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LA casa enmudeció, ni las paredes y el techo emanaban sonido alguno durante el día o la noche, lo único que habitaba aquella mansión era el murmullo del océano, que acompañaba a Fátima, y desde luego los integrantes de la tripulación del Black Clover. Era quizá que mansión y mujer se habían confabulado en silencio para que juntas pudieran escuchar cuando Oliver llegara.

Y él no había llegado aún.

Los guardianes de Fátima, inconscientemente la tenían sometida a una ociosa existencia y Fátima se aburría de esperar y esperar y al siguiente minuto volver a la espera interminable.

Los marinos del Black Clover tenían órdenes precisas de no abandonar sus puestos de vigilancia tanto a bordo de la fragata como en la mansión y en los alrededores. Así, mientras unos vigilaban, otros tomaban sus descansos. Y a pesar de que ahora ellos no se mostraban oscos con Fátima, aún seguían manteniendo una distancia infranqueable con ella.

Habían transcurrido ya varias semanas, demasiadas semanas, instalados en Maracaibo, y Fátima empezaba a tornarse inquieta por la demora de Oliver. Él le había dicho que volvería en un par de meses, ese tiempo ya había pasado, y aún no tenía noticias de él.

Fátima estaba sentada en la sala intentando leer un libro que había tomado al azar de la biblioteca, lo tenía abierto en la primera página y no había sido capaz de concentrarse lo suficiente para terminar el primer párrafo. Definitivamente leer no era lo que necesitaba para tranquilizarse. Por alguna razón estaba experimentando una profunda sensación de desasosiego. Hubo instantes en que se apoderó de ella un escalofrío que le caló hasta los huesos y se negaba a abandonarla. Cerró el libró y se frotó los brazos. No podía continuar de esa manera, de lo contrarío se le oxidaría el cerebro o se volvería loca.

Se puso de pie y se dirigió al jardín, ahí se reunían los marinos que estaban descansando. Eugene estaba recargado en un árbol con los brazos cruzados, Robbie y Tim jugaban a los dados con algunos de los tripulantes del Clover, sobre una mesa dispuesta con un barril y un tablón. Reían, maldecían y se felicitaban toscamente cuando alguno ganaba la partida.

—¿Eugene?.

De inmediato él se enderezó y se volvió hacia atrás. El resto de los hombres guardaron silencio y detuvieron el juego, dirigiendo sus miradas llenas de curiosidad y expectativa hacia ella.

—Fátima, ¿necesitas algo?. —Preguntó rígido.

—Quiero que me enseñes a usar la espada. —Sonrió, como si hubiera solicitado una trivialidad femenina.

La quijada de Eugene se abrió tanto que ella pensó que se le había desprendido. Todos los rostros masculinos se desfiguraron por la sorpresa. Habrían esperado cualquier petición, desde un vestido nuevo, pasando por joyas y flores, tal vez guantes o zapatos, bizcochos o hasta la invitación a un baile, probablemente una rabieta por la demora del capitán, y hasta un ataque histérico con lagrimas y sollozos por cualquier razón inimaginable, pero jamás, ni siquiera los más aventurados, hubieran imaginado una petición semejante de una mujer tan exageradamente femenina.

—¿Perdón?.

Preguntó Eugene intentando corroborar que sus oídos aún funcionaban correctamente.

—La espada, quiero aprender a usarla.

Fátima se mantuvo firme y lo miró con el ceño adusto, como si le molestara que una petición tan simple no hubiera sido entendida. Los hombres dejaron escapar algunos murmullos y cuchicheos mientras Eugene casi zozobra por el asombro que la reconfirmada petición había ocasionado.

El Capitán Armitage se obligó a recuperar la ecuanimidad y la serenidad en su rostro, le habló determinado y marcándole con cada palabra la negativa a su petición.

—Fátima, no es prudente que te inicies en estos menesteres.

—Tampoco es prudente que tome un plumero y retire el polvo de los muebles. No es conveniente que me acerque a la cocina porque podría sufrir un accidente. —Su voz se tornó más aguda— Y desde luego es desatinado hasta salir a caminar. No hablemos de lo disparatado de ir al mercado a comprar víveres.

Ella levantó el rostro desafiante y empuño sus manos tan fuerte que los nudillos se decoloraron. Ella no le iba a permitir a Eugene, aunque fuera capitán, que la recluyera en la mansión y la encadenara a una espera que la estaba consumiendo.

—Quiero aprender a manejar la espada y si no me enseñas tú, saldré a buscar un maestro. Seguramente encontraré algún hombre en la ciudad que esté dispuesto a darme clases de esgrima.

Robbie desenvainó su espada y se la entregó a Fátima con la guarnición por delante. Los ojos dorados del Capitán Brenton centelleaban, era evidente que la determinación de la mujer lo había cautivado. No era pensable que una dama empuñara una espada, pero esta dama, era diferente a todas las demás. Y él mismo tenía que reconocerlo.

—Fátima, toma la mía.

Ella observó desconfiada a Robbie, y por un instante su rostro atractivo y sus extraños ojos dorados la hicieron imaginarlo como si fuera una especie de tigre que jugueteaba con su presa antes de devorarla. Había algo peligroso en su mirada, su pura presencia la impactaba y sin mencionar sus ojos que la desconcertaban por su particular color oro. La belleza de su rostro masculino quedaba de lado cuando competía con el peligroso misterio que envolvía a ese hombre.

Ella sujetó la espada por la empuñadura y bajó la hoja hasta que la punta tocó el césped.

—¿Eugene?.

Fátima insistió marcando en su voz una pétrea determinación. Eugene presentía igual que Robbie, y el resto de la tripulación, que si ella no obtenía la atención que solicitaba, era muy capaz de buscarla en la ciudad, y por ningún motivo podían permitirle abandonar la casa.

—Cómo tú desees. Pero debo insistir en que no estoy de acuerdo con esto.

Él inclinó la cabeza un poco y retiró la espada de la mano de Fátima.

Los marineros protectores regresaron a su juego pendiente, mientras tanto Eugene levantó la punta de la espada y sujetó la hoja con ambas manos y comenzó a explicarle a Fátima cada una de sus partes. Le indicó como sujetarla correctamente colocando la mano en el puño de modo que quedara protegida por el guardamano. Le aclaró la función de los gavilanes, el galluelo; le mostró la virola y la monterilla y sus aplicaciones. Le habló de la cazoleta, la espiga, los vaceos, la hoja y el filo.

A partir de entonces y durante días enteros, Eugene y Robbie se esmeraron en enseñar a Fátima el arte de la esgrima con espadas.

Ella pasaba la mayor parte del día inmersa en sus clases, y aprendió rápido a sujetar la espada de manera correcta con el tronco ligeramente inclinado hacia adelante. El brazo no armado, elevado hacia arriba para permitir salida rápida en fondo. El brazo armado, sin llegar a ser punta en línea adelantado y ligeramente flexionado, en una línea recta que pasaba desde el codo hacia la base de la hoja del arma de quien fuera su contrincante. La punta de la espada dirigida hacia adelante y ligeramente a la izquierda y abajo.

Tim le enseño a

fintar. Pero ella tuvo problemas para dominar la

estocada, Eugene siempre terminaba con alguna parte de su ropa hecha trizas. Fátima lo hizo mucho mejor con los

atajos. Robbie se encargó de aleccionarla sobre los

tajos y

reveses, resultó ser más diestra con estos movimientos, aunque para Robbie algunas veces le era difícil poder contener la risa al ver como la hoja de metal podaba las ramas bajas de los árboles con cada movimiento que ella dibujaba en el aire, casi matando de un infarto a todo animal que tuviera la osadía de instalar su morada en alguno de los árboles cercanos.

Sin duda la espada era pesada para ella, y los esfuerzos que libraba para controlarla eran sorprendentes. Mientras más avanzaba en su aprendizaje, sus dos maestros y el público masculino, le procuraban genuino respeto. Ella había dejado de ser solamente la prometida del capitán Drake, y ahora era una mujer. ¡Una Mujer!. Y por demás extraordinaria y digna de ser considerada miembro de aquella cofradía.

Su interés por este tipo de contienda le había ganado la simpatía y el respeto de los marinos. Ya no la miraban como a un extraño ornamento viviente que deambulaba por la casa y que solo debía observarse a la distancia. Sino que los había conquistado con algunos enfrentamientos que no habían sido lo feroces que ella imaginó serían en batallas reales, pero por lo menos le proporcionaban experiencia y diversión a los marinos. Sus contrincantes nunca le hicieron daño, ni siquiera por revancha cuando en el fervor de la contienda ella rasgó sus ropas, por el contrario ellos solo llegaban a desprender algún adorno de sus vestidos o a mutilar algún arbusto o flor, en su berrinche. Ella estaba consciente de que no era una espadachína experta, sin embargo, ahora ya era capaz de defenderse si lo necesitaba.

Pero su entrenamiento no se limitó a la espada, Robbie se encargó de enseñarle un par de golpes específicos que podía aplicar en alguna emergencia, ella solo necesitó una clase para aprenderlos, y una sola nada más para saber ejecutarlos, Robbie quedó tendido en el piso aullando de dolor, ella supuso que se había ganado la excelencia en el rodillazo bajo. Y aunque pasó por un momento bochornoso sin saber a ciencia cierta qué hacer para disminuir el dolor del capitán Brenton, logró reponerse lo suficiente para enfrentarlo más tarde, cuando él logró ponerse de pie y ella le presentó sus disculpas hasta que bien a bien, Robbie no sabía que lo había aturdido más, el dolor en su entrepierna o el parloteo doliente de la mujer.

Después de muchas semanas de trabajo constante, todos los marinos se notaban orgullosos del trabajo que habían realizado con ella. Casi podía decirse que la consideraban una especie de trofeo viviente.

Ella los había escuchado conversar sobre lo bien que ejecutaba algún movimiento especifico que alguno de ellos le había enseñado, o lo bien que había salido la práctica de la tarde y los relatos cargados de emotividad que describían sus avances en alguna especialidad, que para entonces ya incluían aseo de la mansión y cocina, y que ellos se compartían unos a otros cuando comían. A Fátima le divertía ver como algunos de ellos se esforzaban por sujetar los cubiertos como habían visto que lo hacía ella, y como unos a otros se reprendían o se daban indicaciones para hacerlo de la mejor manera, nadie los había obligado a aprenderlo, sin embargo ellos se esforzaban por intentarlo. En algún momento ella escuchó que si ella había sido capaz de aprender esgrima, bien merecía la pena que ellos pudieran aplicarse a utilizar los cubiertos durante las comidas. Ella ya no comía sola en la gigantesca mesa del comedor, ahora estaba siempre abarrotada, ellos se habían turnado los desayunos, comidas o cenas, para que todos los marineros pudieran tener la oportunidad de compartir la mesa con ella.

La espera insípida había mutado en aprendizaje continuo que ella disfrutaba plenamente, no tenía horarios, ni reglas, solamente existían sus peticiones, deseos y decisiones.

En realidad, ella no tenía una rutina establecida, algunos días ella se encargaba de recolectar las flores del jardín y distribuirlas en cada uno de los jarrones y floreros disponibles en la casa. El aroma que habitaba en la mansión era similar al que inundaba la casa de Amelia, con una sola gran diferencia, aquí estas flores crecían satisfechas e independientes y su fragancia se impregnaba en el alma y no solamente en el viento. Una que otra mañana acompañaba a Mattie y Ayana, las mujeres que se hacían cargo de la limpieza y la comida en la casa, al mercado en la ciudad a comprar los víveres y al regresar Fátima se iba a la cocina para que ellas le enseñaran a preparar los alimentos. Algunas veces, especialmente al principio de sus intentos por cocinar, los vestidos sufrieron accidentes, quemaduras, manchas, cortes, pero después de varias semanas, ella se desenvolvía con particular fluidez, también en los menesteres de la cocina.

Por las tardes, Eugene, Robbie, Tim o cualquiera de los otros marinos, practicaban esgrima con ella. Y al atardecer Fátima salía a caminar por los alrededores acompañada de Eugene o Robbie; no porque ella necesitara escolta, sino porque disfrutaba conversar con ellos. Eran hombres cargados de sabiduría, habían tenido vidas difíciles, pero con sus esfuerzos había logrado obtener buenas posiciones. Ambos eran capitanes ingleses, tenían asignados sus propios navíos. Robbie comandaba el Black Clover y Eugene tomaba el mando del Cerulean cuando Oliver no estaba disponible. Obviamente ella prefirió no saber sobre “

esas” indisposiciones de Oliver.

Una tarde mientras caminaban Robbie y Fátima juntos a la orilla de la playa, el capitán del Black Clover la introdujo en una conversación que más bien le pareció a ella como un discreto interrogatorio.

—Apuesto a qué extrañas las amistades y reuniones. Pero si estás interesada podríamos organizar alguna pequeña velada musical, aunque dudo mucho que los músicos que tenemos conozcan alguna pieza decente.

—No Robbie, no extraño ni amistades o reuniones. Porque nunca las disfruté. Mientras viví en la Nueva España, yo no asistí a ninguna velada. Supongo que mis padres consideraron que aún no era el tiempo adecuado para que yo tomara parte de esos eventos. Sin embargo debo confesarte que si estuve presente en un par de “veladas musicales” que organizaban los criados de la casa. En las tierras de mi padre se producía maíz, frijol y teníamos ganado. Había muchos trabajadores y sus familias, y para mi fortuna logré compartir con ellos varios festejos, incluidos mis... —Ella hizo una pausa como si el recuerdo la hubiera afectado— cumpleaños.

—Debo entender que convivías más con la servidumbre que con tu propia familia, y eso te introdujo a costumbres más

mundanas.

Le dijo provocándola. ¿Qué buscaba este hombre?. Le pareció a Fátima que intentaba encontrar alguna falla en ella para luego encajarle las garras y desbaratarla.

—Digamos que aprendí a medir a las personas por su valor interno y no de manera comercial, si a eso te refieres con

costumbres mundanas.

Robbie apenas esbozó una sonrisa de lado.

—No, no me refería a eso.

Él la miró con un destello malicioso en su mirada de oro y procuró mantener esa insoportable sonrisa malévola adornando su rostro.

—Si te refieres a las relaciones que mantenía con... —Él la interrumpió.

—Precisamente, “relaciones” eso es a lo que me refiero. —Ella se detuvo y escudriño el rostro peligroso de Robbie, sin entender por qué la había conducido hasta ese punto incómodo— ¿Con quién mantenías relaciones, Fátima?.

Él entornó los ojos dorados y cruzó los brazos sobre el pecho, como si esperara que ella hiciera alguna revelación oscura.

—Con la servidumbre y los jornaleros que trabajan las tierras. Esas mujeres y hombres eran los únicos que sentían genuino interés en mi persona, mi salud, mis actividades.

—No, no son los criados y los trabajadores a donde quiero llegar. Me refiero a hombres, Fátima.

Ella no se inmutó, en cambio se relajó y esa actitud desenfadada confundió a Robert. Habría jurado que si le mencionaba la palabra

hombre, ella echaría temblar y dudaría en volver a pronunciar alguna palabra, y al contrario, ella suspiró profundamente y sonrió como si se tratara de un viejo chiste que a pesar de lo gastado, aún le causaba gracia.

—¿Hombres?. Supongo que quieres decir pretendientes.

—Bueno, si, los pretendientes también cuentan. —Respondió él entre divertido y ansioso.

—Nunca tuve un hombre o pretendiente antes de ... —Ella se sonrojó— Oliver. El duque, fue idea de mi tía y yo no sabía nada de él hasta el día del compromiso.

Él entornó los ojos y su mirada se volvió más escrupulosa, las palabras de ella habían sido tan claras que no le quedaron dudas respecto al primer lugar del Capitán Drake en la cama de esa mujer. Pero había algo en ella que a él no terminaba de desconcertarlo. Ella no parecía ser una prostituta elegante y mucho menos una vulgar. Además una cama no era razón suficiente para que un hombre como Oliver se hubiera ido a pique por una mujer. Sin duda había algo más en ella que había logrado embrujar al Capitán Drake. Él estaba decidido a averiguarlo.

—Ya veo. —No supo con certeza que otra frase decir.

—Esperabas que mi pasado estuviera aderezado con aventureros masculinos o que te dijera que había tenido filas y filas de pretendientes ansiosos por pedir mi mano y obtener grandes beneficios con mi dote. No, no tuve nada de eso. Aunque si lo que te interesa saber es si tengo conocimiento de lo que implican las “

relaciones” con un hombre...

Él se aclaró la garganta. Esta última frase pareció contrariarlo y se maldijo por eso. Había sido él quien la había conducido hacia ese terreno y ahora temía que ella le hablara del tema como si estuviera recitándole las instrucciones para hacer un bordado.

—Lamento mi desconsideración, sé que eres una dama y este argumento no es muy adecuado para traerlo a colación.

—Entiendo tu interés, sé que deseas conocer a fondo lo que estás protegiendo y no tengo inconveniente en responder tus preguntas, pero te agradecería que las hicieras más concretas y evites los rodeos, creo que estamos lo suficientemente cercanos ahora como para evitar esa clase de estratagemas.

Él reventó en una carcajada que dejó a Fátima muda por un instante, contemplando su ataque de risa.

—Me atrapaste mujercita. Eso merezco por ser tan asno. Me habían dicho que eras inteligente y deseaba comprobarlo yo mismo. Bien mujer, quiero saber cómo atrapaste al Capitán Drake.

Él se detuvo y con las piernas separadas y bien plantadas en tierra y los brazos cruzados sobre el pecho.

—Pues no fueron mis conocimientos profundos en las “

relaciones” con hombres, si eso es lo que sospechabas. Aunque tenía un breve atisbo de cómo funcionan esos menesteres porque escuchaba las platicas de las criadas y las jornaleras en la finca de mi padre, nunca experimenté nada similar mientras viví ahí. Y para serte franca no tengo idea de cómo “atrapé” a Oliver. Te puedo decir que no tenía una estrategia planeada, solo que de alguna forma le arranqué el corazón y lo tiré en alguna parte de mi jardín. —Robbie abrió los ojos al doble de su tamaño después de escuchar la última frase de ella, como si esas palabras lo hubiesen acalambrado— En realidad todo lo que supe hacer fue amarlo y después mostrarle total hostilidad desde el momento en que él se comportó como un bruto y me rompió el corazón. Deseaba castigarlo y que sufriera la misma amarga desilusión que yo había experimentado. Pero cuando finalmente él aceptó mi rechazo, entendí que haberlo lastimado, no me satisfacía como creí. En cambio sentía dolor. Al alejarlo de mí, yo misma me había destrozado. Y al final me encontré con que era el amor lo que permanecía intacto en medio de tantos sentimientos ácidos y tuve que emprender el rescate de su corazón y el mío.

—Me queda todo perfectamente claro. —En realidad, no entendía nada del sentimentalismo del que ella hablaba, y se recriminó lanzando maldiciones mentales. Pero tuvo que reconocer que definitivamente esta mujer poseía un espíritu extraordinario— Escucha bien lo que voy a decirte mujercita, suceda lo que suceda a partir de ahora, aférrate a ti misma y no permitas que ningún hombre, ni siquiera Oliver, te obligue a modificar tu espíritu. Porque solo un espíritu poderoso como el tuyo, puede mantenerse firme en cualquier tormenta. Mi señora, créeme que no son las órdenes de Morgan o Drake las que me incitan a protegerte, sino tú misma y por eso te entrego mi completa e incondicional lealtad.

Esa confesión pasmó a Fátima, ella lo miró con los ojos muy abiertos dejándole ver claramente su desbordada sorpresa. Pero él adoptó de inmediato una fría máscara y bloqueó cualquier sentimiento que pudiera reflejarse en su rostro o en sus ojos.

—Gracias Capitán Brenton.

Él le mostró su sonrisa entera, y ella pensó que si ese hombre sonriera más a menudo, seguramente seria perseguido por hordas de mujeres. Su rostro parco y frío y sus ojos dorados y permanentemente amenazadores, se transformaban con una espectacular sonrisa. En definitiva, Robert Brenton era un hombre atractivo. Pero, no tanto como lo era Oliver, rectificó ella para si misma.

Fátima descubrió los temperamentos de Eugene y Robbie, escuchó atenta sus relatos y les compartió los suyos. Si ellos formaban parte de su presente y sin duda de su futuro, era conveniente que ella se tomara el tiempo para entenderlos.

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