Algo

Algo


A un amigo

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Amaro e noia

la vita, altro mai nulla, e fango é il mondo

Leopardi

Si eres mi amigo aún, mi queja atiende;

si el gusano egoísmo ha carcomido

nuestra amistad, que, cual roído tronco,

al apoyarse en él rómpese y cae,

no leas, no…, mas si eres egoísta,

ya al hallar versos tirarás la carta.

Dudo, he aquí mi mal. Dudo, y no siento

para creer, ni voluntad ni fuerza;

todo es falso tal vez, nunca la íntima

esencia yo sabré de cuanto veo.

Puedo leer tus prodigios ¡oh infinito!,

y analizar la luz de las estrellas

que en lontananza trémulas se pierden,

y analizar la luz de las miradas

y en el alma leer, es imposible.

Y ¿cómo no dudar, si hay solamente

en todo el mundo hipocresía y farsa?

Brillo y honor la falsa gloria crea,

cual con cartón dorado se fabrican

arneses y coronas, mas de lejos,

para el corto de vista, todo es oro.

El mérito se esconde en su modestia

y atrevida se eleva la ignorancia;

así en los mares lo ligero flota

y tan sólo en el fondo existen perlas.

¡Elevarse! ¡Subir!… Si faltan alas,

hay otro medio aún; á las alturas

no el águila tan sólo, también llega

el reptil ¡y es tan fácil arrastrarse!

Y quien está en la cima, si ambiciona

subir más todavía, tiene el medio

de rebajar cuanto á su entorno existe.

¡Y obran tantos así!, mas ¿quién los culpa?,

¡nadie; que aunque cobardes, miedo inspiran!

Otros aun hay, del ambicioso escala,

que de honradez por donde quier blasonan

y, débiles, son cómplices del crimen

viéndolo indiferentes: nunca enlazan

la causa y los efectos: no comprenden

jamás que el mal ajeno puede herirles.

Tranquilo ve el colono arder los bosques,

no se opone al incendio, lo aprovecha;

pero después los aguaceros vienen

y obstáculos no encuentran en el monte,

y al llano corre desbordada el agua,

y el campo inunda y al colono ahoga.

Con su indolencia apática los unos

y con malicia los demás permiten

que en este mundo la mentira reine.

Pero ¿y la juventud? Si el egoísmo

sólo es propio del viejo ¿por qué aquélla

no lo transforma todo en bien de todos?,

¿qué hacen en tanta confusión y engaño

los que por su nobleza y su fortuna

deben á los demás dar el ejemplo?

Vistiendo la librea de la moda,

ridícula cual siempre en sus caprichos,

mirad á ese

gommeux. De su cabeza

más cuida el peluquero que el maestro.

Amigo de toreros y danzantes,

protege siempre el arte, y se diría

que de un monstruo nació, no de una madre,

¡tanto infama y calumnia á las mujeres!

Entre visitas, juegos y teatros

para pensar no tiene ni un momento.

¡Este es el

homo sapiens de Linneo!

Si todos cual él fuesen, hasta el día

del Final no tendríamos juicio.

Al ver tal farsa y tanta infamia ¿en dónde

¡oh verdad y virtud!, puedo encontraros?

Me dicen que en el pueblo, y ¿qué es el pueblo?

¿Es la turba que ríe y alborota

en la plaza de toros, su academia?

¿Es la que he visto recorrer las calles

¡

Viva la libertad!, gritando alegre

y es la esclava tal vez de su ignorancia,

de sus pasiones luego, y de los ídolos

que un día eleva para hundir el otro?

Yo creo que hay virtudes, porque hay vicios,

mas no las sé encontrar donde las busco,

y es que huyó la virtud de las ciudades,

tan pequeñas para ella, acostumbrada

a vivir en el alma de los justos.

Y esto será. ¿Cómo es posible que ella

vea de la ciudad la eterna farsa

sin que desee abandonarla? Creo

ver siempre por las calles del Olimpo

los desterrados dioses. El dios Momo

ha arrojado á Talía del teatro;

quincalla al pormenor venden las Musas;

Venus ya no es modelo del artista,

pues ahora la belleza está en las Furias;

Vulcano pone alegres á las Parcas

fraguando siempre máquinas de guerra,

y Mercurio, en la Bolsa, que es su templo,

embobado contempla al buen Cupido

que, sin venda en los ojos, echa cuentas.

Y Cupido obra bien, porque los hombres

sólo en el interés ya se interesan,

y, del oro á excepción, los que oro guardan

en ellos mismos solamente creen,

que es creer, á fe mía, en poca cosa.

¿Y remedio no habrá? ¿Es, por ventura,

el progreso una rueda que nos vuelve,

después de recorrer siglos de gloria,

al estado salvaje, nuestro origen,

cual vuelve al mar la pobre gota de agua

que desde el mar se remontó en la nube?

El hombre que ha enlazado extraños pueblos

esclavizando al rayo ¿nunca, nunca

podrá salvar esta distancia inmensa

que entre cabeza y corazón existe?

Él, que torna el carbón en diamante,

¿no sabrá transformar el egoísmo

en amor, y engarzarlo en su corona?

¡Oh!, ¡quisiéralo Dios!, entonces fueran

hombres los hombres; las mujeres, ángeles.

Tal día no ha llegado; si una pura

idea ó virtud tienen, la corrompe,

el creciente egoísmo, en sus efectos

parecido al incendio: ¡siempre el humo

mancha lo que la llama ha respetado!

¡Feliz tú! Feliz tú que en la campiña

vives, lejos del ruido, en santa calma,

y en las de invierno, para mí tan tristes,

eternas noches, del hogar en torno,

al calor y á la luz de los tizones,

mientras tu esposa al pequeñuelo mece

cantando dulces cantos, tú á los otros

santas plegarias con ternura enseñas,

y el aire, al penetrar por las rendijas,

los bucles de los niños agitando,

hasta ti lleva el resinoso aroma,

que aquí nunca percibo, del salvaje

pino copudo que en los montes crece.

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