Apostar a la verdad

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La Trinchera


O el latinoamericanismo en el cine
Por: Alberto Miguel de la Paz Suárez

Cuando en Viña del Mar, Chile, a finales de la década de los 70 del siglo pasado, un grupo de cineastas se reunieron para dialogar sobre sus discursos, sus formas de representar realidades de naciones y culturas de nuestra América, condenadas a cien años de soledad, las fronteras de Macondo comenzaron a resquebrajarse.
Provenían unos de una Latinoamérica que sangraba por las heridas de dictaduras, y otros de una Cuba nueva, pujante, autorreconstituyente, alimentada por la participación comprometida emocional y políticamente asertiva de sus ciudadanos. Eran los Tiempos de Fundación, los años de la herejía.
«El Encontronazo» del siglo XV entre la «superioridad» blanca, tecnificada —ya decadente— y nuestro modo aborigen de vivir en armonía con la naturaleza, condenó a nuestros pueblos a lo que Aníbal Quijano llama condición de colonialidad. Aquel estado en el que el indio mudo nos da vueltas alrededor mientras seguimos empeñados en refrendar, como mejor, el discurso foráneo, sólo porque viene de «allá», tal cual nos enseñaron a pensar siglos sobre siglos de hegemonía europea y luego «americana» —de los EEUU, no verdaderamente americana—, cuál si no compartiera con nosotros esta nación la suerte de pertenecer a un mismo continente, el «descubrimiento», la conquista, la colonización... Nos entrenaron bien...
Aquellos cineastas comprendieron la responsabilidad del arte en la construcción de mejores escenarios sociales y por esta causa es justo que figuren también como guías en los senderos disímiles que nos trajeron hasta aquí.
41 años hace que La Habana se erige —siempre en diciembre— tellus matter, espacio sagrado para el audiovisual de América que apueste por la verdad de nuestra tierra, con nuestra tierra, para nuestra tierra y para sus gentes.
En las imágenes que traemos a La Habana, en El festival (el único de todos los se desarrollan acá identificable simplemente así) se conservan, en buena medida, el discurso revelador y renovador del Neorrealismo Italiano y el Cinema Novo Brasileño; orígenes que las ayudaron a escapar de las molduras banales y estereotipos. Imágenes reconocibles como albaceas de la verdad de América. Imágenes que han denunciado, declarado, confirmado, alentado, renovado gentes y pueblos... Imaginario sobre el que se establece un nuevo lenguaje apto para todos los que buscan, y persisten en el empeño de fe en el mejoramiento humano y en la utilidad de la virtud. Perceptible —no sólo consumible—, auténtico y capaz es nuestro cine, pensado para dialogar con los que estuvieron condenados a esconder su voz y hoy se alzan contra la mordaza. Hecho a la medida de su gente, validante de otro modo de vida. Así nació y vive el Nuevo Cine Latinoamericano, el nuestro, el del Festival.



En la ciudad de las salas inmensas, hemos vivido el impacto que el lleno total y la reacción auténtica y libre como somos nosotros los cubanos, provoca en los artífices. Y el Festival los sigue conquistando con sus múltiples espacios para refrendar obras y estéticas cinematográficas o paratextualmente relacionadas con el cine. Realizadores que apuestan a la verdad y vuelven, siempre vuelven, a este llamado a la unidad para/por la América Nuestra.
El Festival y los jóvenes
Pensado para ellos, para los bisoños que lo fundaron y con su obra fueron acuñando formas; para los que han continuado ese camino y lo van reformulando, adecuando a los nuevos contextos y escenarios —donde se lamenta la persistencia enferma del gigante de las botas de siete de leguas, capaz de sostener los mismos conjuros y hacer que los puños de América (por momentos) sufran el no caminar apretados como la plata en la raíz de los Andes— Sigue siendo el Festival la plataforma de la diversidad inquieta y renovadora que habrá de librarse algún día —más cercano cuánto más se empeña el monstruo en negarlo— de las ataduras, y se alzará, sobre la obra inmensa de América, como el cóndor sereno, para sostener la idea de una pangea emocional, siempre política, militante, mejorada para las mujeres y hombres de estas latitudes.



Es en este Festival donde un Jurado integrado por profesores y estudiantes de la Universidad Agraria de La Habana "Fructuoso Rodríguez Pérez" (UNAH), la de Mayabeque, van a refrendar otra vez el valor del cine como espacio para el desarrollo.
El Premio Pangea
La estatuilla en madera, tallada como una pieza única por el artista de Melena del Sur, Leonardo Pérez, representa al gigante Atlas apoyado en un rollo de Cine y cargando sobre sus hombros la imagen de la tierra primigenia, la pangea, representación del planeta como una sola masa de tierra rodeada por las aguas de un único mar; alude a la idea del cine como un espacio de unidad y crecimiento para el desarrollo social.


El Premio Pangea se entrega al filme (preferentemente del Concurso de Ópera Prima) que mediante el empleo adecuado de los códigos de narración audiovisual, trate de manera asertiva, uno a varios de los Objetivos para el Desarrllo Sostenible (ODS), incluidos en la Agenda de la ONU de cara al 2030. La primera vez que este fue entregado, lo mereció el filme brasileño Arabia (2017) de los realizadores Affonso Uchoa y Joao Martins. En esta edición 41 del Festival, el jurado del Pangea se integra por siete estudiantes de la UNAH, de las facultades de Agronomía, Ciencias Sociales y Humanísticas, Ciencias Económicas y Ciencias Pedagógicas, y estará presidido por el MSc. en Realización Audiovisual, líder del Proyecto Cultura Audiovisual Universitaria y del Cine Club Universitario "Primer Plano" que está funcionando en la UNAH por más de veinte años.

Vamos al Festival, por ahí por sus cines nos vemos y nos repensamos... seremos uno, por nosotros.

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