Avatar

Avatar


Capítulo 15

Página 30 de 43

Shalune había ensayado el discurso ritual cientos de veces bajo la feroz dirección de Uluye, pero, ahora que el momento había llegado, el valor la abandonó. Luchó por recuperar la voz, titubeó, juntó las manos, volvió a titubear, se quedó de rodillas temblando como un animal aterrorizado, y no consiguió pronunciar una sola palabra.

—Responded. —La voz de la Dama Ancestral mostraba ahora un matiz de impaciencia.

—Gran señora —empezó Índigo de improviso al darse cuenta de que Shalune no podría seguir adelante. Conocía las palabras prescritas, o al menos su esencia; si Shalune no podía pronunciarlas, entonces debía de hacerlo ella—. Os traemos a nuestra candidata para tomar, a su debido tiempo, el manto de vuestra Suma Sacerdotisa. Nosotras la avalamos y sancionamos, y hemos recorrido el sendero entre vuestro mundo y el nuestro para conducirla a vuestra presencia, con la esperanza de que la aceptaréis como a una de las vuestras.

—¡Ah! —dijo la figura en tono distante, volviendo de nuevo hacia ella sus ojos ribeteados de plata—. Mi oráculo habla por sí misma. Alza tu velo, oráculo. Deseo ver tu rostro con más claridad.

Consciente de que Shalune la observaba con atención, Índigo se llevó las manos al velo y lo echó hacia atrás. Los labios de la señora se tensaron en una sonrisa apenas perceptible, aunque los ojos no la reflejaron.

—Te han disfrazado con carbón y cenizas, pero veo lo que hay debajo de todo esto —dijo—. ¿Tienes un nombre, oráculo?

—Mi nombre, señora, es Índigo… —Índigo calló unos instantes y luego añadió—:… como creo que ya sabéis muy bien.

Shalune ahogó una exclamación, horrorizada ante tal osadía. Un nuevo silencio invadió la caverna mientras Índigo y la negra figura se contemplaban la una a la otra, e Índigo se dio cuenta con un principio de inquietud de que la evaluación inicial de este ser había sido errónea. Desde el principio había percibido que la Dama Ancestral poseía poder, pero, creyendo saber quién era en realidad, había dado por sentado que su poder se erigía sobre una base falsa. Tenía buenos motivos para creerlo: en el pasado, al enfrentarse con los demonios del Charchad y de Simhara, y más tarde al tener que vérselas con el espectral devorador de vida de Bruhome y con la monstruosa pero intangible maldición del conde Bray de El Reducto, había descubierto que los demonios no eran nunca exactamente lo que parecían. Su poder era real, desde luego, pero en cada enfrentamiento sus limitaciones habían demostrado ser mucho mayores de lo que ella había creído. Tapicerías tejidas con engaños, telarañas de ilusiones e intrigas… que sin embargo no poseían más sustancia que una auténtica telaraña, pues toda su estructura se había hecho pedazos al revelarse la verdad oculta bajo sus supercherías.

Pero este demonio era diferente. Por qué lo percibía así y por qué lo creía, no podía decirlo con certeza, pero cada vez estaba más segura de que el poder que la Dama Ancestral poseía no era una simple ilusión. Esta criatura poseía sustancia. Era real, tan real como ella misma… y de repente Índigo se sintió perdida.

Por fin los oscuros labios de la Dama Ancestral volvieron a abrirse.

—Creo que empiezas a comprender, Índigo —dijo—. Todavía te queda un largo camino por recorrer, pero un principio es mejor que nada. ¿Me tienes miedo?

El calor sofocó la garganta de la muchacha; abrió la boca para negar la pregunta pero descubrió de improviso que las palabras que quería no estaban allí. La peculiar fría sonrisa de la negra figura centelleó una vez más.

—Claro que me tienes miedo —declaró, respondiendo a su propia pregunta antes de que Índigo pudiera ordenar sus pensamientos—. ¿Quién no? Aún no he encontrado a un ser humano que no tema lo que le espera más allá de la muerte.

—No sois la muerte…

—No; pero la muerte y yo somos compañeras desde hace mucho tiempo, y lo que la muerte empieza, yo llevo a su conclusión. Existen muchas conclusiones posibles, oráculo. Los pocos que realmente me complacen en vida obtienen la paz en mi reino, y el sueño que no conoce sueños. A otros se les concede otra clase de vida y forman parte de mis muchos sirvientes, y eso, también, puede ser una bendición. Pero siempre existen aquellos que, por sus actos o palabras, blasfeman contra mí y se niegan a aceptarme como su señora. Para ellos no hay otra cosa que el ansia estúpida y perpetua de los

hushu, ya que devoro sus almas y no doy asilo a sus cuerpos, y de este modo no pueden ni morir ni vivir, sino simplemente

existir. —Se interrumpió, los ojos brillantes como carbones encendidos dentro de la plateada aureola—. ¿Qué destino elegirías

, oráculo?

Índigo sintió cómo su corazón latía con fuerza, el pulso rápido y doloroso, pero hizo un esfuerzo para no mostrarse acobardada.

—No escogería ninguno —repuso—. Mi lealtad… y mis creencias… se inclinan hacia otro lado.

—¿De veras? —La Dama Ancestral inclinó la cabeza, cu un curioso gesto que recordaba al de un ave—. Ya lo veremos, oráculo. Ya lo veremos.

Entonces volvió la cabeza, y la mirada negra y plateada se clavó en Shalune e Inuss. Ambas se encogieron sobre sí mismas; Inuss temblaba como una hoja, mientras Shalune tampoco parecía estar mucho mejor. Todo el coraje de ambas se había hecho polvo.

—¿Por qué lloras, candidata? —La voz de la Dama Ancestral tomó de repente un tono cruel—. ¿Qué se esconde en tu corazón que tus lágrimas delatan? ¿Es amor? ¿O es temor? —Hizo una pausa y luego ordenó—: Sácate la máscara.

Inuss profirió un sonido terrible, a medio camino entre un gemido y un grito de dolor. Con gesto tembloroso tiró de la máscara de madera y rompió los cierres en su torpe precipitación; varios de los adornos de hueso cayeron al suelo de piedra en el forcejeo hasta que por fin consiguió quitársela, y el rostro aterrorizado de la joven —sudoroso y crispado por la tensión— contempló a la diosa.

—Tráeme la máscara, hija mía —ordenó la figura—. Ponla entre mis manos.

Inuss no quería acercarse a ella, pero no se atrevía a desobedecer. Se incorporó vacilante y avanzó arrastrando los pies hasta la orilla del lago. El bote estaba demasiado lejos para alcanzarlo extendiendo las manos; pero la señora aguardaba implacable, y por fin Inuss se decidió a penetrar en el agua. Índigo la oyó aspirar con fuerza cuando el líquido elemento empezó a arremolinarse alrededor de sus rodillas, sus muslos y sus caderas. La muchacha vadeó hasta el bote, y levantó la máscara con un gesto desesperado y suplicante, inclinando la cabeza.

La diosa extendió una mano, y los largos dedos de negras uñas tocaron la máscara. Las ventanillas de su nariz se hincharon; luego despacio, muy despacio, retiró la mano. Un horrible resplandor, frío como la aureola de sus ojos, rodeó su cuerpo y la convirtió por un instante en una negra silueta, y entonces habló con una voz que a Índigo le heló la sangre en las venas.

—Tú no eres la persona elegida para servirme. ¡Tú has venido en lugar de otra persona!

Con un alarido de terror, Inuss soltó la máscara, que fue a caer dentro del bote, y se cubrió el rostro con las manos. Shalune clavó la mirada a sus pies, los brazos extendidos en actitud suplicante.

—Señora, os ruego… —empezó a decir.

—¡Silencio! —El eco rebotó por toda la caverna—. ¿Tú que te has confabulado con una traidora te atreves a hablar? ¿Me crees ignorante de tus actos? ¡Ah, Shalune, mi sierva, esperaba mejores cosas de ti!

—¡No! —gritó Shalune—. ¡Señora, no somos traidoras! Sólo queremos lo que es mejor, lo que es correcto…

—¿Correcto? —Cientos de novas llamearon en las profundidades de los ojos de la Dama Ancestral—. ¿Cómo te atreves a juzgar lo que es correcto, Shalune? Te has opuesto a la voluntad de tu Suma Sacerdotisa, a quien yo misma escogí. La has engañado… y por lo tanto me has engañado a mí. Respóndeme, Shalune: ¿quién sanciona lo que debes hacer para servir a tu diosa? ¿Quién es el avatar de tu diosa en el mundo de los mortales?

Las mandíbulas de Shalune se movieron espasmódicamente antes de que pudiera por fin pronunciar:

—Ul… Uluye… es vuestro avatar.

—¿Y en nombre de quién habla Uluye? ¿Quién juzga lo que es correcto, Shalune? ¿Quién?

—Vo… vos, mi señora. Sólo vos.

—Sí, Shalune, yo juzgo. ¿Aceptas mi decisión?

El rostro de Shalune estaba a la vez lleno de angustia y de adoración. Índigo comprendió que realmente amaba a este ser monstruoso, y, aunque este amor tenía sus raíces en el terror, era de todas formas tan real como el amor de un niño por su madre, de una mujer por su amante, de un estúpido e indefenso perro por su severo amo que un día, un buen día, puede otorgarle una alegría indecible condescendiendo a ser amable.

—Acepto vuestro juicio, dulce señora —respondió Shalune, y se le quebró la voz en la última sílaba—. Soy vuestra. Somos vuestras. Lo que sea que mandéis, nosotras lo haremos.

Se produjo un silencio durante lo que pareció una eternidad. Índigo deseaba intervenir, pero no sabía qué podía decir o hacer; una sola palabra en el momento equivocado o en el lugar equivocado podía muy bien empeorar las cosas. Shalune e Inuss permanecían inmóviles. Inuss, una figura patética ahora, seguía todavía sumergida en el agua hasta la cintura, la recargada túnica empapada y pegada al cuerpo. La Dama Ancestral paseó la mirada de la una a la otra con expresión inescrutable. Cuando volvió a hablar, su voz había perdido el leve tono de emoción y recobrado la frialdad.

—Te juzgo una valedora indigna, Shalune, pues me has traído a una postulante que no es la elegida por tu Suma Sacerdotisa. Has desafiado la voluntad de tu Suma Sacerdotisa y, al hacerlo, me has desafiado a mí. —Bajó la mirada—. En cuanto a ti, Inuss, has conspirado con tu mentora para desobedecer y engañar. No otorgo mi bendición a seres como vosotras. No sois dignas de regresar a vuestro propio reino, ni tampoco de residir en el mío.

Se produjo una pausa, durante la cual Índigo vio cómo los ojos de Shalune se abrían de par en par presas del terror. Entonces la Dama Ancestral anunció con voz tajante:

—Vuestros corazones saben que sois culpables. Y conocéis el castigo para lo que habéis hecho. Vuestras almas son mías; y os envío a residir entre los seres sin vida que siguen vivos. Os declaro

hushu.

Ir a la siguiente página

Report Page