Arena

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Capítulo 16

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Capítulo 16

El camino que se extendía ante él era una cinta plateada iluminada por la luz de la luna que se desplegaba sobre las colinas envueltas en la oscuridad. Ya podía ver la taberna que se alzaba sobre la cima que tenía delante. Era uno de sus lugares favoritos, y se estiró perezosamente en la silla de montar mientras se alegraba de que el trayecto del día ya casi hubiera concluido.

Lanzó una rápida mirada por encima del hombro a los jóvenes acólitos que cabalgaban detrás de él. Estaban muy cansados, pero seguían parloteando nerviosamente porque sabían que mañana llegarían a la ciudad. Escuchó sin demasiada atención su charla y cómo alardeaban de lo que harían en el Festival, de los hechizos que albergaban la esperanza de obtener y los laureles de la victoria que ceñirían sus frentes cuando volvieran a recorrer aquel camino una vez hubiese terminado el Festival.

El anciano escuchó y sonrió aprovechando que no podían verle. Después de todo, era su Maestre y nunca le habían visto sonreír y nunca le verían hacerlo..., por lo menos hasta que hubieran obtenido una victoria.

Entraron en el patio de la taberna y el anciano desmontó. Sus articulaciones crujieron estrepitosamente y lanzó un juramento ahogado dirigido a uno de los jóvenes, que no había reaccionado lo suficientemente deprisa para poder ayudarle a bajar del caballo.

Entró en la taberna y miró cautelosamente a su alrededor. Ya era muy tarde, pero algunos viajeros seguían levantados y estaban charlando junto al fuego. Todos volvieron la cabeza para mirarle por encima del hombro, y las sonrisas enseguida iluminaron sus rostros.

Un hombre se levantó y fue hacia él con su jarra en la mano. El anciano había conocido a muchos como él, y esperó en silencio.

—Bien, ¿qué tal van a ir las cosas este año? —preguntó el hombre.

Los ojos del anciano le recorrieron de la cabeza a los pies.

—Ganaremos —dijo secamente, y su tono dejó muy claro que no estaba de humor para hablar de historiales de combate o de las probabilidades de obtener alguna victoria, y mucho menos de quién acabaría venciendo en el último enfrentamiento del Festival.

El hombre retrocedió, un poco alicaído, y volvió con sus amigos.

El anciano se volvió hacia el posadero.

—Ocúpate de que mis muchachos cenen y tengan un sitio donde dormir.

Metió la mano en una pequeña faltriquera que colgaba de la tira de su bolsa, sacó una moneda de oro y se la arrojó.

Después giró sobre sí mismo y fue hacia la puerta.

—Maestro...

El anciano miró por encima del hombro a la joven que se le había acercado cautelosamente y que acababa de detenerse junto a él.

—¿Qué ocurre?

—¿Adonde vais?

—A dar un paseo y respirar un poco de aire fresco.

—No deberíais ir solo.

El anciano se echó a reír.

—Creo que sabré cuidar de mí mismo. Y ahora come algo y vete a la cama, porque mañana aún tendremos que recorrer un largo trecho de camino para llegar a la ciudad.

La joven vaciló.

—Nos ha parecido que hay algo ahí fuera esta noche —murmuró por fin.

—Vamos, vamos... No temas, jovencita. Te aseguro que no me ocurrirá nada.

La joven acabó dándose la vuelta con visible reluctancia y fue a reunirse con sus amigos.

El anciano abrió la puerta y salió a la luz de la luna y el camino solitario.

La chica tenía razón. Había algo siguiéndoles, eso estaba claro. Había estado sintiendo su presencia durante toda la tarde, y había notado cómo se iba aproximando poco a poco. La sensación le había resultado curiosamente familiar, pero no podía estar totalmente seguro de reconocerla. Si presagiaba algo malo, quería que sus jóvenes acólitos estuvieran lo suficientemente lejos como para no correr ningún peligro. No eran más que un grupito de novatos del primer y segundo nivel, y si había que luchar morirían todos. Pero después de todo, no había que olvidar que los luchadores que estuvieran por encima de aquel nivel casi se podían contar con los dedos de una mano, pues casi todos habían muerto durante el Tiempo de las Calamidades.

Fue subiendo lentamente la cuesta por la que había bajado con su caballo, y acabó llegando a la cima de la colina.

Y entonces les vio. Eran dos jinetes que avanzaban sin ninguna prisa, como si dispusieran de todo el tiempo del mundo y supieran que no hubiera absolutamente nada que temer en él.

El anciano se metió entre las sombras de los árboles y observó cómo se aproximaban. Un jinete puso su montura al paso, y el anciano oyó el chasquido del acero surgiendo de la vaina y una fría carcajada lejana.

—¿Quieres luchar, abuelo? En ese caso, tal vez deberías salir de las sombras y dejar de acecharnos...

El anciano salió al camino y alzó la mirada hacia los dos jinetes. La luna que brillaba a su espalda se ocultó detrás de una nube, y todo lo que les rodeaba quedó repentinamente sumergido en la oscuridad.

—¿Quién eres? —preguntó uno de los dos jinetes.

Era una mujer, y habló en un tono frío y altivo.

—¿No crees que es a mí a quien corresponde hacer esa pregunta? —replicó el anciano—. Ya lleváis varias horas siguiéndonos.

—El camino es de todos. Bien, ¿quién eres?

—Soy Hadin gan Kar, Maestre de la Casa de Oor-tael.

La mujer dejó escapar una risita ahogada, y un instante después se oyó el sonido de una hoja que volvía a ser introducida en su vaina.

—¿Vas al Festival? —preguntó.

—Ésa era mi intención.

—¿Venceréis?

En su tono sólo había interés, y Hammen se relajó un poco.

—Eso es lo que planeamos hacer —dijo—. La competición debería resultar interesante... Casi todos los luchadores son nuevos y tienen poca experiencia. Después del Tiempo de las Calamidades... Bueno, hemos tenido que conformarnos con eso.

—Sí, he oído hablar de esa época —dijo la mujer—. ¿Qué ocurrió?

—¿No lo sabes?

—Hemos estado viajando, y llevamos mucho tiempo fuera.

—El antiguo Gran Maestre fue aniquilado y las cuatro Casas fueron destruidas, y se han formado nuevas Casas. Los combates han cambiado mucho, y ahora vuelven a librarse como en los viejos tiempos. Pruebas de habilidad con la pérdida de un hechizo y nada más... La gente puede apostar si quiere hacerlo, pero eso es asunto suyo. Quien vence en el último combate se va a casa después de que el Festival haya terminado. Soy el Maestre de Oor-tael, y otro viejo luchador está al frente de la Casa de Bolk.

—Ah, ¿sí? ¿Cómo se llama?

—Es un buey sin sesos llamado Naru.

El otro jinete abrió la boca por primera vez desde su llegada para dejar escapar una risita gutural, y Hammen sintió cómo un escalofrío helado le recorría la columna vertebral. Se acercó un poco más a los dos jinetes, y la mujer volvió a hablar mientras lo hacía.

—¿Y quién ocupa el cargo de Gran Maestre?

—Varena, que había pertenecido a la Casa de Fentesk.

—¿Esa perra?

—¡Malditos seáis! —gritó Hammen—. Bastardos asquerosos, ¿dónde infiernos habéis estado?

Norreen bajó de un salto de la silla de montar, fue hacia Hammen riendo a carcajadas y le abrazó. Pero Hammen apenas le prestó atención y siguió con la mirada clavada en el otro jinete.

—¿Garth? —murmuró.

—Sí, viejo amigo... Soy yo.

Garth bajó de su caballo sin apresurarse, y un instante después echó a correr y estrechó a Hammen entre sus brazos.

—Creía que los dos habíais muerto —jadeó Hammen, sintiéndose repentinamente débil y mareado.

—Nosotros también lo creímos —replicó Norreen.

—Bien, ¿y qué ocurrió?

—Luchamos —dijo Garth después de unos momentos de silencio, y su voz sonó extrañamente lejana, como si surgiera de los reinos en los que se habían librado todos aquellos combates inimaginables—. Pensé que todo había terminado, pero un ataque llegado de otro lugar bloqueó su poder durante unos instantes. Utilicé todo el maná que me quedaba para sellar la puerta.

Garth titubeó unos momentos antes de seguir hablando.

—Qué extraño... —murmuró después—. Al final fue como si se rindiera porque en el fondo ya nada le importaba, y entonces casi sentí compasión por él.

—Así que os convertisteis en Caminantes —dijo Hammen—. Estabais al otro lado, y todo el universo se hallaba abierto ante vosotros.

Garth se rió.

—Todos los sitios son más o menos iguales —replicó—, y puedes creerme cuando te digo que éste es mejor que la gran mayoría. Y además... Ahí fuera las luchas no acaban nunca —siguió diciendo, y su voz volvió a sonar extrañamente lejana—. Después de todo lo que había ocurrido, lo único que deseaba era disfrutar de un poco de paz, y este sitio me ha parecido tan bueno como cualquier otro para encontrarla.

—Pero renunciasteis a la inmortalidad.

—Disfrutaremos de los años que nos corresponda vivir. ¿Y qué es la inmortalidad cuando te enfrentas a la eternidad? No, le dejo todo eso al Eterno... Creo que no hizo un mal trabajo, y que debemos conformarnos con el mundo que nos dio. He visto lo que les ha ocurrido a los otros, y sé que si nos hubiéramos quedado habríamos acabado siendo como ellos. Percibí la presencia de unos cuantos que lograron comprender la verdad y decidieron volver a vivir como mortales en el mundo de su elección, y acabé convenciéndome de que habían hecho bien.

»Y de todas formas, la puerta de acceso a este reino ha vuelto a quedar cerrada —murmuró, como si fuese preferible olvidar todo lo que había visto y hecho—. Aquí el maná es fuerte, así que pasará mucho tiempo antes de que tengamos que empezar a preocuparnos por si algún otro abre la puerta..., siempre que impidamos que los que siguen aquí intenten volver a abrirla, claro.

Hammen meneó la cabeza.

—Maldito seas, Garth... Te he estado llorando durante tres años. Al menos podrías haberme hecho saber de alguna manera que estabas vivo, ¿no?

—Eso es lo que acabamos de hacer —replicó Norreen sin inmutarse.

—Oh, os agradezco mucho que os hayáis dado tanta prisa —resopló Hammen—. Bien, ¿vais al Festival?

Norreen se volvió hacia Garth, y éste se apresuró a aclararse la garganta con un carraspeo un poco nervioso.

—Creo que todavía es un poco pronto para que vuelva a poner los pies ahí —dijo.

—¿Y adonde vais entonces?

—Hay un jardín y una vieja casa en las Tierras del Sur —dijo Garth, y una repentina melancolía impregnó su voz—. Es un buen sitio para formar una familia.

—¿Una familia? —murmuró Hammen, y se rió.

Norreen se ruborizó y desvió la mirada.

—¿Y de qué casta será el chico? —preguntó Hammen, mirando fijamente a Norreen.

—Si nace bajo el signo que queremos para él, será un Tarmula de Benalia.

Hammen les contempló en silencio. Tenía los ojos llenos de lágrimas y no podía hablar.

—Nunca he aguantado las despedidas largas. Tienes que venir a visitarnos algún día, aunque... Bueno, ya sé que siempre hay imprevistos —dijo Garth, y su voz sonó repentinamente enronquecida y estuvo a punto de quebrarse.

Abrazó a Hammen y volvió a montar. Norreen también le abrazó, y se rió cuando Hammen le dio una suave palmadita en el estómago.

—Le llamaremos Hadin —dijo.

—Oh, no... Llamadle Hammen, por favor.

Norreen le besó en la mejilla, y después le sorprendió saltando ágilmente a la grupa de su caballo.

—¿No queréis quedaros a pasar la noche aquí? —preguntó Hammen.

—Tenemos un largo camino que recorrer. Te hemos estado siguiendo mientras guiabas a tus jovencitos, y hemos perdido varias horas haciéndolo.

Hammen suspiró y fue hasta el caballo de Garth. Se detuvo junto a su estribo, alzó el brazo y le cogió la mano.

La luna emergió de entre las nubes, y Hammen dejó escapar un jadeo de asombro.

—Tu ojo, amo... Está intacto. Vuelves a tener dos ojos.

Garth se rió.

—Ah, ésa es una de las pequeñas ventajas que tiene el ser Caminante..., aunque en mi caso sólo lo fuese durante un día.

Hammen se apartó del caballo de mala gana, como si no quisiera dejarle marchar. Garth bajó la mirada hacia su viejo amigo y dijo:

—Ya sabes que todo estuvo planeado desde el principio, ¿no? Ese encuentro supuestamente casual en la calle... Todo formaba parte de mi plan.

—Digamos que ya me lo había imaginado.

—Y si vuelvo a entrar en tu vida algún día, eso también formará parte de otro plan. Cuídate mucho, amigo mío, y apuesta bien mi dinero.

Garth espoleó a su montura y los dos se alejaron al galope. La luna volvió a ocultarse entre las nubes, y las dos siluetas dejaron de ser visibles.

Hammen meneó la cabeza y echó a andar lentamente por el camino que llevaba a la taberna, y mientras lo hacía empezó a pensar en el próximo Festival y en todas las apuestas que llegarían con él.

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