Atlantis
Capítulo 3
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—Aquí. Atlántida «era el camino hacia otras islas, y desde ellas se podía pasar a todo el continente opuesto». Así es exactamente cómo se veía Creta desde Egipto, y las otras islas eran los archipiélagos del Dodecaneso y las Cicladas, en el mar Egeo, mientras que el continente citado era Grecia y Asia Menor. Y aún hay más.
Jack abrió el otro libro y leyó otro pasaje.
—«Atlántida era muy elevada y escarpada del lado del mar y encerraba una gran llanura rodeada de montañas». —Jack se dirigió a la pantalla, que ahora mostraba un mapa de Creta a gran escala—. Ésa es exactamente la apariencia de la costa meridional de Creta y la gran llanura de Mesara.
Regresó a donde había dejado los libros.
—Y finalmente los propios atlantes. «Estaban divididos en diez distritos relativamente independientes bajo la supremacía de la metrópolis real». —Se volvió y señaló el mapa con el puntero luminoso—. Los arqueólogos creen que la Creta minoica estaba dividida en una docena de palacios feudales semiautónomos, siendo el de Cnosos el más importante de todos ellos.
Jack pulsó el mando a distancia para revelar una imagen espectacular de la excavación del palacio de Cnosos, con su sala del trono restaurada.
—Ésta es seguramente la «espléndida capital a medio camino a lo largo de la costa». —Fue pasando las diapositivas hasta llegar a un primer plano del sistema de desagüe que había en el palacio—. Y así como los minoicos eran excelentes ingenieros hidráulicos, del mismo modo los «atlantes construían cisternas, algunas a cielo abierto, otras cubiertas, para ser usadas en invierno como baños calientes; había baños para los reyes y para las personas particulares y para los caballos y el ganado». Y luego estaba el toro. —Jack pulsó el selector y en la pantalla apareció otra vista de Cnosos, en esta ocasión mostrando una magnífica escultura de un cuerno de toro junto al patio. Volvió a leer—. «Había toros que tenían la casta de los que pastaban en el templo de Poseidón, y los reyes, a quienes se dejaba solos en el templo después de haber hecho ofrendas al dios para capturar a una víctima que fuese aceptable para él, cazaban los toros, aunque sin armas, sólo con palos y dogales».
Jack se volvió hacia la pantalla y mostró las imágenes siguientes.
—Un fresco de Cnosos que representa un toro con un acróbata que salta por encima de él. Un vaso de piedra con la forma de una cabeza de toro. Una copa de oro labrada con una escena de la caza del toro. Un pozo excavado conteniendo cientos de cuernos de toro, recientemente descubiertos debajo del patio principal del palacio. —Se sentó y miró a los demás—. Y en esta historia hay un ingrediente final.
La imagen se transformó en una toma aérea de la isla de Thera, una fotografía que el propio Jack había tomado desde el helicóptero del
Seaquest hacía apenas unos días. Se podía ver perfectamente el perfil dentado de la caldera, su vasta hoya rodeada de espectaculares riscos coronados por las casas encaladas de los pueblos modernos.
—El único volcán activo en el mar Egeo y uno de los más grandes del mundo. En algún momento a mediados del II milenio a. J. C., entró en erupción. Dieciocho kilómetros cúbicos de rocas y cenizas fueron lanzados a ochenta kilómetros de altura y cientos de kilómetros hacia el sur, sobre Creta y el Mediterráneo oriental, oscureciendo el cielo durante días. El estallido sacudió edificios en Egipto.
Hiebermeyer recitó de memoria un pasaje del Antiguo Testamento:
—«Y el Señor le dijo a Moisés, extiende tu mano hacia el cielo y habrá oscuridad sobre la tierra de Egipto, incluso una oscuridad que podrá sentirse. Y Moisés extendió la mano hacia el cielo; y hubo una densa oscuridad en toda la tierra de Egipto durante tres días».
—La ceniza debió de cubrir Creta como si fuese una alfombra e imposibilitó la agricultura durante una generación —continuó diciendo Jack—. Enormes olas, tsunamis, se abatieron sobre la costa septentrional de la isla y devastaron los palacios. Se produjeron impresionantes terremotos. La escasa población que quedó después de este desastre poco pudo hacer cuando llegaron los micénicos en busca de un precioso botín.
Se hizo un breve silencio y luego Katya intervino.
—Bien. Los egipcios oyen un ruido terrible. El cielo se oscurece. Un puñado de supervivientes consiguen llegar a Egipto y cuentan historias espeluznantes acerca de un diluvio. Los hombres de Keftiu ya no llegan con sus tributos. La Atlántida no se hunde exactamente bajo las aguas, pero desaparece para siempre del mundo egipcio.
Levantó la cabeza y miró a Jack, quien le sonrió.
—He expuesto mi caso —dijo.
Dillen había permanecido en silencio este último rato. Sabía que los demás eran muy conscientes de su presencia, conscientes de que su traducción del texto descubierto en el fragmento de papiro podía haber desvelado secretos que echarían por tierra todo aquello en lo que creían. Ahora lo miraban con expresión expectante, mientras Jack pulsaba el mando a distancia hasta volver a la primera imagen. La pantalla se llenó de nuevo con el texto en griego antiguo.
—¿Están preparados? —preguntó Dillen.
Se oyó un ferviente murmullo de asentimiento. En la habitación, la tensión era perceptible.
Dillen abrió su maletín, sacó un gran rollo de papiro y lo desplegó delante de ellos. Jack redujo la luminosidad de las luces principales y encendió una lámpara fluorescente sobre el fragmento de papiro antiguo que había en el centro de la mesa.