Ariel

Ariel


ARIEL » LA LUNA Y EL TEJO

Página 20 de 84

LA LUNA Y EL TEJO

Esta es la luz de la mente, fría y planetaria.

Los árboles de la mente son negros. La luz es azul.

Y las hierbas depositan sus pesares a mis pies como si yo fuera Dios,

pinchándome los tobillos y hablando en susurros sobre su humildad.

Brumas destiladas y humeantes habitan este lugar

separado de mi casa por una hilera de lápidas.

La verdad, no veo adónde ir.

 

La luna no es una puerta. Es una cara en sí misma,

tan blanca como un nudillo y horriblemente apenada.

Tira del mar como de un oscuro crimen, y guarda silencio

con la gran O boquiabierta de la absoluta congoja. Vivo aquí.

Los domingos, las campanas por dos veces asustan al cielo:

ocho grandes lenguas que proclaman la Resurrección.

Y que al final tañen sus nombres con parsimonia.

 

El tejo apunta hacia arriba. Su silueta es gótica.

Los ojos lo siguen y se topan con la luna.

La luna es mi madre. No es dulce como María.

Sus vestiduras azules liberan pequeños murciélagos y lechuzas.

Cuánto quisiera creer en la ternura:

que el rostro de la efigie, suavizado por las velas,

tendiera hacia mí, en particular, sus ojos piadosos.

 

Qué bajo he caído. Místicas y azules,

las nubes florecen sobre la cara de las estrellas.

Dentro de la iglesia, los santos serán todos azules,

flotando sobre los fríos bancos con pies delicados

y manos y rostros rígidos a fuerza de santidad.

Nada de esto ve la luna. Es calva y salvaje.

Y el mensaje del tejo es negrura: negror y silencio.

 

22 de octubre de 1961

Ir a la siguiente página

Report Page