Asylum

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Capítulo Treinta y siete

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–Supongo que enviarán a alguien a buscar las cosas de Félix —dijo Dan, mientras guardaba sus últimos libros en una maleta. Sandy y Paul estaban ocupados apilando el equipaje junto a la puerta. Su lado de la habitación estaba prácticamente vacío, pero las cosas de Félix permanecían intactas; incluso había una botella de Gatorade medio llena sobre el escritorio.

—Pobre chico —dijo la madre de Dan, que estaba acompañándolo mientras él permanecía sentado sobre la cama. Ya había quitado las sábanas y las había enrollado. No dejó que nada le impidiera empacar; aunque no quisiera despedirse de sus nuevos amigos, quería salir de Brookline. Cada segundo que permanecía allí parecía demasiado.

—¿Toc toc?

Los tres se volvieron y observaron a Abby de pie, junto a la puerta. Se estaba balanceando tímidamente sobre sus talones, esperando para entrar.

—Ah, hola. Me alegro de que hayas pasado a saludar —dijo Dan. Una noche de descanso en el hotel de la ciudad les había hecho bien a todos: Abby se veía increíble, con una túnica que dejaba descubierto uno de sus hombros y leggings ajustados. Sus botas de combate estaban manchadas con pintura rosa y amarilla.

—Llevaremos los bolsos al auto —propuso su padre y le lanzó una mirada que fue todo menos sutil. A pesar del gesto, Dan agradeció el momento de privacidad.

—Fue un placer conocerlos a ambos —dijo Abby mientras ellos se marchaban.

—Igualmente, cariño —su madre le hizo un gesto de aliento desde la puerta, sin que Abby la viera.

Las sábanas enrolladas se unieron a sus libros. Dan tuvo que ejercer presión sobre la maleta para lograr cerrarla.

—¿Ya dejaste tu habitación?

—No exactamente. Ya empaqué todo, pero todavía estoy esperando a papá…

Dan bajó la maleta atiborrada de la cama al suelo.

—¿Viene a buscarte? ¿Eso significa que…?

Abby sacudió la cabeza con una expresión triste.

—Resulta que… —dijo Abby, y luego se detuvo, con un nudo en la garganta—. Resulta que Lucy estaba casada con un hombre de la ciudad y él… y Félix… Félix lo asesinó.

Se echó a llorar.

—Oh, Dios mío, Abby, qué horrible —dijo, abrazándola con actitud protectora. Odiaba haber llegado a un punto en el que era más fácil mentir y hacerse el sorprendido que decir la verdad. Estaba seguro de que ella también tenía sus secretos todavía.

Finalmente, Abby se apartó y se secó las lágrimas.

—Siento que todo este verano estuvo maldito. Que empeoré la vida de la tía Lucy en lugar de mejorarla y los arrastré a ti y a Jordan a todo este lío.

—No, no, Abby, escucha, ¿este verano? Este lío no fue tu culpa. Todos teníamos asuntos que resolver, y estoy feliz de haberlos conocido a ti y a Jordan para que pudiéramos resolverlos juntos. Quiero decir, vamos a mantenernos en contacto, ¿no es así? Lo que le sucedió a tu tía es realmente horrible, pero los tiene a ti y a tu padre, ¿no? Tampoco está sola.

—Supongo que tienes razón —Abby inhaló ruidosamente—. Y sí, definitivamente nos mantendremos en contacto.

—Entonces, ¿ves? Al menos el verano no fue una total… —algo en la puerta lo hizo dejar de hablar. Apareció una silueta, su sombra descendió un segundo antes de que la profesora Reyes apareciera vestida, como siempre, de negro—. ¿Profesora? ¿Sucede algo malo?

—¿Eh? —permaneció junto a la puerta, con un enorme juego de llaves maestras que tintineaban colgadas de su muñeca—. Oh, no, solo quería pasar para informarles que Félix Sheridan ha sido trasladado al Hospital General West Hill. Tienen un equipo de psiquiatría excelente y recibirá el cuidado que tanto necesita. Todo este asunto es… una lástima, pero creí que querrían saber lo que sucedió.

—Gracias —dijo Dan—. Solo quiero que esté bien.

La profesora Reyes asintió, con una expresión imposible de descifrar.

—Es lo que todos queremos —entonces pareció recordar algo, sobresaltándose y levantando la mano que sostenía el llavero—. Por cierto, la sección antigua está cerrada definitivamente y un oficial fue asignado para vigilarla hasta que todos hayan salido de la residencia. Nadie verá los niveles inferiores hasta mi seminario, el año entrante. A propósito, mi oferta para que participes sigue en pie —con una sonrisa rápida y superficial, se volvió para marcharse—. No te preocupes, Dan. Estoy segura de que esto será solo un mal recuerdo muy pronto.

Eso no era muy reconfortante. La cuestión con los recuerdos es que nunca puedes controlar cuándo volverán a aparecer.

Cuando se fue cerró la puerta con suavidad y Dan se quedó mirándola fijamente por un largo momento. No podía dejar de pensar en las llaves que tenía en la mano y en la puerta… La puerta que parecía contener todos los secretos de Brookline…

—¿Dan? ¿Dan, qué sucede?

No podía quitarse la sensación de que, de alguna manera, las llaves eran importantes. Félix le había dicho que la puerta de la sección antigua estaba abierta el día que llegaron, que así fue como había logrado entrar, en primer lugar. Si la profesora Reyes tenía las llaves, podría haber sido quien dejó la puerta abierta aquel día. Y podría haber entrado fácilmente cuando quisiera. Como para seguirlos. O para atraparlos con el fichero.

—No es nada —dijo, sacudiendo la cabeza—. Solo estoy un poco paranoico. Es este lugar… No soy yo mismo aquí —eso era quedarse corto—. ¿Quieres seguirme a mi auto?

—Claro —dijo Abby, dándole un beso rápido en la mejilla—. No puedo esperar a estar en cualquier otra parte.

Cada uno tomó una manija de la maleta y juntos la levantaron y se volvieron para salir. Se preguntó si debía darle un beso final ahí, antes de separarse, o esperar hasta llegar al auto. Parecía un momento tan importante que realmente no quería arruinarlo. Dándole vueltas a esa cuestión, comenzó a caminar hacia afuera.

Definitivamente en el auto, decidió, eso era más romántico. Sonrió y le abrió la puerta, sin querer despedirse pero feliz de saber que volverían a verse, cuando todo este trauma de Lucy hubiera pasado. Se llamarían, claro, y se enviarían correos electrónicos, y Abby incluso podría querer ir a visitarlo, especialmente si Jordan iba a quedarse con él.

—¿Soñando despierto? —bromeó ella, empujando la maleta contra su pierna.

—Nooo —Dan rio por lo bajo y le sonrió mientras salían al pasillo—. Bueno, tal vez un poco…

—Oye, ¿qué es eso?

—¿Eh?

Siguió la mirada de Abby hasta el piso, donde había un pequeño trozo de papel, medio atrapado por su zapato. Dan apartó el pie, entrecerró los ojos, y el alma se le fue al suelo cuando vio la caligrafía escalofriantemente familiar.

Estaba escrito en tinta negra, centrado, con letra segura, casi alegre.

Nos veremos pronto.

Daniel Crawford

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