Aurora

Aurora


16. Conversaciones privadas

Página 23 de 27

16

CONVERSACIONES PRIVADAS

Regresé al hotel lentamente con la cabeza dándome vueltas y mi vida girando delante mío. De vez en cuando detenía la rueda de la suerte y leía algo que ahora era comprensible. Las ultimas palabras de Madre en el hospital, pidiéndome que no los odiase a ella y a Padre, el disgusto de mi abuela por mi regreso, la cobardía de mi verdadera madre y su estado nervioso, todo comenzó a encajar en su lugar y crear un cuadro que no me gustaba pero que, por lo menos, tenía sentido.

El almuerzo acababa de terminar en el hotel. Los huéspedes paseaban por los jardines, sentándose en el porche del frente y disfrutando del hermoso día. Los huéspedes más jóvenes estaban en las pistas de tenis y muchos se habían ido a la piscina. Del otro lado del camino, en los muelles, otros huéspedes entraban o salían de los barcos que les llevaban de paseo a ver la vista de la costa. Todo a mi alrededor eran sonrisas y risas. Estaba segura de que se me distinguía porque las nubes que llevaba conmigo llenaban de sombras mi rostro.

Pero no podía evitarlo. El brillante sol, las cálidas brisas del mar, el sonido feliz de la risa de los niños, la agitación y energía de los turistas, todo subrayaba mi propia tristeza. Cutler’s Cove no era un lugar para sentirse deprimido, pensé, especialmente el día de hoy.

Mi abuela estaba sentada en el vestíbulo sonriendo y hablando con los huéspedes. Rieron de algo que había dicho y después escucharon atentamente mientras ella continuó. La atención de todos estaba fija en ella, como si fuera una celebridad. Vi el modo en que otros huéspedes se sentían atraídos a ella, ansiosos de escucharla. Ella no vio que yo había entrado y pude así contemplarla sin que lo supiese.

Pero de repente su mirada se posó sobre mí y su expresión se volvió helada. No fui la primera en apartar la mirada. Fue ella. Recuperó su sonrisa mientras continuaba hablando con sus huéspedes. Yo seguí a través del vestíbulo. Tenía algo que hacer antes de hablar con ella. Quería hablar primero con otra persona.

Clara Sue estaba detrás del mostrador de recepción. Algunos de los huéspedes jóvenes estaban charlando con ella. Todos rieron y entonces Clara Sue se volvió hacia mí con el rostro lleno de curiosidad. La ignoré y atravesé el vestíbulo. Hizo algún comentario burlón sobre mí, estoy segura, porque un momento más tarde, ella y sus amigos se echaron a reír aún más alto de lo que habían estado haciendo. No miré para atrás. Entré en la parte antigua y me apresuré a través del corredor hacia la escalera.

Aquí me detuve un momento y luego subí lentamente con la mirada fija delante mío, y mi decisión iba fortaleciéndose a cada paso. Lo único que podía oír eran las últimas palabras de Madre en el hospital. Lo único que podía ver era a Padre con la cabeza baja en su derrota cuando llegó la Policía.

Lo que estaba a punto de hacer iba a hacerlo por ellos.

Me detuve de nuevo ante la puerta de la suite de mi madre y entré lentamente encontrándomela sentada ante su tocador, cepillándose el pelo dorado y contemplándose con admiración en el espejo ovalado. Durante un largo instante no se dio cuenta de que yo había entrado. Estaba demasiado encantada con su propia imagen. Finalmente advirtió de que estaba allí contemplándola y dio media vuelta sobre su banqueta.

Iba vestida con un salto de cama azul claro, pero, como de costumbre, tenía puestos pendientes, un collar y pulseras. Había estado pintándose la cara y llevaba pintura de labios, colorete y lápiz de ojos.

—Oh, Dawn. Me has asustado, entrando así a escondidas. ¿Por qué no llamaste a la puerta? Aunque yo sea tu madre, tienes que aprender a llamar —me dijo con reproche—. Las mujeres de mi edad necesitamos que se respete nuestra intimidad, Dawn, cariño —añadió poniendo una sonrisa amistosa que ahora más que nunca parecía una máscara.

—¿No tienes miedo de que la abuela te oiga llamarme Dawn y no Eugenia? —le pregunté. Me miró con más atención y vio la cólera en mis ojos. Esto la desorientó rápidamente y dejando el cepillo, se levantó para irse a la cama.

—No me siento demasiado bien esta mañana —murmuró mientras se deslizaba por las sábanas de seda—. Espero que no tengas nuevos problemas.

—Oh, no, mamá. Todos mis problemas son antiguos —le dije acercándome. Me contempló con curiosidad y después se cubrió con la manta y se recostó sobre las esponjosas almohadas.

—Estoy tan cansada —dijo—. Debe de ser la nueva medicina que me ha recetado el doctor. Voy a hacer que Randolph le llame y le diga que me hace sentir muy agotada. Lo único que quiero hacer es dormir, dormir, dormir. Tendrás que irte y dejar que cierre los ojos.

—Tú no estuviste siempre así, ¿verdad, mamá? —pregunté cortante. No dijo nada. Mantuvo los ojos cerrados y la cabeza en la almohada—. ¿Lo estabas, Mamá? ¿No solías ser una señora joven muy animada? —pregunté acercándome a la cama. Abrió los ojos y me lanzó una mirada salvaje.

—¿Qué es lo que quieres? Estás actuando de una forma muy extraña. No tengo fuerzas. Si tienes un problema, vete a ver a tu padre, por favor.

—¿Dónde puedo encontrar a mi padre?

—¿Qué?

¿Donde voy a encontrarlo? ¿A padre? —pregunté con una voz dulce y musical—. Mi verdadero padre.

Cerró los ojos y se recostó nuevamente.

—Estoy segura de que en su despacho. O en el despacho de su madre. No vas a tener ningún problema en localizarlo. —Movió una mano despidiéndome.

—¿De veras? Pensé que sería muy difícil encontrarle. ¿No tendría que empezar a buscarle de hotel en hotel, de cabaret en cabaret, oyendo a los artistas?

—¿Qué? —Abrió los ojos nuevamente—. ¿De qué estás hablando?

—Estoy hablando de mi verdadero padre… Finalmente de mi verdadero padre. El de la piscina.

Mi frase había hecho blanco. Saboreé el aspecto de incomodidad que empezó a aparecer en su cara. Por una vez yo no era quien debía de rendir cuentas sobre el pasado. No era yo quien tenía que sentirse avergonzada. Era ella.

Me contempló sin comprender y entonces se puso las manos sobre el pecho.

—¿No querrás decir ese señor Longchamp? No le estarás llamando padre todavía, ¿verdad?

Negué con la cabeza.

—Bien, entonces, ¿de qué estás hablando? No puedo soportar esto. —Sus párpados se agitaron—. Me está mareando.

—No te desmayes antes de haberme contado la verdad, Madre —le pedí—. No me apartaré de tu lado hasta que lo hagas. Eso te lo prometo.

—¿Qué verdad? ¿De qué estás parloteando? ¿Qué te han dicho? ¿Con quién has estado hablando? ¿Dónde está Randolph? —Miró hacia la puerta como si él estuviera detrás mío.

No querrás que esté aquí —dije—, a no ser que haya llegado el momento de que lo sepa todo. ¿Cómo fuiste capaz de cederme? —le pregunté rápidamente—. ¿Cómo pudiste permitir que alguien se quedara con tu bebé?

—Permitir… ¿a alguien?

Moví la cabeza con disgusto.

—¿Siempre has sido tan débil y egocéntrica? Permitiste que ella te forzara a cederme. Hiciste tu trato…

—¿Quién te ha estado contando todas esas mentiras? —preguntó con un repentino golpe de energía.

—Nadie me ha estado contando mentiras, Madre. Vengo de hablar con Mrs. Dalton. —Su furioso ceño decayó—. Sí, Mrs. Dalton, que fue mi enfermera, a quien tú me dijiste que la abuela había responsabilizado. Sólo querías desviar la culpa de otro. Si la abuela la hubiera culpado, ¿le habría pagado el salario de un año? ¿Y por qué fue nuevamente contratada cuando nació Clara Sue?

»No tiene sentido inventar otra mentira para cubrir ésta —añadí rápidamente, cuando vi que iba a empezar a hablar. Era mejor mantenerla de esa forma. Si se ponía a la defensiva, podría animarse y empezar a contar más mentiras—. Mrs. Dalton está muy enferma y quiere hacer las paces con Dios.

Lamenta su parte en el plan y está dispuesta a decirle la verdad a todos.

»¿Por qué lo hiciste? ¿Cómo pudiste permitir que otro se quedara con tu propia hija?

—¿Qué te dijo Mrs. Dalton? Está enferma. Debe de haber enloquecido para hablar así. ¿Por qué fuiste a hablar, con esa mujer? ¿Quién te envió? —preguntó mi madre.

—Está enferma, pero no ha enloquecido y hay otros en el hotel que pueden testificar que su historia es cierta. Soy yo la que se siente enferma —dije cortante—. Estoy enferma de oír mentiras, de vivir una vida de mentiras.

»Te metes en esta cama haciendo ver que estás débil y nerviosa sólo para huir de la verdad —dije—. Bien, no me importa. Haz lo que quieras, pero no me mientas más. No hagas ver que me quieres y que me has añorado y que me tienes compasión por haber tenido que vivir una vida dura y de pobreza. Tú me enviaste a esa vida. ¿No es cierto? ¿No es cierto? —le grité. Parpadeó y pareció que iba a estallar en lagrimas—. ¡Quiero la verdad! —grité golpeándome los muslos con los puños.

—¡Dios mío! —gimió y enterró la cara en sus manos.

—El que te eches a llorar y que finjas estar enferma no te van a salvar esta vez, madre. Hiciste algo terrible y yo tengo el derecho a saber la verdad.

Movió la cabeza.

—Dímelo —insistí—. No me marcharé hasta que lo hayas hecho.

Lentamente se destapó la cara. Había cambiado totalmente y no sólo por las lágrimas que habían destrozado su maquillaje y que había hecho que su lápiz de ojos se corriera. Había una mirada cansada y vencida en sus ojos y los labios le temblaban. Asintió lentamente y se volvió hacia mí. Parecía aún más joven, casi como una niña pequeña a la que han pescado haciendo algo malo.

—No debes pensar mal de mí —dijo con la vocecilla de un niño—. No quise hacer esas cosas terribles. No quería. —Frunció los labios y agitó la cabeza como lo hubiera hecho una criatura de cinco años.

—Sólo dime lo que en realidad ocurrió, Madre. Por favor. Miró hacia la puerta y se inclinó hacia mí, con la voz transformada en un susurro.

—Randolph no lo sabe —me dijo—. Le rompería el corazón. Me quiere mucho, casi tanto como quiere a su madre, pero no lo puede evitar. No puede —añadió.

—Entonces, ¿me entregaste a otra gente? —pregunté, sintiendo náuseas. Hasta este momento…, este momento de verdad…, una parte secreta dentro de mí no quería creer lo que se le decía—. ¿Tú permitiste que Ormand y Sally Jean Longchamp se me llevaran?

—Tuve que hacerlo —susurró—. Ella me obligó. —Miró por el rabillo del ojo hacia la puerta. Era una niña pequeña tratando de pasarle la culpa de algo a otra niña pequeña. Mi ira disminuyó. Había algo muy patético y triste en ella—. No debes culparme, Dawn. ¡Por favor! —suplicó—. No debes. Yo no quería hacerlo, de veras, pero ella me dijo que si no lo hacía, le explicaría a Randolph una serie de cosas sobre mí y me haría echar como una vergüenza. ¿Dónde podía ir? ¿Qué podría hacer? La gente me odiaría. Todo el mundo la respeta y la teme —añadió furiosamente—. Se creerían cualquier cosa que ella dijese.

—Así que hiciste el amor con otro hombre y me concebiste —dije esta vez suavemente.

—Randolph siempre estaba tan ocupado con el hotel.

Está enamorado del hotel —se quejó—. No tienes idea de lo difícil que fueron esos tiempos para mí —explicó con la cara retorciéndosele. Las lágrimas le llenaban los ojos—. Yo era joven y bella y llena de energía y quería hacer cosas, pero Randolph siempre estaba muy ocupado o su madre le estaba siempre pidiendo que hiciera esto o aquello y si yo quería ir a algún sitio o quería hacer algo, siempre tenía que hablar con su madre. Gobernaba nuestras vidas como una reina.

»No iba a estar encerrada todo el tiempo. ¡Él nunca tenía tiempo para mí! ¡Nunca! No era justo —gritó indignada—. No me dijo que iba a ser así cuando éramos novios. Me engañaron. Sí —dijo ella moviendo la cabeza y saboreando su teoría—. Me tendió una trampa, me defraudó. Era una clase de hombre fuera del hotel y otra dentro. Dentro, es lo que su madre quiere que sea, sin importarle lo que yo diga o haga.

»Así que no pueden culparme —concluyó—. Todo ha sido culpa suya… Culpa de ella. —Las lágrimas caían por su cara—. ¿No lo ves? Soy inocente.

—Ella te dijo que tendrías que cederme y tú lo aceptaste —concluí como si fuese un abogado que está interrogando a un testigo en un juicio, pero realmente tenía la sensación de que esto era una especie de juicio y que yo estaba actuando como abogado defendiendo a Ormand y Sally Jean Longchamp a la vez que a mí misma.

—Tuve que aceptar. ¿Qué otra cosa podía haber hecho?

—Podías haber dicho que no. Podías haber luchado por mí y haberle dicho que yo era tu niña. Podías haberle dicho: ¡No, no, no! —Grité salvajemente, pero era como tratar de enseñarle a una criatura de cuatro años a comportarse como un adulto. Mi madre sonrió a través de sus lágrimas asintiendo.

—Tienes razón. Tienes razón. Fui mala. ¡Muy mala! Pero ahora todo está bien. Tú has regresado. Todo está bien. No hablemos más de eso. Hablemos de cosas buenas, de cosas felices, por favor.

Me acarició la mano y respiró profundamente. Su expresión cambió como si todo lo que habíamos estado discutiendo hubiese quedado olvidado instantáneamente y, de todos modos, no fuese muy importante.

—Estaba pensando que tendrías que hacerte arreglar el pelo y quizá podríamos ir a comprar alguna ropa nueva y bonita para ti. Y zapatos nuevos y algunas joyas. No tienes por qué usar la ropa vieja de Clara Sue. Ahora puedes tener tus propias cosas. ¿Te gustaría? —preguntó.

Negué con la cabeza. Verdaderamente era una criatura. Quizá siempre había sido así y era por eso que mi abuela había podido dominarla fácilmente.

—Pero estoy tan cansada ahora —dijo—. Estoy segura de que es esa medicina nueva. Tan sólo quiero cerrar los ojos por un rato. —Dejó caer la cabeza sobre la almohada—. Y descansar, descansar. —Abrió los ojos y me miró—. Si ves a tu padre, por favor, dile que llame al médico. Necesito que me cambien la medicina.

Me quedé contemplándola. Verdaderamente tenía la cara de una niña pequeña, una cara para ser compadecida y mimada.

—Gracias, cariño —me dijo y cerró los ojos otra vez.

Me aparté. Era inútil gritarle o exigirle nada más. En cierto modo, era una enferma, no tan enferma como Mrs. Dalton pero cerrada a la realidad. Me dirigí a la puerta.

—¿Dawn? —llamó.

—Sí, madre.

—Lo siento —dijo y volvió a cerrar los ojos.

—Yo también, mamá —contesté—. Yo también.

Toda mi vida, pensé al bajar la escalera, he sido gobernada por acontecimientos fuera de mi control. De niña, de bebé, de jovencita, siempre había dependido de adultos y había tenido que hacer lo que querían que hiciese, o, como acababa de aprender, aceptar lo que querían que fuera hecho conmigo. Sus decisiones, sus acciones y sus pecados eran los vientos que me llevaban de un sitio a otro. Incluso aquéllos que me querían de verdad podían volverse e ir a determinados lugares. Lo mismo rezaba para Jimmy y ciertamente para Fern. Los sucesos que habían empezado aun antes de nuestros nacimientos, ya habían dispuesto qué y cómo seríamos.

Pero ahora, toda la tragedia de los últimos meses cayó como una avalancha sobre mí: la muerte de Madre, el que hubiesen metido a Padre en la cárcel, ver deshacerse lo que yo consideraba que era mi familia, los continuos intentos de Clara para hacerme daño, la violación de Philip, la huida de Jimmy y su captura, y el enterarme de la verdad. Me encontraba como alguien que se ve atrapado en medio de un huracán que lo hace girar. Ahora, como una bandera que repentinamente se ve sacudida en una violenta ráfaga y es arrancada de las cuerdas que la amarran al mástil, giré sobre mis tacones, salí disparada hacia el vestíbulo del hotel, con la cabeza alta, la mirada fija al frente, sin mirar ni a izquierda ni a derecha, sin ver a nadie más, y sin oír ninguna voz.

Mi abuela estaba sentada en un sofá en el vestíbulo, con un pequeño grupo de huéspedes a su alrededor, que escuchaban atentamente todo lo que decía. Sus caras sonreían con admiración. Cualquiera que mi abuela escogía para dirigirle una palabra especial, un toque, se iluminaba como alguien que hubiera sido bendecido por un clérigo.

Algo en mi cara hizo retroceder a la gente como una ola, les hizo separarse y alejarse al acercarme. Lentamente, con su sonrisa suave y angelical aún fija en su cara, mi abuela se volvió para ver qué era lo que le había robado la atención de la gente del brillo de sus ojos y del calor de su voz. En el momento en que me vio, sus hombros se irguieron y su sonrisa desapareció, trayendo profundas sombras a su cara que, repentinamente, pareció más bien un duro caparazón.

Me detuve ante ella, con los brazos cruzados bajo mis pechos. Mi corazón latía violentamente, pero yo no quería que ella viese lo nerviosa y asustada que estaba.

—Quiero hablar contigo —declaré:

—Es de mala educación interrumpir a la gente de este modo —replicó y se volvió para regresar a sus huéspedes.

—No me importa lo que sea de buena educación o no. Quiero hablar contigo, ahora —insistí, poniendo en mi voz tanta firmeza como me fue posible. No le quité los ojos de encima para que se diese cuenta de lo decidida que estaba.

De repente se sonrió.

—Bueno —dijo a su círculo de admiradores compuesto por los huéspedes—. Veo que tenemos un pequeño asunto familiar que atender. Por favor, ¿querrá todo el mundo disculparme durante unos minutos?

Uno de los señores que estaba a su lado, se movió rápidamente para ayudarla a levantarse.

—Gracias, Thomas. —Me echó una mirada furiosa—. Ve a mi despacho —me ordenó. Yo le devolví la mirada furiosa y después me encaminé hacia allí, mientras ella continuaba dando disculpas por mi comportamiento.

Cuando entré en su oficina, miré al cuadro de mi abuelo. Tenía una sonrisa cálida y gentil. Me pregunté cómo hubiera sido el conocerle. ¿Cómo había podido soportar a la abuela Cutler?

La puerta se abrió de golpe detrás mío al entrar mi abuela como si fuera una tormenta. Sus zapatos golpearon contra el suelo de madera al pasar ante mí y después se giró violentamente, con los ojos ardiendo de rabia, y los labios delgados como la línea de un lápiz.

—¿Cómo te has atrevido? ¿Cómo te atreves a comportarte de ese modo mientras estoy hablando con mis huéspedes? Ni siquiera mis más pobres empleados, gente que viene de los ambientes más bajos y deprimentes, actúan de ese modo. ¿Es que no queda un poco de decencia en tu insolente cuerpo? —regañó. Fue como si me hubiese detenido ante una estufa de carbón, justo cuando la puerta estaba abierta y me hubiese enfrentado al ardiente fuego y al rojo calor descubierto. Cerré los ojos y retrocedí unos pasos, pero después los abrí y escupí mis palabras ante ella.

—Tú ya no puedes hablarme a mí de decencia. ¡Eres una hipócrita!

—¿Cómo te atreves? Te haré encerrar en tu habitación. Te…

—No harás nada, abuela. Sólo decir la verdad… finalmente —le ordené con firmeza. Sus ojos se agrandaron con la confusión. Con un poco de alegría, anuncié la sorpresa que le tenía preparada—. Fui a ver a Mrs. Dalton esta mañana. Está muy enferma, pero feliz por haber podido finalmente quitarse el peso de la culpa de su conciencia. Me contó lo que verdaderamente sucedió, después y antes de nacer yo.

—Esto es ridículo. No voy a quedarme aquí y…

—Después fui a ver a mi madre —añadí—. Y ella también confesó.

Mi abuela se quedó mirándome un momento. Su ira fue bajando lentamente como la llama en una estufa y después se volvió y se dirigió a su escritorio.

—Siéntate —me ordenó. Ella se sentó en su propio sillón. Me fui a la silla delante de su escritorio. Durante un largo momento, ella y yo nos contemplamos la una a la otra.

—¿De qué te has enterado? —preguntó en un tono de voz mucho más calmado.

—¿De qué crees? De la verdad. Descubrí lo del amante de mi madre y cómo finalmente la obligaste a entregarme a otros. Cómo lo arreglaste todo para que Ormand y Sally Jean Longchamp me llevasen y luego hacer ver que me habían robado. Cómo pagaste a la gente y cómo buscaste gente que te ayudase en tus planes. Cómo ofreciste una recompensa para encubrir tus acciones —dije todo seguido sin respirar.

¿Quien va a creer esa historia? —repitió con un autocontrol tan frío que me provocó estremecimientos de miedo en la columna. Agitó la cabeza—. Yo sé lo muy enferma que está Mrs. Dalton. ¿Sabías que su yerno trabaja para «Cutler’s Cove Sanitation Company»? Podía hacer que lo despidiesen mañana mismo, así de fácil —dijo haciendo chasquear los dedos—. Y si tú y yo subimos ahora, en este momento, y enfrentamos a Laura Sue con esta historia, se va a desmoronar y llorar, y dirá tonterías con tanta incoherencia que nadie comprendería ni una palabra. Lo más probable es que si yo estoy a tu lado ni siquiera pueda recordar nada de lo que te ha dicho. —Me lanzó una mirada de triunfo.

—Pero es todo cierto, ¿verdad? —le grité. Estaba perdiendo aquella firmeza, aquella confianza en mí misma que me había puesto una vara de acero en la columna. Ella era muy fuerte y estaba tan segura de sí misma, que podía defender su terreno y hacer retroceder una manada de caballos salvajes.

Se volvió hacia otro lado y permaneció callada durante un largo momento. Me volvió a mirar nuevamente.

—Pareces ser alguien al que le gusta la controversia… dándole amparo aquí a ese chico mientras lo estaba buscando la Policía. —Movió la cabeza—. Está bien, te lo diré. Sí, es verdad. Mi hijo no es realmente tu padre. Le pedí a Randolph que no se casase con esa pequeña sinvergüenza. Sabía lo que era y en qué se convertiría, pero, como todos los hombres, le hipnotizó la belleza superficial y su voz melosa y dulce. Incluso mi esposo estaba encantado con ella. Observé cómo ella movía los hombros y los deslumbraba con su risita tonta y su total desamparo —dijo, haciendo una mueca de asco con la boca—.

A los hombres les encantan las mujeres desamparadas, sólo que ésta no lo era tanto como quería aparentar —agregó con una fría sonrisa en sus labios—. Especialmente cuando se trataba de satisfacer sus deseos.

»Siempre sabía lo que quería. Yo no quería que esa clase de mujer formara parte de mi familia, parte de esto…, este hotel —dijo extendiendo los brazos—. Pero discutir con hombres que están bajo el hechizo de una mujer es como tratar de detener una catarata. Si le haces frente demasiado tiempo, te ahogas.

»Así que me retiré, les advertí y luego me retiré. —Asintió recuperando su fría sonrisa—. Oh, ella simuló que quería ser responsable y respetable pero cada vez que yo le daba cualquier cosa seria para hacer, iba a Randolph a quejarse del trabajo y del esfuerzo, y él suplicaba para que fuese relevada de esto o aquello.

»Ya tenemos bastantes adornos para colgar en la pared y en el techo, le dije. No necesitamos más. Pero igualmente podía haber dirigido mis palabras a las paredes de este despacho.

»No pasó mucho tiempo antes de que comenzase a mostrar su verdadera naturaleza, coqueteando con todo el mundo que llevara pantalones. ¡No había forma de detenerla! ¡Era asqueroso! Traté de decírselo a Randolph, pero él estaba tan ciego respecto a eso como a todo lo demás. Cuando un hombre está tan deslumbrado por una mujer como él estaba, es lo mismo que si hubiese estado mirando directamente al sol. Después de eso, no ve nada.

»Así que cedí y naturalmente, como sin duda ya sabrás, tuvo un lío y se encontró con problemas. Yo podía haber echado a la pequeña sinvergüenza entonces. Debí de haberlo hecho —añadió con amargura—. Pero… quise proteger a Randolph y a la familia y a la reputación del hotel.

»Lo que hice, lo hice por el bien de todos y por el hotel y la familia, porque son uno y lo mismo.

—Pero Padre… Ormand Longchamp…

—Él aceptó el trato —dijo ella—. Sabía lo que estaba haciendo.

—Pero tú le dijiste que todo el mundo lo quería así, ¿no es verdad? Creyó que estaba haciendo lo que Randolph y mi madre deseaban, ¿verdad? ¿No es así? —perseveré cuando no me respondió.

—Randolph no sabe lo que quiere, nunca lo ha sabido. Siempre tomé las decisiones correctas por él. Casarse con ella —me dijo inclinándose sobre el escritorio—. Es la única vez que él ha ido en contra de mis deseos y mira cómo ha resultado.

—Pero Ormand creía…

—Sí, sí, él lo pensó, pero le pagué generosamente y evité que la Policía lo encontrase. Fue culpa suya si lo cogieron. Debió quedarse más al Norte y no haber venido jamás a Richmond.

—Pero él no merece estar en la cárcel —insistí—. No es justo.

Se volvió de nuevo, como si lo que yo dijera no fuera importante. ¡Pero lo era!

—No me importa si puedes obligar a Mrs. Dalton a retractarse de su historia y si puedes hacer que mi madre parezca menos, se formará el suficiente escándalo para ser desagradable. Se lo diré a Randolph. Solamente piensa el daño que le hará cuando lo sepa. Le dejaste con la esperanza de volver a encontrarme, ofreciste ésa recompensa.

Me miró estudiándome durante un momento. Sostuve la mirada tan firmemente como pude, pero era como mirar directamente al centro de una hoguera. Finalmente se ablandó al ver mi resolución.

—¿Qué es lo que quieres? ¿Quieres que me sienta avergonzada y hacer llover la tragedia sobre los Cutler?

—Quiero que saques a Padre de la cárcel y dejes de tratarme como si yo fuese basura. Deja de decir que mi madre es una sinvergüenza y deja de exigir que me cambie mi nombre por Eugenia —dije con determinación.

Quería mucho más, pero tuve miedo de exigir demasiado. Con el tiempo esperaba conseguir que hiciese algo por Jimmy y por Fern.

Ella asintió lentamente.

—Está bien —suspiró—. Haré algo respecto a Ormand Longchamp. Hablaré con gente importante que conozco y procuraré conseguirle una pronta libertad condicional. De todos modos, estaba pensando hacerlo. Y si insistes en que te llamen Dawn, pues puedes seguir siendo llamada Dawn. Pero —agregó rápidamente cuando yo empezaba a sonreír—, tendrás que hacer algo por mí.

—¿El qué? ¿Quieres que regrese a vivir con él?

—Claro que no. Ahora estás aquí y eres una Cutler, tanto si nos gusta a ti y a mí como si no, pero —ronroneó muy contenta, satisfecha consigo misma, recostada en el respaldo de su silla y contemplándome por un momento—, no tienes por qué estar aquí todo el tiempo. Sería mucho mejor para todos nosotros… para Clara Sue, Philip, Randolph, hasta para tu… madre, si te fueses.

—¿Adonde? ¿Dónde iría?

Asintió con una curiosa sonrisa en la cara. Indudablemente a ella se le había ocurrido algo muy hábil, algo que le daba mucha satisfacción.

—Tienes una voz muy bonita. Creo que se te debería permitir desarrollar el don que posees para el canto.

—¿Qué quieres decir? —¿Por qué de repente estaba ella tan ansiosa por ayudarme?

—Resulta que soy miembro honorario de la junta de fideicomisarios de una prestigiosa escuela de bellas artes en Nueva York.

—¿Nueva York?

—Sí. Quiero que vayas allí en lugar de regresar al Emerson Peabody. Hoy haré los arreglos y podrás irte dentro de poco. También tienen cursos de verano. Naturalmente que todo esto y todo lo que has sabido, no saldrá de esta habitación. Nadie tiene que saber nada excepto que yo he decidido que tu don es demasiado importante para que desperdicies tu tiempo limpiando habitaciones en un hotel.

Me di cuenta de que le agradaba la idea de que todo el mundo la considerase magnánima. Parecería una maravillosa abuela haciendo grandes cosas por su nueva nieta y yo tendría que hacer ver que estaba agradecida.

Pero yo no deseaba regresar al Emerson Peabody y sí quería llegar a ser una cantante. Se saldría con la suya y se libraría de mí. Pero yo tendría una oportunidad con la que sólo había podido soñar. ¡Nueva York! ¡Una escuela, de bellas artes!

Y Padre también recibiría ayuda.

Está bien —acepté—. Siempre que cumplas lo que has prometido.

—Siempre cumplo mi palabra —dijo airadamente—. Tu reputación, tu nombre, el honor de tu familia, son las cosas importantes. Tú vienes de un mundo en que todas esas cosas eran insignificantes, pero en mi mundo…

—El honor y la honestidad siempre han sido importantes para nosotros —le devolví cortantemente—. Podíamos ser pobres, pero éramos gente decente. Y Ormand y Sally Jean Longchamp no se traicionaban ni se mentían —repliqué. Los ojos me quemaban con lágrimas de indignación.

Me contempló durante un largo momento otra vez, sólo que esta vez vi una mirada de aprobación en sus ojos.

—Será interesante —dijo finalmente, hablando lentamente—, muy interesante, ver qué clase de mujer engendró el lío de Laura Sue. No me gustan tus modales, pero has demostrado independencia y agallas. Y ésas son cualidades que admiro.

—No estoy segura, abuela —repliqué—, si lo que tú admiras resulte alguna vez importante para mí.

Se echó hacia atrás como si la hubiera salpicado con agua fría, con los ojos volviéndose distantes y duros instantáneamente.

—Si eso es todo, creo que es mejor que te vayas. Gracias a ti y tus intromisiones, tengo mucho que hacer. Serás informada sobre la fecha de tu partida —añadió.

Me puse de pie despacio.

—Crees que puedes dirigir las vidas de todos fácilmente, ¿verdad? —dije con amargura, agitando la cabeza.

—Hago lo que tengo que hacer. El tener la responsabilidad de cosas importantes requiere que a veces tome decisiones difíciles, pero actúo lo mejor que puedo en beneficio de la familia y del hotel. Algún día, cuando tengas algo importante de lo que ocuparte y debas tomar alguna decisión desagradable o que siente mal, me recordarás y no me juzgarás tan duramente —dijo como si fuera importante para ella que yo tuviera una mejor opinión sobre su persona.

Entonces sonrió.

—Créeme, cuando necesites algo o te metas en algún problema por algún motivo u otro, no llamarás a tu madre o ni siquiera a mi hijo. Me llamarás a mí y estarás contenta de poder hacerlo —predijo.

Qué arrogancia, pensé, pero, a pesar de ello, era verdad… Incluso pese a mi corta estancia aquí, pude darme cuenta de que Cutler’s Cove le debía lo que era.

Me volví rápidamente y me fui, sin tener la seguridad de haber ganado o perdido la batalla.

Después, esa misma tarde, Randolph vino a verme. Se me hacía cada vez más y más difícil pensar en él como mi padre y esto ocurrió cuando acababa de empezar a adaptarme a la idea. Por la expresión de su cara pude ver que mi abuela le había explicado la decisión de mandarme a la escuela de bellas artes.

—Mamá me acaba de decir que has tomado la decisión de ir a Nueva York. Es magnífico, aunque debo decir que me entristece verte marchar cuando apenas acabas de llegar —se quejó. Parecía disgustado por la idea y yo pensé que era muy triste que no supiera la verdad y que yo al igual que mi madre y que la abuela Cutler lo tuviéramos engañado. ¿Era justo? Qué frágil era la felicidad y la paz en esta familia, pensé. Su amor a mi madre desaparecería con seguridad si llegaba a saber que le había sido infiel.

En cierta forma, todo estaba construido sobre una mentira y yo tenía que mantener esa mentira viva.

—Siempre he querido ir a Nueva York y ser cantante —le dije.

—Por supuesto que debes ir, sólo te estoy tomando el pelo. Pero te voy a añorar; iré a visitarte a menudo y volverás por las fiestas. Va a ser muy emocionante para ti. Ya se lo he dicho a tu madre y cree que es una magnífica idea que sigas una carrera formal en bellas artes.

»Quiere llevarte de tiendas para comprarte ropa nueva, y, por supuesto, ya he dispuesto que el coche del hotel sea puesto a vuestra disposición mañana por la mañana para que las dos podáis ir de tienda en tienda.

—¿Se siente con ganas de hacerlo? —pregunté, apenas escondiendo mi desdén.

—Oh, raramente la he visto tan contenta como ahora. Tan pronto como le expliqué sobre la decisión que mamá y tú habíais tomado, se sentó, sonrió y empezó a hablar excitadamente sobre ir de tiendas. Hay pocas cosas que le guste hacer más a Laura Sue que ir de compras —dijo riendo—. Y siempre quiere ir a Nueva York. Probablemente irá a verte cada fin de semana —añadió.

—¿Y mi trabajo en el hotel mañana? No quiero que recaiga todo sobre Sissy.

—Eso se ha terminado. Se terminó el trabajo de camarera para ti. Simplemente disfruta de la familia y del hotel hasta que tengas que irte a la escuela —dijo—. Y no te preocupes por Sissy. Haremos que alguien la ayude y contrataremos a otra persona rápidamente.

Movió la cabeza y sonrió.

—No pareces tan contenta como esperaba. ¿Te ocurre algo? Sé que la situación que se produjo con el chico Longchamp no fue agradable y comprendo que estuvieras tan disgustada, pero no debiste permitir que se escondiera aquí. —Juntó las manos en una palmada como si con ese gesto pudiera ahuyentar ese recuerdo desagradable—. Pero ya terminó. No nos preocupemos más sobre ello.

—No puedo evitar preocuparme por Jimmy —contesté rápidamente—. Sólo estaba tratando de huir de una horrible familia adoptiva. Traté de contároslo, pero nadie quiso oírme.

—Humm, bien, al menos sabemos que a la pequeña le va bien.

—¿Has sabido algo de Fern? —Me incorporé velozmente.

—No mucho. No les gusta dar ese tipo de información, pero un amigo de tu abuela conocía a alguien, que conocía a alguien. En cualquier forma, Fern fue adoptada por una pareja joven que no tenía hijos. Su dirección sigue siendo un misterio, pero los estamos buscando.

—¿Y si Padre quisiera recuperarla? —gemí.

—¿Padre? Oh, ¿Ormand Longchamp? En estas circunstancias, no creo que le sea posible recuperarla cuando salga de la cárcel. Eso todavía tardará algún tiempo —añadió. Evidentemente, la abuela Cutler no le había contado esa parte de nuestro trato.

No podía hacerlo sin revelarle por qué hacía una cosa semejante.

—De cualquier forma —continuó—, quise venir a verte para decirte lo contento que me sentía por ti. Debo volver a mi despacho. Te veré en la cena. —Se arrodilló para besarme en la frente—. Probablemente te convertirás en la Cutler más famosa —dijo y se marchó.

Me recosté contra la almohada. Qué rápido estaba ocurriendo todo ahora. Fern estaba con una nueva familia. Quizá ya había aprendido a llamar al hombre Padre y a la mujer Madre. Quizá sus recuerdos de Jimmy y de mí se estaban desvaneciendo. Un nuevo hogar, buena ropa, mucha comida, y buenos cuidados borrarían con seguridad su vida anterior y harían que todo pareciera como un vago sueño.

Estaba segura de que en cuestión de días la abuela Cutler me habría llevado a una nueva vida, una vida lejos de ella y de Cutler’s Cove. Mi gran consuelo era que estaría en un mundo lleno de música y cada vez que entraba en ese mundo, todas las dificultades y todas las miserias, toda la desgracia y toda la tristeza, desaparecían. Decidí que me concentraría y pondría toda mi energía en una sola cosa, ser una buena cantante.

Esa noche se me permitió sentarme con mi familia en el comedor para cenar. La noticia de mi marcha a una escuela de bellas artes se había extendido rápidamente por todo el hotel. Miembros del personal que anteriormente estaban molestos conmigo, ahora me deseaban suerte. Hasta alguno de los huéspedes se había enterado y tenía algo amable que decirme. Mi madre tuvo una de sus milagrosas recuperaciones. En realidad nunca la había visto más radiantemente bella. Su pelo tenía brillo, sus ojos se veían ardientes y jóvenes. Reía y hablaba con más animación de la que había demostrado nunca. Para ella todo era delicioso, la gente era encantadora. Había sido el verano más maravilloso en mucho tiempo. Hablaba y hablaba sobre nuestra próxima salida de compras.

—Tengo algunos amigos que viven en Manhattan —dijo—. Y lo primero que voy a hacer por la mañana es llamarles para saber lo que está de moda esta temporada. No queremos que te vayas con el aspecto de la hija del granjero —dijo y se echó a reír. Randolph encontraba su risa contagiosa y también estaba más animado y encantador que nunca.

Solamente Clara Sue estaba sentada con un aspecto sombrío y derrotado en la cara. Me contemplaba llena de envidia. Repleta de confusas emociones. Se estaba librando de mí, cosa que yo sabía que la hacía feliz, porque una vez más iba a ser la princesita y no tendría que compartir el escenario conmigo de ninguna forma. Pero yo me iba para hacer algo muy excitante y estaba siendo mimada y ella no.

—Yo también necesito cosas nuevas —se quejó cuando pudo decir una palabra.

—Pero tú tienes mucho más tiempo, Clara Sue, cariño —dijo mamá—. Iremos a comprar tus cosas hacia el final del verano. Eugenia se va a Nueva York dentro de pocos días. ¡Nueva York!

—Dawn —la corregí. Mi madre me lanzó una mirada y después miró a la abuela Cutler. Vio que no surgía la reprimenda—. Mi nombre es Dawn —repetí suavemente.

Mamá se rió.

—Por supuesto que lo es si te gusta y si todos estamos de acuerdo —dijo mirando nuevamente a la abuela Cutler.

—Es el nombre al que está acostumbrada —repuso la abuela Cutler—. Si desea cambiar su nombre en algún momento en el futuro puede hacerlo.

Clara Sue pareció sorprendida y molesta a la vez. Yo le sonreí y ella apartó la mirada a toda prisa.

La abuela Cutler y yo compartimos una mirada de entendimiento. Intercambiamos unas cuantas esa noche. Ahora que nuestra gran batalla había terminado, encontraba que estaba actuando de una forma distinta conmigo, tal y como había prometido. Cuando algunos huéspedes se detuvieron a preguntar sobre mi canto, dijo que había un tío en nuestra familia que solía cantar y que tocaba el violín.

Al mirar alrededor de la mesa, me di cuenta de que todo el mundo estaba contento de que me fuese pero por diferentes motivos. La abuela Cutler nunca me había querido, mi madre me consideraba una amenaza y ahora una vergüenza, Randolph estaba sinceramente feliz por mi nueva oportunidad y Clara Sue estaba feliz porque perdía la competencia por la atención de la familia. Solamente Philip, desde su puesto de camarero, me lanzaba miradas confusas.

Después de cenar y de haber pasado un rato sentada con mi madre oyéndola conversar con los huéspedes, me excusé diciendo que estaba cansada. Deseaba escribirle otra carta a Padre explicándole todo lo que había sabido. Quería que se enterase de que no lo culpaba por lo que había hecho y que comprendía su actitud y la de Madre.

Pero cuando abrí la puerta de mi habitación, encontré a Philip esperándome. Se había acostado en mi cama, con las manos detrás de la cabeza mirando al techo. Se sentó rápidamente.

—¿Qué estás haciendo aquí? —pregunté—. Sal. ¡Ahora!

—Quería hablar contigo. No te preocupes, sólo quiero hablar —dijo levantando las manos.

—¿Qué es lo que quieres, Philip? No esperes que te perdone por lo que hiciste —le dije duramente—. Jamás me olvidaré de lo que me hiciste.

—Le has dicho algo a la abuela, ¿verdad? Es por eso que ella ha arreglado todo para que te vayas tan pronto a Nueva York. Tengo razón, ¿no? —Me quedé simplemente mirándolo, sin entrar en la habitación, encontrando imposible estar en el mismo cuarto a solas con él, después de lo que me había hecho—. Bueno, ¿lo hiciste? —preguntó temeroso.

—No, Philip, no lo hice, pero creo que es verdad cuando la gente dice que la abuela Cutler tiene ojos y oídos por todo el hotel. —Eso tenía que asustarlo—. Ahora, lárgate —le ordené, permaneciendo en el umbral y manteniendo la puerta abierta—. El verte me enferma.

—Bueno, si no fuera por eso, ¿por qué iba a hacerlo? ¿Por qué iba a enviarte así?

—¿No te has enterado? Cree que tengo un don para la música —le dije secamente—. Pensaba que tú también lo creías.

—Sí, pero… todo parece tan extraño… Justo al principio de la temporada de verano, justo cuando acabas de volver con tu familia, te manda a una escuela de bellas artes… —Movió la cabeza y entrecerró los ojos con sospechas—. Aquí está pasando algo, algo que no me cuentas. ¿Entonces tiene que ver con que Jimmy fuese encontrado aquí?

—Sí —le contesté rápidamente, pero no pareció quedar satisfecho.

—No te creo.

—Peor para ti. No me importa lo que creas o pienses. Estoy cansada, Philip, y tengo mucho que hacer mañana. Por favor, vete. —Él no se movió—. ¿No me has hecho ya bastante daño? —exclamé—. Déjame sola.

—Dawn, debes comprender lo que me ocurrió. A veces un chico de mi edad pierde el control. Ocurre especialmente si la chica lo hace ir hacia delante y después no quiere seguir —dijo. Pensé que su intento de justificarse era patético.

—Nunca te impulsé hacia delante, Philip, y esperaba que comprendieras por qué me eché atrás. —Le miré con odio—. No te atrevas a echarme la culpa. Tú y sólo tú eres el responsable de tus acciones.

—Sólo estás enfadada conmigo, ¿verdad? —preguntó, con la sonrisa en su cara tomándose coqueta—. Estás muy bonita cuando te enfadas.

Le contemplé sin poder creerme lo que oía y recordé la ilusión que había sentido cuando nos conocimos en el Emerson Peabody. Qué diferentes habían sido las cosas entonces. Era como si fuéramos dos personas diferentes. En cierta forma, lo éramos, pensé. Jamás podría retroceder a cómo habían sido las cosas…, a cuando aún creía en los cuentos de hadas y en los finales felices.

—No debes odiarme —dijo haciendo ver que suplicaba que lo entendiera—. ¡No debes odiarme! —insistió.

—No te odio, Philip. —Sonrió—. Pero me das lástima —añadí con rapidez, borrando la sonrisa de su cara—. Nunca podrás cambiar lo que ha pasado entre nosotros y nunca podrás cambiar lo que siento. Cualquier sentimiento que pude haber tenido por ti, murió la noche que me violaste.

—No te mentía —protestó—. Dawn, te quiero. Con todo el corazón y con toda el alma. No puedo evitar sentir esto por ti.

—Bien, ¡pues tendrás que hacerlo! Tienes que evitarlo, Philip. Soy tu hermana. ¿Lo entiendes? ¡Tú hermana! Se te tiene que pasar. ¡No puedes amarme! Estoy segura de que no tendrás problemas en encontrar otra novia.

—Supongo que no —dijo con arrogancia—, pero eso no quiere decir que no esté pensando en ti. No quiero otra novia, Dawn. Te quiero a ti. Sólo a ti. ¿Por qué no pasamos una última noche juntos…? Sólo hablando —sugirió y se recostó sobre mi almohada—. Por los viejos tiempos.

¡No podía creerlo! ¿Cómo podía sugerir algo semejante? Después de todo lo que acababa de decirle, Philip aún quería… La sola idea me enfermaba. No podía soportar mirarle. Del mismo modo que Clara Sue y yo jamás podríamos tener una relación de hermanas, con Philip tampoco sería posible. Tenía que sacarle de mi vista. Antes de que le dijese algo que después lamentase. O que hiciera algo que tuviera yo que lamentar. Hice ver que oía algo por el pasillo.

—Alguien viene, Philip. Puede ser la abuela. Dijo que quería hablar después conmigo.

—¿Eh? —Se incorporó velozmente y escuchó—. No oigo a nadie.

—Philip —dije, con aspecto preocupado. Se incorporó rápidamente y vino a la puerta.

—No oigo a nadie —dijo. Le empujé y le saqué de la habitación, cerrándola velozmente.

—¡Eh! —exclamó—, eso fue algo solapado.

—El ser solapado es un rasgo de la familia —dije—. Ahora vete.

—Vamos, Dawn. Quiero compensártelo, demostrarte que puedo ser cálido y cariñoso sin atacarte. ¿Dawn? Me voy a quedar aquí toda la noche. Dormiré en tu puerta —amenazó.

Ir a la siguiente página

Report Page