Arena

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Capítulo 3

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»Bien, pasemos a otro asunto. Si te interesa, mi primo tiene unas cuantas mujeres exóticas y bastante hermosas en su posada, y yo podría conseguirte un poco de diversión que te saldría muy barata. Con tu dinero, apuesto a que incluso podríamos conseguir un par de chicas —siguió diciendo Hammen, observando a Garth con esperanzada lujuria—. Estoy seguro de que no te importará que alquile un agujerito para mirar mientras estamos allí, ¿verdad?

—Volvamos a la Casa —dijo secamente Garth, y Hammen le miró en silencio, visiblemente alicaído.

Cuando salió a la calle Garth miró a su alrededor como si estuviera esperando ver a alguien, y después se volvió hacia Hammen.

—Muchísimas gracias —murmuró con irritación.

—Serviros siempre es un gran placer para mí, amo —replicó Hammen con una risita ahogada, y después tiró de Garth apartándolo de la sombra de una mujer que estaba inmóvil al otro lado de la calle.

—Quiero saberlo todo sobre él —gruñó Zarel Ewine, Gran Maestre de la Arena.

Uriah Aswark, capitán de los luchadores del Gran Maestre, se inclinó temerosamente ante él, pues el Gran Maestre era famoso por su propensión a descargar su furia sobre quien tuviese más cerca durante los momentos de rabia, y estaba claro que Uriah se encontraba ante uno de aquellos momentos de rabia, pues la augusta presencia del Gran Maestre había sido humillada en público.

—Como deseéis, mi señor —murmuró Uriah.

—Recurre a nuestros contactos habituales en la ciudad y ve a las Casas, y paga las sumas de costumbre, pero después querré una relación detallada de cada moneda de plata que gastes... —El Gran Maestre hizo una pausa—. Y ya sabes lo que le ocurrió a tu predecesor por su negligencia en ese aspecto.

—Jamás se me ocurriría tratar de robaros, mi señor.

Zarel bajó la vista hacia su capitán y le lanzó una mirada despectiva.

—No, por supuesto que no... —dijo—. Porque si lo hicieras, y especialmente en este momento, creo que te arrojaría a la arena junto con los demás para entretenimiento del Caminante. Y ahora sal de aquí.

Uriah empezó a retroceder hacia la puerta de la habitación con la cabeza todavía inclinada en la postura de obediencia correcta y los ojos apartados del rostro del Gran Maestre.

—Uriah...

El capitán de los luchadores se quedó totalmente inmóvil.

—¿Sí, mi señor?

—Te hago personalmente responsable de todo esto. Quiero a ese hombre. Quiero saber quién es y qué anda tramando. Hay algo extraño en él... No sé qué es. Intenté sondearle, pero tenía el poder suficiente para bloquear mi sondeo. No pude llevármelo porque es miembro de una Casa, y eso significa que gozará de la protección de esa Casa mientras siga llevando sus colores.

Uriah alzó cautelosamente la mirada hacia el Gran Maestre, visiblemente sorprendido al oírle admitir que un mero

hanin tenía el poder suficiente para bloquear el suyo. Los rasgos del Gran Maestre habían adquirido una expresión absorta y vagamente distante, como si estuviera perdido en un recuerdo borroso que era incapaz de distinguir con claridad.

—¿Quién es? —preguntó de repente Zarel.

Uriah se sobresaltó un poco al ver que el Gran Maestre le estaba mirando fijamente con el rostro lleno de duda.

—Lo averiguaré, Gran Maestre —se apresuró a asegurar.

—Hazlo. Prepara una expulsión para que deje de contar con la protección de la Casa y pueda ser mío. Me da igual cómo te las arregles para conseguirlo, y lo único que quiero es que lo hagas. Y hazlo bien, Uriah, porque... Bueno, estoy convencido de que no te gustaría demasiado convertirte en un entretenimiento más del Caminante cuando llegue, ¿verdad? He de proporcionarle el espectáculo habitual, y en ese tipo de fiestas siempre hay sitio para un invitado más. El tuerto o tú, ¿has entendido?

Uriah salió de la habitación, y no le avergonzó en lo más mínimo que los guardias apostados a ambos lados de la puerta pudieran ver que le temblaban las rodillas. El Caminante siempre anhelaba el poder que podía ser obtenido de las almas, y los enemigos del Gran Maestre solían proporcionarle esos banquetes..., junto con aquellos que habían fracasado en el cumplimiento de las misiones que el Gran Maestre les encomendaba.

Zarel contempló cómo el enano que había puesto al frente de sus luchadores salía de la habitación.

«¿Por qué debería preocuparme tanto ese luchador?», se preguntó. Algo había sido alertado por el mero hecho de su presencia en la ciudad, y Zarel sabía que ese tipo de percepciones casi siempre tenían una verdad oculta detrás de ellas.

¿Se había encontrado con él anteriormente?

Zarel rebuscó en su memoria. Aquel hombre era un luchador que controlaba el maná, por lo que su aspecto físico no era una pista demasiado fiable acerca de su edad. Podía tener los veinticinco años que aparentaba, o podía tener cien años e incluso más.

Acordarse de todos los que podían haber sido enemigos suyos a lo largo de cien años era una tarea casi imposible. ¿Sería alguien de antes, de cuando Kuthuman todavía era el Gran Maestre? En aquellos tiempos la lenta ascensión hacia el poder que había llevado a cabo como ayudante del Gran Maestre había dado como resultado más de un cadáver flotando en el puerto, por lo que estaba claro que había sido una época de muchos enemigos. Intentó concentrar sus pensamientos, y siguió buscando. Un tuerto. Sí, pero... ¿Cuánto tiempo llevaba siéndolo? Podía haber perdido ese ojo el año pasado, o muchos años antes. Un tuerto... Zarel había ayudado a sacar los ojos de muchos hombres y mujeres, pues ser ayudante del Gran Maestre hacía que tuviera a su cargo la administración de justicia. Ojos, manos, pies y cabezas... Sí, Zarel había hecho que muchas personas perdieran todas o algunas de esas partes de su cuerpo.

¿O había ocurrido posteriormente? Después de la caída de la Casa de Oor-tael, Kuthuman había obtenido el poder de un semidiós al convertirse en un Caminante, y había dejado a Zarel a cargo de aquel reino como recompensa por haber ayudado a que ello fuera posible. Miles de personas habían muerto durante los primeros días, en un arreglo de viejas cuentas pendientes que no había sido posible saldar mientras Kuthuman todavía caminaba por el mundo. Aquellas muertes habían tenido un doble objetivo, pues no sólo habían asegurado sólidamente su poder sino que también habían servido para eliminar la deslealtad. ¿Sería posible que el tuerto perteneciera a aquella época?

Zarel permaneció inmóvil y en silencio, cada vez más preocupado al ver que no había forma alguna de hallar la respuesta.

Y comprendió que tendría que ser encontrada, y que debía dar con ella antes de que empezara el Festival.

—Han estado haciendo averiguaciones sobre ti.

Garth asintió.

—Supongo que es el Gran Maestre de la Arena quien las ha ordenado, ¿verdad? —preguntó.

Tulan, Maestre de la Casa de Kestha, le contempló con expresión sorprendida.

—¿Acaso no resulta obvio, mi señor? —siguió diciendo Garth—. Le humillé en público, y vos tuvisteis el valor de respaldarme. Sé que el Gran Maestre y los Maestres de las Casas no se llevan nada bien, y que el Gran Maestre está buscando un medio de borrar la herida infligida a su honor. Debo suponer que se os ofreció un soborno para que me expulsarais de vuestra Casa.

Tulan se envaró ligeramente.

—Los Maestres de las Casas no aceptan sobornos —dijo.

—Por supuesto que no, mi señor —respondió Garth sin inmutarse.

—El mero hecho de llegar a sugerir la posible existencia de semejante motivación ya supone un deshonor para mí y para mi Casa.

—No era ésa mi intención, desde luego —replicó Garth con suavidad—. Sé que os negasteis, naturalmente, ya que ningún Maestre de Casa querrá jamás que se pueda llegar a pensar que es un títere de Zarel.

Tulan apuró su copa de hidromiel y después se limpió los dedos manchados de grasa en su túnica. La media docena de platos que tenía delante contenía los restos de su desayuno.

—Aunque, de hecho, las preguntas del capitán de sus luchadores fueron de lo más curiosas —dijo por fin.

—¿Como la de quién soy, por ejemplo?

—Exactamente —gruñó Tulan, y guardó silencio durante un momento para emitir un prolongado eructo que retumbó y gorgoteó en su garganta—. Te presentaste ante mí siendo un desconocido, un

hanin... Te acepté porque demostraste poseer notables habilidades, no sólo ante el umbral de mi Casa, sino también cuando recuperaste el prestigio perdido por mi Casa derrotando a ese bravucón de la Casa Naranja que había vencido a mi hombre. Y después, y como guinda final, prácticamente le dijiste al Gran Maestre que se fuera a los demonios... Si no te hubiese acogido mientras permanecías inmóvil sobre las losas grises delante de mi Casa, habría perdido mi honor y mi prestigio —Tulan volvió a quedarse callado y le miró fijamente—. A primera vista, el hecho de que te enfrentaras a un hombre de la Casa de Fentesk tal como lo hiciste por una pequeña cuestión de honor podría parecerme perfectamente lógico y nada sospechoso, como también podría parecérmelo el que un

hanin como tú venga a mi Casa buscando un empleo, y el que la confrontación que tuvo lugar después se desarrollara de la forma en que lo hizo...

—Pero pensándolo bien, también podría parecer que hay algo oculto en todo eso —replicó Garth con voz firme y tranquila.

—¡Sí, maldito seas! —dijo secamente Tulan—. Ayer todo me salió bien. Me burlé del Gran Maestre y de la Casa de Fentesk, y obtuve una ventaja en los juegos. Pero también me he ganado la enemistad del Gran Maestre por haberte dado cobijo. Así pues, ¿fue algo tan inocente como podría pensarse a primera vista?

—Por supuesto que sí, mi señor.

Tulan volvió a llenarse la copa, alzó la vista hacia Garth para contemplarle con expresión gélida y apuró la copa de un solo trago. —¿Quién eres?

—Era un

hanin de las comarcas más remotas de Gish, mi señor, cerca del Mar Interminable y de las Tierras Verdes.

—¿Quién fue tu

yolin, tu maestro adiestrador? ¿Cuál era su Casa y el origen de su maná, y qué contratos tenía?

—No he tenido ningún

yolin, mi señor. Descubrí sin ayuda de nadie que poseía el poder de utilizar el maná. Practiqué mis habilidades en la soledad más absoluta, y fui adquiriendo mis hechizos y amuletos desafiando a otros

hanin. Cuando por fin estuve preparado, vine aquí para unirme a una Casa. Mi combate con aquel luchador de la Casa Naranja no fue más que una buena forma de exhibir y demostrar mis habilidades, y también una pequeña venganza por esa humillación del pasado relacionada con la esposa y las hijas del Maestre de la Casa Naranja.

—¿Y esperas que me crea eso? —rugió Tulan.

Garth se inclinó ante él.

—Mentir a un Maestre se castiga con la expulsión —replicó sin apenas inmutarse—. Y dada la situación actual, si os mintiera sería un estúpido, pues sospecho que los agentes del Gran Maestre me están esperando. Ah, y me atrevo a afirmar que si saliese de esta Casa sin colores, caerían sobre mí al momento y que vos obtendríais una considerable suma en concepto de pago.

—¿Cómo te atreves a sugerir que aceptaría un dinero ganado de esa forma? —gruñó Tulan.

—Vamos, mi señor... Podéis utilizar esta aparatosa representación teatral delante de los iniciados del primer nivel, que se quedan boquiabiertos ante idealismos tan triviales. Cualquier persona que sea idealista en este mundo, o está loca o es idiota. Vos tenéis vuestras necesidades, y yo tengo las mías. Da la casualidad de que unas y otras coinciden, y el resultado es que vos salís ganando gracias a ello. Habéis conseguido humillar a alguien a quien odiáis, ayer vuestra Casa adquirió más prestigio, y creo que os conseguiré una victoria en el Festival.

Tulan guardó silencio sin apartar la mirada de Garth, y hubo un fugaz parpadeo de poder, un sondeo.

—¿Qué hay dentro de tu bolsa? —preguntó Tulan en voz baja—. ¿Qué artefactos, amuletos y hechizos controlas?

Garth dejó escapar una suave carcajada.

—Según la ley, ni siquiera el Maestre de una Casa puede hacerle esa pregunta a un luchador —replicó—. De hecho, ni el mismísimo Gran Maestre de la Arena puede hacerla.

Garth guardó silencio durante unos momentos antes de volver a hablar.

—Sólo hay una forma de averiguarlo —siguió diciendo por fin—, pero debo añadir que el que un Maestre de Casa o, de hecho, cualquier miembro de una Casa desafíe a otro del mismo color a un combate, es algo que va contra todas las costumbres y tradiciones.

Tulan volvió a llenarse la copa y la contempló con expresión ensombrecida.

—Y si lo hicierais y me matarais —prosiguió Garth—, los otros Maestres pensarían que os habíais doblegado ante las exigencias del Gran Maestre.

—Así que me has pillado, ¿eh? —gruñó Tulan.

—Más bien al revés —replicó Garth sin inmutarse—. Recordad que ahora estoy con vuestra Casa. Soy un factor desconocido para el Festival. Deberíais obtener considerables sumas de dinero mediante las apuestas y con mis comisiones sobre los premios. Creo que las ganancias potenciales superarán con mucho a cualquier soborno que ese bastardo tacaño que ocupa el cargo de Gran Maestre pueda estar dispuesto a pagar para conseguir que se me traicione, mi señor.

Tulan vació su copa y volvió a eructar, esta vez no de manera tan estrepitosa como antes.

—Estás consiguiendo que empiece a tener dolor de cabeza, tuerto. O eres un genio de las intrigas, o no eres más que un estúpido lleno de inocencia.

—Podéis escoger la posibilidad que más os guste, mi señor, pero siempre saldréis beneficiado tal como os merecéis.

Tulan acabó asintiendo.

—Vete.

Garth le hizo una gran reverencia y fue hacia la puerta.

—Si decides salir, te sugiero que tengas los ojos bien abiertos —murmuró Tulan.

—Siempre lo hago, mi señor.

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