Arizona
Capítulo 24
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Capítulo 24
No quería perderla, jamás me permitiría que se alejara por culpa de todos los malditos secretos que guardaba. Era adicto a ella, era como una jodida droga. Desde el primer momento en el que la vi mi corazón dio un vuelco. Todo lo que parecía sencillo sobre el plan se jodió tan rápido que no pude ni siquiera darme cuenta. Cuando quise hacerlo ya era demasiado tarde, mi miembro crecía con tan solo verla morderse el labio inferior, lo que me había hecho desear poseerla encima de aquella maldita barra del bar del hotel.
Estaba tan sexi con aquel vestido de látex rojo, solo de pensarlo me enloquecía, con una sola mirada era capaz de deshacerse de toda esa seguridad que tenía. Con ella nada más existía su magnética energía, que me hacía desear permanecer a su lado hasta el fin de los tiempos, aunque eso me pusiera en peligro.
La observé mientras dormía, se había cubierto tan solo con la sábana y no vestía nada, ni siquiera ropa interior. Adoraba ver cómo su cuerpo desnudo se entrelazaba de aquella forma tan singular con la tela. Arizona era una diosa, una amazona salvaje con un corazón noble y lleno de heridas. No pretendía ser su salvador, ni siquiera sanarlas, pero sí acompañarla el tiempo que necesitase para que acabasen curándose. Sabía que era fuerte, luchadora y guerrera, sin embargo, no pensé que tanto. Había observado a Arizona durante algo más de dos semanas, conocía sus rutinas, aunque muchas veces acababa siendo imprevisible.
Pasé una de mis manos por su hombro, rozándolo con la punta de mis dedos, hasta que me percaté de que una enorme cicatriz recorría su espalda, de arriba abajo. Un vacío se instauró en mí y no pude evitar reprimir un gruñido, que a pesar de ser casi inaudible ella escuchó.
—Arthur —murmuró en voz baja—, ¿estás bien?
En sus ojos había inocencia, no quedaba ni rastro de aquella mujer salvaje, dura como el acero y vehemente.
—Sí, claro que estoy bien, cielo. —Acaricié su cabello.
—¿Cielo?
—Lo siento, no quería incomodarte —me apresuré a decir. Sonrió maliciosa, lo había hecho a propósito, por lo que no dudé en negar una y otra vez con la cabeza—. ¿Puedo preguntarte algo?
—Claro, ya lo estás haciendo —aseguró.
—¿Qué te pasó para tener esa enorme cicatriz? —Quise saber.
—Cuando era pequeña bailaba ballet.
—¿Quién lo iba a decir? —murmuré.
—Durante unos ensayos, junto a mis compañeras, en pleno salto caí desde mucha altura y me tuvieron que operar —continuó haciendo caso omiso a lo que había dicho—, tenía varias vértebras dañadas, por lo que me dijeron que lo más seguro sería que no volvería a caminar. —Hizo una mueca de pesar. Hablar sobre ello aún le dolía—. Pero aquí estoy, trabajé muy duro para volver a hacerlo, fueron muchísimas horas de rehabilitación, ni siquiera recuerdo cuántas.
—¿Y no volviste a bailar? —pregunté embobado, mirándola.
—Solo lo hago para mí o cuando salgo de fiesta, como bien viste.
—Todo pasa por algo, ¿no crees?
—Si no me hubiera pasado eso, tal vez no sería modelo y ahora mismo no estaríamos hablando, así que... Sí, todo pasa por algo y yo le agradezco a la vida lo que me ha ofrecido, porque así aprendí a no rendirme y luchar a pesar de cualquier adversidad.
—Vaya... —musité.
No tenía palabras para expresar lo que sentía, era una mujer luchadora, más de lo que creía. Algo en mi interior me decía que Arizona era distinta, pero no sabía hasta qué punto. A simple vista podría parecer una mujer explosiva, descerebrada, arrogante y llena de chulería, no obstante, era tanto lo que escondía tras esa coraza que la cubría que ni siquiera ella se daba cuenta de que había empezado a actuar en vez de vivir.
—Mi nombre es Arthur Martins —empecé a decir sin previo aviso—, tengo treinta y ocho años, nací el día diecinueve de febrero de mil novecientos ochenta y dos, en Leeds, al norte de Inglaterra —le expliqué—. Mi madre nos crio, a mi hermano y a mí, ella sola, ya que mi padre murió cuando nosotros teníamos ocho años, en una reyerta.
Sentí la necesidad de contarle mi vida a Arizona, tenía razón, ella se había abierto en canal, y yo no había sido capaz de corresponderle. Era cobarde, me aterraba que algo se saliera de mi control, que pudiera ponerla en peligro contándole mi vida y todo lo que había pasado. No quería que volviera a pasarlo mal y mucho menos por mi culpa.
—Era policía, era un gran hombre, ¿sabes? —Sentí la congoja acercarse—. Nos amaba con todo su corazón —continué sabiendo que estaba poniéndole mi corazón en sus manos—, y nosotros a él. Fue el mejor padre que pudimos tener, jamás le habría cambiado por ningún otro.
—¿Y qué ha sido de tu madre?
—Ella aún vive en Leeds —respondí—, durante un tiempo vino a Estados Unidos, pero, cuando fuimos mayores de edad e independientes, volvió a Inglaterra, donde mi abuela se puso enferma.
—¿A qué te dedicas?
Cogí aire, no quería mentiras ni engañarla más, ni siquiera negarle las respuestas que tanto necesitaba. Ella era pura verdad, y yo también debía serlo si quería conservarla a mi lado o se largaría como había hecho esa misma noche, sin dudarlo y sin mirar atrás. Arizona tenía las ideas claras y no dudaría en seguir sus instintos, a pesar de que eso la alejase de lo que tanto quería.
—Soy investigador privado, aunque hay ciertos casos en los que colaboro con la policía —le informé.
—Entonces... —dijo pensativa—. ¿Tú puedes ayudarme a saber si los hombres que me drogaron formaban parte de Tótem?
Asentí, tenía parte de las grabaciones de la cámara que había puesto y no sería complicado saber de quiénes se trataba.
—¿Quién es Paul Martins? —Quiso saber, yendo al grano.
—Mi hermano gemelo.
—¿Tienes un hermano gemelo? —preguntó sorprendida.
—Tenía —me rectificó.
—¿Cómo?
Aquello era lo más doloroso que iba a poder hacer en toda mi vida, aún no lo había superado, y tan solo conseguía mantenerme bajo control cuando me centraba en la investigación que tenía entre manos. Cogí aire, me puse en pie pasándome una mano por el pelo al mismo tiempo que me encaminaba hacia la cocina. Cogí la botella de Jägger que había comprado y le di un largo trago. Llevaba muchísimo tiempo sin beber, tan solo lo hacía con Paul, quien no hacía más que insistir cuando salíamos por ahí, pero pensar en él solo hacía que quisiera ahogar mis penas en la bebida.
—Mi hermano murió hace unos meses... —admití sintiendo cómo mi voz se convertía en un fino hilo hasta desaparecer.
—Joder... No sabes cuánto lo siento —susurró al mismo tiempo que me abrazaba, cobijándome entre sus brazos.
Un enorme vacío se hizo con mi control, me había sentido tan sumamente solo desde que murió que ya no sabía qué era relacionarme. En realidad, llegué a convertirme en un ser ermitaño, no dejaba de investigar, intentando encontrar un hilo del que poder tirar para encontrar al culpable. Rompí a llorar contra su hombro, deshaciéndome de todo ese dolor que había ido acumulando en mi interior y que se había enquistado en mi corazón. Viví en soledad hasta que descubrí Tótem y encontré a Arizona, ella iba a ser la pieza que me faltaba por encajar, pero entonces la conocí y me prendé de ella de una forma inhumana.
—Paul era un hombre maravilloso —admití entre lágrimas.
—Estoy segura de que sí —susurró acariciando mi cabello.
Permanecimos en silencio, enredados, envueltos el uno en el otro, Arizona era un huracán, y al mismo tiempo era capaz de darme la paz que tanto ansiaba y que no había logrado encontrar.