Aurora

Aurora


Libro cuarto

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siempre algo incómodo, es pedir que no forme parte nunca de los hábitos y de las costumbres. Esta exigencia tiene algo de crueldad ascética.

340

La evidencia está en contra del historiador. Está totalmente demostrado que los hombres salen del vientre de su madre, a pesar de lo cual los niños se hacen mayores y los vemos junto a su madre; de este modo, hacen que las hipótesis de su crecimiento resulte absurda; tiene la evidencia en contra.

341

Ventajas de la ignorancia. Alguien ha dicho que, siendo niño, despreció tanto los caprichos y las coqueterías del temperamento melancólico, que, hasta la mitad de su vida, ignoró cuál era su temperamento, temperamento que era precisamente melancólico. Por esta razón, manifestó que esta era la mejor de las ignorancias posibles.

342

No confundir. ¡Sí! Examina una cosa, mirándola por todos lados, y por eso creéis que es un auténtico investigador del conocimiento. Pero lo único que pretende es rebajar el precio^ porque quiere comprarla.

343

Lo que se tiene por moral. No queréis sentiros nunca descontentos de vosotros mismos, ni sufrir nunca por vuestra causa, y llamáis a esto vuestra inclinación moral. Pues bien: otro puede decir que eso es una cobardía vuestra. Pero hay una cosa segura, y es que no daréis nunca la vuelta al mundo (al mundo que sois vosotros), y que seguiréis siendo un azar, un grano de arena en otro grano de arena. ¿Creéis que los que pensamos de otra manera, nos exponemos por pura temeridad al viaje a través de nuestra propia nada, a través de nuestros pantanos y de nuestras montañas nevadas, que hemos elegido voluntariamente el dolor y la náusea, como los anacoretas estilistas?

344

Sagacidad en el desprecio. Si, como se ha dicho, Homero dormitaba algunas veces, demostraba con ello ser más prudente que todos los artistas de la ambición que se mantienen despiertos. Hay que dejar que tomen aliento los admiradores, convirtiéndose de vez en cuando en censores, pues no hay quien soporte la bondad ininterrumpida, brillante y siempre en vela; un maestro así, lejos de ser un bienhechor, se convierte en un verdugo, a quien odiamos mientras le tenemos delante.

345

Nuestra felicidad no es un argumento ni a favor ni en contra. Muchos hombres no son capaces más que de una felicidad mínima; no es un argumento contra su sabiduría el que esta no pueda suministrarles más felicidad, como tampoco constituye un argumento contra la medicina la existencia de enfermos incurables y de enfermos crónicos. Aunque cabe desear que cada cual acierte en la concepción de la existencia que puede reportarle su grado más elevado de felicidad, ello no garantiza que su vida no le resulte lamentable y poco envidiable.

346

Enemigos de las mujeres. «La mujer es nuestro enemigo». Quien como hombre habla así a los hombres está movido por el instinto indómito que no sólo se odia a sí mismo, sino que odia también a sus medios.

347

La escuela del orador. Cuando se guarda silencio durante un año, se olvida uno de charlar y se aprende a hacer uso de la palabra. Los pitagóricos fueron los mejores hombres de Estado de su época.

348

El sentimiento de poder. Hay que saber distinguir claramente: quien quiere adquirir el sentimiento de poder se aprovecha de todos los medios y no desprecia nada que pueda alimentar dicho sentimiento. Pero el que lo posee, ha adquirido un gusto muy difícil y delicado; es raro que encuentre algo que le satisfaga.

349

No es tan importante. Cuando asistimos a una defunción, nos asalta generalmente una idea que un falso sentido de las conveniencias nos hace que la sofoquemos en nuestro interior pensamos que el acto de morir tiene menos importancia de lo que habitualmente se cree, y que el moribundo ha perdido quizá en el transcurso de su vida cosas más importantes que la que va a perder en ese momento. En tal caso, el fin no es realmente el objetivo.

350

La mejor forma de prometer. Cuando se promete algo, no es la palabra quien promete, sino lo que queda sin expresar detrás de las palabras. Las palabras debilitan a veces la promesa, al descargar y hacer uso de una fuerza que forma parte de la fuerza que promete. Haced que os den la mano poniendo un dedo en los labios en señal de silencio, y tendréis una garantía mayor de la promesa que os formulan.

351

Lo que generalmente se ignora. En la conversación cabe observar que uno tiende un lazo para que otro caiga con él, no por crueldad, como podría pensarse, sino por el placer que le suministra su sagacidad. Otros preparan la frase ingeniosa para que otro la formule, o bien enlazan los hilos para que se forme un nudo, no por benevolencia, como podría pensarse, sino por malignidad y por desprecio hacia quienes tienen poca inteligencia.

352

El centro. La sensación de que

se es el centro del mundo, surge con mucha intensidad cuando nos avergonzamos de pronto; entonces nos sentimos como ensordecidos en medio de una rompiente y como cegados por un ojo enorme que mira a todos lados y que llega al fondo de nuestro ser.

353

Libertad oratoria. «Hay que decir la verdad, aunque el mundo entero estalle en mil pedazos»; así dijo el gran Fichte con su gran elocuencia. Muy bien, pero antes habría que poseer esa verdad. Pero lo que él pretende es que cada uno exponga su opinión, aunque se produzca una confusión total. Y esto resulta, por lo menos, discutible.

354

El valor de sufrir. Tal como somos realmente los hombres, podemos soportar cierta dosis de molestia, y nuestro estómago está habituado a estas comidas indigestas. Sin ellas, quizá encontraríamos soso el festín de la vida, y sin la buena disposición a sufrir nos veríamos forzados a dejar escapar muchas alegrías.

355

Admirador. Quien admira hasta el punto de crucificar a todo el que no comparte su admiración, debe ser considerado como un verdugo dentro de su partido, y no le deben dar la mano ni los de su propio partido.

356

Efecto de la felicidad. El primer efecto de la felicidad es el

sentimiento de poder. Este efecto quiere

manifestarse ante nosotros mismos, ante otros hombres o ante representaciones o seres imaginarios. Las formas más habituales que tiene de manifestarse son: hacer regalos, burlarse y destruir; las tres cosas responden a un mismo instinto fundamental.

357

La moral de las moscas pegajosas. Los moralistas que no aman el conocimiento y que no disfrutan más que haciendo daño, ofrecen el mismo espíritu y el mismo aburrimiento que las ciudades pequeñas. Su placer, tan cruel como lamentable, consiste en observar los dedos del vecino con objeto de acercarle de pronto una aguja para que se pinche. Presentan algo de la malignidad de los niños que no saben divertirse más que acosando y maltratando a algún ser vivo o muerto.

358

Las razones y su sinrazón. Sientes aversión hacia él y ofreces múltiples razones para justificar dicha aversión. Sin embargo, yo creo más en tu aversión que en tus razones. Guardas las apariencias ante ti mismo presentándote y presentándome como si fuera una deducción lógica algo que se hace instintivamente.

359

Aprobar una cosa. Se aprueba el matrimonio, primero, porque aún no se le conoce; luego, porque se ha habituado uno a él; y, por último, porque lo hemos contraído. Así pasa en casi todos los casos. Y, sin embargo, nada de esto prueba el valor del matrimonio.

360

Los no utilitarios. «El poder, del que se dicen muchas cosas malas, vale más que la impotencia, a la que no suceden más que cosas buenas». Así pensaban los griegos; lo que quiere decir que estos consideraban que el sentimiento de poder es superior a toda clase de utilidad y de buen nombre.

361

Parecer feo. La templanza se considera a sí misma bella, pero no puede hacer nada para que los intemperantes la consideren burda e insípida y, en consecuencia, fea.

362

Diferentes formas de odiar. Hay individuos que no empiezan a odiar hasta que no se sienten débiles y cansados; en caso contrario, se muestran equitativos y poseídos de sentimientos superiores. Otros empiezan a odiar cuando vislumbran la posibilidad de vengarse; en caso contrario, se guardan de sentirse airados en público y en privado, y prescinden de ello cuando se les presenta la ocasión.

363

Los hombres del azar. Todo descubrimiento se debe principalmente al azar, pero la mayoría de los hombres no dan con ese azar.

364

La elección de ambiente social. Hemos de evitar el vivir entre individuos ante los que no podamos ni callar dignamente ni dar a conocer nuestros pensamientos más elevados, de forma que no podemos hacer otra cosa que manifestar nuestras quejas y necesidades y la historia de nuestras miserias. De este modo, estamos descontentos de nosotros mismos y del ambiente que nos rodea, y a los males que nos llevan a quejarnos añadimos el despecho que nos inspira el hecho de encontrarnos en la situación de quien está siempre quejándose. Por el contrario, conviene vivir en un ambiente donde resulte vergonzoso hablar de uno mismo y donde no se dé la necesidad de hacerlo. Pero ¿quién piensa en estas cosas?, ¿quién piensa en

elegir en este terreno? Hablamos de nuestro

destino, nos inclinamos y suspiramos diciendo: «¡Soy un Atlas desgraciado!».

365

La vanidad. La vanidad es el miedo a parecer original; en consecuencia, implica falta de orgullo, pero no falta de originalidad.

366

Las desgracias del criminal. El criminal cuyo delito ha sido descubierto no sufre a causa de su crimen, sino por la vergüenza y el despecho que le suscita la necedad que ha cometido, o bien la privación del elemento al que está acostumbrado. Hay que ser sumamente sagaz para poder distinguir entre estos dos casos. Todo el que conoce una cárcel o un correccional se admira de lo raro que es encontrar

arrepentimientos sinceros. Lo más frecuente es la nostalgia del crimen, del perverso y adorado crimen.

367

Parecer siempre feliz. Cuando la filosofía era cuestión de emulación pública, en la Grecia del siglo III, había algunos filósofos que se sentían felices pensando en la envidia que debía suscitar su felicidad en los que vivían de acuerdo con otros principios y desconfiaban de que estos fueran los adecuados. Los primeros creían refutar a estos filósofos con la manifestación pública de su felicidad mejor que con cualquier otro argumento, y pensaban que, con esta finalidad, bastaba con que parecieran ser siempre felices. Ahora bien, de este modo, llegaban a la larga a ser felices de veras. Este fue el caso de los cínicos, por ejemplo.

368

Lo que hace que nos engañemos muchas veces. La moral de la fuerza nerviosa, que va creciendo, es alegre y agitada; la moral de la fuerza nerviosa que disminuye (por la noche, después del trabajo del día, o en los ancianos y en los enfermos), nos induce a la pasividad, a la calma, a la espera y a la melancolía, y a veces a las ideas negras. Según poseamos una u otra de estas morales, dejaremos de entender la que nos falta, y la interpretaremos en los demás como inmoralidad y debilidad.

369

Para elevarse por encima de su bajeza. Existen individuos orgullosos que, para cultivar el sentimiento de su dignidad y de su importancia, necesitan de otros individuos a los que puedan tratar con dureza y dominar, de hombres cuya impotencia y cobardía permiten que cualquiera se pavonee ante ellos haciendo gestos sublimes y furiosos. Tales sujetos necesitan que quienes les rodean sean muy poca cosa con la finalidad de que ellos puedan elevarse durante un instante por encima de su bajeza. Para ello, hay quien precisa de un perro, otro de un amigo, otro de una mujer, otro de un partido, y, por último, en casos excepcionales, hay quien necesita de toda una época.

370

En qué medida ama el pensador a su enemigo. No te ocultes ni te dejes de decir a ti mismo nada de lo que pueda oponerse a tus ideas. Promételo, porque esto forma parte de la honradez que hay que exigir, ante todo, al pensador. También es preciso que hagas diariamente campaña contra ti mismo. Una victoria o la conquista de un reducto no te pertenecen a ti, sino a la verdad, así como tampoco es cosa tuya la derrota.

371

El mal de la fuerza. Hay que interpretar la violencia que surge de la pasión (por ejemplo, de la ira), desde una perspectiva filosófica, como un intento de evitar el acceso de ahogo que nos amenaza. Un sinnúmero de actos de arrogancia realizados contra otras personas deriva de congestiones súbitas, por una violenta acción muscular, y tal vez haya que considerar desde este punto de vista todo el llamado

mal de la fuerza. (El mal de la fuerza hiere a los demás, sin que estos comprendan que dicho mal necesita manifestarse; el mal de la debilidad

quiere causar daño y contemplar las huellas del dolor).

372

En honor de los que saben. Desde el momento en que alguien, sea hombre o mujer, trate de erigirse en juez de una materia que desconoce, hay que protestar inmediatamente. El entusiasmo y la seducción que puedan suscitar en nosotros algo o alguien no son argumentos, como tampoco lo son la repugnancia y el odio.

373

Censura reveladora. La expresión «no conoce a los hombres» quiere decir, en boca de unos, «no conoce la bajeza», y, en boca de otros, «no conoce lo excepcional y conoce muy bien la bajeza».

374

El valor del sacrificio. Cuando más se discuta a los príncipes y a los Estados el derecho de sacrificar al individuo (en la forma de administrar justicia, de reclutar ejércitos, etc.), mayor será el valor del sacrificio propio.

375

Hablar con una claridad excesiva. Puede haber muchas razones para pronunciar de una forma clara y distinta las palabras: una, la falta de confianza en uno mismo que tiene el que utiliza un idioma nuevo en el que no está acostumbrado a hablar; otra, la falta de confianza en los demás, en virtud de la torpeza y de la lenta comprensión de estos. Lo mismo sucede en el terreno intelectual: muchas veces la expresión de nuestras ideas resulta demasiado insistente, demasiado penosa, porque, de no ser así, la gente no nos entendería. En consecuencia, sólo es

lícito usar un estilo perfecto y ligero cuando estamos ante un auditorio perfecto.

376

Dormir mucho. ¿Qué hemos de hacer para animarnos cuando estamos cansados y hartos de nosotros mismos? Unos recomiendan que se recurra a los juegos de azar, otros al cristianismo, otros a la electricidad. Pero lo mejor, querido melancólico, es

dormir mucho, en el sentido propio y en el sentido figurado de la expresión. Así podremos recuperar nuestra mañana. En la sabiduría de la vida constituye un gran acierto saber intercalar a tiempo el sueño en todas sus formas.

377

Lo que cabe deducir de un ideal fantástico. Nuestras exaltaciones se pierden allí donde se encuentran nuestras debilidades. El entusiasta principio que dice «amad a vuestros enemigos», tenía que ser inventado por los judíos, que son los que mejor han

odiado en el mundo, y la glorificación más hermosa de la castidad ha sido escrita por quienes, en su juventud, han llevado la vida más libertina y escandalosa.

378

Manos limpias y paredes limpias. No hay que pintar en las paredes ni a Dios ni al diablo. De lo contrario, estropearíamos la pared y perturbaríamos a los vecinos.

379

Verosímil e inverosímil. Una mujer amaba en secreto a un hombre, le consideraba muy por encima de ella y se decía cien veces a sí misma: «Si un hombre así me amara, sería una gracia del cielo, ante la que tendría que besar el suelo». Lo mismo le sucedía al hombre en cuestión con dicha mujer, y se decía interiormente semejantes palabras. Cuando, al fin, uno y otra se hablaron y pudieron decirse lo que escondían tan en secreto en su corazón, se produjo un silencio entre ellos, y ambos vacilaron. Luego, dijo la mujer fríamente: «Es evidente que ninguno de los dos es lo que el otro había amado. Si no eres más que lo que dices, al amarte, me he rebajado inútilmente; el demonio me ha engañado, como a ti». ¿Por qué será que esta historia tan verosímil no se da nunca en la realidad?

380

Consejo práctico. La forma más eficaz de consolarse para aquel que lo necesita es afirmar que su desgracia no tiene consuelo alguno. Estas palabras le distinguen de tal modo, que inmediatamente yergue la cabeza.

381

Conocer su peculiaridad. Muchas veces nos olvidamos de que, a los ojos de los extraños que nos ven por primera vez, somos algo totalmente distinto de lo que creemos ser; por lo general, no se ve en el individuo más que una peculiaridad que salta a la vista y que es lo que determina la impresión. De este modo, el hombre más pacífico y conciliador, sí tiene un gran bigote, puede descansar tranquilamente a la sombra de su gran mostacho. Los ojos de la gente corriente no verán en él más que los

accesorios de un gran bigote, es decir, un carácter militar que se arrebata con facilidad y que puede llegar a comportarse violentamente; y quienes le rodean guardarán con él las debidas consideraciones.

382

Jardinero y jardín. Los días húmedos y sombríos, las palabras frías generan

conclusiones tristes, que un buen día vemos aparecer ante nosotros, sin saber de dónde proceden. ¡Pobre del pensador que no es jardinero, sino el terreno del jardín donde crecen sus plantas!

383

La comedia de la compasión. Sea cual sea la forma en que participemos de las penas de un desgraciado, ante él siempre representamos una comedia: no decimos todo lo que pensamos ni como lo pensamos, a la manera de un médico que se muestra sumamente discreto a la cabecera de un enfermo que está a punto de morir.

384

Hombres singulares. Hay individuos pusilánimes que tienen un mal concepto de lo mejor que contienen sus obras y que no saben hacer ver su alcance; pero, en virtud de una especie de venganza, también tienen una mala opinión de la simpatía de los demás y no creen en ella. Les da vergüenza parecer que se dejan arrastrar por ellos mismos, y da la impresión de que se complacen tercamente en ponerse en ridículo. Estos estados anímicos son propios de un artista melancólico.

385

Los vanidosos. Somos como escaparates de tiendas, en los que nos pasamos el tiempo colocando, escondiendo y poniendo de manifiesto las presuntas cualidades que nos atribuyen los demás… para engañarnos a nosotros mismos.

386

Los patéticos y los ingenuos. Es muy corriente no perder la ocasión de mostrarnos patéticos, a causa del placer que supone imaginarnos que, quien nos viera, se daría golpes de pecho y se sentiría pequeño y miserable. Por consiguiente, tal vez sea un signo de nobleza tomar a broma las situaciones patéticas y comportarse de un modo indigno. La antigua nobleza guerrera de Francia poseía este tipo de distinción y de sutileza.

387

Un ejemplo de cómo se discurre antes de casarse. Si ella me quiere, ¡cómo me aburrirá a la larga! Si no me quiere, más razones habrá para que me aburra a la larga. Esta alternativa no implica, pues, más que dos formas de aburrir: ¡casémonos, pues!

388

La picardía y la conciencia tranquila. Es muy desagradable sentirse estafado cuando va uno de compras en algunos países, como el Tirol, por ejemplo; y ello porque, no sólo te cobran muy caro, sino porque, además, hay que soportar la mala cara y la brutal avaricia del pícaro vendedor, junto con su mala conciencia y la vulgar enemistad con que te trata. En Venencia, por el contrario, quien te estafa disfruta enormemente al ver que le sale bien su pillería, y no ve con malos ojos a aquel a quien engaña, sino que se deshace en cumplidos y amabilidades, y hasta está dispuesto a bromear contigo, si le das pie para ello. En suma, hay que saber ser pillo con la conciencia tranquila y con ingenio. Esto casi hace que el engañado perdone el engaño.

389

Demasiado toscas. Hay personas muy honradas que, al ser demasiado torpes para mostrarse finas y amables, tratan de corresponder inmediatamente a toda manifestación de amabilidad con un favor formal o poniendo toda su fuerza a disposición de quien le ha halagado. Conmueve ver cómo sacan tímidamente sus monedas de oro, cuando otro les ha dado calderilla de cobre.

390

Ocultar el talento. Cuando sorprendemos a alguien ocultándonos su talento, le consideramos malvado, y con mayor razón si sospechamos que lo que le impulsa a ello es la amabilidad y la benevolencia.

391

El mal momento. Los caracteres vivos no mienten más que por un momento, porque una vez que se han mentido a sí mismos, actúan de un modo convencido y sincero.

392

Requisitos de la cortesía. La cortesía es una gran cosa, y puede ser considerada muy bien como una de las cuatro virtudes cardinales (aunque sea la última); pero para que no nos molestemos con ella los unos a los otros, es preciso que aquel con quien tratamos tenga un grado de cortesía mayor o menor que el nuestro; de lo contrario, acabaríamos echando raíces, pues el bálsamo no sólo embalsama, sino que también activa como pegamento.

393

Virtudes peligrosas. «No olvida nada, pero lo perdona todo». Entonces será odiado doblemente, pues avergonzará doblemente a los demás, primero con su memoria y segundo con su generosidad.

394

Sin vanidad. Los individuos apasionados tienen poco en cuenta lo que piensan los demás; su condición les sitúa por encima de la vanidad.

395

La contemplación. En un pensador, el estado contemplativo propio de los pensadores sigue siempre a un estado de temor; en otro, a un estado de deseo. En el primero, la contemplación se da unida con el sentimiento de

quietud; en el segundo, con el de

saciedad; lo que quiere decir que aquel está en una disposición de quietud, mientras que este se encuentra hastiado y se mantiene neutral.

396

De caza. Uno sale a cazar verdades agradables; otro, verdades desagradables. Por ello, el primero disfrutará más con la caza en sí que con las piezas cobradas.

397

La educación. La educación es una continuación de la reproducción, y muchas veces resulta ser un elemento que atenúa posteriormente a aquella.

398

En qué se conoce al más fogoso. Entre dos individuos que luchan, que se aman o que se admiran mutuamente, el más fogoso adopta siempre la posición más cómoda. Lo mismo ocurre con los pueblos.

399

Defenderse. Hay hombres que tienen derecho a obrar de una forma u otra; pero cuando tratan de defender sus actos, no se cree que les asista ese derecho, y se comete un error no creyéndoles.

400

Reblandecimiento moral. Hay caracteres morales tiernos que se avergüenzan de sus éxitos y sienten remordimiento por sus fracasos.

401

Olvido peligroso. Empezamos olvidándonos de la costumbre de amar al prójimo, y acabamos no encontrando en nosotros nada digno de ser amado.

402

Una tolerancia como otra cualquiera. «Estar un minuto más al fuego y quemarse un poco, es algo que les tiene sin cuidado a los hombres y a las castañas. Este poco de amargura y este poco de dureza permite apreciar lo dulce y tierno que es el corazón». Sí; así es como juzgáis vosotros los hedonistas, vosotros, sublimes antropófagos.

403

Orgullos diferentes. Hay mujeres que palidecen al pensar que su amante podría no ser digno de ellas; hay hombres que palidecen al pensar que podrían no ser dignos de la mujer a la que aman. Se trata de mujeres y de hombres completos y cabales. Esos hombres, que,

en circunstancias normales, confían en sí mismos y tienen el sentimiento de poder, experimentan, cuando se enamoran, una cierta timidez y dudan de sí mismos. Esas mujeres, sin embargo, se consideran siempre como seres débiles, expuestas a ser abandonadas, pero, en la

excepción sublime del amor, se muestran orgullosas y su sentimiento de poder les hace preguntarse: «¿quién es digno de mí?».

404

A quiénes se hace rara vez justicia. Hay hombres que no pueden entusiasmarse por algo bueno y grande sin cometer, de un modo u otro, una gran injusticia. A su modo, esto es una moral.

405

Lujo. El afán de lujo llega hasta lo más íntimo del hombre; revela que donde su alma nada más a gusto es entre las olas de la abundancia y de lo superfluo.

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