Arabella

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Arabella

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Esa mañana se sintió inquieta y fue a dar un paseo acompañada de su fiel perro Jack. Ese pastor negro y blanco fiel que solía ir pegado a sus talones.

Necesitaba estar sola. Sus hermanas estaban malhumoradas porque su madre no quería llevarlas a la fiesta de la señorita Rosalie Hampton y no quería soportar sus quejas ni un minuto más. Se ponían insoportables si no tenían una fiesta a dónde ir todas las semanas. Fiesta, reunión, tertulia, todo sería bienvenido. Antes de recluirse los días grises y tener que pasar charlando y jugando a las cartas, y también peleando, cuando se hartaban de todo.

Caminaba por la colina cuando vio un caballo acercarse a la distancia. No había caballos en el valle, estaban todos en el establo o en el lado este llevando al ganado a beber agua. Así que ese jinete solitario no podía ser del señorío y debía ser un intruso. Eso la asustó un poco u  se detuvo intrigada y su fiel pastor comenzó a ladrar furioso y corrió, corrió hasta el intruso sin hacerle caso.

—Jack, ven aquí por favor—lo llamó mientras se acercaba al desconocido sin poder evitarlo.

El jinete se detuvo un momento y luego desapareció.

Tuvo un raro presentimiento, ese jinete montado en un caballo negro, su imagen le era familiar, lo había visto antes pero… entonces recordó por qué le había resultado familiar.

Estuvo allí mirándole un instante y luego huyó. ¿Sir Lawrence? Se preguntó Arabella mientras su fiel chucho regresaba jadeante y nervioso.

Las nubes oscuras presagiaban mal tiempo, no sería prudente quedarse. La joven vio al jinete desaparecer en el firmamento y suspiró. ¿Por qué no fue a saludarla? ¿Por qué cambió de idea y huyó?

Era un hombre extraño.

La besaba, le pedía matrimonio y luego desaparecía.

Eso era muy raro. Peculiar.

Luego pensó que era viudo y todavía amaba a su esposa. Quizás se había arrepentido de su arrebato y no quería volver a verla.

A fin de cuentas ella lo había rechazado.

Lo había hecho.

Es que la tomó por sorpresa y…

Demonios. La había besado y no podía olvidar ese momento.

Cuando regresaba a su casa vio el caballo negro de sir Lawrence y a este charlando animadamente con su padre. Entonces sí era él.

Arabella se acercó para saludarlo pero sus hermanas le ganaron de mano. Corrieron a su encuentro, las dos casi a la vez, como buitres para tener la atención del distinguido visitante. La jovencita quedó rezagada y molesta, molesta de que se comportaran así. Parecían desesperadas por tener un marido.

Hasta su padre lo notó y les dijo con suavidad que se alejaran.

Arabella se acercó entonces para saludar al caballero que no dejaba de mirarla sin ocultar la alegría que sentía de volver a verla.

—Buenos días señorita Blayton. Encantado de volver a verla—dijo y besó su mano con gesto galante.

La jovencita se estremeció cuando sintió el roce de sus labios en su mano izquierda y luego, cuando comenzaban a conversar su padre le pidió con mirada torva que regresara a la casa.

—Necesito hablar a solas con sir Lawrence. Regresaré en un momento—dijo. Luego subió a su caballo y se alejó.

Al entrar en la casa sus hermanas cuchicheaban pegadas al ventanal del comedor.

—Qué cosa tan rara e inesperada. Sir Lawrence ha vuelto y cómo os miraba—dijo Christine a Beatrice.

Esta sonrió con aire misterioso.

—¿Tú lo crees?—replicó fingiendo sorpresa.

—OH claro que sí, ha venido por ti hermana. Estoy segura. Os miró con fijeza. Siempre os ha mirado—insistió Christine.

—Pues yo no lo vi tan entusiasmado, en realidad ese hombre nunca sonríe ni muestra sus emociones—opinó Helen, la amiga más cercana a Christine que estaba allí de visita ese día.

Arabella no dijo nada. El regreso de ese caballero le provocaba temor y ansiedad. Esperaba que no pidiera su mano y que se casara con Beatrice. Ella sí estaba desesperada por convertirse en su esposa.

Además no quería ni imaginar la rabia de su hermana si se enteraba de ese beso.

—Arabella, ¿qué tienes? Te noto rara. Ya no te lo pasas corriendo con ese perro faldero por el campo ni quieres jugar al escondite. ¿Qué te pasa?—preguntó su hermana Christine.

La joven miró a su hermana con expresión asustada.

—No me pasa nada—respondió.

—Pues yo creo que sí. ¿No será que sabes algo que nosotras ignoramos? Tú siempre conversas con la servidumbre aunque nuestro padre te lo prohíba—insistió Christine.

—No sé de qué hablas, Christine. Ya déjame en paz ¿sí?

La joven corrió a su habitación para evitar más preguntas. Estaba temblando. Esa visita inesperada le puso los nervios de punta.

Y se encontraba tirada en la cama, tratando de leer ese libro de fábulas que sir Lawrence le había obsequiado cuando escuchó golpes en su habitación.

Abrió la puerta temblando. Intuía que algo malo pasaría, lo sentía en el aire.

Entonces vio a su hermana Beatrice mirándola con rabia.

—Eres una pequeña traidora Arabella. Tú lo sabías, lo sabías y dejaste que pensara que él estaba interesado en mí—estalló furiosa.

Los ojos azules de Bea echaban chispas y se asustó. Creía adivinar lo que había pasado y sabía que ahora le haría la vida imposible.

—¿Cómo pudiste ser tan malvada? Tú has estado coqueteando con sir Lawrence porque querías robártelo—la acusó sin piedad.

—No, eso no es cierto. Nunca estuve coqueteando con él—replicó Arabella.

Pero su hermana no le creyó una palabra. Sorprendida y furiosa avanzó hacia ella como si quisiera darle una zurra.

—¿Ah no? Pues deja de mentir. Porque sir Lawrence, marqués de Trelawney ha venido a pedir tu mano pequeña insolente. Él quiere… casarse contigo—le costó mucho decirlo— Y nuestro padre quiere que vayas ahora y me ha pedido que te avisara. ¡Fue tan cruel! Ve, vamos, luego hablaremos de esto. Luego me contarás cómo diablos hiciste para robarte a sir Lawrence, pequeña zorra mentirosa.

Arabella corrió asustada pero feliz de poder escapar de la ira de su hermana y sólo se detuvo cuando llegaba a las escaleras pues no quería caer de cabeza. Estaba nerviosa y una emoción intensa la embargaba. No podía creerlo. Había ido a pedir su mano.

Cuando entró en la salita de música sintió que las piernas le temblaban. Su padre estaba sentado con sir Lawrence y estaba muy serio. Ceñudo, casi preocupado.

Al verla entrar su expresión cambió. Arabella esquivó la mirada de sir Lawrence.

—Ven querida, siéntate por favor. Sir Lawrence me ha pedido para hablar en privado. Creo que ya sabes la razón.

Arabella miró a ambos inquieta mientras obedecía pero no dijo palabra.

—Bueno, sir Lawrence me ha rogado que le conceda tu mano Arabella. Quiere que seas su esposa. Y me ha pedido permiso para cortejarte. Veo que esta noticia te hace feliz. Lo que no comprendo es por qué soy el último en enterarme de tu entendimiento con el caballero de Wensthwood—preguntó su padre con mirada inquisitiva.

—Lo siento, papá.

Miró al caballero y luego  a su padre.

—Bueno, le concederé el tiempo que me pide si mi hija lo acepta.

Arabella no dijo nada. Porque en realidad su padre daba por sentado que estaba muy de acuerdo con esa boda.

—Fijaremos la fecha con calma. Luego de publicar las amonestaciones por supuesto. Como viudo, sir Lawrence me pide que sea un festejo discreto, íntimo. Luego ajustaremos los detalles. Ahora los dejaré conversar un momento.

Arabella miró  a su padre desesperada. Tuvo ganas de gritar. Ella no quería casarse. Era muy joven y además, sus hermanas la matarían. Especialmente Beatrice. Cuando supieran que se casaría con sir Lawrence…

Cuando se quedaron a solas él la miró con expresión culpable.

—Lo siento señorita Blayton—dijo—Debí avisarle pero necesito una esposa para mi heredad y su padre quiso convencerme de que aceptara a su hermana mayor pero yo la escogí a usted.

Arabella lo miró perpleja y el marqués continuó:

—Su padre ha intentado persuadirme, dijo que no es correcto que se case tan joven, dice que no está preparada para ser mi esposa. Que necesita madurar. Me ha pedido que hable con usted antes de seguir adelante con esto.

—Mi hermana Beatrice es hermosa, sir Lawrence—dijo Arabella.

No pudo decirle que estaba enamorada de él. No habría sido correcto.

—Nunca me interesó su hermana señorita Blayton, sólo usted. Se lo he dicho a su padre. Pero si no quiere ser mi esposa desistiré. Una sola palabra suya hará que me aleje.

Arabella pensó que haberle rechazado en ese momento habría sido una grave ofensa a su orgullo y dignidad.

—Mi padre le dijo la verdad, soy joven y muy torpe. Temo que lo dejaré en ridículo con sus amistades. Porque tampoco sé cómo dirigir una mansión tan importante. Nadie me ha preparado para el matrimonio porque siempre supe que primero debían casarse mis hermanas.

—No importa eso, señorita Arabella. Su hermana es una joven muy agradable pero debo confesarle que aunque suene descortés: no me atrae ella sino usted. Porque es una joven dulce y tierna. Y lo que necesitaba saber lo he sabido esa tarde en mi biblioteca. Quiero que sea mi esposa, le ruego que lo acepte y deje de decirme que debo casarme con su hermana porque sólo tengo ojos para usted, señorita Arabella. Y si estoy aquí es porque estoy convencido de que será la esposa ideal para mí. Pero si no está de acuerdo con eso puede decirlo ahora. Le ruego que no tema rechazarme.

Su voz la embrujó, su mirada suplicante llegó a su corazón.

Necesitaba una esposa y pensaba que ella dulce y tierna.

Creía que sería la esposa apropiada en vez de su hermana Beatrice.

No podía ser tan grosera y desconsiderada de rechazarlo. Su padre había intentado persuadirle sin ningún resultado. Quería casarse con ella.

—Sir Lawrence, me siento abrumada—dijo al fin, sonrojándose.

Y luego, dijo que aceptaba convertirse en su esposa.

Él tomó sus manos y las besó con suavidad.

—Gracias, hermosa—dijo mirándola con tanto amor.

Ella no puso sostener su mirada, era tan intensa.

Y apenas pudo escapó, preguntándose por qué había sido tan tonta y cobarde. Debió pedirle tiempo, debió negarse, ¿por qué no lo hizo?

Pero ya estaba hecho, acababa de dar su palabra. Se casaría con el marqués de Trelawney.

Cuando al día siguiente habló con su madre en privado se quejó de sus hermanas. De la rabia de Beatrice, sus acusaciones injustas.

Juró ser inocente y su madre, lady Emily le creyó.

—Lo sé pequeña… sé que no estás preparada para esto, sin embargo debemos considerar que es un pretendiente magnífico que no podemos dejar escapar. Beatrice está molesta, es verdad, pero lo superará. Ella no fue la elegida y sobre eso no podemos hacer anda. Pues si el marqués no pidió la mano de tu hermana es por una razón: él te escogió a ti. Al parecer tenían un entendimiento. Debiste decirnos Arabella. Tu padre estaba muy sorprendido.

  —Es que pensaba que él estaba interesado en Beatrice.

  —Sí, todos lo creímos. En realidad tu hermana es muy hermosa y sé que esto será difícil de aceptar para ella. Temo que se había entusiasmado con la amistad de sir Lawrence y ahora debe hacerse a la idea de que no podrá ser. Y deberá verle como su cuñado y pariente, nada más.

—Es que yo no lo sabía, mamá. No sabía nada de esto y creo que no puedo casarme con sir Lawrence. No me siento preparada para ello.

Cuando Arabella dijo eso, su madre la miró espantada y luego, rápidamente la convenció de que no debía decir eso “ni en broma.”

—Es lo mejor para ti, para tus hermanas para tu familia…

Y luego de decir eso le soltó un discurso de por qué debía casarse con sir Lawrence, sin que lady Emily escuchara ni una de las razones por las que ella no quería esa boda. Eso no se  discutía. Si un caballero como sir Lawrence pedía su mano era una oferta que jamás debía ser rechazada.

Para luego agregar en tono enfático:

—Habría preferido que escogiera a Beatrice, ella sería la más apropiada lo sé pero sir Lawrence no la quiere, ¿entiendes? Y nadie manda sobre su corazón y él te quiere a ti. Siente especial cariño e inclinación por ti que eres la más aniñada… es una desventaja pero creo que debes sacar provecho de esto y ser la esposa que ese caballero merece y necesita. Tu padre se opuso al comienzo, se negó de forma terminante pero él lo convenció y además… él lo aprecia.

Arabella se mostró desafiante, obstinada. Lloró y dijo que no quería casarse.

Su madre la escuchó nada conmovida.

—Por favor, compórtate como una señorita educada y correcta. ¡Tranquilízate! Esto está fuera de discusión. Completamente fuera de discusión.

La joven se alejó llorando y tuvo que soportar las burlas de sus hermanas y el odio de Beatrice. Especialmente Beatrice que la miraba como si ella la hubiera apuñalado por la espalda.

—Espero que te sientas muy feliz, hermanita, acabas de arrebatarme a mi pretendiente. Él era mi pretendiente y tú… algo hiciste para que se fijara en ti—estalló.

Su madre intervino para defenderla y la envió a su habitación.

Pero las otras estaban del lado de la mayor, siempre había sido así. Ella siempre había quedado de lado por ser la menor, la más infantil y traviesa… se avergonzaban de sus niñerías y tonterías, de verla jugar y reír con sus primas más pequeñas. Arabella rara vez había participado de los juegos de sus hermanas, por eso se había criado solitaria y ahora.

Ahora ya no tendría que soportarlas.

Pronto se mudaría a Wensthwood en Penzance y tendría un marido en quien pensar y su única preocupación sería la de convertirse en una esposa buena y abnegada. La esposa que un caballero de su linaje necesitaba.

 

La noche de bodas

El cortejo fue breve, duró apenas dos meses. El tiempo suficiente para planear una boda con prisas y sin demasiado boato.

Y un día helado de otoño Arabella se convirtió en la esposa de sir Lawrence, marqués de Trelawney.

Llegó al altar del brazo de su padre con un vestido blanco bordado en perlas y una corona de flores con un tocado de tul y flores de azahar, pues estaban de moda. Sus hermanas fueron sus madrinas y lucieron vestidos color celeste y estaban muy hermosas, pero se veían molestas. Ella trató de no verlas, especialmente a Beatrice, que estaba pálida de rabia y con la mirada rara, vidriosa. Arabella temía la mirada de su hermana, temía que le echara maldiciones por haberle “robado el pretendiente”.

Esos meses habían sido un tormento para la joven y casi sentía alivio ese día que salió de su casa a media mañana sabiendo que no tendría que regresar para soportar a sus hermanas. Especialmente a Beatrice. Que no había hecho más que decirle que su matrimonio fracasaría porque era una  niña torpe y boba que no sabía nada de la vida ni de cómo llevar adelante una mansión, entre otras cosas.

Miró nerviosa a sir Lawrence durante la ceremonia y rezó para que ese matrimonio fuera una unión afortunada. Siempre había soñado con casarse con un hombre bueno y galante, que muriera de amor por ella y ahora no estaba segura de ello. Sir Lawrence era tan frío y reservado y a pesar de que siempre había sido muy atento y gentil sentía que no conocía demasiado al hombre que iba a convertirse en su marido.

Pero era tarde para lamentarse pues el reverendo acababa de decir las palabras mágicas:

—Con la gracia y voluntad de Dios, que él me ha concedido en este día tan especial yo los declaro marido y mujer.

         Sir Lawrence le quitó el velo y la besó. Un beso frío y muy suave que sin embargo le provocó un cosquilleo al comprender que estaban casados y tenía un anillo de oro y diamantes en el dedo. Era su esposa.

Cuando salieron de la iglesia rumbo a la fiesta la novia notó que el cielo se había oscurecido y tronaba.

Entraron en el carruaje a tiempo pero la lluvia torrencial duró horas. Esa tormenta de comienzos de otoño era inesperada y molesta y muchos invitados llegaron mojados a la mansión de Cornualles donde realizarían el festejo. Sabía que el clima allí era más húmedo y frío y pudo sentirlo al llegar a Wensthwood y ver el acantilado de Lands Ends a la distancia a través de la ventanilla del vehículo.

—¿Os agrada, Arabella?—preguntó su esposo.

Ella asintió.

—Bueno, la lluvia en estos días es casi constante, te adaptarás—le respondió él mientras la ayudaba a descender del carruaje.

La visión de Wensthwood captó su atención de inmediato. Había estado antes con su familia pero ahora se veía diferente. Una inmensa construcción de piedra con un montón de ventanas y jardines en forma de laberinto, cipreses y alerces alrededor y un pequeño ejército de criados y sirvientes aguardando para darles la bienvenida.

Pero apenas pudo fijarse en ellos, volvía a caer esa llovizna fría y tuvieron que entrar de prisa a la mansión.

Sir Lawrence insistió en que hicieran la fiesta otro día, porque como era recientemente viudo no lo creía decoroso hacer un festejo de bodas. Sólo sería un brindis y un almuerzo con los más allegados y nada más. Sin baile, sin pastel de bodas…

La familia de su esposo era escasa y poco amigable y Arabella se escabulló para evitar a sus hermanas y corrió a conversar con sus primas Nelly y Margot.

Beatrice y Christine la miraban molestas a la distancia y Arabella logró mantenerse alejada de su familia todo lo posible.

Pero los parientes de su esposo: tíos, primos y sus abuelos maternos se quedaron un tiempo más conversando y bebiendo oporto en el salón mientras Arabella se cambiaba el traje de novia para estar más cómoda.

Toda la casa le resultaba extraña y silenciosa y de pronto sintió la mirada del ama de llaves, la señora Stuart con cierta insistencia. Esa mujer tenía cara de vinagre y le recordaba a una de esas monjas que vio en un convento francés hace años, cuando estuvieron de viaje por París. Alta, robusta, de mirada maligna y senos demasiados grandes para alguien tan delgada. Vaya, era idéntica a esa monja…

Y mientras entraba en su habitación notó que el ama de llaves la seguía con la mirada. Como un fantasma. Hasta que la vio parada en la puerta y se llevó el susto de su vida.

—Oh, disculpe lady Arabella. Sólo quería ayudarla. Temo que los sirvientes han estado muy atareados hoy y la han descuidado—dijo la mujer con voz inesperadamente suave y melodiosa.

—No se preocupe.

—Señora Stuart, Alice Stuart. Soy el ama de llaves. Necesita cambiarse, me imagino.

Una doncella de ojos muy grandes a apareció entonces. Había escoltado a la novia hasta sus aposentos pero en el camino la tía Lizzy le pidió una copa de vino y tuvo que hablar con el mayordomo.

—Disculpe la tardanza, lady Arabella—dijo la sirvienta.

El ama de llaves le dirigió una mirada de disgusto como si ella fuera la novia abandonada pero al ver que la dama quedaba en buena compañía se alejó, no sin antes decir:

—Si necesita algo avíseme por favor.

—Gracias, señora Stuart—respondió Arabella.

Entró luego en la habitación nerviosa. Era su noche de bodas y estaba asustada. Temblaba casi y seguía pensando si podría escapar.

La doncella se alejó con el candelabro y de pronto se detuvo.

—Por aquí lady Arabella. Le he preparado una tina para que pueda asearse. Debe estar muy cansada por el viaje—dijo.

La joven novia asintió y se acercó al vestidor.

De pronto pensó en esa conversación que había tenido con su tía, hacía casi dos semanas.

Ella le había hablado algo de la intimidad que la dejó muy turbada y asustada. Dijo que el hombre debía introducir en su pubis su miembro viril para dejarle la semilla y así hacer un bebé con la gracia de Dios.  Y que la primera vez le dolería mucho y debía soportarlo sin quejarse ni llorar. Nadie le había hablado con tanta crudeza pero su tía y madrina dijo que era necesario saber cómo era la intimidad entre los esposos para luego no asustarte ni atormentar a su marido con quejas y llantos.

“Debes entregarte a tu esposo siempre que él te lo pida Arabella, excepto si ese día estás enferma o tienes la regla”. Los hombres tienen una necesidad imperiosa de eso. Por eso no debes preocuparte, porque al comienzo él te pedirá intimidad casi a diario, y aun así logras quedar preñada. No pueden estar nueve meses sin copular.

Tuvo que decirlo. Al final su tía tuvo que hablar de cópula.

Para ella había sido vergonzoso. No quería tener que someterse a eso pero su tía la tranquilizó diciéndole que era la naturaleza y que en el matrimonio y con la bendición de Dios no era pecado. Era necesario para tener hijos. Era imposible quedarse preñada sin someterse a la cópula.

Arabella miró a la criada que la ayudó a desvestirse con gesto sombrío.

—Puedes retirarte—le ordenó.

La joven la miró espantada.

—Pero lleva otro vestido, lady Arabella—le recordó.

—Puedo quitármelo sola—replicó ella.

Sus sirvientes jamás la desnudaban y no lo haría esa doncella a quien no conocía. Ni tampoco su marido llegado el caso. Aunque su tía dijera que ella tendría que desnudarse sola no pensaba hacerlo para procrear ni copular. Qué horror.

Y tampoco se desnudaría ahora.

Entró en la bañera y tomó la esponja para asearse. El baño fue muy relajante pero cuando regresó a su habitación, poco después y vio la inmensa cama con dosel se sintió nerviosa.

—Lady Arabella, el señor la espera en el comedor—le avisó la doncella.

Ella la miró aturdida, se había puesto el camisón porque creía que…

—Allí está su vestido, sobre la cama señora Trelawney—insistió.

Afuera se oía la lluvia caer con furia, una feroz tormenta se había desatado de forma inesperada y los truenos parecían estremecer hasta los cimientos de la mansión. Cuando la joven entró en el comedor le pareció ver sombras a su alrededor, sombras de fantasmas.

Su esposo aguardaba en la cabecera de la mesa, con varios candelabros de platos colocados alrededor. Un salón tan inmenso como el anterior.

Sus ojos la miraron con fijeza.

—Ven querida, siéntate a mi derecha. Hoy tenemos el privilegio de cenar solos, pero no siempre será así. Siempre llegan visitas a Wensthwood—dijo él.

Arabella se acercó y se sentó a su derecha con ayuda de su doncella.

No tenía apetito, estaba muy cansada y se sentía tan extraña.

—Vuestra hermana es realmente malvada, Arabella—dijo mientras los criados servían la cena.

Ella lo miró sorprendida.

—Os dijo que nunca serías tan hermosa como mi anterior esposa, yo lo escuché.

La jovencita estaba a punto de llorar, se sintió mal, avergonzada. Fue un comentario muy desafortunado que le dijo Beatrice en un momento y ella no replicó porque sabía que su hermana estaba herida.

—Ella me odia sir Lawrence porque pensaba que usted…

—¿Qué me casaría con ella porque es muy hermosa? No, esa idea jamás pasó por mi mente y ahora me alegro de no haberlo hecho. Y espero que supere su envidia porque no permitiré que vuelva a decirte esas cosas, ni ella ni nadie. Y conste que no dije nada porque era nuestra fiesta de bodas y no quise hacer una escena pero no permitiré que vuelva a ocurrir.

Arabella lo miró agradecida.

—No quiero que nadie mencione en esta casa a mi anterior esposa, preciosa. Ni vuestra hermana ni nadie. Pronto vuestro retrato estará en la galería principal, justo frente a la escalera pues es nuestra tradición. No sé qué os contó vuestra hermana de mi anterior esposa pero no deseo que penséis en ella. Ni que os hagáis preguntas. Mañana temprano os llevaré a recorrer la propiedad, si es que esta lluvia no deja arruinado los caminos.

Caprice, su anterior esposa. No quería que hablara de ella y estaba enojado porque su hermana sacó a relucir su belleza y su falta de tacto al mencionarlo. La cabeza de la joven novia era un torbellino. Se sentía reprendida y sin poder encontrar algo que decir.

¿Qué podría decir? Se había casado contra su voluntad, era una boda concertada y no estaba segura de sus sentimientos.

La tormenta tampoco ayudaba demasiado y los sirvientes, parecían fantasmas, eran sombras a través del comedor que se movían de un sitio a otro, solemnes y silenciosos.

—No has probado el vino, preciosa—dijo de pronto su esposo.

Arabella la tomó de inmediato y notó que era vino.

—Es que nunca bebo alcohol, mi padre no me deja—se quejó.

El marqués sonrió tentado.

—Vuestro padre ya no puede darte órdenes ángel, yo ocuparé su lugar. Soy tu marido y me debes completa obediencia. Lo sabes ¿verdad?

La joven se sonrojó mientras bebía del vino.

—Sí, lo sé—murmuró y bajó la mirada.

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