Atalaya de Rhaen

Atalaya de Rhaen

Juan Mt
Rhaenys es el nombre de mi gata. Se llama así en honor de la reina Targaryen del universo de George R. R. Martin.

I. Rhaen

Es de noche y los vientos frescos provenientes de la calle están invadiendo el atalaya de Rhaen. Se ha incorporado un poco levantando la nariz mientras demuestra un peculiar interés. Algo ha llamado su atención. Afuera, entre el espesor de los tejados próximos, una criaturilla se mueve meticulosamente para confundirse con el silencio. Rhaen desde la plataforma exterior examina hacia el sur. Entorna sus bellos ojos aceitunados y sus diminutas orejas van de atrás hacia adelante como si descifraran un mensaje codificado entre notas de aroma en el viento y suaves vibraciones de sonido inaudible. Ha tensado las patas a la vez que el resto de su cuerpo poco a poco se ha contraído. Sus pupilas no lucen amables, ahora se han dilatado. Todo sucede de forma espontánea. De un salto se ha entregado a la oscuridad. Más allá, la noche se ha cortado con la agonía de algo que sucumbe a la conquista.


II. Sobre Rhaen

Es curiosa la manera en que visualizamos a la gata. No siempre ha estado ahí pero se ha ganado un lugar en la casa y en la familia. Ocasionalmente desaparece pero sabemos que no va lejos. Todas sus aventuras se han tornado locales. Hemos dispuesto para ella una repisa que le sirve de plataforma para examinar la calle y enterarse de las curiosidades que solo estos felinos domésticos entienden. En un intento por describir lo que pasa por sus pensamientos, si es que los tiene, quisimos disfrazar su esencia con capa de heroína y antifaz de intrépida aventurera. Su nombre al público es Rhaen pero nosotros sabemos sus otros apelativos, aquellos que solo salen cuando nos devuelve miradas mustias o requiere de atenciones extendidas mientras que nosotros requerimos distanciamiento necesario.


Rhaen vino de la calle, así como llegan los solovinos pero a diferencia de esos huele-traseros, esta gata traía porte y dignidad. Sin dudarlo, subió veintisiete escalones, trepó un muro, cruzó una reja y se restregó en nuestras piernas. Nunca se fue, como lo dijimos antes, se ganó su lugar. Los primeros días fueron una novedad para ambas partes y pronto cada una trató de establecer sus límites. Rhaen tenía claro que lo suyo era la independencia convenenciera, y que entre alfas y betas no estaba dispuesta a ocupar medalla de bronce.


La gata es blanca del pecho a la bolsa primordial pero sus costados y lo demás tienen una mezcla de grises y ambarinos que al conocedor le indicarán que indudablemente es hembra. Su cara une en la nariz las combinaciones cromáticas de su cuerpo pero es en la parte izquierda donde está su marca individual, una curiosa línea negra que bordea el extremo interior del ojo. Su tamaño es lo que nos ha hecho preguntarnos varias veces si nos apresuramos a cerrar su fábrica de engendros porque es pequeña para el promedio y aunque eso es uno de los motivos de inspiración para las historias de Rhaen también ha sido la causa de varias de sus derrotas en su reino.


Ahora la observamos echada en su repisa. Descansa y disfruta esos vientos frescos que vienen de cualquier lugar. Se vuelve y nos mira. Evalúa la situación y continua sumida en sus cavilaciones. Poco a poco cierra los ojos y nos hace pensar que está descifrando el más complejo de los misterios del universo pero cuando vuelve a abrir sus lucerillos y nos voltea a ver, comprendemos, quizá, que su guardia a la distancia es la más pura demostración de cariño animal-animal.

Xalapa, Veracruz a 5 de mayo de 2020

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