Alice in Wonderland
Alice in Wonderland
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"Yo diría que sería un gran comienzo", conjeturó Brent.
"Yo también lo creo, hermano. Estoy de acuerdo contigo”.
Leonard volvió hacía Edmund y Alicia. "Hey, ustedes dos, tenemos que planear un viaje. ¿No querrán empezar a besarse?"
Los dos se separaron, sonriendo. Se tomaron de la mano y se unieron a sus compañeros.
Rupert arrugó su nariz, mientras murmuraba viendo el mapa.
"Bueno podríamos llegar a Atlantis recorriendo..."
"Hey, cola de algodón, creo que tú estás confundiendo las historias. El capitán Nemo es sólo un personaje de un libro", replicó Wade.
"¿Por qué nosotros no?", Dijo Edmund, mientras deambulaba con los brazos colgando entre los dos compañeros. "¿Entonces, cuando empezamos?"
Rupert rebobinó el rollo de papel de pergamino y se colocó las gafas sobre la nariz. "Ahora".
Notas de la autora
Este es un final alternativo. ¿Por qué, se preguntarán?
Bueno, hay un sinfín de posibilidades para descubrir, para vivir. El mundo no es sólo lo que se ve y no siempre lo que parece ser lo es en realidad.
Oh, bueno no los quiero confundir.
Tengan paciencia, Alicia me ha influenciado demasiado.
No hay sólo un final que sea bueno para un libro. Y no siempre el elegido es el que más le gusta al lector.
Creo que sea justo dejar la imaginación libre de escribir otra historia.
No excluyo que Alice pueda volver con nuevas aventuras en otros momentos. Después de todo, Alice nunca se ha ido y nunca se eclipsará. Mientras escribía el primer final, me di cuenta que estaba llorando.
¿Podría haberme resistido a la idea de mi Alicia eternamente confinada en un espejo?
La respuesta está en el segundo final: no.
Alicia es libre y espontánea como una risa. Es pura locura y fantasía. Ella está en cada niña, mujer, o señora de edad avanzada. Gracias a papa Disney, conocí Alicia a los tres años. Desde entonces, mi madre comenzó a llamarme como esa chica rubia de mente abstrusa. Porque yo era así: dentro y fuera del mundo, en oscilación perfecta. Vivía en una burbuja, hecha de sueño e imaginación.
Con ella descubrí que no estaba sola, de tener una hermana que vivía más allá de la realidad.
Leí Alicia en el país de las Maravillas por primera vez cuando tenía once años, bajo la suave luz de la biblioteca escolar. Y fue desde entonces que Alicia se convirtió en mi obsesión.
Esta historia la tenía en mi mente desde hace tiempo, sin que encontrara la inspiración necesaria para escribirla. O, simplemente, me faltaba el valor. ¿La gente como iba a reaccionar ante otra versión de la Alicia de Carroll? ¿Se hubieran reído, o la hubieran amado y consentido? Yo no lo sabía, y temía lo peor para ella. Y si se esperaban una Alicia diferente, más cercana a los estándares de Carroll, en lugar que la de Burton, bueno se equivocaron de historia. Esta Alicia está en el medio y al mismo tiempo fuera de cualquier contexto.
Elegí reproducir algunas frases del libro de Carroll, así como algunos de los personajes. Sin embargo, me concedí algunas libertades que espero me perdonaran.
Incluso me permití algunas licencias sobre el personaje de Nikola Tesla. Podrán encontrar en los diálogos algunas de las citas que nos dejó.
También encontrarán algunos pequeños cameos, como la entrada en el escenario de Oscar Wilde y de Alice Liddell.
Otras curiosidades están relacionados con las hermanas Fox: dos médium que realmente existieron en la época victoriana. Pero cambié un poco las cartas sobre la mesa. Al igual que ellas, también las siete hermanas Sutherland con su pelo larguísimo existieron de verdad.
Esto porque quería que Alicia fuera suspendida entre la realidad histórica de la época y, al mismo tiempo, que se mantuviera afuera de ella, construyendo una diferente, en la que se pudieran mover con sus personajes.
También se darán cuenta de algo más en este libro. La casi redundante atención a los espejos. No es la primera vez, de hecho, que los convierto en el corazón de una historia. Alicia desde Wonderland es el tema de todos mis caminos del pasado y, al mismo tiempo, el principio de todo.
Aposté, eso sí. Y por eso aplacé mi decisión por un larguísimo periodo de tiempo. Hasta que llegó el momento.
Hay un tiempo para cada historia y la de mi Alicia por fin había llegado.
Se las dejo, cuiden de ella. Porque aquí yo puse mi corazón y un pedazo de mi infancia que la realidad me quiere quitar. Sin embargo, temo que nunca lo logrará. No se disuelven los sueños. Las piedras se derrumban, el agua se seca, el fuego se apaga. Pero la imaginación no tiene límites porque infinita es la mente humana y su capacidad de crear mundos.
Se dice que hay un límite claro entre el sueño y la realidad.
Es cierto. Yo todavía camino sobre ese hilo.
Es suficiente una pequeña oscilación para caer en un mundo o volar en el otro.
Para esto he aprendido a permanecer en equilibrio.
O por lo menos lo intento.
Agradecimientos
Cuando se llega a los agradecimientos, hay que destacar a las personas que contribuyeron en la realización del proyecto. En primer lugar, siento que debo agradecer profundamente a Dunwich Edizioni que creyó en mí desde el principio, y me dejó libre de elegir el camino que yo prefería.
Alicia nació porque mi editor ha creído en ella. Así que gran parte del mérito se lo debo de atribuir a él, y a su maravilloso staff.
Gracias como siempre a mi familia, sin la cual no sería la persona que soy. Gracias por su paciencia y comprensión. Gracias por estar ahí para apoyarme cada vez que me caigo. Les prometí que voy a ser una escritora. Estoy trabajando en eso y lo lograré. Por ustedes, por mí.
Gracias a mi hermana, Chiara, por el interés que tuvo con respecto a mis escritos y por el amor que silenciosamente me regalas.
Gracias a mi amor, Pietro. Entiendo no sea fácil amar a una escritora. Nuestra necesidad de investigar y la soledad no siempre son recibidos benévolamente. Pero tú me entiendes y me apoyas.
Gracias a mis amigas, Marika Gianfreda, Stefania Epifani, Anita Book.
Un gracias muy importante para Miriam Ciraolo, Gaia Florio, Paola Catozza, Francesca Romagnani, Noemí Oneto, Rosie M. Stuart, Federica D'Ascani, Maila Tritto, Blanco Cataldi, Brizzi Dorothy, Glinda Izabel, Iaia Stefano, Alessandro Ribezzi, Fabio Arsenio, Silvio de Vito. Y a todos los otros colegas blogueros y escritoras que creen en mí, infundiéndome confianza todos los días.
Mi más sincero agradecimiento también, para aquellos que aman leer y leerán mi libro permitiéndome seguir soñando. Porque, miren, nosotros los narradores vivimos de esto. No de los aplausos, sino de la emoción sincera de saber que alguien camina de puntillas en nuestro mundo, haciéndolo suyo.
Gracias a las lágrimas, a las decepciones que me han fortalecido haciendo de mí una persona sólida como una roca. Debido al dolor de espalda, a las jaquecas, a las noches de insomnio pasadas dejando notas adhesivas alrededor de la habitación con el fin de recoger las ideas. Gracias a esto porque entiendo el sacrificio de la escritura. Eso es alegría, sí, pero también dolor. Especialmente este último. Escribir un libro es un poco "cómo dar a la luz a un hijo". Podrá parecer una comparación arriesgada, tal vez, pero para mí eso es.
Gracias a los que, sin saberlo, me inspiraron. ¿Cuántos de ustedes viven sus vidas sin saber que pertenecen a mis historias?
Y gracias a ti, Sombrerero.
Gracias a Alicia, que un día le dará el nombre a mi hija, siempre y cuando tenga una.
Y, como siempre, gracias al Destino.
Bibliografía
Alicia en el país de las Maravillas - Lewis Carroll;
Alicia a través del espejo y lo que allí encontró - Lewis Carroll;
Lo espiritual en el arte - Vasilinj V. Kandinskii;
Las cartas de Lewis Carroll - Masolino d’Amico;
Querida Alicia - Masolino d’Amico;
Desde Ramus hasta Kant, el debate sobre la silogística (apéndice su Lewis Carroll) - Lorenzo Pozzi;
Alicia en el país de las Maravillas (Caricatura) - Walt Disney;
Alice in Wonderland (Film) - Tim Burton
El secreto de Nikola Tesla (Film documentario) - Krsto Papić.
Sobre la Autora
Alessia Coppola nació en Brindisi. Es una soñadora, con la pasión irrefrenable por la lectura, el otoño, los lobos y la magia. Esta última, ha influido mucho en su camino de búsqueda personal. Gustavo Rol, Scott Cunningham, Carlos Castañeda y Alejandro Jodorowsky son sus maestros espirituales.
Creció leyendo los clásicos. Edgar Allan Poe, J.R.R. Tolkien, Howard Phillips Lovecraft, Bram Stoker, Michael Ende, Jane Austen, William Shakespeare y Oscar Wilde son sus autores favoritos. Pero sus verdaderos padrinos fueron James Matthew Barrie y Lewis Carroll.
Después de haber cursado en la escuela de arte, continuó sus estudios en la Facultad de Patrimonio Cultural, para después moverse a la de Filosofía y después Sociología (con especialización en Criminología). El deseo constante de cambio y evolución la ha llevado a tomar decisiones cada vez diferentes.
Ha sido una pintora y una poetisa, consiguiendo el Premio Oscar del Salento como mejor talento de la Puglia en el año 2000, junto con otros premios por su trabajo como pintora. Una de sus pinturas está instalada en Barcelona y su retrato de Benedicto XVI ha sido recibido dentro de las paredes de las habitaciones vaticanas como un regalo de la ciudad para la visita del Papa en el 2008.
Puesto a un lado el pincel, empezó a usar el lápiz, dedicándose a la ilustración, especializándose en la de la infancia. Hoy en día su aliada es una tableta grafica con la que desarrolla ilustraciones digitales y foto manipulación.
Otra gran pasión de Alessia es el canto. Durante muchos años, tuvo una banda y ha ganado por medio de la región de Puglia una beca por haber grabado su disco Soñadores, asistida por Marco Schnabl, ingeniero de sonido del grupo Duran Duran.
En 2005 publicó su primera colección de poemas Pensamientos en el Viento (Ediciones Kimerik). De 2009 es la segunda colección Canto de Ti (Ediciones Damiano).
En 2012 comienza a dedicarse a escribir cuentos para los niños, publicando las Aventuras de Billino el Gato de Cheshire (WIP Edizioni).
En 2013 abre su blog literario Alma de Tinta, ocupándose de entrevistas, reseñas y contenidos culturales.
En 2014 escribe el guion del fanmovie El Cuervo - Fragmentos de las Memorias, que se estrena en el Cartoomic Nacional de Milán en 2015.
Pero es con Dunwich Edizioni que la autora finalmente encuentra su propia dimensión. Pública en el noviembre de 2014, su primera novela Renacimiento - Los Trece días y la precuela Almas gemelas.
En Navidad de 2014 sale a la luz la colección de cuentos de hadas Tres gemas en el Cofre (Ediciones Bálsamo-Ragione).
En febrero del 2015 es Más allá del Espejo (Ediciones El Cerezo), una colección de historias de terror gótico-steampunk. Siempre para la misma CE, en noviembre de 2015 se publicará una novela corta de Fantasía para los niños, Eleonor y el Príncipe de los Lirios.
Alicia desde Wonderland es su segunda novela con Dunwich. Y no termina aquí, muchas otras novedades esperan ser reveladas.
Moon Witch
De Ámbar y De Sombra
(un extracto)
de Davide Camparsi
1
Con una mueca, Celestine pasó una mano sobre su vientre, masajeándolo suavemente.
Nunca había experimentado ciclos menstruales particularmente dolorosos, incluso después del accidente, pero esta vez era diferente. Durante tres largos días se encontró a la merced de las náuseas y los mareos que la tenían abultada y aún más incapacitada de lo que ya era.
Afortunadamente ese malestar se estaba quitando: se sentía agotada. Y demolida. Desde que se había muerto su mamá, eran principalmente episodios como este a desanimarla, dejándole la sensación amarga de que algún dios malévolo había dirigido hacía ella su mirada por puro placer sin tener alguna intención de dejarla ir antes de haber probado su punto de ruptura.
Como su dolor, incluso el disco color hueso de la luna había entrado en la fase descendente. Rayos de luz cerúlea penetraban a través de las persianas cerradas de la habitación, tocando las sabanas bajo las cuales se había escondido. Centrándose en el polvo que flotaba en ese resplandor, Celestine había tratado de abandonarse al movimiento hipnótico con la esperanza de ahogar las últimas reminiscencias de sufrimiento.
Se frotó nuevamente, finalmente, sintiendo un poco de alivio. Por instinto, con la mano libre, corrió a apretar el colgante de ámbar que colgaba alrededor de su cuello en una silenciosa oración de agradecimiento. El contacto con la resina fósil le devolvió la tranquilidad: el colgante había sido la última herencia de su madre por ella. Sosteniéndolo en la palma de la mano, la forma familiar le transmitió un calor reconfortante.
Desde la infancia ese objeto la intrigaba mucho. A pesar de su natural elegancia, su madre nunca había sido mujer de ostentar joyas o sofisticaciones similares: el colgante era la única joya que Celestine había visto en su vida que ella trajera puesta. Nunca se había separado de ese colgante. Incluso cuando le preguntaba de mostrárselo, lo hacía inclinándose, alargando la cadena, donde estaba colgado. A menudo, en esos casos, Celestine estaba sentada en su regazo, respirando el buen aroma de su piel, disfrutando del calor materno con un placer el cual recuerdo ni el tiempo ni la muerte habían conseguido debilitar.
Entre sus dedos de niña el colgante emitía pequeños destellos parpadeantes que hacían persistir su mirada a lo largo de la superficie dura y brillante. Era un objeto muy antiguo y pertenecía a su familia desde varias generaciones. Probablemente era originario de uno de esos países bálticos famosos para trabajar con resina, como Lituania o Polonia, pero en el curso de su existencia debió haber viajado mucho, tejiendo su propia historia junto a la de las mujeres que lo habían usado. Su madre no las conocía todas, pero estaba segura de que había estado también en Estados Unidos, en el período en que sus antepasados habían buscado suerte en aquellas tierras, antes de regresar a Escocia. Tal vez fue precisamente en ese entonces que habían tomado posesión de él, esto ella no lo sabía o no se acordaba.
Además, no fuera suficiente la historia del objeto para llamar su atención, le habían explicado que, al momento de formarse, en el ámbar se podían quedar atrapados pequeños fragmentos extráenos: hojas u otros minerales, incluso insectos, como en este caso.
Sin embargo, aunque Celestine se esforzaba, nunca lograba elegir que era en realidad lo que veía atrapado en la resina. Cada vez parecía algo diferente y esto sólo hacía aumentar el atractivo de la esa situación.
A diferencia de lo que decía su madre, no estaba del todo segura que fuera un insecto. Algunos días le parecía ver una araña negra abrazada a sí misma, otras veces a una pequeña flor, en algunos casos, incluso a la garra de un pájaro: un caleidoscopio de pequeñas maravillas que nunca dejó de saciar su hambre de asombro.
Sólo cuando creció, la atracción por ese colgante empezó a aflojarse, distraída como era por lo que quería decir cruzar los tempestuosos años de la adolescencia.
La última vez que se lo había visto en el cuello había sido en ese fatídico día de ocho meses antes, mientras se dirigían a Glencoe. La memoria le humedeció los ojos. Parpadeó para contener las lágrimas y apretó más fuerte la gota de ámbar.
Respiró hundo adentro de la habitación tranquila. En algún lugar, sobre la colina, procedente tal vez desde los árboles que bordeaban la casa y anticipaban el bosque, oyó chirriar un búho.
Todavía se acarició el vientre una vez más, convencida que por esa noche no sería capaz de dormir y al día siguiente se habría sentido en pedazos.
Estaba equivocada.
Pero no totalmente.
* * *
En la pesadilla, ya que de esto se trata, el cielo es gris como la ceniza, cargado de lluvia que se niega a caer, tal vez para no tener nada que compartir con ese lugar que llaman Cerro de las Horcas.
Hay una gran cantidad de personas alrededor de Celestine, pero nadie la está mirando y ella no puede moverse: es como un fantasma. La gente no la atraviesa, pero evitan cruzar su mirada con ella y la esquivan sin tocarla. Todos los ojos están dirigidos hacía la horca de madera.
Se destaca áspera y desnuda en contra de las nubes hinchadas, con sus árboles hechos de una rama.
La gente murmulla y las personas en espera se están quejando, el nerviosismo y la emoción emiten una tensión palpable que crepita en el aire inmóvil.
Celestine no está segura de lo que está viendo. Algunos detalles tienen una claridad inexplicable de los sueños, otros la lábil consistencia de la materia de que están hechos. Es una sensación extraña, que desorienta. Nunca ha probado una experiencia parecida a esta: casi como una visión.
De vez en cuando las imágenes que pasan ante sus ojos aceleran de una forma impresionante, causándole mareos, otras veces, le parece de moverse en cámara lenta y las voces alrededor de ella le llegan distorsionadas, grotescas.
Hay siempre más personas: traen puestos vestidos antiguados, obscuros y graves que a Celestine le recuerdan los puritanos estadounidenses. El suelo es lodoso y pisoteado y resbaladizo. Aunque el día no es uno de los mejores, el calor es insoportable, hasta el punto de que ciertos sudan profusamente, y emanan un olor acre y desagradable.
Aunque un zumbido intenso se propaga desde las colinas, ella entiende solo pocas palabras de ese acento inglés arcaico y muy marcado.
"Aquí está la Putnam," oí decir a alguien que está apuntando a una chica flaca, alta, poco más que un adolescente. Mientras que cruza la multitud, un hombre la sigue, colocando su mano sobre su hombro. A Celestine parece emanar una sombra aún más oscura de la ropa que usa. Tanto la chica parece estar perdida, sumisa, cuanto los ojos del personaje son duros, implacables. La cara tiene rasgos angulosos que parecen tallados en el sílex. A Celestine no le gusta por nada, a ser sincero la aterroriza y no cree ser la sola: muchos se desvían cuando el pasa, como si fuera demasiado peligroso aunque solo dejarse rozar por su sombra. Llegando cerca de Celestine, el hombre parece experimentar algo extraño. Con un movimiento brusco recorre la multitud, olfateando el aire viciado como un sabueso.
Un terror absoluto la invade en la pesadilla: irracionalmente Celestine está convencida que sea ella la presencia que el hombre ha percibido. Instintivamente, baja la cabeza, para cruzar esos ojos de muerto no enterrado, esa mirada donde quema un fuego frío. Le gustaría apretar el colgante de ámbar que tiene alrededor de su cuello, incluso en la pesadilla, para obtener confort y fuerza, pero una premonición la impulsa a esperarse. Está segura que si llegara a ceder a esta debilidad, el hombre la identificaría al instante.
Espera y reza. Ora que el desconocido la sobrepase sin reconocerla. Mínimo en el mundo de los sueños debe existir algún dios, después de todo, ya que es precisamente lo que ocurre.
El momento pasa. El hombre niega con la cabeza, se encoge de hombros, enriza los labios en una sonrisa torcida. Luego aprieta más fuerte el hombro de la jovencita y la empuja hacia delante, justo debajo de la horca.
En ese momento la alcanza la risa de un grupo de chicas y Celestina se gira en esa dirección. Le parece algo tan fuera de tono, en ese momento, que parece hasta más obsceno del hombre de negro.
Las niñas se agarran de la mano y giran sobre sí mismas en un círculo hipnótico. Recitan una canción de cuna muy extraña que no puede descifrar desde esa distancia; de vez en cuando una de ellas se voltea para ojear las horcas y estalla en risas. Mientras bailan de esa manera, las huellas de los pies trazan en el barro un diseño ambiguo: a Celestine le recuerda algo cuyo significado verdadero no logra captar. Una prisión o un laberinto...
Mientras tanto, el murmullo de la multitud detrás de ella se ha convertido en un rugido sordo. Cuando se vuelve de nuevo hacia la horca, observa con sorpresa que hay algunas mujeres con sus manos atadas a los lados de cada horca. Alguien entre la multitud pide clemencia para una cierta Rebecca y es en ese momento que Celestino nota el hombre de negro apretar nuevamente el hombro de Putnam, que se lanza en el suelo, en el barro, como sufriendo de convulsiones, salivando y poniendo los ojos a revés. La gente se retrae horrorizada, asustada, algunos se hacen el seño de la cruz.
El hombre de negro emite su sonrisa torcida, barriendo toda la gente con una mirada implacable que parece decir: Miren de lo que son capaces. Ninguna clemencia. Ninguna piedad para estas perras del diablo.
Sólo entonces Celestine se percata de la mancha morada que desfigura su mejilla izquierda.
Las chicas ocupadas en sus vueltas cantan y ríen más fuerte detrás de él.
El ruido de la escotilla que se abre es como un trueno sin el rayo que debería acompañarlo. La multitud se queda en silencio exhala al unísono una respiración retenida hasta entonces.
Y con eso es todo.
Cuando vuelve a mirar, Celestine ve las cincos mujeres colgar desde la horca como frutos demasiados maduros. Algunas todavía dan patadas en el vacío, pero pronto eso también termina.
Es en ese entonces que Putnam se levanta desde el suelo, alcanzando sus amigas que le hacen un espacio en su círculo espantoso. Sonríen todas ahora, si esas se pueden definir sonrisas.
Celestine mira hacia otro lado, se vuelve contra su voluntad hacia las mujeres que cuelgan.
La que la gente llamó Rebecca - Rebecca Nurse, si no se equivoca - cuelga bajo el cielo opaco. La lengua ya negra cuelga de un lado, entre los dientes torcidos y dispersos. De repente, abre los ojos y empieza a balbucear hacía ella con una urgencia terrible. Celestine está segura de que va a gritar y sus propios gritos, por fin la despertarán salvándola de esa pesadilla.
Al contrario solo le parece de caerse...
No se queda. Solo quiere escaparse de allí.
Cuando abre los ojos, piensa haberse despertado en su cama, pero no es así.
Con los dedos toca algo fresco y resbaladizo, hierba u hojas. El perfume penetrante de la maleza le hace cosquillas.
La mujer se encuentra justo de frente a ella. Sonríe. Es joven, pero no demasiado. Le recuerda a alguien que tal vez ha vislumbrado anteriormente en la pesadilla, pero no está segura... largo cabello negro baja sobre su cuerpo desnudo en olas desordenadas, húmedo a causa de la noche, pero rebelde por naturaleza. Ella la invita a levantarse, cautivadora y seductora en la penumbra que precede al crepúsculo.
Extiende una mano que Celestine agarra.
Cuando están de pies, uno frente de la otra, su cálido aliento le hace cosquillas de una forma deliciosa. Celestine está lista a dirigirse a ella, para preguntarle qué es lo que está sucediendo, cuando la otra se da la vuelta y empieza a correr a través de los árboles. Se demora sólo por un momento en el borde del bosque, para asegurarse de que Celestine la esté siguiendo y, cuando lo hace, se echa a reír.
Corren, ligeras como una pareja de zorros gemelos.
Celestine experimenta una sensación embriagadora.
Corren, se rozan y se tocan, las hojas las azotan sin dolor, suaves como cosquillas. Ambas se ríen. La mirada salvaje de la otra la asusta, pero al mismo tiempo, la excita.
Un ciervo grande se pone a lado de ellas y ellas también se convierten en ciervas.
Sus mantos sudan debajo de la luna por la carrera, emiten un calor que no es sólo debido a la fricción de los músculos. Es algo que tiene más que ver con el deseo.
El ciervo macho las desafía y ellas lo persiguen: no se trata de ganar, sino de entregarse. La sangre trona en sus oídos.
Sus compañeros hacen un brinco para superar un gran árbol caído y ella los sigue. Salta.
Y es en ese momento que recuerda: en el incidente donde perdió a su madre, ocho meses antes, esa no fue lo único que el destino le arrebató. Los médicos le dieron la noticia con amabilidad y consideración, pero, según ellos, nunca iba a volver a caminar.
* * *
Se cayó.
Al igual que un pez que salta fuera de su pecera... o un ciervo golpeado mientras está haciendo un salto.
Se cayó, arrastrando las cobijas, golpeando con dolor el codo en el suelo de madera.
Emerger del sueño de esa forma fue muy doloroso.
En el suelo, a los pies de la cama, atrapada entre las sabanas desordenadas, Celestine comenzó a llorar por la frustración: un llanto silencioso, interrumpido por los sollozos rotos y sin aliento. Sólo más tarde, cuando logró calmarse, trató de sentarse, retorciéndose con dificultad entre la maraña que la mantenía prisionera, dándose cuenta que en esas condiciones no hubiera podido hacerlo sola.
No tenía idea de que hora era, la luz de la luna ya no iluminaba la habitación, pero podía como quiera distinguir la silueta metálica del coche silla enviar débiles reflejos en la oscuridad. La miró por un momento con desprecio. Evaluó la posibilidad de tratar de subirse a esa, pero renunció antes de hacer cualquier intento. Extendió la mano y, a tientas, alcanzó el móvil en la mesita de noche. Eran las tres y media de la mañana.
Pensó de hablarle a Richard o Marta, la mujer que la ayudaba durante el día, pero después la irritación la motivó a renunciar.
Golpeó el suelo con un pequeño puño de frustración y después el muslo, más fuerte. Nada. No sentía absolutamente nada. Lloró otro rato, en silencio. Luego se acostó en el suelo, cubriéndose con las cobijas y las sábanas que logró recuperar de la cama, y eligió esperar así la llegada de la mañana. Hubiera tenido que aguantar los regaños de Martha, cuando se hubiera dado cuenta de donde estaba tirada, al momento de tomar servicio, pero de eso se hubiera preocupado después.
Cerró los ojos, exhausta, pensando que no sería capaz de dormir, al contrario se equivocó de nuevo.
Esta vez, al menos, no soñó.
2
"Martha me contó de esta noche. ¿Cómo estás? ¿Te lastimaste?" "Ya no siento mis piernas. ¿Tú crees sea algo grave? "
"Ah, ah. Realmente muy divertido.". En el otro extremo de la línea, la voz de Richard sonaba metálica y preocupada.
"¿Puedo hacer algo por ti?"
"No, gracias. Martha ha estado aquí todo el día, se ha quedado mucho más tiempo de lo que debía y se preocupó por mi como una mamá oso. Llegue a pensar que para convencerla a irse me vería obligada a atropellarla con la silla de ruedas".
Richard se echó a reír, esta vez un poco más aliviado. Luego regresó serio.
"¿Qué es lo que pasó? Hablo de esta noche".
«Ieri sera non mi sentivo troppo bene, ho fatto... strani sogni. Creo que empecé a agitarme mientras que estaba dormida, pero ahora ya pasó".
"¿Sueños extraños?"
"Pesadillas... pero no sólo eso. A un cierto punto me imaginé de ser una cierva. Yo estaba corriendo... “Celestine hizo una pausa. Incluso desde esta distancia podía sentir la vergüenza de Richard.
"Lo siento..." le oyó decir.
"No importa."
"Celestine...”
"En serio, Richard."
"Tal vez podríamos platicarlo en privado", insistió él.
"Te dije que no tengo nada," lo interrumpió.
Aunque arrepentida por su reacción, odiaba cuando usaba ese tono. No podía evitarlo. Imaginaba que lo hacía porque era verdaderamente preocupado, pero era algo que la molestaba de todos modos. Desde cuando eran jóvenes, cuando por un poco habían sido más que amigos. Celestine había decidido interrumpir esa relación al final de un largo verano y él, al principio insistente, había después reaccionado malamente. Se acordaba que no le había dirigido la palabra hasta Navidad, cuando habían sido capaces de hacer la paz, aunque a partir de ese momento algo sutil había cambiado entre ellos. Ella no era tan arrogante como para creer que tenía una parte en la elección de Richard, al año siguiente, de entrar en un seminario católico en Edimburgo, pero, a veces, la duda surgía.
Habían sido buenos amigos, pero eligieron nunca más hacer mención de ese verano.
Mientras tanto, Richard se había convertido en el sacerdote de un pequeño pueblo no muy distante de Stirling, donde ella vivía, por lo que ocurría a menudo que se encontraran o que ella fuera a visitarlo, a veces durante la celebración de la misa dominical. Cuando su madre murió y ella se quedó paralizada, Richard le dió conforto, paciente y cuidadoso. Sin embargo, de vez en cuando, esos aspectos de ambos caracteres llegaban a la superficie, creando una cierta tensión.
Seguramente, después del incidente, su estado de ánimo no era mejorado, a pesar de que había tenido que perfeccionar mucho su paciencia.
"Lo siento."
"No pasa nada", le respondió Richard, pero el tono de voz sugería que no era cierto.
Un silencio demasiado largo y desagradable intervino en la conversación.
"Necesitas algo, Celestine?" preguntó él finalmente.
"No, en serio. Te lo agradezco. Estoy segura de que esta noche será mejor. Fue solo un malestar... "
"Mira, si quieres puedo venir a tu casa y quedarme allí contigo, solo esta noche. Por si acaso”.
Celestino vaciló sólo un instante. "Muchas gracias, pero en serio no será necesario."
Un momento de silencio.
"Está bien. Como tú quieras".
¿Había decepción en su voz? Celestine negó con la cabeza. "Hablamos Richard. Y... gracias, en serio".
«Que descanses, Celestine.»
«Gracias, igual.»
* * *
Al último eligieron Glencoe.
Aunque la ciudad sea famosa sobre todo por la matanza de 1692, es uno de los lugares más bellos de Escocia: colinas verdes atravesadas por valles sinuosos ricos en vegetación. Ya ambas habían estado allí, pero nunca juntas y cada una tenía de ese lugar un maravilloso recuerdo. Por eso pensaron que había sido divertido intercambiarse alguno. Cosas de mujeres, más que de madre y hija, de hecho.
Se quedarán allá sólo para el fin de semana, pero han decidido tomarlo con calma. Es bastante tiempo que están planeando un par de días todos por ellas: mejor aprovechar lo más posible. Tomaran el camino más largo, flanqueando el Loch Lomond que en esta temporada es un espectáculo. A pesar de que era muy pequeña, Celestine tiene memoria de cuando de niña iban los tres de vacaciones: ella, su madre y su padre. Este también es un buen recuerdo, aunque cubierto de una nostalgia amarga. Su padre falleció unos años más tarde y ahora es sólo una sombra matizada y sonriente superpuesta a su infancia. El día es hermoso y su madre se ríe mientras recorren la A82 con los vidrios abajo para hacerse emborrachar por el aire fresco. A Celestine le gusta manejar y realmente no falta mucho para llegar en Glencoe, ahora. El Lomond ha cumplido sus promesas y por el momento ese pequeño viaje que pertenece solo a ellas es una experiencia mejor de lo que esperaba.
Celestine lo había planeado durante tanto tiempo y su madre había encontrado una manera de aplazarlo así tantas veces que, cuando finalmente habían decidido partir, había temido de haber hecho un error en proponérselo. Por suerte está equivocada, y es feliz de eso. Durante la universidad no se han visto muy seguido y este le pareció un excelente modo para remediar a su ausencia.
Verla tan feliz la hace sentir bien y en ese momento se da cuenta de cuanto ella misma necesitaba de su compañía de cuanto le hizo falta. Acaban de pasar el pequeño Lochan Na Fola, el Aonach Eagach las acompaña con su estrecha y puntiaguda cresta a la derecha y Celestine se une a la risa contagiosa de su madre. Es un muy bonito día sobre las Highlands y, en general, un día maravilloso.
Todo pasa muy rápido.
Celestine se voltea hacía el perfil del Aonach Eagach: su atención es capturada por una camioneta Nissan blanca que la está sobrepasando a la derecha, una sombra vista de reojo.
Entiende de inmediato que algo está mal, aunque su mama todavía se está riendo a su lado.
Hay un joven que maneja la furgoneta que se pone a su lado invadiendo el carril contrario, un rostro pálido y anónimo, pelo corto, casi como militar, los ojos como monedas de plata. También él está sonriendo. No, él está haciendo una mueca. Una cara que da escalofrío.
Mantiene la velocidad de la Prius de Celestine, sin superarla, marchando junto a ella, sin prestar atención a los otros coches que podrían llegar desde el carril contrario.
Su madre, por mientras, ha dejado de reír. Ella también parece haberse dado cuenta de que algo no está bien.
"¿Qué pasa, cariño?" la oye preguntar, desconcertada.
Tal vez un poco preocupada.
El joven sigue mirándolas, antes ella y después su madre delante de ella, entonces su madre, siempre con esa sonrisa malvada. Sin darse cuenta, Celestine presiona su pie sobre el pedal del acelerador. Entiende demasiado tarde que hizo un error.
"¿Mi amor?"
Está a punto de decirle una mentira a su madre, está a punto de decirle que no pasa nada, se trata seguramente de alguien que tomó demasiado y ahora se está portando como un estúpido inconsciente, y eso es lo que se recordará más tarde, cuando todo habrá terminado. Que al último momento, para que no se espantara, estaba por decirle una mentira.
Es en ese momento que la furgoneta los embiste y el coche de Celestine corre el riesgo de salirse del carril.
Su madre grita, emite un verso estrangulado de sorpresa, más que de terror; Celestine, al contrario, se deja escapar una maldición, pero casi milagrosamente logra mantener la Prius sobre el carril. Ni ella sabe cómo lo ha logrado. Exhala un suspiro de alivio, cuando el loco la ataca de nuevo, con más fuerza. Celestine no necesita voltearse para verlo para saber que todavía está sonriendo, que su mueca, probablemente, le está rompiendo la cara en dos. Su agarre sobre el volante es tan agitado que más tarde la parte del cuerpo que más le causará dolor serán las manos, también porque de las piernas ya no sentirá nada desde la cadera hacía abajo. Sentirá mucho dolor en las manos y en el corazón, pero el corazón no es importante, porque ese es un dolor que nadie puede sanar.
Casi lo logra, por la segunda vez, que no la saquen del carril - ahora hasta la parte más racional de ella entiende que está afrontando un desquiciado - cuando el neumático izquierdo sale sobre un trozo de roca que ladea la carretera y levanta la Prius hacia arriba, haciendo que pierda tracción con el suelo.
Un segundo pico empuja el carro que empieza a rodear sobre sí mismo un par de veces. Una lluvia de astillas invierte el habitáculo con la furia de una tormenta de vidrio y metal, el mundo da vueltas enloquecido una vez, dos, tres... su madre grita, Celestine le hace compañía, pero a un cierto punto una parte de los gritos se apaga, pero ella no entiende a quien le pertenece ese silencio. Cala un velo rojo y pegajoso, un enjambre de puntos dorados se precipita en el ojo negro que ella está abriendo, tragando todo.
El metal retorcido emite su último suspiro chirriante entre las chispas moribundas: todo finalmente se hunde en una paz reconfortante.
Cuando Celestine recupera la conciencia, lo primero que ve es la cara de su madre inclinada hacia adelante, enmarcada por el pelo revuelto manchado de sangre. Sus ojos están abiertos, pero sin ver nada.
"Mamá", dice. No es una pregunta, es más una conclusión o una oración. A lo mejor ambas cosas.
"Mamá", repite.
El colgante de ámbar cuelga también en el vacío, como la víctima de un ahorcamiento. En esa luz confundida envía destellos rojos vibrantes que corresponden de una forma nauseante a las punzadas de dolor que la atraviesan por todas partes.
La oscuridad la alcanza de nuevo.
Abre nuevamente los ojos, no sabe cuánto tiempo después, las sensaciones parecen dilatadas más allá de lo posible. Tal vez sólo perdió el conocimiento por un momento. Escucha a alguien que corre sobre el asfalto. “Ayuda..." llama. "Que alguien nos ayude."
Un hilo de esperanza le hace latir más fuerte el corazón.
A un cierto punto, el rescatador se asoma en el borde dentado de la ventana de la Prius y a Celestine el corazón casi se le para. Es el tipo rubio y loco, el que tiene las monedas en lugar de los ojos. Si es posible, su sonrisa es aún más grande, enorme.
La mira fijamente por un momento, dedicándole la misma atención que se dedicaría a un gato muerto en el borde de la carretera. Ella nota sólo vagamente el tatuaje en la parte posterior de la mano con la que agarra el borde de la chapa en el lado donde se encuentra su madre. Es siempre esa mueca terrible que la asusta. Por cuanto lo intente no le encuentra nada de humano, sólo una tremenda excitación. No cree que se trate de la confusión que sufre, la locura en la mirada del joven es tan brillante, casi cortante.
El loco mira a su madre todavía mordiéndose el labio inferior.
"Por favor...", dice Celestine, sin siquiera saber cómo terminar la frase. Tal vez le quisiera decir de ayudar a su madre, o mínimo de no hacerle daño, pero cuando vuelve a mirarla, ella también la ve muerta, la mirada perdida en el vacío. Así que empieza a llorar. "Por favor", repite, llorando más fuerte. La fragancia de brezo se mezcla con el de los neumáticos quemados, gasolina, plástico y piezas de metal que llenan el interior del carro destruido, añadiendo un tono aún más surrealista a todo ese horror.
El joven extiende un brazo por la ventana. Parece un niño codicioso que mete la mano en una zarza para atrapar la zarzamora más grande y jugosa. Se apresta a cerrar su mano sobre el colgante de ámbar que cuelga del cuello de su madre. Se balancea todavía, se da cuenta Celestine: a pesar de todo solo deben haber pasado pocos minutos desde el momento del accidente. No, no ha sido un accidente: fue ese loco bastardo, pensó con rabia.
El colgante envía un destello en el aire claro de la primera tarde, en respuesta a su repentina cólera.
¿Sólo querías robarnos? se pregunta. ¿Nos mataste para una joya de poco valor que te puede valer a lo mejor unas cuantas libras?
Casi le da risa, una risa convulsiva y amarguísima que se estrangula sola en lágrimas. El chavo la mira de reojo, entonces se agacha entre las placas para alcanzar el objeto de su deseo, gruñendo por el esfuerzo.
En ese momento Celestine siente temblar el asfalto. Las mil lesiones de la cual es víctima la convierten en un nido de nervios sensibles, pero no entiende cual pueda ser la causa. Hasta que no lo ve salir de la curva, sin preocupaciones y a toda velocidad con sus catorce toneladas lanzadas a lo largo de la A82: un buen día también para el conductor del tráiler, evidentemente, al menos por algunos instantes todavía.
Tal vez el joven es demasiado excitado para darse cuenta de lo que está por ocurrir.
El ruido de los frenos arranca gritas desesperadas al asfalto, pero la avalancha de metal es demasiado pesada para poder pararse a tiempo en el espacio limitado que le queda. El conductor cumple casi un milagro, logrando evitar la carcasa de la Prius de Celestine sobre el carril. El joven al contrario lo centra por completo, arrancándolo desde baso sus ojos como el protagonista desafortunado de un dibujo animado. Víctima y agresor sólo tienen el tiempo para intercambiarse una mirada fugaz de comprensión final. Es entonces que la mueca del joven desaparece, coagulándose en una O perfecta de asombro. Sí, piensa Celestine. Sí, sí, sí: ¡muerte, maldito bastardo!
Grita mientras que lo maldice, aunque no se da cuenta de hacerlo. Un grito de dolor, pero sobre todo de ira feroz.
Aunque pudo evitar el auto, el contragolpe con el cual el tráiler arranca el joven, arrastrándolo ya muerto muchos metros más allá, mueve la Prius de casi un metro, enviando otras punzadas de dolor al cuerpo ya martirizado de Celestine.
Ella da la bienvenida a ese sufrimiento como una bendición. La satisfacción de haber visto esa mueca borrada de la faz de la Tierra oscurece todo lo demás. Más tarde será otra cuestión, pero por el momento es suficiente.
Su corazón late violentamente, hasta que la adrenalina comienza a bajar, quemando rápidamente sus últimas energías. Náuseas y debilidad amenazan con sumergirla en cada momento.
"Mamá," llama por la última vez, pero su madre no responde. La colisión la mandó a recargarse en contra su hombro, haciendo rodar el colgante de ámbar arriba de ella. Su madre esta fría, demasiado. El colgante parece quemar sobre su piel.
Celestine tiene la fugaz impresión de que algo se mueve en su interno, después reinicia a llorar.
Sólo entonces se da cuenta de la mano.
El impacto debe haber cortado el brazo del chico a la altura del codo, mientras trataba de agarrar el colgante asomándose en el interior del coche.
Se pone lívido a los pies de la madre como el cadáver de un animalito atropellado sobre la autopista, cosa de hecho no muy lejana de la realidad...
Celestine se concentra sobre el dibujo, en el tatuaje obscuro sobre la piel de la parte posterior que se pone gris bajo sus ojos. Un laberinto. Es de verdad un labirinto como le pareció la primera vez que lo había visto.
Inicia a recorrerlo con los ojos, sin darse cuenta de hacerlo.
Está delirando, mientras la sombra del Aonach Eagach se extiende hacia ella. En el interior del laberinto es muy oscuro. Durante un tiempo Celestine lucha en contra de esa oscuridad, el ámbar sobre la piel quema como si quisiera darle fuerza, pero ella está demasiado débil y agotada. Ya nada le interesa.
El frío de su madre apaga sin gracia ese pequeño fuego recién nacido.
La oscuridad la sumerge.
Celestine se deja capturar.
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