Annabelle

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Allí y entonces

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Allí y entonces

Están en la cabaña del árbol. Durante el día, los rayos de sol se filtran por entre las tablas de madera, pero ahora sólo les llega la tenue luz de la luna.

—Éstas son las reglas —explica Rosa sentada en el suelo con las piernas cruzadas mientras va calentando el vaso con una vela—: no se pueden hacer preguntas sobre la muerte, y si llegamos a contactar con el diablo, hay que romper el vaso y quemar el tablero. ¿Entendido?

Alice deposita la mirada sobre el trozo de cartón marrón en el que han dibujado círculos, números y letras, y pregunta cómo sabrán si es el diablo.

—Lo sabremos —sentencia Rosa. Señala con el dedo el número seis y comenta que si el vaso se detiene allí tres veces, no cabe ninguna duda de que él ha entrado en el juego.

—¿Y cómo sabes que se trata de un hombre? —pregunta Alice.

Rosa responde que eso lo sabe todo el mundo, que el diablo es un hombre. ¿Qué va a ser si no?

—¿Tienes miedo? —añade.

Alice niega con un movimiento de la cabeza.

—Pues venga, empecemos.

Rosa deja el vaso sobre el tablero. Está muy quemado y tan caliente que apenas pueden ponerle el dedo encima.

—Tan sólo hay que rozarlo. El resto lo hace el espíritu.

Rosa coge el vaso y susurra algo. Luego, las dos apoyan sus dedos, cuidadosamente, sobre la chamuscada superficie del vaso.

Alice siente unas cosquillas en el estómago cuando el vaso empieza a moverse lentamente por entre las letras. Van deletreando en voz alta: B, E, N, J, A, M, I, N.

—¿Qué has preguntado? —dice Alice.

—Que quién es el más idiota del barrio —se ríe Rosa—. Ahora te toca a ti.

Alice piensa que debería preguntar por su madre, por los dedos de su madre. Quiere saber si algún día se le enderezarán, si algún día dejarán de dolerle. Pero luego piensa en una cosa que ha oído en algún lugar: que si ya sabemos la respuesta, no se deben hacer preguntas. Rosa la mira impaciente y acaba susurrando unas palabras sin sentido antes de colocar el vaso en el tablero.

—¿Qué le has preguntado? —quiere saber Rosa al ver que el espíritu ha deletreado P, R, O, N, T, O.

—Le he preguntado que cuándo seremos famosas.

A Rosa la pregunta le parece ridícula. Le quita el vaso de las manos y susurra algo breve.

—¡Hostias! —exclama cuando ve que el vaso va volando de letra en letra y forma su nombre—. ¡La hostia puta!

—¿Qué pasa?

—He preguntado que quién de las dos morirá primero.

—¡Joder, tía, has dicho que no podíamos hacer preguntas sobre la muerte! —le recrimina a Rosa.

Alice se levanta.

—Ya, pero, entonces, ¿qué sentido tiene esto si no se hacen preguntas sobre la muerte? —argumenta Rosa. Luego se echa a reír.

Antes de despedirse, mira a Alice a los ojos.

—No tengas miedo —la tranquiliza—. No eres tú la que va a morir primero.

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