Arcadia

Arcadia


Capítulo 49

Página 52 de 72

49

Cuando todos estuvieron listos para partir y dirigirse a Willdon, el grupito se detuvo allí donde finalizaba el campamento, para despedirse. A Rosalind y a Antros —que se ofreció a ir en calidad de rehén a cambio de Catherine— los acompañaría Pamarchon, que dijo que quería asegurarse de que no corrían ningún peligro durante el viaje.

—Bueno —le dijo a Jay, que fue con ellos para desearles suerte—, cuando llegaste nunca pensé que desempeñarías un papel tan importante en mi vida —aseguró—. Te felicito por tu intervención. Demostró erudición y sabiduría a partes iguales.

—Gracias, pero ahora creo que es un plan demencial. Es imposible que funcione.

—Vale la pena intentarlo. A mi modo de ver, no gano nada si Gontal acaba siendo el nuevo señor, así que me arriesgaré. No tengo nada que perder, salvo la vida, a la que no concedo mucho valor, pero si gano, recuperaré…

—Willdon.

—¡No! No, joven estudiante, no y mil veces no. Eso para mí tiene menos valor incluso. Iba a decir que recuperaré mi nombre y mi libertad, salvo por el hecho de que ahora deseo un premio aún más valioso.

—¿De verdad pretendes decirme que no cogerías Willdon con las dos manos si pudieras?

—No se me ocurre nada que quiera menos. Es bonito, pero no significa nada para mí. Nunca he sido feliz allí, ni tampoco conservo buenos recuerdos. Si hubiese alguien bueno, digno de confianza y leal que estuviese dispuesto a hacerse con él, se lo ofrecería de buena gana y sería el hombre más feliz del mundo. —Sonrió—. Estoy seguro de que no me crees, así que no diré más. Es probable que esté de vuelta mañana por la tarde. Entonces tendré que prepararme para lo que quiera que suceda.

Antros y dos hombres más actuaron de exploradores por el camino, y Rosalind y Pamarchon se rezagaron, absortos en una conversación tan profunda que casi olvidaron adónde se dirigían. En varias ocasiones Antros tuvo que darse la vuelta y pedirles que se callaran, ya que sus voces y sus risas amenazaban con que los descubrieran. Ambos estaban como hechizados. Hasta entonces nunca habían hablado en condiciones, no abierta y honestamente. Se amaban —como demostraba el aleteo de sus corazones—, pero no se conocían. Por una vez, Pamarchon, que había aprendido a ser cauto y comedido, habló con libertad, como ni siquiera podía hacer con Antros. Y Rosalind correspondió, pues ya no temía meter la pata o no agradar.

—Ojalá pudiéramos seguir así para siempre —observó—. Caminar por el bosque, justo así.

—Veré lo que puedo hacer —contestó él con una sonrisa.

—¿Qué es lo que haces aquí? ¿Cómo vives? Da la impresión de que en ese campamento hay muchas personas.

—Alrededor de seiscientas —puntualizó Pamarchon— si incluimos a los muy niños y a los muy viejos. En caso de lucha, serían útiles menos de doscientas. En cuanto a qué hacemos…, vivir. El bosque proporciona gran parte de lo que necesitamos. Hay granjas alrededor…

—¿Robáis comida?

—No. Eso es lo que dicen, pero no es verdad. La compramos, a cambio de oro o ciervos o jabalíes o incluso de nuestro trabajo. Nosotros no robamos; no lo permito.

—¿Qué clase de trabajo?

—Cazamos lobos o brindamos protección contra intrusos y ladrones. A veces echamos una mano en los campos, pastoreamos, cazamos.

—¿No robáis nunca?

—Sólo a los que tienen más de lo que necesitan. Hay quien tiene demasiado poco. Tomamos prestado, durante un tiempo.

—Lo siguiente será El viento en los sauces —farfulló Rosalind.

—Has de entender que todos nosotros tenemos derecho a un trozo de tierra. Otros nos lo han arrebatado y lo han explotado. Tomamos lo que habría sido nuestro si no nos hubieran expulsado. Nada más. Cuando recuperemos lo que nos pertenece, estaremos satisfechos.

—Bien, porque eso era lo que iba a preguntar. ¿Cómo piensas recuperarlo?

—Por las buenas o por las malas. Nos apoderaremos de ello como puede hacerlo un buen grupo de hombres con determinación y armas cuando no les queda más remedio. Willdon aceptará lo que reclamamos o lo rechazará.

—No creo que lady Catherine se limite a decir: «Muy bien, me marcharé».

—Ya veremos.

—Me figuro que ella también podrá recurrir a hombres armados.

—Podrá recurrir a todo Anterwold para que acuda en su ayuda. Muchas más personas de las que tenemos nosotros.

Rosalind les dio un puntapié a unas hojas mientras reflexionaba sobre lo que había oído.

—En ese caso creo que tienes pocas posibilidades. Me figuro que Willdon podrá ser defendido, y por las clases de historia siempre he pensado que si vas a ser el atacante, te hacen falta más hombres.

—¿Quién ha dicho algo de atacar Willdon?

—Tú.

—No es verdad. Para eso haría falta mucha gente, y habría muchas muertes. Puedo salir victorioso con sólo un puñado de personas. Es cuestión de audacia y habilidad. Ya hemos desarrollado el plan, aunque no será necesario si gano el juicio.

—¿Podrás ganarlo?

—No lo sé. Sin duda, no sin un defensor, que todavía no tengo.

—¿Cómo podrías conseguir uno?

—Eso es algo que podrías hacer por mí. Pregunta en Willdon. Consigue al mejor, porque sin él no tendrá sentido que me presente.

—Nos detendremos aquí —anunció Pamarchon cuando empezó a caer la noche y ya no veían el camino—. No falta mucho. Por la mañana, Rosalind y Antros continuarán solos y yo volveré al campamento.

Los dos hombres decidieron que era demasiado arriesgado encender un fuego, pues podía llamar la atención, de manera que comieron lo que se habían llevado. Cenaron en silencio, terminándoselo todo salvo unos bocados que Antros —siempre previsor— insistió en apartar para la mañana siguiente.

—Ahora dormiremos. Será mejor que nos despertemos temprano y nos pongamos en marcha deprisa. Aunque si me disculpas unos instantes… —Miró a Antros para darle a entender que quería que fuese a preparar las camas, a disponer las mantas, puesto que dormirían sin una tienda y al descubierto—. Estoy depositando una gran confianza en ti, Rosalind. ¿Hago bien? No lo pregunto por mí, entiéndeme bien, pero Antros es mi mejor y más íntimo amigo.

—Tengo pensado ir en busca del maestro de Jay, Henary. A juzgar por lo que dice Jay, tendrá autoridad para protegernos a ambos. Además, yo también me juego mucho.

—¿Qué?

—A ti, como es natural. Me enamoré nada más verte. Podrías pedirme cualquier cosa y te la daría.

Los ojos de Pamarchon buscaron los de ella.

—Te he estado observando, Pamarchon. Tu forma de tratar a tus compañeros, a los cautivos. Te he escuchado cuando hablas. No veo nada malo en ti. ¿Juras que eres lo que pareces?

—Lo juro, lo soy. Créeme.

—En ese caso, ve a dormir. Pero no olvides que yo no sé nada, a pesar de lo que parezca. Lo cierto es que todo lo que te he dicho es mentira.

Pamarchon no dijo nada más, sino que se levantó, y ella vio que se dirigía despacio hacia una zona privada. A Rosalind el corazón le latía con fuerza. Apenas creía lo que estaba haciendo o en lo que estaba pensando. Pero ni por un momento se planteó cambiar de opinión. Tenía la sensación de que iba a estallar de anhelo. «Por favor —se dijo, o le dijo a cualquiera que la pudiese escuchar y ayudar, aunque su voz era tan queda que posiblemente no la oyeran ni las mariposillas nocturnas—, por favor, que esto sea lo correcto».

No había consejos, ninguna voz en su cabeza que le dijera que no fuera tan tonta, que aquello de lo que tantas ganas tenía era vergonzoso. El golpeteo que notaba en el pecho empeoró, y su cerebro se centró más y más en esa necesidad que era vaga y clara al mismo tiempo.

Las piernas temblándole de miedo, el cuerpo entero estremeciéndose debido a los nervios, se abandonó a su destino. Echó a andar despacio hacia donde Pamarchon yacía en el suelo. Él la miró y le tendió la mano.

Ir a la siguiente página

Report Page