que siguieran esa línea, gente próxima al poder. No se… ¿un banquero? ¿Otro político? Si asesinan cada dos días, debería tocar hoy, ¿no? – preguntó Valle.

– Sí, correcto, pero de momento no han actuado. O tal vez aún no han encontrado a la víctima… – respondió Álvaro.

– Y si no son asesinos por encargo, tal vez maten cada dos días por algún motivo, no sé, el tiempo que necesitan para desplazarse de un sitio a otro, ¿no cree? – dijo Valle.

– Eso, asumiendo que se traten de los mismos asesinos, ¿no? – dijo Álvaro.

– Claro, claro. Yo creo que deben ser los mismos. – aseguró Valle.

Álvaro empezaba a estar cansado de la conversación. Aquel hombre no le estaba aportando nada.

– Si no le importa, debo seguir trabajando un rato. Gracias por su opinión. – dijo Álvaro.

– A mandar. – respondió el conductor.

Valle le sonrió por el retrovisor y le dijo que había sido un placer charlar un rato. Se ajustó las gafas de sol y conectó la radio, ajustando el volumen para que no molestara a Álvaro. Quedaban menos de dos horas para llegar a su destino. Él hubiese preferido continuar con el tema, era mucho más ameno. Pero aquel hombre era poco comunicativo, según su opinión. Lo observaba de vez en cuando por el retrovisor. No había visto nunca a alguien tecleando a esa velocidad, y menos, en un coche.

Álvaro proseguía con el desarrollo del algoritmo. También había escrito un email a Eva, Diego y Sabino, anunciándoles que su grupo comenzaría a investigar también los anuncios de varios medios, en busca de posibles pistas sobre los BAC.

Hora y media más tarde, Álvaro ya casi tenía hecha su parte de la aplicación, aunque en modo emulado. Le faltaba enlazar con los datos reales y comprobar si funcionaba acorde a los criterios establecidos. Una de las pruebas que quería hacer era relativamente fácil, ya tenían dos víctimas. Para probar si el algoritmo funcionaba, los nombres de Castro o Zafra deberían aparecer al aplicar los filtros.

Cerró el portátil, era la única forma que tenía de desconectar. Levantó la cabeza y miró por la ventana. El paisaje le resultaba familiar. La torre de la Iglesia de Nuestra Señora de la Asunción de Valdemoro se veía desde la autovía, había pasado por aquel tramo de autovía infinidad de veces. Tenía ganas de llegar y hablar con su equipo. El tráfico empezaba a ser más denso, todo y que era Julio y mucha gente debía de estar de vacaciones.

Se propuso no consultar el ordenador ni el móvil hasta que llegara a la oficina. Tenía los brazos y los dedos doloridos. El cuello y la espalda, contracturados. Le pasaba a menudo, la tensión no le dejaba relajar los músculos y el exceso de horas frente al ordenador no hacía más que agravar el problema. Tenía que ir al médico, hizo el amago de echar mano a su Smartphone para apuntarlo en la agenda, pero se detuvo a tiempo.

– Somos unos depredadores, activos por naturaleza y nos estamos anquilosando… – pensó Álvaro, mirando por la ventana del coche.

La tecnología iba a acabar con el ser humano, de una u otra forma.

– ¿Cuánto crees que tardaremos? – preguntó a Valle, intentando de nuevo entablar conversación.

– Según el navegador, veintiocho minutos, pero voy a tomar un desvío. Esta entrada está fatal a estas horas, el otro recorrido es algo más largo, pero al menos no tendremos parones. – dijo el sargento, levantándose las gafas de sol y respondiéndole mirando por el retrovisor.

– Perfecto, bien pensado. – dijo Álvaro. – ¿Puedo hacerle una pregunta? ¿De dónde es?

La pregunta era mera cortesía, una excusa para hablar. Había consultado el historial del sargento Sergio Valle nada más entrar al coche aquella mañana.

– De Badajoz señor, de un pueblecito llamado Santa Marta. – respondió Valle. – ¿Por qué lo pregunta?

– Mera curiosidad. Su acento, no lo acababa de ubicar. – dijo Álvaro.

– Eso tiene fácil explicación, señor, será porque he vivido casi seis años en Tenerife y se me ha quedado esta mezcla extraña, ni extremeño, ni canario. – explicó el sargento Valle. – No es el primero que me lo pregunta.

Continuaron hablando de temas personales hasta que llegaron a la puerta del edificio donde trabajaba normalmente Álvaro. En ese periodo de tiempo, el conductor le hizo un resumen de su vida y obras, temas que a Álvaro no le importaban lo más mínimo, pero era consciente que a veces tenía que hacer esfuerzos para parecer humano.

Tras despedirse del sargento Valle y darle las gracias por todo, Álvaro se colgó su mochila y se dirigió a la tercera planta de la comisaría de la Policía Nacional. Mientras subía por las escaleras, su móvil no dejó de vibrar. Eran notificaciones de mensajes llegando a su buzón de correo electrónico. Cuando entró en su oficina, Pentium lo estaba esperando, con los brazos cruzados, girando la silla de un lado a otro.

– ¡Buenos días! Llegas puntual. – dijo Pentium, levantándose y dando un abrazo fraternal a Álvaro. – ¿Qué tal el viaje?

– Productivo. Mucho. – contestó Álvaro, apartándose de su compañero y dejando la mochila en el suelo. – Hola a todos.

El resto de informáticos de la sala apartaron durante un segundo la mirada de los monitores y le devolvieron un aburrido “hola” acompañado de alguna sonrisa. El equipo de Álvaro estaba formado por cuatro informáticos más, aparte de Pentium. Álvaro conectó su portátil. Mientras tanto, Pentium le enseñaba sus avances en la recolección de datos.

– Por un lado, tenemos la opinión de la gente, extraída básicamente de la página www.todoesfalso.com. Eso nos da una idea de la clase de personajes están en el ojo del huracán. Después he creado un filtro para generar un listado de noticias sobre corrupción, denuncias a políticos, estafas, etcétera. Al final, todo acaba haciendo un cóctel de datos, que son filtrados de nuevo de acuerdo a estos parámetros. – explicó Pentium, mientras abría una ventana nueva con el contenido del fichero. – Este es el fichero XML donde se deben colocar los baremos para hacer las estimaciones, donde se asigna un peso específico a cada parámetro.

– Déjame ver. – dijo Álvaro, sentándose frente al ordenador. – Has cambiado los tags. ¿Qué es el campo “antiquity” que has añadido?

– Un factor que no habíamos tenido en cuenta, la antigüedad de los hechos. Creo que también debemos tener la opción de filtrar por el tiempo que hace que ocurrieron, ¿no crees? – comentó Pentium, rascándose el lado derecho de su cabeza con un bolígrafo.

– Ahora no te sigo. – dijo Álvaro.

– A ver…, pongamos como ejemplo a Castro. Estaba siendo juzgado por delitos que estaban a punto de prescribir. Cuando corría las simulaciones, siempre salían en primer lugar los más calientes, es decir, los más recientes, los que salen todos los días en las noticias, pero casos graves, más antiguos y de mayor repercusión inicial, quedaban fuera. He creído conveniente que en el algoritmo además de tener en cuenta los delitos actuales, podamos parametrizar el rango de tiempo que consideremos de interés. – explicó Pentium, acompañando la explicación con gestos de ambas manos.

– Vale. Correcto, ahora lo entiendo. No había caído en ese detalle. O sea, corríamos el riesgo que el algoritmo tan solo procesara datos actuales sin tener en cuenta el presunto historial delictivo, ¿no? – dijo Álvaro. – Bueno, copio esto en el servidor y seguimos trabajando. Tenemos que adaptar este último cambio, creo que nos llevara un buen rato.

– Yo iba a bajar a almorzar con estos frikis, ¿te apuntas? - dijo Pentium señalando a sus colegas.

– Venga, vamos, pero déjame que copie esto antes. – comentó Álvaro, mientras abría una consola para ejecutar un par de comandos.

Un par de minutos después salían por la puerta. Dos de sus compañeros hablaban acaloradamente sobre el nuevo fichaje de la comisaría, una policía que por lo visto había comenzado a trabajar aquel mismo día.

– La tienes que ver, es una pasada. No sabía que ahora contrataban a top models. – dijo Salas, uno de los miembros del equipo.

– Bajemos andando y pasamos por el pasillo, a ver si sigue en el mismo sitio. – propuso Gálvez, otro de los informáticos, sonriente.

Álvaro sentía curiosidad por un lado y vergüenza ajena por otro. Tantas horas trabajando delante de monitores parecía haber limitado la capacidad de relacionarse normalmente de algunos de sus compañeros. Se preguntó si el causaría la misma impresión a algunas personas. Frunció su ceño, preocupado por aquella posibilidad.

La curiosidad se impuso al sentido común y decidió seguirlos. Cuando llegaron a la primera planta, giraron por uno de los pasillos y en una mesa del fondo identificó una cara nueva. Los murmullos y risitas de sus compañeros hicieron que Álvaro los dejara avanzarse, manteniéndose unos metros por detrás, mientras miraba su móvil para disimular. La agente estaba claramente nerviosa, ruborizada al sentirse el centro de las miradas de aquel grupo de salidos. Cuando el resto de informáticos pasaron, Álvaro se acercó a la agente, con gesto serio y se presentó.

– Hola, me han dicho que es tu primer día. Bienvenida. Me llamo Álvaro Pons, de la BIT. Inspector de la Brigada Informática, estamos en la tercera planta.  – dijo Álvaro, tendiéndole la mano.

– Hola. Carmen Fuentes, encantada. – respondió, levantándose y dándole la mano.  - Sí, es mi primer día. Me han destinado aquí de forma temporal, hasta que me asignen a algún operativo. Estoy finalizando mi formación en la BCE, Estupefacientes. Álvaro no pudo evitar pensar, con una estúpida sonrisa en los labios, que aquella mujer estaba suficientemente formada, muy bien formada, bajo su punto de vista.

– Bueno, no te entretengo más, espero que te traten bien por aquí. Que pases buen día. – se despidió Álvaro.

– Gracias. Álvaro, ¿eres el de las BAC? Perdona… quiero decir, el que está investigando los crímenes de las BAC. – preguntó Carmen. – Un compañero me ha explicado que había un inspector de esta comisaría trabajando en esos casos…

– Sí, soy yo. – respondió Álvaro levantando las cejas, algo sorprendido.

– Ostras, ¡me parece una pasada! ¡Podemos quedar algún día y me explicas! – dijo Carmen. – Si se puede contar algo, por supuesto…

– Sí, claro. A ver si tengo un hueco y quedamos para ir a comer un día de estos. – dijo Álvaro, intentando ocultar su sorpresa. – Bueno, me están esperando… Lo dicho, nos vemos.

No podía creer lo que acababa de hacer. El frio y distante Álvaro presentándose a una mujer y estableciendo una conversación normal. Estaba orgulloso de sí mismo. Con una sonrisa en la cara, se dirigió hacia la calle. Allí le esperaban sus compañeros.

– ¡Guau! ¿Qué? ¿Qué te parece? Es guapa, ¿eh? – le preguntó Salas.

– Mucho… - fue lo único que acertó a contestar Álvaro.

– Tío, ¿te has quedado pillado o qué? Vamos, que no cogeremos mesa en el bar. – le dijo Pentium, echando a andar y tirándole del brazo.

Sí, algo pillado si se había quedado. La belleza y simpatía de Carmen le habían dejado hipnotizado. Los siguió, a pesar de tener la cabeza en otro sitio.

La media hora larga en el bar sirvió al grupo para ponerse al día en algunos temas no relacionados con la investigación de las BAC y también comentar que la búsqueda de envíos de emails en la hora siguiente a los asesinatos no había dado ningún fruto, de momento. No habían conseguido detectar ningún correo sospechoso que relacionase alguna cuenta con los BAC, pero que continuarían con el proceso después.

De vuelta en la oficina, Álvaro le pidió a Salas que buscase información sobre la familia de Josep Pinyol, ya que Diego le había enviado un mensaje pidiendo ayuda con el tema. Después, junto con Pentium siguieron trabajando para ultimar la versión beta de su aplicación.

Tras varias horas de trabajo, solamente interrumpidas por las visitas al baño o a la máquina de refrescos, Álvaro se levantó y jugueteó con un bolígrafo en su mano derecha, pensativo. Miró los mensajes de su móvil y se sentó de nuevo frente al ordenador, decidido a hacer la primera prueba real del algoritmo de búsqueda. Pentium, siempre irónico y haciendo gala de un fino sentido del humor, había bautizado al proyecto Pamela, en honor a la actriz Pamela Anderson y su conocido papel de salvavidas en la serie de Los vigilantes de la playa. Habían acordado buscar un nombre oficial, ya que, a Álvaro, aunque lo encontraba realmente ocurrente, no le parecía serio. Sabía que a los jefes les convencían más los acrónimos…

– Entonces, ¿ya habéis bajado los datos al servidor? El fichero de configuración tiene los parámetros para que Pamela encuentre personas con delitos perpetrados hace como mucho hace diez años y que los ordene por riesgo. ¿No? – preguntó Álvaro.

– Sip, correcto. – confirmó Pentium, revisando los ficheros. – Dale, a ver cuánto tarda. Según mis estimaciones, debería encontrar una lista acotada a veinticinco resultados en unos minutos.

– Joder, unos minutos pueden ser horas, ¿de cuánto hablamos? – dijo Álvaro ansioso.

– Tranquilo, minutos refiriéndome a minutos, entre cinco o diez, confía en mí. – replicó Pentium, masticando chicle ruidosamente.

Ambos contemplaban con atención los monitores donde se iba volcando la información de los logs de la aplicación. Todo parecía ir bien. Pentium seguía con la goma de mascar, esta vez, haciendo pequeños globos y explotándolos con la lengua. Álvaro jugueteaba con el bolígrafo pensando en los ojos marrones de Carmen.

Un error apareció en la pantalla principal y el proceso se detuvo. Pentium miró a Álvaro, que tardó unos segundos en reaccionar. Rápidamente, Álvaro debugó el código fuente y comprobó que se trataba de un error en el módulo de búsqueda de noticias.

– Vaya fallo tonto. Algunos diarios digitales publican las noticias con la hora en formato de veinticuatro horas, otros en cambio, usaban el formato AM/PM. No lo había tenido en cuenta. – dijo Pentium al ver las líneas de la función.

Bajo la atenta mirada de Álvaro, el joven modificó varias líneas del código, donde se filtraba la información de las diferentes fuentes según las fechas y horas.

– Listo. – dijo Pentium, crujiéndose los nudillos de su mano izquierda. – Ya puedes compilarlo.

Minutos más tarde, corrieron de nuevo la aplicación, con la esperanza de no haber cometido más errores. Los logs escupían líneas ininteligibles a ojos profanos, pero proporcionaban una valiosa información a sus creadores. Ocho minutos, treinta y seis segundos después, la aplicación terminó de mostrar líneas para mostrar un mensaje final resaltado en color amarillo.

“Process finished successfully! >> Check the file /data/bac_list.log”.

Como era costumbre entre los informáticos, los comentarios y mensajes de las aplicaciones estaban redactados en inglés.

Álvaro abrió el fichero, miró a la pantalla y después a Pentium. No daba crédito a lo que tenía delante de sus ojos.

Ir a la siguiente página

Report Page