Annabelle

Annabelle


Ese día

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Ese día

A Annabelle le temblaban las manos cuando dejó el teléfono sobre la cama con la pantalla boca abajo. No quería saber si él contestaba o no. ¿Qué iba a decir? ¿Y qué sentido tenía contarle lo del niño si pronto se acabaría todo? ¿O quizá no?

Nunca le habían interesado demasiado los niños, pero de pronto se imaginó con una pequeña y caliente criaturita entre los brazos. Daba igual que su lado realista le dijera que resultaba imposible, que un niño daría al traste con todos sus sueños. Sabía cómo les había ido a las chicas que, con su misma edad, habían tenido niños en Gullspång, a las que se quedaron solas y se vieron obligadas a trabajar en la fábrica para salir adelante. Sí, los niños podían dificultarle a una la vida, y la vida… ya era, de por sí, lo suficientemente difícil. Además, seguro que el niño ya habría sufrido algún daño. Teniendo en cuenta las fiestas que se había pegado en los últimos tiempos, sería muy raro que aún pudiera existir un ser vivo dentro de ella. En cualquier caso, esa noche se lo contaría a Rebecka. «Y se lo voy a decir todo —pensó—. Le voy a decir quién es el padre. Ya no hay motivo alguno para protegerlo».

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