Amadeus

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Acto primero

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Suben las luces sobre las figuras rígidas de ROSEMBERG, STRACK y VAN SWIETEN, en pie al fondo de la escena, en la “Caja de Luz”. El chambelán da el papel que ha recibido del Emperador al Director de la Ópera. SALIERI permanece en la parte baja del escenario.

STRACK. —

(A ROSEMBERG.) Se os pide que encarguéis una ópera cómica en alemán a Herr Mozart.

SALIERI. —

(Al público.) Johan Von Strack. Real Chambelán. Oficial de la Corte hasta la médula.

ROSEMBERG. —

(Pomposamente.) ¿Por qué en alemán? ¡El italiano es la única lengua posible para la Ópera!

SALIERI. — Conde Orsini-Rosemberg. Director de la Ópera. Benévolo hacia todo lo italiano, especialmente hacia mí.

STRACK. —

(Envarado.) Su majestad desea crear una Ópera Nacional. Quiere escuchar obras en puro alemán.

VAN SWIETEN. — Sí, pero, ¿por qué cómicas? La función de la música no es hacer reír.

SALIERI. — Barón Van Swieten. Prefecto de la Biblioteca Imperial. Ferviente masón. Todavía está por encontrar algo que le divierta. A causa de su entusiasmo por la música pasada de moda se le conoce como “Lord Fuga”.

VAN SWIETEN. — La semana pasada escuché una extraordinaria ópera seria de Mozart: Idomeneo, Rey de Creta.

ROSEMBERG. — Yo también la oí. Mozart es un joven que trata de impresionar por encima de su talento. Demasiado condimento. Demasiadas notas.

STRACK. —

(A ROSEMBERG con firmeza.) No obstante, tened la amabilidad de hacerle el encargo hoy.

ROSEMBERG. —

(Tomando el papel de mala gana.) Creo que vamos a tener dificultades con este joven.

(ROSEMBERG abandona la “Caja de Luz” y desciende por el escenario hasta donde está SALIERI.) Fue un niño prodigio. Esto, a la larga, siempre es un problema. Su padre, Leopoldo Mozart, es un pedante músico de Salzburgo al servicio del Arzobispo. Arrastró al muchacho por toda Europa sin parar, haciéndole tocar el piano con los ojos vendados, con un dedo, y cosas por el estilo.

(A SALIERI.) Todos los prodigios son odiosos… ¿Non é vero, Compositore?

SALIERI. — Divengono sempre sterili con gli anni.

ROSEMBERG. — Precisamente. Precisamente.

STRACK. —

(Gritando receloso.) ¿Qué estáis diciendo?

ROSEMBERG. —

(Vivamente.) ¡Nada, Herr Chambelán!… Niente, Signor Pomposo.

(Sale. STRACK sale dando zancadas, irritado. VAN SWIETEN baja al frente del escenario.)

VAN SWIETEN. — Nos veremos mañana, espero, en vuestro Comité de Dotación de Pensiones a Músicos Ancianos.

SALIERI. —

(Respetuosamente.) ¡Es muy amable por vuestra parte el asistir, Barón!

VAN SWIETEN. — Sois un hombre honorable, Salieri. Deberíais uniros a nuestra Hermandad de Masones. Os recibiríamos afectuosamente.

SALIERI. — ¡Para mí seria un honor, Barón!

VAN SWIETEN. — Si lo deseáis puedo disponer vuestra iniciación en mi Logia.

SALIERI. — Es más de lo que merezco.

VAN SWIETEN. — Tonterías. Aceptamos a los hombres de talento de todos los rangos. Puede que invite también al joven Mozart: depende de la impresión que cause.

SALIERI. —

(Inclinándose.) Por supuesto, Barón.

(VAN SWIETEN sale.)(Al público.) Un honor, en efecto. En esos días casi todo hombre de influencia en Viena era masón. Y la Logia del Barón era, con gran diferencia, la más elegante. En cuanto al joven Mozart, confieso que yo me sentía inquieto ante su venida. Se le ensalzaba demasiado.

(Los VENTICELLI entran aprisa por ambos lados.)

V. 1. — ¡Qué viveza de espíritu!

V. 2. — ¡Qué desenvoltura de ademanes!

V. 1. — ¡Qué encanto natural!

SALIERI. —

(A los VENTICELLI.) ¿De verdad? ¿Dónde vive?

V. 1. — Peter Platz.

V. 2. — Número once.

V. 1 . — La casera es Madame Weber.

V. 2. — Una verdadera zorra.

V. 1. — Admite huéspedes masculinos, y tiene una caterva de hijas.

V. 2. — Mozart tuvo anteriormente relaciones con una de ellas.

V. 1. — Una soprano llamada Aloysia.

V. 2. — Le dejó plantado.

V. 1. — Ahora él anda detrás de otra hermana.

V. 2. — Constanza.

SALIERI. — ¿Queréis decir que tuvo aventuras con una hermana y ahora pretende casarse con la otra?

V. 1 y V. 2. — ¡Exactamente!

V. 1. — A su madre le gustaría que el juego terminase en matrimonio.

V. 2. — Al padre de él, no.

V. 1. — ¡Papaíto está terriblemente preocupado!

V. 2. — ¡Le escribe todos los días desde Salzburgo!

SALIERI. —

(A ellos.) Quiero conocer a Mozart.

V. 1. — Mañana por la noche irá a casa de la Baronesa Waldstaten.

SALIERI. — Grazie.

V. 2. — Se interpretará algo de su música.

SALIERI. —

(A ambos.) Restiamo in contatto.

V. 1 y V. 2. — Certamente, Signore.

(Salen.)

SALIERI. —

(Al público.) Así, fui a casa de la Baronesa Waldstaten. Aquella noche cambió mi vida.

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En la “Caja de Luz”, dos ventanas con elegantes cortinajes rodeados de un primoroso y tenue papel pintado. Dos criados traen una amplia mesa repleta de pastelillos y postres. Otros dos llevan una silla de brazos de alto respaldo, que colocan ceremoniosamente en la parte baja del escenario, a la izquierda.

SALIERI. —

(Al público.) Entré en la biblioteca para tomar un pequeño refrigerio. Mi generosa anfitriona siempre ponía en aquella habitación los dulces más deliciosos cuando sabía que yo iba a venir. Sorbetti… caramelli… y muy especialmente una maravillosa crema al mascarpone, que es, sencillamente, queso fresco mezclado con azúcar granulado y bañado con ron… ¡era totalmente irresistible!

(Coge de la mesita una copa de esto y se sienta en el sillón mirando al frente. Sentado así no le puede ver nadie que entre por el fondo.) Acababa de sentarme para consumir este plato paradisíaco… invisible para cualquiera que pudiese entrar.

(Se oyen ruidos fuera.)

CONSTANZE. —

(Fuera.) ¡Squik! ¡Squik! ¡Squik!

(CONSTANZE entra corriendo por el fondo: es una chica atractiva de veintipocos años, llena de alegría. En este momento pretende ser un ratón. Corre por el escenario con su alegre vestido de fiesta y se esconde bajo el pianoforte. De repente un hombre pequeño, pálido, de ojos grandes, con una peluca aparatosa y ropas llamativas, entra corriendo detrás de ella y se queda inmóvil —en el centro— como un gato cazando un ratón: es WOLFANG AMADEUS MOZART. A medida que le vamos conociendo, a través de las siguientes escenas, descubrimos varias cosas acerca de él: es un hombre extremadamente desasosegado, sus manos y pies están casi en continuo movimiento; su voz es ligera y aguda; y posee una inolvidable risa falsa, penetrante e infantil.)

MOZART. — ¡Miau!

CONSTANZE. —

(Traicionando su escondite.) ¡Squik!

MOZART. — ¡Miau! ¡Miau! ¡Miau!

(El compositor se pone a cuatro patas y, arrugando su cara, comienza a acechar a la presa. El ratón —riendo con excitación— sale de su escondite y corre a través del suelo. El gato la persigue. Casi a la altura de la silla donde SALIERI se sienta oculto, el ratón se vuelve, acorralado. El gato le acecha —cada vez más cerca—.)

MOZART. — ¡Voy a saltar y abalanzarme sobre ti! ¡Te voy a comer! ¡Ñam, ñam, ñam! ¡Voy a masticar a mi pequeño ratoncito! ¡Voy a hacerle pedazos con mis garras!

CONSTANZE. — ¡No!

MOZART. — ¡Con mis zarpas! ¡Con mis zarpigarras! ¡Ohh!… ¡Ohhh!

(Cae sobre ella. Ella grita.)

SALIERI. —

(Al público.) No tuve ocasión de levantarme. Antes de que pudiera hacerlo se había convertido ya en algo muy difícil.

MOZART. — ¡Voy a partirte en dos, de un bocado, con mis colmillos!

(Ella ríe encantada, con una risa nerviosa, tumbada boca arriba bajo él.) ¡Estás temblando…! ¡Creo que tienes miedo del miau-miau…! ¡Creo que estás aterrorizada de morir!

(Confidencialmente.) ¡Me parece que te estás cagando encima!

(Ella da un chillido, pero no está verdaderamente escandalizada.) ¡Dentro de un momento habrás manchado el suelo!

CONSTANZE. — ¡Shhh! ¡Puede oírte alguien!

(Él imita el ruido de un pedo.) ¡Basta, Wolferl! ¡Shhh!

MOZART. — Todo en el suelo, asqueroso y maloliente.

CONSTANZE. — ¡No!

MOZART. — ¡Aquí llega ya! ¡Lo oigo aproximarse!… ¡Oh, qué melancólica nota! ¡Algo está chorreando por tu bota!

(Otro ruido de pedo, más lento. CONSTANZE chilla divertida.)

CONSTANZE. — ¡Basta ya! ¡Eres un guarro!

(SALIERI está sentado, espantado.)

MOZART. — ¡Eh!… ¡Eh! ¿Qué es Trazom?

CONSTANZE. — ¿Qué?

MOZART. — Trazom. ¿Qué significa?

CONSTANZE. — ¿Cómo puedo saberlo?

MOZART. — Es Mozart deletreado al revés —¡ingenio de mierda! — . Si algún día te casas conmigo serás Constanze Trazom.

CONSTANZE. — No, no lo seré.

MOZART. — Sí, lo serás. Porque cuando me case lo querré todo al revés. Querré lamer el culo de mi esposa en vez de su cara.

CONSTANZE. — A este paso no vas a lamer nada. Tu padre nunca nos dará su consentimiento.

(El ánimo de diversión le abandona en el acto.)

MOZART. — ¿Y a quién le preocupa su consentimiento?

CONSTANZE. — A ti. A ti te preocupa muchísimo. No lo harías sin tenerlo.

MOZART. — ¿No?

CONSTANZE. — No, no lo harías. Porque le tienes demasiado miedo. Sé lo que dice de mí

(voz solemne): “Si te casas con esa horrible chica terminarás acostándote en un montón de paja y tus hijos serán mendigos.”

MOZART. —

(Impulsivamente.) ¡Cásate conmigo!

CONSTANZE. — ¡No seas bobo!

MOZART. — ¡Cásate conmigo!

CONSTANZE. — ¿Hablas en serio?…

MOZART. —

(Desafiante.) ¡Sí!… Contéstame ahora mismo: ¡ Sí o no! Di que sí, y podré irme a casa, encaramarme en mi lecho… cagarme en la colcha y gritar “¡Lo hice!”

(Se revuelca encima de ella, encantado, emitiendo su aguda risa semejante a un relincho. El mayordomo de la casa entra con paso majestuoso por el fondo.)

MAYORDOMO. —

(Impenetrable.) Su Excelencia está preparada para comenzar.

MOZART. — ¡Ah!… ¡Sí!… ¡Bien!

(Se levanta, embarazado, y ayuda a CONSTANZE a levantarse. Con una tentativa de dignidad.) Ven, querida. ¡La música espera!

CONSTANZE. —

(Sofocando su risa.) ¡Oh, no faltaba más… Herr Trazom!

(La coge por el brazo. Salen haciendo cabriolas seguidos por el desaprobador mayordomo.)

SALIERI. —

(Excitado. Al público.) Y entonces, inmediatamente, empezó el concierto. Lo oí a través de la puerta: una serenata. Al principio lo escuché vagamente… estaba demasiado horrorizado para prestar atención. Pero pronto el sonido se hizo más insistente… un solemne Adagio en La bemol.

(Empieza a sonar el Adagio: Serenata para trece instrumentos de cuerda [K 361]. Serenamente y bastante despacio, SALIERI, sentado en la silla, habla sobre el fondo musical.) El comienzo era bastante sencillo: sólo un latido en los registros más bajos —fagots y clarinetes—, un sonido como de muelle oxidado. Hubiera resultado cómico a no ser por su lentitud, que le daba una especie de serenidad. Y de repente, por encima, sonó aguda una única nota en el oboe.

(Se oye la nota.) Quedó allí, suspendida, inmóvil, traspasándome… hasta que el aliento no pudo sostenerla por más tiempo y un clarinete la alejó de mí y la dulcificó convirtiéndola en una frase tan deliciosa que me hizo estremecer. Las luces de la habitación vacilaron. ¡Mis ojos se nublaron!

(Cada vez con más energía y emoción.) El muelle gimió más fuerte, y por encima, los instrumentos más agudos sollozaron y gorjearon lanzando a mi alrededor líneas de sonido… largas líneas de dolor, a mi alrededor y a través de mí. ¡Ah, el dolor! Un dolor como no había conocido jamás. Grité a mi astuto viejo Dios: “¿Qué es esto?… ¿Qué? ” Pero el gemido siguió y siguió y el dolor penetraba más profundamente en mi cabeza temblorosa hasta que, de repente, me encontré corriendo, precipitándome a través de una puerta lateral, dando traspiés escaleras abajo, hasta salir a la calle, a la noche fría, con la respiración entrecortada, buscando aire.

(Gritando angustiado.) “¿Qué? ¿Qué es esto? ¡Dime, Signore! ¿Qué es este dolor? ¿Qué es esta exigencia en el sonido que no se podrá satisfacer nunca y sin embargo colma totalmente a quien, lo escucha? ¿Es eso lo que tú quieres? ¿Es esa la música que te gusta?”

(Pausa.) La serenata llegaba débilmente desde el salón, arriba. Las estrellas brillaban sobre la calle vacía. De repente sentí miedo. Me pareció haber oído la voz de Dios… Y esa voz emanaba de una criatura cuya propia voz yo también había oído… ¡Y era la voz de un joven obsceno!

(La luz cambia. La escena de calle se desvanece.)

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(Permanece oscuro.)

SALIERI. — Corrí a casa y oculté mi miedo en el trabajo. Cogí más alumnos… hasta que llegaron a ser treinta, ¡cuarenta! ¡Más Comités para ayudar a los músicos! Más Motetes y Antífonas a la gloria de Dios. Y por la noche rezaba pidiendo una sola cosa.

(Se arrodilla desesperadamente.) “¡Deja que tu voz entre en mí! ¡Déjame llevarte!… ¡Déjame!”

(Pausa. Se pone en pie.) En cuanto a Mozart, evitaba encontrarme con él… y mandaba a mis Vientecillos a por cuantas partituras suyas pudieran encontrarse.

(Los VENTICELLI entran con partituras. SALIERI está sentado al pianoforte y ellos le muestran la música por turno. Mientras, unos criados retiran discretamente la mesa y la silla de brazos de WALDSTATEN.)

VENTICELLO 1. — Seis sonatas para pianoforte compuestas en Munich.

SALIERI. — Inteligentes.

VENTICELLO 2. — Dos en Manheim.

SALIERI. — Todas eran inteligentes.

VENTICELLO 1. — Una Sinfonía parisina.

SALIERI. —

(Al público.) ¡Y sin embargo yo las encontraba completamente superficiales!

VENTICELLO 1. — Un Divertimento en Re.

SALIERI. — Lo mismo.

VENTICELLO 2. — Una casazione en Sol.

SALIERI. — Convencional.

VENTICELLO 1. — Una Letanía Solemne en MI bemol.

SALIERI. —

(Al público.) Incluso aburridas. Las obras de un jovencito precoz —el farolero hijo de Leopoldo Mozart—, nada más. Evidentemente, aquella serenata que yo oí había sido una excepción en su obra: la casualidad que puede dársele a cualquier compositor en un día afortunado.

(Los VENTICELLI se retiran con la música.) ¿Pero era verdaderamente eso? ¿O lo que ocurría era que me había irritado el descubrir que aquella sucia criatura fuese capaz de escribir música?… ¡Tuve una feliz idea!… ¡De repente me sentí inmensamente alegre! ¡Le buscaría por todas partes y yo mismo le daría la bienvenida a Viena!

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Rápido cambio de luz. Vemos al Emperador de pie, brillantemente iluminado, delante de los espejos dorados y la chimenea, asistido por el chambelán STRACK.

Su Majestad es un personaje vivaz y alegre, de cuarenta años, considerablemente satisfecho de sí mismo y del mundo. VAN SWIETEN y ROSEMBERG entran apresurados, desde lados opuestos, por la parte delantera del escenario.

JOSEPH. — ¡Fiestas y fuegos artificiales, caballeros! ¡Mozart está aquí! ¡Está esperando abajo!

(Todos se inclinan.)

TODOS. — ¡Majestad!

JOSEPH. — Je suis follement impatient.

SALIERI. —

(Al público.) El Emperador José II de Austria. Hijo de María Teresa. Hermano de María Antonieta. Amante de la música… siempre que no supusiese un esfuerzo para su real cerebro.

(Al Emperador, respetuosamente.) Majestad, he escrito una pequeña marcha en honor de Mozart. ¿Puedo tocarla cuando entre?

JOSEPH. — No faltaba más. ¡Qué gran idea! ¿Le conocéis ya?

SALIERI. — Aún no, Majestad.

JOSEPH. — ¡Fiestas y fuegos artificiales, qué divertido! Strack, hacedle subir al momento.

(STRACK sale. El Emperador avanza hacia el escenario propiamente dicho.) Mon Dieu, ¡me gustarla hacer un concurso! Mozart contra algún otro virtuoso. Dos teclados en competición. ¿No sería divertido, Barón?

VAN SWIETEN. —

(Severo.) No para mí, Majestad. En mi opinión, los músicos no son como caballos para correr uno contra otro.

(Breve pausa.)

JOSEPH. — Ah. Bien… ahí está.

(STRACK vuelve.)

STRACK. — Herr Mozart, Majestad.

JOSEPH. — ¡Espléndido!

(Conspiradoramente hace señas a SALIERI, que va rápidamente hasta el pianoforte.) Compositor de Cámara… allons!

(A STRACK.) Hacedle pasar, por favor.

(Al instante SALIERI se sienta al piano y toca su marcha. Al mismo tiempo MOZART entra contoneándose, exhibiendo una casaca extremadamente vistosa con espada de gala. El Emperador está en la parte delantera del escenario, al centro, dando la espalda al público, y al cercarse MOZART le hace señas de que se detenga y escuche. MOZART, desconcertado, lo hace, dándose cuenta de que SALIERI está tocando su marcha de bienvenida. Es una pieza extremadamente banal, que recuerda vagamente a otra marcha que seria muy famosa posteriormente; todos permanecen inmóviles en actitud de escucha, hasta que SALIERI llega al final. Aplauso.)

JOSEPH. —

(A SALIERI.) Encantador… Comme d’habitude!

(Se da la vuelta y extiende su mano para que sea besada.) Mozart.

(MOZART se acerca y se arrodilla de forma extravagante.)

MOZART. — ¡Majestad! ¡El humilde esclavo de vuestra Majestad! ¡Dejadme besar vuestra real mano ciento quince mil veces!

(Le besa vorazmente una y otra vez, hasta que JOSEPH la retira avergonzado.)

JOSEPH. — Non, non, s’il vous plait. Un poco menos de entusiasmo, os lo ruego. Vamos, señor, levez vous.

(Ayuda a MOZART a levantarse.) Vos no os acordaréis, pero la última vez que nos vimos estabais también en el suelo. Mi hermana todavía lo recuerda. Este joven —con seis años, nada más— resbaló y cayó al suelo en Schonbrunn… Y le salió un odioso chichón en su cabecita… ¿Os he contado esto anteriormente?

ROSEMBERG. —

(Rápidamente.) ¡No, Majestad!

STRACK. —

(Rápidamente.) ¡No, Majestad!

SALIERI. —

(Rápidamente.) ¡No, Majestad!

JOSEPH. — Bien, mi hermana Antonieta se adelanta corriendo y lo recoge. ¿Y sabéis lo que hace él? Salta inmediatamente a sus brazos —¡hop, aupa!— la besa en ambas mejillas y dice: “¿Quieres casarte conmigo, sí o no?”

(Los cortesanos ríen cortésmente. MOZART emite su aguda risa falsa. Manifiestamente, el Emperador se lleva un susto al oírla.) No pretendía avergonzaros, Herr Mozart. ¿Conocéis a todo el mundo aquí, sin duda?

MOZART. — Sí, señor.

(Haciendo una primorosa reverencia a ROSEMBERG.) ¡Herr Director!

(A VAN SWIETEN.) Herr Prefect.

JOSEPH. — ¡Pero creo que no conocéis a nuestro estimado Compositor de Cámara!… ¡Un grave olvido! Nadie que aprecie el arte puede permitirse no conocer a Herr Salieri. El escribió esa exquisita Marcha de Bienvenida para vos.

SALIERI. — Una bagatela, Majestad.

JOSEPH. — No obstante…

MOZART. —

(A SALIERI.) ¡Estoy abrumado, Signore!

JOSEPH. — Las ideas sencillamente fluyen de él a borbotones… ¿no es así, Strack?

STRACK. — Sin fin, señor.

(Como sí le diera una propina.) Muy bien, Salieri.

JOSEPH. — ¡Permitidme el placer de presentaros! Compositor de Cámara Salieri… Herr Mozart, de Salzburgo.

SALIERI. —

(Zalameramente, a MOZART.) Finalmente. Che gioia. Che diletto straordinario.

(Le dedica una pulida reverencia y ofrece la copia de su música al otro compositor, que la acepta con un torrente de italiano.)

MOZART. — Grazie Signore! Mille millione di benvenuti! Sono commosso. E un onore eccezionale incontrarui! Compositore brilliante e famossisimo!

(Corresponde con una reverencia elaborada y ostentosa.)

SALIERI. —

(Secamente.) Grazie.

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