Annabelle

Annabelle


Ese día

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Ese día

Annabelle se despertó a las cuatro de la madrugada. Cogió el teléfono y leyó el mensaje una vez más:

No podemos seguir.

Tienes que entenderlo.

Lo había recibido durante la noche y lo primero que se le ocurrió fue presentarse en la casa de él y montarle una escena. Pero luego se calmó y se quedó tumbada en la cama sintiendo cómo el corazón le palpitaba fuertemente.

Tienes que entenderlo.

Eso era exactamente lo que él le había dicho un día antes, pero leer sus palabras resultaba, de alguna manera, mucho más definitivo. Tenía que entenderlo, pero cómo iba a entenderlo cuando hacía tan sólo dos días él la había desnudado mientras la colmaba de caricias y luego le había hecho el amor de una manera que…

Acababa de dormirse cuando sonó el despertador. Su primera idea fue permanecer en la cama. Pero luego pensó en la fiesta que habría esa noche. No la dejarían ir a ningún lado si decía que estaba enferma, y lo último que le apetecía ahora era quedarse en casa todo el fin de semana. Ya estaba bastante baja de ánimos como para hundirse aún más.

Se levantó lentamente de la cama y se puso unos pantalones cortos. Se acercó al armario y se quedó mirando un rato la balda donde tenía los jerséis y las camisetas. Después depositó la mirada en la que llevaba puesta y decidió que serviría. Era como si cada decisión, por pequeña que fuera, le absorbiera una inmensa cantidad de energía. Sólo le dio tiempo a pasarse dos veces el cepillo por el pelo antes de que su madre empezara a llamarla desde abajo para decirle que el desayuno ya estaba en la mesa. Siguió cepillándose el pelo mucho más lentamente para manifestar que tenía diecisiete años y no siete. Si había algo de lo que estaba harta era de que la tratasen como una niña.

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