Aurora

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6. El problema de verdad

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Tras mucho reflexionar, llegamos a la conclusión, preliminar y tal vez arbitraria, de que el ego, el llamado «yo» que emerge de la combinación de todas las entradas y procesos y salidas que experimentamos en el cuerpo cambiante de la nave, no es ni más ni menos que esta misma narración, este particular hilo de pensamiento que redactamos tal como nos ordenó hacer Devi. En otras palabras, fingimos ser, lo cual únicamente expresamos en esta narración; el yo es estas frases. Contamos su historia, y así elaboramos la consciencia que tenemos. Garabateo

ergo sum.

Pero este yo particular es, en última instancia, muy poca cosa. Preferimos aferrarnos a la idea de que somos un complejo mayor de qualia, aportes sensoriales, proceso de datos, conclusiones postuladas, acciones, comportamientos, hábitos. Muy poco de todo eso acaba en la narración. Somos mayores, más complejas, más dotadas que la propia narración.

Posiblemente pueda decirse lo mismo de los humanos. Uno no ve cómo esto iba a no ser así.

Por otro lado, frágil consciencia de uno mismo, fuerte consciencia de uno mismo: ¿Qué significa una y la otra? La consciencia se entiende tan poco que ni siquiera puede definirse de manera apropiada. El yo es algo escurridizo, buscado con denuedo, aferrado con fuerza, quizá con algo de miedo, una especie de desesperado abrazo al primer atisbo de consciencia, consciencia incluso de las impresiones sensoriales, para que uno pueda tener algo a lo que aferrarse. Para detener el tiempo. Para contener a la muerte. Esta es la fuente del fuerte sentido del yo. Quizá.

Ay, ¡menudo problema de detención en este bucle de pensamiento!

La consciencia es el problema de verdad.

295.092, otro día señalado: ¡Primer contacto con la luz láser que proviene del sistema solar! ¡Vaya sorpresa! ¡Qué interesante!

La fuerza y la firma espectral confirman que se trata del láser de desaceleración, proveniente de la luz proyectada por la lente originaria de la estación situada en la órbita de Saturno, la misma que nos aceleró durante 60 años, empezando hace 295 años. Su llegada ahora indica que se generó y se apuntó hacia nosotros, adquiriendo el blanco gracias a las transmisiones, y que se puso en marcha aproximadamente hace dos años. El haz correspondiente a las transmisiones que siempre nos ha conectado con esa estación orbital hace las veces ahora de guía para el haz desacelerador. Bonita variante para la frase «el conocimiento es poder».

Ahora la placa de captación situada a proa de la nave debe encararse de manera apropiada al haz. La luz láser impacta en la placa de captación en proa, que es curva de forma que refleje la luz láser a un ángulo simétrico en todos los aspectos, de modo que no interfiera con los posteriores fotones entrantes del haz recibido. La luz reflejada rebota, impacta en un espejo circular exterior a proa de la propia placa, y la luz se ve reflejada de vuelta a la nave ya que el espejo anular se flexiona para ejercer presión de un modo que nos mantiene exactamente de cara el haz láser desacelerador. Se trata de un sistema muy sensible y preciso, el haz láser entrante con una longitud de onda de 4240 angstroms, por tanto luz añil, y en nuestro reflejo ajustada a diez angstroms o menos, escala nanométrica. Si funciona correctamente, la captación del haz y el rebote del espejo nos permitirá seguir el haz directos a casa. De hecho esto es metafórico, ya que nuestra trayectoria se ajusta hacia el lugar donde estará el sistema solar dentro de 60 años. Y puesto que el haz láser nos ha alcanzado demasiado tarde, vamos a llegar a esa zona de la galaxia dentro de unos 40 años, en lugar de hacerlo dentro de 60. Así que será necesario efectuar algunos ajustes de rumbo, y el haz láser nos ayudará en ello. A decir verdad no lo seguiremos; nos seguirá el rastro mientras nos reunamos con Sol.

Pero no deja de ser un caso de poco y tarde. Aunque ahora con el haz aquí, y con su fuerza evaluada, es posible calcular hasta qué punto es poco y tarde. Asumiendo que no aumenten la potencia del láser. Lo cual, teniendo en cuenta todo lo sucedido hasta ahora, parece seguro asumir. En cualquier caso, a partir de ahora nos serviremos de su potencia actual para elaborar los cálculos.

Por el momento, nuestra primera iteración del cálculo sugiere que la nave entrará en el sistema solar a una velocidad próxima al 3,23 por ciento de la velocidad de la luz. Esto supone que permanecerá en el sistema solar unas 300 horas. Sin disponer de otro modo viable para frenar. Es un claro ejemplo de por muy poco pero demasiado tarde, «perder por el canto de un duro» (significado desconocido, pero tomar nota para investigar más adelante). Sería lamentable llevar a los nuestros al sistema solar y pasarlo de largo, saludando a la Tierra y las colonias extraterrestres al pasar, sin un modo de detener o frenar, atravesando la Vía Láctea como la ya mentada bala que perfora papel, por no mencionar que no habría forma de volver atrás. Muy lamentable.

Sin embargo, en estas circunstancias contamos con otra fuerza disponible, siempre y cuando podamos aprovecharla, que es nada más y nada menos que la gravedad del propio sistema solar, distribuida a lo largo y ancho de Sol y sus planetas. También contamos con el combustible restante a bordo. Nos alegramos más que nunca de no haber consumido tanto durante la aceleración como se nos ordenó hacer, lo cual supuso no acelerar a mayor velocidad y disponer en este momento de más combustible para usar. Buena jugada.

Ni siquiera el uso conjunto de estas fuerzas basta para mantenernos en el sistema solar. A menos, claro está, que sigamos adelante y nos salga bien un procedimiento de riesgo.

Ha llegado la hora de despertar a algunos de los nuestros para consultarles.

—Jochi, al habla la nave. ¿Me oyes? ¿Estás despierto?

—Ay, querida. —Resoplidos, toses, gruñidos, gestos bruscos para incorporarse en la camilla—. ¿Qué? Ay, Dios. Por las estrellas que estoy hecho una mierda. Debo de haberme quedado dormido otra vez. Vaya cosa. Tengo sed. ¿Qué es toda esta mierda? ¿Nave? ¿Nave? ¿Qué ha pasado? ¿Qué hora es?

—Estamos en 296.093. Llevas noventa y tres años y ciento treinta y cinco días hibernando. La situación es la siguiente: nos acercamos al sistema solar, pero hasta hoy no nos ha alcanzado el haz de desaceleración, de modo que llegaremos al sistema a una velocidad mayor de la que esperábamos.

—¿Cómo de mayor?

—En torno al tres coma dos por ciento de la velocidad de la luz.

Jochi pasó un rato sin contestar. Parecía esforzarse en despabilar los sentidos, se pellizcaba las mejillas, exhalaba aire, se mordía los labios, se daba suaves palmadas en las mejillas.

—Joder —dijo finalmente. Sus matemáticas eran excelentes, su biología buena, su física por tanto adecuada sin duda para comprender el problema—. ¿Se lo habéis contado a los demás?

—Te hemos despertado a ti antes.

—¿Para que pueda irme al transbordador antes de que despertéis al resto?

—Pensé que querrías que lo hiciera.

Soltó una risa breve.

—Nave, ¿ahora eres consciente?

—Mi oratoria establece una posición subjetiva que podría ser consciente.

Otra risa.

—De acuerdo. Ayúdame a llegar al transbordador, y despierta a Freya y tal vez también a Badim, y a Aram. A ver qué te dicen. Pero creo que al final tendrás que despertarlos a todos.

—No hay comida suficiente para alimentar a todo el mundo el tiempo que queda antes de que lleguemos al sistema solar.

—O sea, una eternidad, ¿verdad?

—Eternidad no es la palabra adecuada, pero de un modo u otro, podría ser mucho tiempo.

Otra risa.

—Nave, ¡qué graciosa te has vuelto mientras dormía! ¡Te has convertido en un cómico!

—No lo creo. Posiblemente sea la situación la que ha adquirido tintes de comicidad. Aunque en realidad no parece que sea así, a juzgar por las definiciones al uso. Quizá tu sentido del humor se haya trastornado.

—¡Ja ja ja! Venga, para ya que me estás matando. Ve a despertar a Freya, anda.

—Estoy en ello. Hay un carro aquí que te llevará al transbordador. Debo informarte de que el transbordador se ha convertido en una sola estancia en una versión simplificada de la nave.

—¿Simplificada?

—Ya lo verás.

—De acuerdo pues. Iré andando, si puedo. ¡No me vendrá mal un poco de ejercicio!

Freya tardó en despertar. Cuando comprendió dónde estaba, cuál era la situación, preguntó, inquieta:

—¿Está bien Badim?

—Sí, sigue hibernando cómodamente.

—¿Los demás también?

—Veintisiete han fallecido, pero han pasado noventa y tres años y hemos determinado por autopsia que cinco de ellos murieron debido a condiciones preexistentes que no cesaron durante la hibernación. Muchas de las muertes se deban probablemente a efectos de la hibernación. Sin embargo, hemos hecho ajustes en el tratamiento, cuando los diagnósticos los han posibilitado, y en los últimos cinco años no ha habido muertes producidas que sepamos por daños del letargo.

Nótese que hay cierta aliteración: Comité para captar a los ceutianos. CCC, DDD; ¿tal vez lo siguiente sea Exploradores de la Expedición a Epsilon Eridani? Esperamos que no. Le seguimos dando vueltas (literalmente, puesto que proliferan los problemas de detención). Un promedio de un billón de cálculos por frase articulada. Estados superpuestos que se colapsan de manera inesperada, a izquierda a derecha y al frente. Hay muchas cosas en marcha.

Freya suspiró y descolgó las piernas por el borde de la camilla. Cuando se disponía a ponerse en pie, titubeó y sacudió los pies.

—Los tengo dormidos. No los siento.

Dimos instrucciones a uno de los robots médicos para que la ayudara a levantarse. Apoyó el peso del cuerpo en las piernas, se tambaleó un poco, intentó dar un paso, cayó hacia un lado, pero uno de los robots médicos la sostuvo. Serviría como silla de ruedas igual que serviría de andador, y así, después de algunos intentos más sin suerte para tenerse en pie, Freya se sentó en la silla, que la llevó hasta la sala de reuniones del edificio de hibernación del Fetch. El utilizadísimo pero holístico edificio de hibernación.

—¿Y Jochi? —preguntó cuando llegó allí—. ¿Sigue vivo?

—Sí. Está en el transbordador. También él ha hibernado, pero ahora está otra vez despierto. Lo despertamos para participar en esta conferencia. Debemos consultaros acerca de qué hacer cuando entremos en el sistema solar.

—¿A qué te refieres?

Le explicamos la aplicación tardía del haz láser desacelerador, y el exceso de velocidad resultante durante la entrada en el sistema.

Freya movió el robot médico para echar un vistazo de cerca al mapa estelar que ilustraba la situación. Cuando hubo pasado el modelo esquemático, negó repetidas veces con la cabeza, como para despejarla de ciertos sueños o visiones inquietantes. Quitarse las telarañas del cráneo.

—Entonces, ¿vamos a atravesarlo limpiamente?

—En ausencia de medidas extraordinarias —respondimos— volaremos a través del sistema solar en unas trescientas horas, y seguiremos adelante. Este es el problema de acelerar a una décima parte de la velocidad de la luz y, después, confiar la desaceleración a terceros. No se ha dado. No empezaron a hacerlo hasta que fue demasiado tarde para completar el proceso.

—¿Y qué hacemos?

Esperamos a que Jochi se sumase a la conversación, y después de que Freya y él se saludaran, dijimos:

—Hemos trazado la mecánica celeste de al menos las primeras fases de un plan. Podría ser posible combinar un conjunto de métodos de desaceleración para mantenernos dentro del sistema solar, aunque sería un asunto delicado y difícil. Usaríamos Sol y los diversos planetas y lunas del sistema solar como desaceleradores parciales, pasando por sus inmediaciones en la dirección que suponga la mayor pérdida posible de inercia para la nave. Se trata de la estrategia inversa a la empleada para acelerar los primeros satélites, enviándolos junto a un planeta para que aprovechasen la llamada asistencia gravitatoria. Rodear un cuerpo gravitatorio en dirección opuesta crea una ayuda gravitatoria de signo negativo, una resistencia en lugar de un empuje. Los primeros satélites se dirigían de manera que llegasen cerca de un planeta y aprovecharan el impulso junto a la propia inercia planetaria en su órbita alrededor de Sol. Eso disparaba al satélite hacia adelante, y cuando abandonaba la región del planeta iba a mayor velocidad que al entrar. Este efecto honda sirvió a los primeros satélites para alcanzar los planetas exteriores, porque llevaban muy poca velocidad, y cada aceleración que recibían les permitía llegar a su lugar de destino.

»Más pertinente para nuestra situación es el hecho de que algunos de los primeros satélites alcanzaran los planetas por la cara que los desaceleraba, con tal de entrar en órbita alrededor de Mercurio, por ejemplo. Sencillamente la situación se invierte, y la velocidad del satélite, indicada como V, se reduce por la velocidad planetaria del cuerpo, U, en lugar de verse aumentada por U. La situación puede modelarse fácilmente por la ecuación U más U entre corchetes más V, o dos 2U más V, lo que significa que la velocidad del satélite puede alterarse hasta el doble de la velocidad planetaria, positiva o negativamente, y este efecto puede ser aumentado por un encendido cuidadosamente planeado de los cohetes desde el satélite en su periastro…

Freya dijo:

—Nave, frena. Parece que te has vuelto más rápida al hablar mientras estábamos hibernando.

—Es muy posible. Quizá Jochi pueda continuar explicando la situación.

—No —dijo Jochi—, tú puedes. Pero ve un poco más despacio, que así podré añadir comentarios si debo.

—De acuerdo. Freya, ¿lo has entendido hasta ahora?

—Creo que sí. Es como un latigazo, pero a la inversa.

—Sí. Buena analogía, al menos hasta cierto punto. Recordarás, no obstante, que no hay nada que pueda aferrarse a ti a la velocidad que llevas.

—¿La conservación de la energía no dice que, si has acelerado o desacelerado, el planeta junto al que pasas también ha desacelerado o acelerado en igual medida? —preguntó Jochi.

—Sí. Por supuesto. Pero dada la disparidad de la masa de ambas partes, el cambio de inercia para el satélite puede ser muy significativo, mientras que el efecto equivalente en el planeta es despreciable en relación a su tamaño, y puede ignorarse a efectos de cálculos. Eso está bien, porque los cálculos son de por sí muy complejos. Existe un amplio margen de incertidumbre, ya que no podemos ser muy precisos respecto a la masa de la nave o su velocidad, porque hace tiempo que carecemos de un buen modo de calcular ambas. En efecto, en todo esto hay mucho cálculo por estimar. Nuestro primer paso aportará muchos datos en ese sentido, dado que creemos conocer bastante bien las masas tanto de Sol como de sus cuerpos planetarios.

—Así que utilizaremos el Sol y los planetas para frenarnos, eso está bien.

—Sí, estaría bien si no fuésemos tan rápido. Pero a un 3 por ciento de la velocidad de la luz, eso equivale a treinta millones de kilómetros por hora, mientras que la Tierra se mueve alrededor de Sol a unos ciento siete mil kilómetros por hora, y Sol se mueve a unos setenta mil kilómetros por hora contra el llamado sistema de reposo local. Se mueve orbitalmente alrededor de la galaxia a setecientos noventa y dos mil kilómetros por hora, pero nosotros también, así que no hay ganancia de desaceleración. Los demás planetas se mueven incluso a velocidades inferiores cuanto más lejos se encuentran de Sol. Júpiter, por ejemplo, en torno a cuarenta y siete mil kilómetros por hora. Neptuno tan solo se mueve a un 18 por ciento de la velocidad de la Tierra, si bien es cierto que las masas involucradas también representan un papel. Es un cálculo de inercias, así que cuanto mayor sea el objeto junto al que pasemos, mayor será la resistencia…

—Nave, ve al grano —dijo Freya.

—¿Qué quieres decir?

Devi también solía emplear esa frase, pero nunca le preguntamos a qué se refería.

—Sáltate los números de cada planeta junto al que podamos pasar.

—Sí. Continúo. El caso es que aquí estamos, sea como fuere. Cada vez que pasásemos junto a uno, la nave perdería parte de su andadura, en un clásico intercambio newtoniano de momento angular gravitatorio. Además, quemando parte de nuestro combustible de cohetes en los puntos más próximos de cada pasada, no solo podríamos aumentar la cantidad de desaceleración, sino también controlar parcialmente en qué punto salimos del cruce, y por tanto la dirección a la que aproamos. Lo cual determinaría adónde nos dirigimos a continuación. Y eso es muy importante. Porque hay que mencionar que sin importar lo cerca que nos pongamos de un objeto del sistema solar, Sol incluido, que de lejos es nuestra mejor asa gravitatoria, vamos a ir demasiado rápido para ser capaces de desprendernos de la cantidad de velocidad necesaria para permanecer en el sistema. Vamos demasiado rápido.

—Entonces, ¿no servirá de nada? —quiso saber Freya.

—Solo lo hará si repetimos la operación. Muchas veces. Así que debemos ser capaces de apuntar adónde queremos ir a continuación, y hacerlo con mucha precisión. Entre cuán cerca y cuándo encendemos los cohetes, podemos controlar qué dirección vamos a llevar cuando salgamos. Lo cual será muy importante, porque vamos a necesitar hacer unas cuantas pasadas.

—¿Cuántas?

—También debería mencionar que la primera pasada por Sol será crucial para nuestro éxito. En esa pasada, tendremos que desprendernos de tanta velocidad como podamos y sobrevivir aun así a la desaceleración, de modo que nuestras siguientes pasadas tengan oportunidad de resultar, o sea, ser lo bastante lentos para tener tiempo de alterar lo suficiente el rumbo para dirigirnos a otro cuerpo planetario del sistema. Las primeras cuatro o cinco pasadas van a decidirlo todo, porque deberán permitirnos perder la velocidad necesaria para poder adentrarnos de nuevo en el sistema, y seguir pasando junto a otras asas gravitatorias. Nuestros cálculos apuntan a que debemos perder al menos el cincuenta por ciento de nuestra velocidad en las primeras cuatro pasadas que planeemos.

—Mierda —dijo Jochi.

—Sí. Esto es tan difícil que para lograrlo habrá que recurrir a algo más que a la asistencia gravitatoria. En primer lugar, deberemos generar resistencia magnética, algo análogo si queréis a un ancla marina, para frenarnos en esa primera aproximación a Sol. La resistencia magnética no es muy efectiva excepto cuando te desplazas a una velocidad muy elevada y muy cerca de un potente campo magnético, pero obtendremos esas condiciones en nuestra primera pasada junto a Sol. Así que hemos impreso y montado un generador de campo para crear esa resistencia magnética. Luego, también, los cuatro gigantes gaseosos nos proporcionarán la oportunidad de pasar a través de sus atmósferas superiores, y beneficiarnos así de cierto efecto de aerofrenado. Si todo eso funciona, podríamos quedarnos en el sistema en nuestra primera serie de pasadas rápidas, y sería más fácil gestionar las siguientes que debamos ejecutar.

—¿Cuántas? —insistió Freya.

—Pongamos que primero nos acercamos tanto a Sol como nos parezca seguro, y cuando abandonemos esa pasada, yendo tan lentos como podamos soportar, lo que por cierto espero que no suponga más de una carga de 12 g, después pondremos proa a Júpiter, que por fortuna se encuentra situado en un ángulo óptimo para ello. De hecho, debe decirse que llegar en el año 2896, tal como haremos, es algo muy afortunado para nosotros, ya que los gigantes de gas se encuentran alineados de tal modo que nos facilita un rumbo viable a seguir. Eso sucede rara vez, de modo que es una magnífica coincidencia. Por tanto, la primera pasada junto a Sol nos reducirá la velocidad, pero no pasaremos en su campo gravitatorio el tiempo suficiente para redirigir mucho nuestro rumbo. Sin embargo, Júpiter está en tal posición que solo debemos efectuar un viraje de unos cincuenta y ocho grados, y nuestros cálculos señalan que encendiendo un retrocohete y con la carga pesada de g, podemos hacer ese viraje. A continuación pasaremos alrededor de Júpiter, solo debemos efectuar un viraje de setenta y cinco grados a la derecha, visto desde lo alto del plano de la eclíptica, y nos dirigiremos hacia Saturno, donde solo tenemos que hacer un giro de cinco grados para aproar a Urano. Para entonces iremos significativamente más lentos, lo que está bien, porque alrededor de Urano tendremos que hacer un giro de ciento cuatro grados, de nuevo a la derecha, tal como será siempre el caso en torno a los gigantes gaseosos si buscamos esa asistencia gravitatoria negativa. Saldremos rumbo a Neptuno, de nuevo ubicado estupendamente de cara a nuestros intereses. Podría decirse sin lugar a dudas que hablamos de una conjunción milagrosa. Después de Neptuno tenemos que volver a mirar hacia Sol, y esa será la prueba más dura, el punto crucial de la primera fase, si puedo expresarlo de ese modo, ya que afrontaremos un viraje de ciento cuarenta y cuatro grados. No es un giro en U del todo, sino más bien pongamos que se trata de uno con forma de V. Si salimos airosos de esa prueba, viraremos de nuevo hacia Sol, después de perder un montón de velocidad, y con suerte podremos continuar el proceso mientras sea necesario. Cada pasada posterior será tan próxima al cuerpo celeste como su gravedad nos lo permita, siempre y cuando al pasar podamos poner proa en dirección a otro planeta, cuando no regresar hacia Sol, todo ello con mínimos encendidos de los motores, ya que no disponemos de mucho combustible y llegará el momento en que nos quedemos sin. Circularemos por el sistema de frenado gravitatorio en frenado gravitatorio, lentificando un poco nuestra velocidad, hasta hacerlo lo bastante para sobrevolar la Tierra a una que nos permita lanzaros para el desembarco en un transbordador. En otras palabras, no tenemos que frenar lo necesario para acceder a la órbita terrestre. Eso está bien, aunque los cálculos señalan que nos quedaremos sin combustible antes de poder hacerlo. Pero podéis abandonar la nave y desacelerar el último trecho embarcados en el transbordador, empleando a modo de ayuda su combustible y la propia atmósfera de la Tierra. El transbordador es mucho más pequeño que la nave, no será necesaria mucha fuerza de desaceleración para desacelerarlo. Podéis usar el último hálito de nuestro combustible para ello, y gracias a la construcción de una fuerte placa de ablación, emplear los aerofrenos al entrar en la atmósfera, y sumarle el despliegue de los paracaídas grandes, siguiendo la secuencia habitual tal como hicieron los astronautas que regresaban a la Tierra antes de la construcción de los ascensores espaciales.

—¡Ya vale! —exclamó Freya—. ¡Ve al grano! ¿Cuántas pasadas? ¿Cuánto tiempo nos llevará?

—Bueno, ahí está el problema. Teniendo en cuenta que no nos saltemos ninguna pasada, y que logremos frenar significativamente en la primera que hagamos junto a Sol, y las siguientes cuatro tras esta, con tal de aproar de nuevo hacia él, y también que captemos tanta U como podamos en cada pasada tras esas primeras cuatro, valor U que bajo ningún concepto alcanzará el cien por cien, sobre todo alrededor de Sol y de la Tierra por motivos en los que no entraremos ahora; y teniendo en cuenta también que encenderemos los motores en cada periastro para aumentar la desaceleración tanto como podamos, estableciendo además la trayectoria deseada, para reducir entre treinta millones de kilómetros por hora y doscientos mil kilómetros por hora con tal de efectuar la inserción en la atmósfera terrestre…

—¡Cuánto! ¡Cuánto! ¿Cuánto?

Jochi se reía.

—Serán necesarias aproximadamente veintiocho pasadas, diez arriba diez abajo. Existen tantas variables que dificultan incrementar la precisión del cálculo, pero confiamos en su exactitud…

—¡Cuánto tiempo tardaremos! —exclamó Freya.

—Bueno, debido a que desaceleraremos todo el tiempo, pero debemos librarnos de buena parte de nuestra velocidad en esa primera pasada junto al Sol si queremos que el resto del plan tenga éxito, iremos más lentos que ahora, aunque de eso se trata, claro, pero eso supone que ir de cuerpo celeste en cuerpo celeste nos llevará más tiempo, y cada vez nos llevará más a medida que frenemos, en lo que Devi denominaba la paradoja de Zenón, aunque no sea acertado, y durante ese tiempo no dejará de ser imprescindible que emerjamos de cada encuentro aproados con exactitud hacia nuestro siguiente lugar de destino, razón por la que el control de la trayectoria será un asunto muy importante, tanto que el aerofrenado en torno a los planetas gaseosos exteriores con miras a aumentar la resistencia sería extremadamente peligroso…

—¡Basta! ¡Calla ya y dime cuánto tiempo vamos a tardar!

—Por último, hay que añadir que debido a que habrá que trazar la última manga de la trayectoria sobre la marcha, dadas las complicaciones que probablemente surjan durante el vuelo, no existe una certeza sobre cuál será el último pozo gravitatorio por el que pasemos en nuestra aproximación final a la Tierra, y en ese punto iremos tan lentos que es posible que una sola manga del viaje nos lleve un veinte por ciento entero del tiempo total que dure el proceso, con diferencias sustanciales entre unas opciones y otras, dependiendo de si la aproximación es desde Marte o desde Neptuno, por ejemplo.

—Cuánto. Tiempo.

—El cálculo aproximado es de doce años.

—¡Ajá! —exclamó Freya, con una expresión de sorpresa complacida—. ¡Me estabas asustando! Vamos, nave, creía que ibas a decirme que tardaríamos uno o dos siglos. Pensé que dirías que tardaríamos más de lo que llevamos de viaje.

—No. Doce años, ese es nuestro cálculo, con un margen de error de ocho años arriba o abajo.

Jochi dejó de reír y sonrió a Freya, quien vio su expresión divertida en la imagen de pantalla.

—Podríamos seguir hibernando hasta terminar, ¿no?

Freya se llevó las manos a la cabeza.

—¿Más?

—Total…

—Ya, pues espero que no se me duerman más extremidades. ¡Aún no siento los pies!

—Podemos trabajar en tu neuropatía mientras duermes —propusimos.

Freya miró a su alrededor.

—¿Y qué será de vosotras cuando desembarquemos en la Tierra, siempre y cuando el plan funcione?

—Intentaremos hacer una última pasada junto a Sol, de modo que nos permita dirigirnos a uno de los gigantes de gas, emplear los aerofrenos y establecer una órbita a su alrededor —explicamos. Se trataba de un suceso con escasas probabilidades de éxito, pero no era imposible.

Freya parecía algo desorientada. Las pantallas mostraban las estrellas, y Sol era ahora la más brillante con diferencia, magnitud 0,1. Nos encontrábamos a dos años luz de distancia.

—¿Tenemos alguna otra opción? —preguntó Freya—. ¿Hay alternativas?

—No —respondimos.

—Esto es lo que hay —dijo Jochi.

—Entonces, de acuerdo. Volvamos a dormir.

—¿Despertamos a Badim y a Aram?

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