Azul

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AMELIA había notado la ausencia de Fátima y a punto estuvo de iniciar una cacería cuando se topo con ella en el balcón. Aunque notó varios mechones de cabello fuera de su sitio, lo atribuyó al viento que soplaba, y para fortuna de Fátima, estaba oscuro, y su tía no alcanzó a percibir las manchas de tierra en el vestido y tampoco la escandalosa magnitud de su deshecho peinado.

—¿Tía Amelia, qué sucede?.

Fátima no estaba de humor para tolerar más ataques, y en pocos segundos aprendió a fingir y haciendo uso de la fortaleza que le quedaba, habló con su acostumbrada sumisión, y esto marcó el final de su noche en aquella fiesta.

Amelia la obligó a despedirse de los anfitriones e invitados que le fueron indicados, y sin permitirle decir más palabra casi la arrastró hacia la puerta principal, bajaron los peldaños y abordaron el carruaje que ya esperaba por ellas. Amelia no paró de reprenderla por su osadía de haberse alejado del balcón durante tanto tiempo estando sueltos los “piratas disfrazados de gente decente”. Fátima notó que Amelia hablaba y hablaba y en un par de ocasiones levantó tanto la voz que logró llamar su atención, luego la señaló amenazadora con el abanico cerrado para después agitarlo frente a su rostro, pero en realidad Fátima no escucho ni una sola de las palabras que Amelia pronunció durante todo el trayecto de regreso a la mansión. Fátima no puso atención a sus regaños, ni siquiera lograba enfocar el rostro enfurecido de Amelia, su mente se esforzaba por recordar cada segundo que había pasado al lado de Oliver.

Después de un largo rato y otro sermón de Amelia, Fátima se retiró a su alcoba y ahí todo sonido se petrificó por el resto de la noche. Ella no pudo distinguir ningún fragor fuera de la voz de Oliver que se había estancado en sus recuerdos y durante muchas horas ella percibió la presión de los labios de Oliver sobre los suyos. La fortaleza de sus brazos alrededor de su cintura, sus manos sobre su cuello y sus pechos; el peso de su cuerpo masculino sobre el de ella, y desde luego, el descubrimiento de su pulsante y pétrea virilidad apostada sobre su abdomen, le producía punzadas en el estómago.

¿Por qué habían sucedido las cosas de esa horrible manera?. La primera vez que lo vio, él había sido tan gentil con ella, y eso la hizo creer que...

¿Qué?...

¡Qué absurdo!.

Un hombre como él no se interesaría en alguien como ella, por lo menos no en el alguien que era ella ahora. Y sin embargo, la noche anterior él había estado en el jardín, acompañándola, observándola... Él habría podido escalar hasta su alcoba y poseerla ahí mismo en su propia cama, ella definitivamente lo habría aceptado, y sin embargo, él no lo hizo. Entonces ¿qué había sucedido con él esta noche?. ¿Qué?. Él no se expondría a que alguien los atrapara en pleno acto indecoroso. ¿O sí?. ¿Intentaba comprometerla?. ¡Qué cosa más incoherente!.

En el despacho del gobernador, Oliver repantingado en un sillón esperaba que sin Henry apareciera. Estaba molesto, desencantado, confundido... de un humor que podía marchitar un campo de caña entero si se acercaba demasiado.

No dejaba de repetirse lo estúpido que había sido.

Lo condenadamente idiota que había sido.

Ella seguramente no querría saber de él nunca más, y entonces ¿qué demonios iba a hacer él con su torpe corazón?. Qué caso tenía arrancárselo y ponerlo en las manos de ella, para demostrarle su arrepentimiento, cuando era posible que ella ni siquiera considerara darle la oportunidad de entregárselo.

Él tendría que colarse nuevamente a la casa de su mujer y emboscarla en su propia habitación, él tenía que obligarla, si eso era necesario, a escucharlo y con un poco de suerte, lograría conseguir su perdón.

Oliver estaba absorto con sus cavilaciones que no escuchó cuando sir Henry entró en el cuarto. Él avanzó un par de pasos y al notar que Oliver no se percataba de su presencia, llamó su atención.

—Oliver Drake eres un burro.

Oliver clavó la vista en la figura de Morgan que se encaminaba hasta su sillón detrás del escritorio. Él se sintió atrapado, como si estuviera sangrando copiosamente y frente a él un tiburón blanco a punto de atacarlo. Oliver no era un hombre que se amedrentara fácilmente, así que se enfrentó al gobernador preparado para repeler cualquier ataque.

—Buenas noches también para ti, Henry. —Le habló usando su tono más sarcástico.

—Definitivamente esta no será una buena noche para ti, Oliver.

—No lo es, lo sé. Pero te agradecería que me impongas el castigo que consideres adecuado y me dejes marchar, no estoy de humor para escuchar regaños.

—Capitán Drake, no me interesa el humor en el que te encuentres, vas a escuchar hasta la última maldita palabra que se me ocurra y se me antoje decirte esta noche. Es una orden.

La voz de Morgan se volvió tan afilada y ronca, como si se tratara de una tempestad que lanza sus primeros relámpagos.

—Sé lo que vas a decirme...

Henry lo interrumpió con un golpe de la mano empuñada sobre el escritorio.

—¡No lo sabes Oliver!. ¡Sucede que te has enamorado de esa mujer y punto!.

—Henry, “

enamorado” es una palabra que no estoy seguro... —Su voz enronqueció.

—¡No seas imbécil Capitán Drake!. Apostaría mi maldita cabeza a que así es. Y si mis ojos no me fallaron, en medio de toda tu estupidez, lo que realmente buscabas era comprometer a la muchacha. Tendrías que casarte con ella para reparar la deshonra y francamente dudo mucho que lo hubieras considerado de otra manera.

Oliver no pudo negar lo que él de antemano había vislumbrado. Estaba consciente de los sentimientos que ella generaba en él, y no le quedó otra opción que aceptarlo.

—¡Maldición!. ¡Sí!. ¡Amo a esa condenada mujer!... ¡Por Dios, que no sé de qué manera ella se introdujo en mi sangre!. ¡Ni siquiera sé en qué maldito momento pasó!. Me siento atolondrado, confuso, adolorido y no solo por el deseo insatisfecho o por el puñetazo que me diste, sino que algo aquí dentro me lastima —Golpeó su pecho con la mano empuñada— Sé que esta noche me comporté como un desgraciado bastardo, que estuve a punto de violarla y créeme que me siento fatal. Yo había decidido que solamente haría acto de presencia en el baile, y que permanecería solo unos cuantos minutos y luego me marcharía a casa de ella, escalaría hasta su balcón y entonces hablaría con ella, y le revelaría mis sentimientos. Estaba seguro de que ella me aceptaría. No me preguntes cómo, pero simplemente lo sabía. Sin embargo, cuando me disponía a marcharme, la vi. Inmóvil, con la vista clavada en el piso y escondida en una esquina del salón. Pensé que podría acercarme a ella y tal vez hablarle inmediatamente de mis sentimientos, pero...

Henry lo interrumpió. Le habló con la voz pausada y conciliadora. Oliver estaba contrariado. Deshecho sería la palabra correcta. Henry nunca lo había visto así, abierto totalmente con sus sentimientos brotándole a borbotones y tan vulnerable.

—Ella me dijo lo que sucedió cuando te acercaste a ella. Lamento que hayas tenido que soportar más calumnias, pero no podrás evitarlo, ni ahora ni nunca. Fuiste un pirata, y serás siempre uno a los ojos del mundo, aunque el rey te conceda el perdón.

—Lo sé. —Él hizo una pausa, como si buscara las palabras adecuadas, a punto estaba de hablar y se detenía, hasta que finalmente logró hilar la frase— Henry, ella fue a buscarme. Yo mismo le sugerí que se marchara, pero, ella estaba ahí, conmigo, sola, estaba oscuro y... su perfume... ¡Dios!... ¡Lo eché todo a perder!.

Henry se sintió conmovido por la fragilidad de aquel hombre que había combatido con él en fieras y sangrientas batallas en mar y tierra, y ahora estaba postrado sin encontrar la estrategia correcta para la batalla en la que su corazón se había inmiscuido. Todo lo que el amor podía causar a un hombre, llevándolo hasta el punto de verse como un ser indefenso y vulnerable. Henry entendió que Oliver, estaba más enamorado de lo que él mismo podía comprender.

—Ella sugirió que no te castigara. Tu mujercita definitivamente siente algo por ti y tal vez ella igual que tú no ha sido capaz de darse cuenta de la magnitud de ese sentimiento.

Oliver abrió los ojos tanto que a punto estuvieron de salir volando y estrellarse en la pared. La revelación que sir Henry le había hecho, lo petrificó. Ella, su pequeña mujer, sentía algo por él.

—Ella fue a buscarte Oliver, y si no te hubieras comportado como una BESTIA, seguramente ella hubiera aceptado tu cortejo sin dudarlo.

—¡Maldición!. ¡Soy un estúpido!

—Eres un estúpido. —Sir Henry lo confirmó con la voz afilada.

—¿Cómo pude hacerle eso precisamente a ella?.

—Porque eres un burro, ya te lo había dicho —Su voz tomó un tono más divertido.

—¿Qué voy a hacer?.

—Irás conmigo mañana a su casa, y resolverás este desastre antes de que te embarques rumbo a Inglaterra.

Los ojos de Oliver se desorbitaron. Henry estaba sugiriéndole que fuera a casa de Fátima mañana con él, ¿hablaba en serio?. Ella nunca los recibiría.

—¡Estás condenadamente loco!. —Ladró Oliver.

—Irás conmigo mañana a su casa, pero no la visitaremos a ella. Solicitaremos a su tía que nos reciba. Esa tía de tu mujercita, es tan hipócrita y convenenciera que no tendrá la mínima intención de echarnos de su casa si nos presentamos sin previo aviso. He pensado en un plan que podría funcionarnos, le diré que he decidido ofrecer una cena para los miembros del consejo, y como yo no sé de esos menesteres, le pediré ayuda a una mujer que tiene una vida social muy activa en Port Royal. Seguramente la convenceremos de que ella se haga cargo de los preparativos para la cena. Y mientras yo hablo con ella, tú tendrás tu oportunidad de resolver el conflicto con tu mujercita y espero que en esta ocasión no pierdas los estribos. Pero sería prudente que consideres que ella no te va a poner las cosas sencillas, seguramente ni siquiera tendrá la intención de escucharte y te apuesto que te tratará con el peor de sus disgustos. También sería conveniente que antes de ir a verla, visites a alguna de tus amantes y te desfogues para que te encuentres en calma cuando hables con tu ofendida mujer.

—Eso no funciona. Ya lo intenté. Y solamente conseguí sentirme hastiado de ellas, y aumentó mi impaciencia.

—Definitivamente estás perdido. O te casas con tu mujercita o te vuelves monje.

—Me caso con ella.

—Buena respuesta. Hablando sobre respuestas adecuadas, ¿ya tienes en mente lo que le dirás a tu padre cuando lo veas?.

—No. En realidad ni siquiera sé en qué condiciones voy a encontrarlo, o si aún lo voy a ver con vida. En la carta que me envió Anderson, su mayordomo, decía que mi padre se encontraba delicado de salud, que no era grave aún, pero como yo le había pedido que me mantuviera informado por eso me escribió. Henry, posiblemente él continúe sin querer verme, pero decidí que haré el último intento. Y después, si el resultado es negativo, entonces me quedará claro que no hay espacio para mí en Inglaterra.

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