Arena

Arena


Capítulo 14

Página 38 de 42

—No has respondido a la primera pregunta que te hice. No cabe duda de que ya sabías que mato a los vencedores del Festival para evitar que llegue un día en que puedan acabar convirtiéndose en una amenaza. Así pues, ¿por qué has seguido combatiendo hasta alcanzar la victoria final?

—Porque creo que también puedo vencerte —dijo Garth con voz firme y tranquila.

La sombra se rió.

—Y entonces serás como yo, ¿eh? No cabe duda de que has disfrutado de un excelente adiestramiento. Dejaste abandonado a tu sirviente para que muriese, y asesinaste a una mujer a la que amabas para poder tener esta posibilidad.

—Tú la habrías matado —replicó Garth sin inmutarse—. Me gustaría pensar que la salvé.

—Cuánta lógica... Estás hecho un auténtico filósofo, ¿eh? Pero aun así la mataste.

Garth lanzó un grito de ira, alzó la mano y atacó.

La sombra dejó escapar una risita despreocupada y esquivó la bola de fuego sin ninguna dificultad.

—¿No se te ha ocurrido nada mejor para empezar? Me temo que esto va a resultar muy aburrido... Transmite mis saludos a tu padre.

Garth sintió el repentino impacto de un vendaval surgido de la nada, y el aire se esfumó a su alrededor. Intentó respirar, se dobló sobre sí mismo y empezó a jadear y toser, asfixiado por la nube verde de humo sulfuroso que había caído sobre él.

Hammen había rodeado los hombros de Varena con sus brazos y estaba intentando llevarse el cuerpo mientras Zarel y todos los demás se hallaban distraídos por la presencia del Caminante. La sirviente de Varena apenas parecía capaz de moverse, y todo su cuerpo temblaba a causa del llanto.

—Calla y ayúdame, muchacha —ordenó Hammen.

—Aparta tus sucias manos de ella —replicó la joven—. Deja que descanse en paz.

—¡Maldita seas, muchacha! Estoy intentando salvarla antes de que su cordón espiritual se rompa, así que ayúdame de una vez.

La joven le contempló con los ojos muy abiertos, incapaz de moverse.

—Ah, que el Eterno se lleve a todas las mujeres... —masculló Hammen, y por un momento sintió la tentación de dejar caer el cuerpo y huir a toda prisa antes de que fuera demasiado tarde.

Pero siguió luchando con el cuerpo y consiguió ir apartándolo poco a poco del trono. No quería hacerlo, pero acabó alzando la mirada y vio que el Caminante iba hacia Garth.

No, maldición...

Dejó a Varena en el suelo y empezó a erguirse. El Caminante ya estaba alzando las manos.

Hammen se sintió desgarrado entre dos lealtades, y acabó tomando una decisión. Cogió el amuleto y el maná que Garth le había dado y puso el amuleto sobre la frente de Varena. Después utilizó el poder del maná para llamar a su espíritu, y apenas lo hizo se dio cuenta de que sólo seguía unido al cuerpo por una hebra tan delgada que resultaba casi imperceptible. Hammen se sorprendió al ver que el espíritu le oponía resistencia y que intentaba liberarse y romper el cordón que continuaba uniéndole a su forma mortal, creándole tantas dificultades que acabó viéndose obligado a emplear todas sus fuerzas para desplegar sus pensamientos y capturarlo. Hammen tiró del espíritu de Varena, y siguió forcejeando con él hasta que lo hubo obligado a volver a su cuerpo.

La sirviente de Varena dejó escapar un jadeo de asombro cuando oyó el gemido ahogado que surgió de los labios de su señora. Una nube oscura ocultó de repente la luz del sol y Hammen alzó la mirada hacia la tormenta que había empezado a girar y agitarse en el cielo, y después se volvió rápidamente hacia la joven.

—¡Mantén el amuleto sobre su frente!

Hammen desenvainó su daga, se inclinó sobre Varena y cortó la delgada tira de cuero que unía la bolsa de hechizos a su cinturón, y después se irguió y percibió la presencia de los poderes que controlaba.

Lanzó una rápida mirada por encima de su hombro y vio un grupo de luchadores de la Casa Naranja que se aproximaban, y movió una mano indicándoles que debían llevarse el cuerpo.

Después se puso en pie y extendió la mano.

—¡Zarel, maldito bastardo!

Su voz resonó por toda la arena y la multitud, que había estado contemplando la ascensión del Caminante, se removió nerviosamente en los graderíos y se sumió en un silencio absoluto al escuchar el grito de desafío lanzado por Hammen.

Zarel se volvió hacia Hammen y empezó a levantar las manos.

—Eres un bastardo, Zarel... ¡Los juegos no son más que un fraude! Tú y los Maestres de las Casas sabéis que el ganador no es sacado de este plano para servir al Caminante, sino para ser asesinado por él. ¡Y tú eres su cómplice!

Zarel lanzó un grito de rabia y extendió las manos hacia Hammen, pero éste invocó el poder del maná de Varena y desvió las llamas sin ninguna dificultad mientas contemplaba a Zarel con los labios fruncidos en una mueca burlona. Después alzó las manos y derribó a Zarel con una ráfaga de llamas.

El caos se adueñó de la arena. Norreen surgió de la sección en la que había estado Garth antes de librar el último combate. La benalita alzó la espada sobre su cabeza y se lanzó al ataque mientras volvía la mirada hacia la multitud, apremiándola a que la siguiese. Los espectadores salieron de los graderíos como una incontenible oleada oscura. Hammen se envolvió en una nube de humo verde y fue retrocediendo hacia Varena mientras los luchadores y guerreros de Zarel se apresuraban a avanzar para proteger a su señor.

Hammen logró llegar hasta Varena, y lanzó un grito de rabia al ver que el avance de los luchadores de Fentesk que se disponían a ayudarla había sido frenado por los hombres de Zarel y que aquéllos habían acabado girando sobre sí mismos para iniciar una apresurada retirada. Pero la multitud seguía avanzando, y unos segundos después Hammen se encontró en el centro de una encarnizada pelea cuerpo a cuerpo. Intentó mantener a Varena de pie para que no fuese pisoteada en aquella confusión. Alguien le empujó a un lado apartándole sin ningún miramiento, y unas enormes manazas se extendieron para coger a la mujer. Hammen alzó la vista y se encontró contemplando a Naru, que sonreía de oreja a oreja.

—Yo llevo a la mujer donde tú quieras.

Norreen se abrió paso a través del gentío para reunirse con ellos, y fueron retrocediendo lentamente hacia uno de los túneles de acceso; pero cuando llegaron a él Hammen aflojó el paso y acabó volviendo la cabeza para mirar hacia atrás.

—Esos pobres bastardos necesitan alguien que les guíe en el combate —murmuró.

—Creo que en estos momentos deberías limitarte a pensar en salvar tu pellejo, anciano —dijo Norreen.

Hammen meneó la cabeza.

—Ya lo hice en una ocasión, y he tenido que vivir con ese peso sobre mi conciencia desde entonces —replicó—. Bien, supongo que estoy cansado de vivir...

Volvió a alzar la mirada hacia el cielo.

—Especialmente ahora...

—Estás loco, viejo —dijo Naru—. Pensé que serías un buen sirviente para mí ahora que el tuerto se ha ido, pero estás loco.

El gigante se echó a reír.

—Enséñale a este montón de músculos dónde ha de llevarla, Norreen —dijo Hammen—. Creo que ya no estaría a salvo en la Casa.

—¡Y un infierno! He de luchar, y además la odio.

—Condenada benalita... Haz lo que te he dicho, ¿de acuerdo? Es lo que Garth hubiese querido.

Norreen bajó la cabeza.

—Muchísimas gracias.

Hammen sonrió.

—Y ahora vete.

El viejo giró sobre sí mismo y se internó entre la multitud. Su voz se alzó por encima del tumulto, llamando a gritos a los miembros de su antigua hermandad para que se reunieran con él.

—Vamos —dijo Naru. Bajó la mirada hacia Norreen y sonrió—. Naru es muy afortunado. Ahora tiene dos mujeres.

La espada de Norreen se movió con la velocidad del rayo y el filo se deslizó sobre la pierna de Naru. El gigante chilló y dio un paso hacia atrás.

—Adelante, buey estúpido —dijo Norreen—. Encontraremos un sitio donde dejar a esta mujer y luego volveremos a la batalla.

Ir a la siguiente página

Report Page