Aura

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Instigados por el odio, la sed de venganza o las ganas de encontrar alguno de esos brazaletes solares de los que habían oído hablar, los moradores y leales cansados del gobierno tiránico de Bloodworth se lanzaron contra las verjas con alicates y otros artilugios para abrir boquetes y cruzar al otro lado.

Había varios guardias intentando repeler el ataque de un grupo de cristales en la zona de la verja por la que ellos tenían que cruzar. Antes de que los advirtieran, amparados por las sombras, los tiradores más experimentados tomaron las pistolas de cargas y en pocos segundos liberaron el camino. Una vez junto a la verja, los rebeldes volvieron a alzar las armas, pero Ray se colocó en medio.

—Son amigos —les avisó, refiriéndose a los cristales, que se habían apartado de la verja—. No les hagáis daño, están con nosotros.

Los hombres de Carlton no parecían muy seguros de aquello. Primero, porque era la primera vez que veían a unos seres como esos, y segundo, porque habían comprobado lo que acababan de hacerle a la seguridad del gobierno.

Pero Ray insistió y después de abrir con ayuda de Kore y de otros rebeldes un agujero en la valla, cruzaron al otro lado para encontrarse con Gael, armado con dos hojas de espada que llevaba atadas a sus antebrazos.

—Gracias por vuestra ayuda —le dijo con una reverencia.

—Mi causa es la tuya. Y, por tanto, también la de mi gente —dijo devolviéndole el gesto—. Uno de mis observadores me ha dicho que han reforzado la seguridad y están enviando más tropas centinelas aquí. Ya he mandado a varios hombres a retenerlos, pero no sé cuánto tiempo voy a poder darte... Así que entrad y salid de ahí tan rápido como podáis.

—Cubridnos desde el cielo con vuestros arcos. Nosotros haremos el resto. Cuando veáis las primeras luces del alba, marchaos: seréis un blanco fácil.

—Buena suerte, Protegido. Cambia el curso de la historia.

Ray se despidió del jefe de los cristales. Gael se alejó unos metros, silbó con fuerza y alzó las alas para dar un salto con el que comenzó su vuelo hasta los tejados de los edificios. El resto de las criaturas no tardó en hacer lo mismo: mientras el silbido se iba repitiendo por todo el patio de la fortaleza, los demás cristales fueron abandonando la Torre para seguir a su líder.

Los rebeldes se pusieron también en marcha. Las palabras de Gael le habían devuelto a Ray la esperanza y el ánimo. Dorian, Aidan y Samara se encontraban allí dentro, en algún lugar, esperando que los rescataran junto a otros inocentes. Y también Bloodworth y los suyos.

Ahora les tocaba a ellos. Cambiarían el curso de la historia, como les había pedido Gael. La pesadilla de los electros acabaría esa noche... o perecerían en el intento.

30

Como Logan les había explicado, en el edificio de veinte plantas que rodeaba el Stratosphere se encontraban los alojamientos de las familias de los integrantes del gobierno, los trabajadores y las oficinas de gestión de la Ciudadela, mientras que en la parte subterránea se hallaban los calabozos y los laboratorios. En la azotea de la Torre se encontraba la presidencia del gobierno, así como la vivienda de Bloodworth.

El grupo rebelde se aproximó a la entrada, reventada durante el enfrentamiento, y advirtieron que allí tampoco quedaba apenas seguridad que la estuviera protegiendo.

—Mejor para nosotros —contestó Kore, ansiosa por entrar a buscar a Aidan—. ¿Nos movemos?

—Ray tiene razón —dijo Logan—. Esto parece otro lugar completamente distinto al que yo recuerdo, y tampoco hay cuerpos en el suelo que confirmen que los hayan matado.

—¿Qué insinúas? —preguntó uno de los rebeldes que los acompañaba—. ¿Que se han rendido?

—No, creo que se han marchado... Han huido.

—Puede que tengas razón —dijo Eden—. O puede que nos estén esperando dentro. Abandonar la Ciudadela no es tan fácil ahora que el pueblo se ha alzado en armas, ni siquiera para ellos. Además, ¿dónde irían?

—¡Estamos perdiendo el tiempo! —exclamó Kore, impaciente—. Dividámonos como habíamos acordado y salgamos de aquí cuanto antes. Esta zona se va a convertir en un campo de batalla aún más peligroso en poco tiempo.

La bailarina tenía razón: no dejaba de llegar gente con antorchas, linternas caseras, armas y el deseo de ver caer al gobierno de la Ciudadela. Y aunque hasta ese momento todos compartían el mismo fin, pronto comenzarían los saqueos y, con ellos, las peleas.

Kore partió en dirección a los calabozos acompañada por Carlton y sus hombres, mientras que Eden, Ray, Jake y Logan se dirigieron a la otra parte del edificio en busca de la pequeña espía. No había forma de mantenerse en contacto, por lo que acordaron huir de allí en cuanto cada uno hubiera completado su misión y reencontrarse en el piso franco con todos los demás.

El vestíbulo principal también estaba vacío y con las luces principales fundidas, aunque había otras muy tenues que alimentaba el generador externo, así como las de seguridad que bañaban todo con un halo rojizo. Los pocos muebles negros que se repartían por el inmenso espacio estaban tirados por el suelo, al igual que algunas macetas cuya tierra se había desparramado sobre las baldosas de mármol rosa.

El equipo cruzó a toda prisa hasta la mesa de recepción que había al fondo y allí volvió a reagruparse. Logan sacó el mapa que traía consigo y dijo:

—En esta parte del edificio están las habitaciones del servicio. Y por allí —añadió, señalando una de las puertas de los cinco ascensores que había—, los laboratorios.

—¿Los ascensores funcionan? —preguntó Ray, extrañado.

—Estos no. El único que se alimenta del generador es el de la Torre, así que... tocará utilizar las escaleras.

—Pues entonces habrá que volver a dividirse —sentenció Ray—. Jake y tú bajad a los laboratorios a por los dispositivos. Eden y yo buscaremos a Samara y a Dorian. Cuando terminéis, no nos esperéis. Salid de aquí y nos vemos directamente en el piso franco.

Ninguno discutió la decisión. Mientras que Jake y Logan tomaban la salida de emergencia que daba a las escaleras de la parte subterránea, Ray y Eden comenzaron a subir por las que tenían más cerca.

—Diésel me dijo que las habitaciones del servicio se encuentran en la tercera planta —apuntó Eden, mientras subían las escaleras de dos en dos hasta la puerta de emergencia que daba a los pasillos del tercer piso.

Se toparon con una inmensa sala que probablemente había estado repleta de máquinas tragaperras y mesas de cartas en el pasado. En su lugar, ahora había sillones y mesas bajas, y una gran barra de bar tan elegante como la de cualquier hotel de cinco estrellas.

—Creo que esto no tiene pinta de ser donde duerme el servicio... —dijo Ray.

Multitud de moradores, hombres y mujeres vestidos muchos de ellos con harapos, habían iniciado el saqueo de todos los objetos de valor que encontraban: lamparillas de mesa, cubertería, copas y vasos de cristal. Una pareja se abalanzó sobre un montón de bandejas brillantes y no dudaron en apartar a golpes a otras dos chicas que querían hacerse con ellas también.

—Ya ha empezado —dijo Eden, avanzando a toda prisa hasta la otra puerta de emergencia que había al fondo del inmenso salón.

—¡Vamos a ciegas! Tenemos que saber dónde están las habitaciones del servicio antes de seguir avanzando —exclamó Ray mientras agarraba a Eden del brazo.

—¿Y a quién preguntamos, genio?

Ray miró a su alrededor en busca de alguna pista... hasta dar con un joven de rasgos orientales que lucía un traje rojo y blanco y que se escondía debajo de una mesa con las manos en la cabeza, en estado de shock.

—¿Dónde están las habitaciones del servicio? —preguntó Ray en cuanto llegó a su lado. Al ver que no se inmutaba, tomó la decisión de activar el Detonador y acercárselo a la cara para amenazarle—. No me hagas repetirlo otra vez. Responde.

—D... dos plantas más arriba —dijo el chico, con los ojos llenos de miedo.

Ray le soltó y siguió a Eden, que ya iba de camino a las escaleras de emergencia.

En la planta indicada, se cruzaron con otros habitantes de la Ciudadela que salían de las habitaciones con bolsas llenas de sábanas, mantas y ropa que sus inquilinos habían dejado atrás. Logan estaba en lo cierto: la Torre estaba abandonada. Probablemente, dedujo Ray, lo habían hecho durante la noche anterior y habían esperado que con el regalo de Acción de Gracias nadie hubiera sobrevivido para ir en su busca.

—¡Samara! ¡Samara! —gritaba Eden, entrando en las habitaciones que ya estaban abiertas o echando abajo sus puertas a base de patadas y con la pistola de cargas.

Los pasillos eran muy largos y tenían numerosas bifurcaciones. A punto de llegar al otro extremo del edificio, escucharon un tiroteo procedente de una de las escaleras de emergencia y fueron directos a ella. Cuando abrieron la puerta, se encontraron con una reyerta entre varios moradores con pasamontañas y un grupo de centinelas. Eden cerró de golpe y empujó a Ray contra la pared antes de que alguna bala perdida les acabara hiriendo. Cuando los disparos cesaron, los chicos volvieron a abrir la puerta y se encontraron que solo dos de los moradores habían sobrevivido. Al escucharles acercase, se dieron la vuelta con sus armas en alto.

—¡No venimos a robar nada! —se apresuró a decir Ray—. Estamos buscando a alguien.

—Tú... —dijo uno de los dos tipos, bajando el cuchillo que llevaba—. ¿Cómo has bajado tan rápido?

—¿De qué hablas?

—Ray, vamos —le pidió Eden, dándose la vuelta.

—Te hemos visto antes y llevabas otra ropa y...

Ray se acercó a él a toda prisa.

—¿Me habéis visto antes? ¿Dónde?

Los rebeldes se miraron entre sí antes de contestar.

—En la décima planta, creo. Estabas inconsciente, ¿no? Te vimos y...

—¿Arriba? ¡Eden, vamos! —la llamó Ray, antes de regresar a la escalera para seguir subiendo.

La chica se quedó a revisar la siguiente planta pero él subió directamente a donde los tipos le habían dicho. La décima planta volvía a ser una sala diáfana con solo un par de ascensores y numerosos sillones y objetos de decoración entre los que encontró lo que buscaba.

Dorian estaba tirado encima de una mesa de cristal hecha añicos con una mancha de sangre en la frente. Lo primero que hizo fue agacharse y comprobar que respiraba. Acto seguido, lo sujetó por los hombros.

—¡Dorian, despierta! ¡Vamos, colega!

Como el chico no reaccionaba, Ray activó el Detonador al mínimo y le lanzó una pequeña descarga en el pecho. En cuanto lo hizo, su clon abrió los ojos de golpe.

—¿R... Ray?

—¡Dorian! —exclamó él, abrazándolo en cuanto se incorporó—. ¿Qué te ha pasado? ¿Dónde está todo el mundo?

—No... No lo sé. Yo... Los centinelas me estaban conduciendo a los calabozos y de repente se fue la luz y... Y no recuerdo más —dijo aturdido mientras se levantaba con ayuda de Ray—. ¿Qué ha pasado? ¿Por qué estás aquí?

El chico le explicó lo que había sucedido durante el discurso de Acción de Gracias mientras volvían a las escaleras, pero antes de abrir la puerta de emergencia, se detuvieron y Ray se volvió para mirarle.

—Dorian, te lo van a preguntar todos y necesito que me digas la verdad: ¿cómo conseguiste el boleto ganador de la Rifa?

Su clon le miró unos instantes, arrepentido.

—El boleto... me lo dio un hombre en un bar.

—¿Cómo que te lo dieron?

El chico bajó el rostro, avergonzado.

—Era todo una trampa... Yo hablé con ese viejo y me dijo que podía cambiar mi suerte y entonces me dio el boleto. Al principio pensé que era una tontería, pero cuando vi que había salido el número ganador... —el chico miró a Ray a los ojos—. Solo..., solo quería un cambio. O eso pensaba. Ya no estoy seguro...

—¿Una trampa? ¿O sea que sabían quién eras? —preguntó Ray, confuso.

—Sabían lo que soy, sí, pero Bloodworth te quería a ti...

—¿A mí? —preguntó extrañado—. ¿Qué estás diciendo?

—Saben que no necesitamos baterías, Ray. Y Bloodworth me quería llevar otra vez de vuelta con él, pero... —se intentaba explicar Dorian, aturdido.

—¿Con él? —preguntaba Ray—. Dorian, ¿cómo sabe Bloodworth que no necesitamos baterías?

En aquel instante, la puerta de emergencia se abrió y Eden se dirigió a ellos con cara de pocos amigos.

—¿Dónde está? —preguntó.

Dorian la miró sin entender.

—¿Samara?

La chica agarró entonces a Dorian por la camiseta y lo empotró contra la pared.

—Sé que sabes dónde la esconden. Vamos, habla y a lo mejor te perdonamos la vida cuando esto acabe.

—¡Eden! —exclamó Ray.

—¡Es un traidor! ¡Y está loco! ¿De verdad estás de su parte?

—Sí, lo estoy —replicó el otro, poniéndose entre medias de los dos—. Y no vuelvas a llamarlo así.

—Estás ciego —le espetó la otra—. Pero yo no.

Y antes de que Ray pudiera detenerla, Eden le lanzó a Dorian un puñetazo a la cara con el que cayó al suelo. Después se abalanzó sobre él, agarrándole de la camiseta de nuevo.

—¡Eden, para! —exclamó Ray, sujetándola por la espalda para separarla.

—¡Suéltame! —dijo la otra, con una furia tan desgarradora que parecía estar a punto de llorar—. ¡Se lo merece! ¡No es justo! Tendríamos que haberla encontrado a ella, ¡no a él! —y volvió a intentar escaparse, pero Ray no la dejó.

Dorian se levantó del suelo despacio y se limpió con el reverso de la mano el hilillo de sangre del labio.

—Creo que sé dónde puede estar... —dijo.

—¡Pues dilo! —le ordenó Eden.

El chico, por respuesta, se acercó a uno de los ventanales y señaló la enorme torre del Stratosphere que se cernía sobre ellos.

—¿Ahí arriba? —preguntó Ray, acercándose al cristal.

—Es donde están la residencia y el despacho de Bloodworth. Si la niña no está allí, se la han llevado.

Eden se dio la vuelta sin esperar más explicaciones y se lanzó escaleras abajo. Los dos chicos la siguieron unos pasos por detrás. Sin embargo, tuvieron que reducir la velocidad cuando, a partir del sexto piso, comenzaron a cruzarse con decenas y decenas de moradores y leales que se dirigían a las estancias superiores con bolsas cargadas con todo tipo de tesoros, empujando en su camino a cualquiera que se les pusiera por delante.

A punto de llegar abajo, el apelotonamiento era tal que la puerta había quedado colapsada por gente que gritaba enfurecida y suplicando que los dejaran salir, aplastados por la masa. Entre todos los alaridos, destacaba el de una niña pequeña, en el suelo, cerca de Ray.

—¡Eden, por el pasillo! —le gritó, antes de agacharse y recoger a la cría un segundo antes de que un hombre se tropezara y cayera justo donde ella había estado un instante antes.

Con la pequeña en brazos, Ray y Dorian siguieron a Eden por el pasillo de la planta baja hasta la cristalera que había al fondo. Intentaron abrirla, pero parecía atascada y el dispositivo que la abría, apagado. El cristal era demasiado duro como para romperlo a golpes y cada vez había más personas a su alrededor. Ray se sentía como en el camarote de un barco a punto de naufragar.

La gente seguía empujando y ya era imposible regresar por donde habían venido. Fue entonces cuando a Ray se le ocurrió algo. Dejó a la niña en el suelo y volvió a cargar el Detonador para después colocar la palma de su mano sobre el cristal.

—¡Apartaos! —gritó él.

Con un empujón, Ray liberó la carga eléctrica e hizo estallar el cristal en pedacitos, permitiendo que la gente saliera de aquella ratonera. La multitud comenzó a correr en estampida. Un grito de dolor hizo que Ray se girara después de recoger a la niña para ver cómo Eden caía y comenzaba a ser aplastada y pisoteada por la multitud. Antes de que lograra llegar, Dorian emergió de entre la marabunta y consiguió levantar a la chica aturdida por los golpes.

Juntos, avanzaron hasta la recepción y allí apoyó el cuerpo de la rebelde sobre una columna para comprobar la gravedad de sus heridas.

—¿Estás bien? —le preguntó Ray.

—Sí, solo me duele un poco el pie —dijo, sin apenas fuerza—. Sigamos.

Pero cuando fue a intentar moverse, volvió a soltar otro grito de dolor y Ray se agachó para comprobar el estado de la pierna.

—Creo que te has torcido el tobillo... —dijo, antes de mirarla—. Así no puedes continuar.

El rostro de la chica se desencajó al oír aquello, pero la voz de Jake surgió a sus espaldas antes de que pudiera añadir nada.

—¿Qué le ha pasado? —preguntó el chico, agachándose a su lado.

—Se ha torcido el tobillo —explicó Ray, justo cuando advirtió que tanto él como Logan llevaban las manos vacías—. ¿Y los brazaletes?

—No hay nada. Se han llevado absolutamente todo —dijo Logan.

—¡¿Qué?! —exclamó Ray.

En aquel momento, Kore apareció con Carlton y Aidan, que apenas se podía mantener en pie.

—¡Hay que salir de aquí! —dijo la bailarina.

—¡No! Tenemos que subir —contestó Eden, señalando el pirulí en las alturas—. ¡Samara puede estar allí!

—¿Y el resto? —preguntó Ray refiriéndose a los rebeldes que habían bajado con ellos a los calabozos.

Carlton apoyó el cuerpo de Aidan sobre Kore para descansar y apretarse el torniquete que se había hecho en el brazo.

—Solo quedamos nosotros, pero lo que tiene que preocuparos es la bomba que hay tres plantas por debajo de vosotros.

—¿Una bomba? ¿Quieren volar el edificio? ¿Su edificio? —preguntó Ray.

—No —dijo Dorian, y todos se volvieron para mirarle con desconfianza—. Quieren volar el paso subterráneo que hay entre la Ciudadela y otro lugar.

—¿Y tú cómo sabes eso? —preguntó Logan.

—Porque se lo escuché decir a Bloodworth antes de que se marchara con Kurtzman y varios más.

—¿Cómo sabemos que podemos fiarnos de ti? —preguntó Kore.

—No os queda otra.

Ray se dirigió a Jake.

—Vosotros sacad a todos de aquí. Yo subiré a la Torre a ver si está Samara.

—Voy contigo —musitó Eden.

—Eden, tienes que irte con ellos —le dijo Ray.

—¡No! —exclamó ella—. ¡No voy a salir de este edificio sin Samara!

—Me quedaré con ella —dijo Dorian—. Y esperaremos a que bajes.

—Yo también —dijo Logan.

—Está bien... —dijo Ray—. Jake, tú ayuda a Kore a llevar a Aidan al piso franco, y Carlton, vete con ellos a que te curen cuanto antes esa herida. Dorian y Logan os quedaréis con Eden hasta que vuelva, pero tenéis que prometerme que si se complican las cosas, os largaréis de aquí inmediatamente.

—¡No! ¡Voy contigo! —le insistió Eden, desesperada.

—Eden, yo iré a por ella. Te lo prometo.

—¡Ni se te ocurra dejarme aquí!

Después, echó a correr, y aunque los gritos de Eden lo persiguieron hasta que salió al exterior, no se dio la vuelta. Atravesó el patio hasta llegar al ascensor que subía a la azotea de la Torre. La máquina parecía funcionar con la electricidad del generador, sin embargo, requería de una tarjeta electrónica para su uso.

Tenía dos opciones: o intentar subir los miles de escalones a pie y probablemente perder el conocimiento en el intento, o probar suerte con el Detonador. Y eso hizo. Volvió a activar el aparato y liberó una pequeña descarga de energía que frio los componentes electrónicos de seguridad e hizo que la puerta se abriera.

—¡Bien! —se dijo a sí mismo, por fin un golpe de suerte.

Entró en el ascensor, pulsó el único botón que había y en poco más de treinta segundos las puertas volvieron a abrirse, esta vez en lo alto de la Torre. Allí, como Dorian le había dicho, se encontró a Samara. Pero no estaba sola: Philip Kurtzman agarraba a la pobre niña, mientras la apuntaba con una pistola en la sien.

31

–Tú debes de ser Ray —dijo Philip Kurtzman, general del ya extinto cuerpo de centinelas.

Ray alzó el brazo con el Detonador en posición defensiva y el hombre agarró con fuerza a la chica. Samara mantenía los ojos cerrados, visiblemente asustada.

—No hagas ninguna tontería, Ray —le advirtió el hombre.

—Suelta a la chica —ordenó él.

—¿O qué? ¿Nos matarás a los dos?

Kurtzman sabía que no dispararía. Si lo hacía, no solo acabaría con la vida del centinela, sino también con la de la joven. Así que intentó ganar tiempo mientras pensaba una alternativa preguntando:

—¿Qué es lo que quieres?

—A ti. Así que quítate ese cacharro y métete en el ascensor o me veré obligado a pegarle un tiro.

—Si la matas, olvídate de que te acompañe a ninguna parte —le advirtió él.

Kurtzman esbozó una macabra sonrisa de victoria y dijo:

—Verás, si no estás muerto es porque te quieren vivo, pero también me han dicho que, si no queda más remedio, tome las medidas oportunas. Y una de esas medidas... es matarte.

Mientras el general hablaba, Ray advirtió que Samara había abierto los ojos y ahora le miraba con rabia. El hombre estaba tan distraído que ni siquiera la vio negar con la cabeza cuando el centinela le ordenó que se metiera en el ascensor.

—Está bien —dijo mientras levantaba las manos en señal de rendición—. Haré lo que pidas.

Con mucho cuidado, acercó su mano libre al Detonador y fingió que aflojaba el grillete más cercano a la muñeca, cuando en realidad comenzó a cargar la máquina. En el momento en que el Detonador comenzó a emitir el zumbido metálico, Samara le dio un pisotón a Kurtzman con el que consiguió zafarse de él.

—¡Apártate! —ordenó Ray, al tiempo que alzaba la mano.

Nada más abrir la palma, un rayo salió despedido contra Kurtzman. Sin embargo, este se apartó a tiempo y la carga fue a parar a la enorme cristalera del despacho de Bloodworth, que reventó en pedazos.

—¡Ponte a cubierto! —gritó Ray a la chica mientras volvía a cargar el Detonador.

Kurtzman comenzó a disparar a Ray de camino al ascensor, pero el chico volvió a lanzar otro rayo y esta vez le acertó en la pierna. El general cayó al suelo con un alarido. El chico aprovechó entonces para abalanzarse sobre él y ambos se enzarzaron en una pelea a puñetazo limpio.

Kurtzman le propinó un codazo en la barbilla y se lo quitó de encima el tiempo suficiente como para tirarse a por la pistola que había perdido durante la pelea, pero antes de que llegara a tocarla, Ray soltó una pequeña descarga y el arma salió despedida por el ventanal roto.

Al verse sin opciones, el centinela corrió hasta el ascensor para huir, pero Ray se negaba a dejarle escapar con tanta facilidad. Alzó de nuevo la mano, cargó el aparato y apuntó para descargar un nuevo rayo... que no salió ya que el Detonador se había quedado sin energía. Las puertas se cerraron en ese instante

—¡Mierda! —exclamó, cabreado.

—¿Eres Ray? —preguntó Samara, saliendo de su escondite.

El chico se volvió y le dijo que sí. Samara se sacudió las ropas y se acercó a él, aún en estado de shock.

—¿Dónde está Eden?

—Abajo, pero...

—¿Con quién está? ¿Está a salvo? —le interrumpió la chica, nerviosa.

—Sí, sí. Está con Logan y Dorian. Tranquila, está bien.

Al escuchar aquello, la chica se llevó las manos a la boca y comenzó a negar con la cabeza y a pegar gritos como una energúmena.

—No... Tenemos que bajar ahora mismo.

—Tranquila, está bien, solo tiene torcido el tobillo.

—¡Tú no lo entiendes! —respondió la chica, corriendo al ascensor para llamarlo—. ¡Os querían a los dos!

—¿De qué hablas? ¿A mí y a Eden?

—¡No! ¡A ti y a Dorian!

—Samara —dijo Ray, acercándose a ella—, Dorian está con Eden y Logan. Los tres están bien.

—¡No están bien! ¡Eden y Logan no están a salvo con Dorian! —explicó la chica, histérica—. ¡¡Dorian está con ellos!!

En ese momento, sintieron un leve temblor y supieron que la bomba de los pisos subterráneos había detonado. Las puertas del ascensor se abrieron en ese instante y juntos descendieron hasta la base de la Torre.

Aunque su mente se negaba a juntar las piezas del puzle, la verdad se hizo evidente cuando regresaron al vestíbulo de la recepción y solo se encontraron con Logan tirado en el suelo, con la mano ensangrentada presionando su estómago.

—¿Qué ha ocurrido? ¿Dónde está Eden?

Entonces se fijó en la herida del ingeniero que intentaba controlar la hemorragia sin demasiado resultado.

—¿Qué te han hecho?

Ray se rasgó un trozo de manga con la navaja que guardaba en el interior de la bota e intentó taponar la herida lo mejor posible. Enseguida, la tela se humedeció de rojo.

Logan gimió sin apenas fuerzas.

—¿Qué ha pasado, Logan? —preguntó Ray con un miedo enorme.

—Dorian... —dijo el ingeniero, sin apenas fuerzas para mantener los ojos abiertos—. Se la ha llevado, Ray... ¡Ah!

La sangre seguía brotando de la herida del estómago sin control. Ray era incapaz de reaccionar. ¿Dorian los había traicionado? ¿Su hermano? ¿Su clon?

—Ray... —volvió a gemir Logan—. Se ha ido con Kurtzman.

—¿Por dónde se han ido? —preguntó Ray, saliendo de su estupor.

El centinela señaló hacia el sur de la Ciudadela y consiguió pronunciar la palabra «muralla» antes de lanzar otro gemido.

—La ha drogado, Ray —logró decir el ingeniero, antes de escupir un espumarajo de sangre y señalar un pañuelo que había tirado cerca.

Apenas tuvo que acercárselo a la nariz para advertir el aroma del cloroformo.

El hombre agarró el brazo al chico con las pocas fuerzas que le quedaban y añadió en un estado casi delirante:

—Tienes que salvarla. Ella confía en ti. Todos lo hacemos. Esto no ha... acabado. No ha acabado...

El último aliento de Logan se fue con aquellas palabras. Ray le zarandeó e intentó despertarle, pero en ese instante, su brazalete se quedó en rojo y después se apagó.

—Quédate con él —ordenó Ray a Samara—. Y cuando vengan, diles que he ido a por Eden.

El chico se puso de nuevo en pie y echó a correr calle adelante. Dorian los había traicionado, Samara tenía razón. Las piezas iban encajando en su cerebro con una delicadeza que lo perforaba todo. Todo el mundo se lo había advertido y él no había sido capaz de creerles. Ahora estaba seguro: Dorian no había ganado la Rifa por casualidad. Bloodworth sabía quién era. Tal vez incluso lo hubiera confundido con el propio Ray. Pero estaba claro que lo había buscado y él se había dejado engatusar a saber con qué mentiras. Eso no lo exculpaba, al contrario, lo hacía mucho más peligroso.

¿Qué le había podido pasar? ¿Cómo había sido capaz de engendrar tanto odio hacia los únicos que le habían protegido? Más aún, ¿para qué quería a Eden? ¿Por qué se la había llevado? ¿Qué pensaban hacer con ella? ¿Utilizarla como cebo para atraerles a él y a los rebeldes?

Los primeros rayos del alba teñían el cielo de rojo y comenzaban a dibujar la sombra de los edificios. Ray siguió corriendo en dirección a la entrada sur de la Ciudadela, hacia la muralla. A cada minuto que pasaba, más perdido se sentía. No en la ciudad, sino dentro de su cabeza. Eden no estaba. Había desaparecido. La habían raptado. Se la había llevado Dorian.

—No, no, no..., por favor... —se decía, casi sin aliento y sin dejar de correr—. ¡Eden! ¡Dorian!

Sus gritos, cargados de odio, no obtuvieron respuesta. A su alrededor la gente se volvía para mirarle, pero cada uno tenía sus propios problemas de los que hacerse cargo. Casas derrumbadas, heridos a los que cuidar, hijos a los que enterrar.

Escuchó el ruido del motor cuando estaba llegando a la muralla. Podía haber sido cualquier cosa, pero tuvo un presentimiento y se dirigió hacia allí sin mirar atrás. Llegó a tiempo de ver uno de los jeeps de los centinelas abandonando la Ciudadela por el inmenso portón abierto que los separaba del exterior.

—¡No! ¡Dorian! —gritó, corriendo tras el vehículo—. ¡Dorian, detente!

Ni siquiera estaba seguro de que su clon estuviera allí. Pero entonces alguien asomó la cabeza por la ventanilla del acompañante, y a pesar de la distancia, de la escasa luz de los faros traseros y de la velocidad a la que se alejaba de él, lo reconoció, como habría reconocido su reflejo en cualquier espejo.

—¡Dorian! ¡Vuelve aquí! ¡DORIAN! —gritó hasta que la voz se le desgarró.

No dejó de correr tras el coche hasta que tropezó con un desnivel en la tierra y se cayó de bruces contra el suelo. Y ni siquiera entonces dejó de moverse. Se puso de pie otra vez e intentó perseguir la nube de polvo que el vehículo había dejado a su paso, pero la rodilla volvió a fallarle y acabó en el suelo. De nuevo, se intentó levantar, pero esta vez no pudo con su peso y los brazos le fallaron antes de llegar a ponerse de rodillas si quiera.

—Por favor... —susurró a la tierra que a cada segundo le separaba más y más de Eden.

No fue consciente de que estaba llorando hasta que las primeras lágrimas cayeron sobre la arena, entre sus puños cerrados. Sentía el corazón a punto de salírsele por la boca y los pulmones le ardían tras el esfuerzo, pero nada era comparable a la impotencia que sentía en ese momento mientras veía desaparecer el jeep en la distancia.

Tenía que volver a la Ciudadela, comprendió en un instante de lucidez. ¡Jake tenía las llaves del jeep que habían utilizado ellos para ir a buscar a los cristales! ¡Podrían perseguirlos! Tenía que darse prisa. Tenía que...

De pronto sintió un mareo tan fuerte que pareció que la tierra se hubiera volcado sobre él. Antes de que le diera tiempo a sentarse siquiera, la visión se le nubló y la oscuridad lo cubrió todo. Y aunque intentó mantenerse despierto, le fue imposible.

«Ni se te ocurra dejarme aquí».

Aquellas fueron las últimas palabras que había escuchado Ray de Eden antes de salir corriendo a salvar a Samara.

El último pensamiento antes de perder el conocimiento fue de disculpa hacia Eden. Le había fallado.

32

Cuando Ray despertó, se descubrió en la habitación del Batterie en la que tantas noches había pasado. Por un segundo creyó que todo lo vivido había sido un sueño, pero cuando se incorporó y sintió el dolor de los rasguños en las manos y en las rodillas supo que todo había sido real.

Se quitó de encima las mantas que lo cubrían y se puso en pie apoyándose en los hierros de la cama. El mareo le sobrevino de nuevo, pero esta vez pudo controlarlo y salió de allí, descalzo. Alguien le había puesto unos pantalones de chándal y una camiseta de tirantes mientras dormía.

Con una mano agarrando la barandilla, fue subiendo escalón tras escalón mientras los recuerdos inundaban su mente. Se asomó al despacho de Madame Battery cuando llegó al pasillo superior, y se lo encontró destrozado, con el diván caído sobre un costado y el escritorio volcado, las cortinas rojas arrancadas y el viento entrando por la ventana rota. Las voces que escuchaba provenían del bar, así que se dirigió allí.

Cuando cruzó la puerta que daba a la barra, se encontró con al menos cincuenta personas repartidas por todo el local que escuchaban hablar a Madame Battery y a Darwin.

—Nos repartiremos en diferentes grupos y decidiremos quiénes sois los más cualificados para liderarlos —explicaba el líder rebelde—. La reconstrucción de la Ciudadela es una de nuestras prioridades.

—Y sobre todo necesitamos que todo el mundo mantenga la calma. Sabemos que ya han empezado a surgir los primeros focos de conflicto en algunos barrios, pero para eso se repartirán armas entre algunos de vosotros: una revolución interna podría acabar con lo poco que nos han dejado para salir adelante y no podemos permitírnoslo. Hasta aquí, ¿alguna pregunta?

—¿Dónde está Eden?

La gente se volvió al escuchar la voz de Ray, como si hubiera aparecido un fantasma. Kore saltó directamente la barra del bar y le dio un abrazo que pilló al chico tan desprevenido que no se lo devolvió.

—Vayamos fuera —le dijo al oído.

—Bien —continuó Madame Battery, mientras ellos regresaban a la parte privada del bar—. Lo dejaremos por hoy y os informaremos en cuanto haya novedades...

Ray se dejó llevar por Kore de regreso al piso inferior y, después, a los baños y hasta el laboratorio de Logan. Allí se le hizo un nudo en el estómago al recordar la muerte del ingeniero en sus brazos y tuvo que controlarse para no llorar.

—¿Le habéis enterrado?

—Incinerado —le dijo la bailarina, con un hilo de voz.

—¿Cuánto tiempo he dormido?

—Dos días —contestó ella justo cuando Aidan, la dueña del local, Samara y Darwin aparecieron en lo alto de las escaleras y cerraron la puerta tras de sí.

—Bienvenido de vuelta al mundo de los vivos —le dijo Aidan con una sonrisa cansada.

Llevaba vendado un brazo y varias gasas cubrían el lado derecho de su mandíbula y parte del cuello; su ojo aún permanecía hinchado y amoratado.

—¿Y Eden? —preguntó el chico—. ¿La habéis encontrado?

—Querido, será mejor que te sientes y...

—¡No quiero sentarme! —estalló él, golpeando la mesa con el puño—. ¡Se la han llevado! ¡Dorian se la ha llevado!

—Lo sabemos, Ray —dijo Darwin.

—¿Y qué hacéis aquí? Tenemos que ir a buscarla.

—¿Adónde? —insistió el rebelde.

—¡Al... al segundo complejo! Está claro, ¿no? Se la han tenido que llevar allí.

—Es lo más probable, sí. Pero no lo sabemos seguro. Y debemos ser prudentes. Estamos organizando una expedición al complejo que descubrió Jake, pero no es fácil. No podemos arriesgar más vidas de las que ya hemos perdido. La gente tiene miedo. La vida de miles de personas se ha venido abajo. Esta ciudad es ahora mismo una puñetera bomba. Cualquier paso en falso podría provocar que estallase y esa revolución terminaría en una masacre. Nosotros somos lo único que está impidiendo que los ciudadanos se vuelvan locos.

—Quiero ir al complejo. Necesito hacerlo.

—Lo haremos, Ray, lo haremos. Pero tenemos que trazar un plan sostenible, reconocer el terreno... Y tú tienes que recuperar las fuerzas porque no será sencillo.

—Sabemos que quieres entrar —dijo Aidan—. Nosotros también, pero habrán reforzado todas sus medidas de seguridad y tampoco sabemos cuáles son sus intenciones después de lo que ha ocurrido.

—Intentaron aniquilarnos. A todos —dijo Kore, junto a Aidan—. Como si fuéramos cucarachas. Eden también es mi amiga, y te aseguro que quiero recuperarla y hacerles pagar a todos lo que nos han hecho tanto como tú. Pero esto es la guerra, Ray. Y cualquier error que cometamos puede costarles la vida a cientos de personas.

—¿Y entonces qué sugerís que hagamos?

—Te unirás a la nueva guardia de la Ciudadela que dirigen Darwin y Aidan —dijo Madame Battery.

—Aprenderás a pensar y a actuar como un soldado. A ser a todos los efectos un soldado. No será sencillo —confesó Aidan.

—No me importa —le aseguró él, con una mirada amenazante.

—Y nos ayudarás con la revelación —añadió Darwin, mirando de soslayo a Madame Battery para recibir su aprobación.

—¿La revelación? —preguntó él.

—Vamos a contarle a todo el mundo la verdad sobre su origen.

Ray se quedó lívido.

—¿Ellos ya...? —preguntó el chico refiriéndose a Aidan y Kore.

—Sí, ya sabemos que somos clones —dijo la chica con orgullo.

—Tú mismo me dijiste que sería una locura descubrirles la verdad —le recordó Ray a Darwin—. Que no estaban preparados...

Madame Battery se acercó entonces y le puso una mano sobre el hombro.

—Ahora mismo no hay nadie que dirija esto, Ray. El gobierno se ha ido a la mierda y la anarquía reina en todas las calles. Ya no hay ninguna zona segura y necesitamos llevar las riendas de la ciudad si no queremos que se derrumbe sobre nosotros.

—El no tener los brazaletes solares que prometimos nos costará más de una desgracia, pero daremos un suministro ilimitado de energía a todos los ciudadanos que lo necesiten. El Centro de Recargas dejará de ser un lugar para recaudar impuestos y moveremos nuestro flujo económico como antaño —explicó Darwin—. Pero todo esto llevará su tiempo.

—Decirles la verdad nos mantendrá unidos. Es un secreto que tenemos que revelar —dijo Aidan.

El chico se llevó las manos a la cabeza. ¡Todo había salido mal!

—Ray —dijo Darwin poniéndole la mano en el hombro—. Te necesitamos. Esta ciudad te necesita. Te lo dije en su momento y te lo vuelvo a repetir ahora: eres la esperanza de todos nosotros.

El chico cruzó la mirada con todos ellos. Con Kore, Aidan, Jake, Darwin, Madame Battery y la pequeña Samara, que se mantenía en silencio, con el pelo oscuro cubriéndole parte del rostro. Y se imaginó allí a los que faltaban, a Logan y a Eden, y el odio hacia Dorian, la impotencia por tener que esperar y la rabia de haberles fallado lo invadieron por dentro.

—¿Por dónde empezamos?

© Laura Enrech

JAVIER RUESCAS

Javier Ruescas (Madrid, 1987) es el autor de múltiples novelas que le han convertido en uno de los escritores juveniles más conocidos entre el público español. También es editor, profesor de escritura creativa, dirige sus redes sociales y ha participado en numerosas ponencias internacionales sobre nuevas tecnologías y literatura.

www.javierruescas.com

MANU CARBAJO

Manu Carbajo (Madrid, 1989) es director, guionista y realizador. Sus cortometrajes han sido seleccionados en múltiples festivales, nacionales e internacionales, y cuentan con miles de visitas en YouTube. Aparte, también ha trabajado en publicidad y ha dirigido diversos videoclips musicales. Actualmente se encuentra trabajando en el guion de su primera película.

www.manucarbajo.com

LA SAGA ELECTRO

Con el peso de la verdad sobre sus hombros, Ray, Eden y su nuevo compañero de viaje, Dorian, se dirigen a la Ciudadela en busca de ayuda. Pero el lugar no es el mismo desde que la chica lo abandonó: ahora la lucha de los rebeldes contra el gobierno se ha vuelto más encarnizada. Las reservas de energía comienzan a estar al límite y la gente se muere. El miedo se ha convertido en el arma más poderosa de los centinelas.

Mientras Eden se enfrenta a su pasado y Ray intenta desentrañar sus sentimientos por ella, Dorian irá descubriendo poco a poco los límites de su auténtica naturaleza. Juntos deberán deshacer, antes de que sea demasiado tarde, la telaraña de secretos, mentiras y traiciones que amenaza con sepultar la verdad para siempre.

edebé

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