Aforismos

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Sobre esta edición

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SOBRE ESTA EDICIÓN

Lichtenberg empezó a llevar sus “cuadernos de saldos” en el invierno de 1764 a 1765, cuando aún era estudiante en la Universidad de Gotinga. A pesar de su influencia en Goethe, Nietzsche y Breton, y de ser citado por Guillermo Cabrera Infante, Alejandro Rossi y Fernando Savater, su encuentro con los lectores de habla hispana se demoró unos dos siglos. Finalmente, en 1989, el Fondo de Cultura Económica publicó mi selección de los Aforismos. Meses después, Juan del Solar, excelente traductor peruano afincado en España, publicó su versión en editorial Edhasa. La deuda con el escritor alemán comenzaba a saldarse.

En la primera edición y las sucesivas reimpresiones de este libro, los aforismos aparecieron acompañados de las siglas con que L. Albert Leitzmann los clasificó en su edición crítica de 1902-1908. En 1772, Lichtenberg decidió catalogar sus cuadernos (ese año escribió el “C” y conservó la práctica hasta llegar al “L”).

En 1992, Wolfgang Promies, presidente de la Sociedad Lichtenberg, profesor en la Universidad de Darmstadt, novelista, gran aficionado al futbol y uno de los primeros traductores de Julio Cortázar al alemán, concluyó la publicación de la edición crítica de las Obras Completas de Lichtenberg, con la clasificación que hoy se juzga canónica. Ese trabajo culminó la trayectoria del notable germanista.

Promies no sólo reordenó los aforismos sino que aclaró numerosas dudas. En las noches, cuando la familia y los demás sabios de Gotinga ya dormían, Lichtenberg escribía para sí mismo. Rara vez corregía sus manuscritos y en caso de confusión agregaba la frase “yo me entiendo”. El resultado fue una narrativa privada, con palabras rotas que podían significar distintas cosas.

Esta edición revisada toma en cuenta el texto fijado por Promies. Para facilitar la lectura, prescindí de las siglas clasificatorias, que distraen la lectura y sólo son de importancia para el especialista. Además, incluí un puñado de aforismos que traduje para la revista Biblioteca de México y que la UNAM recogió en 2006, en su colección Pequeños Grandes Ensayos.

Lichtenberg se preciaba de que su editor también fuera su casero y su proveedor de vinos. Encontré el mismo apoyo dionisiaco en Jaime García Terrés, director del Fondo de Cultura Económica cuando este libro apareció por primera vez. Posteriormente, como director de la revista Biblioteca de México, García Terrés me animó a que dedicáramos un número al profesor de Gotinga. Mi deuda con él es tan grande como la de Lichtenberg con su casero.

Las últimas palabras de un gran hombre suelen depender de lo que sus seguidores esperan que diga. Muchas veces la reputación se forja por una creativa distorsión de los testigos. Al recuperar el mensaje postrero, los discípulos comprueban que entendieron las lecciones del maestro. ¿Realmente el desmesurado Goethe exclamó Licht, mehr Licht!, “¡luz, más luz!”? Maestro de los juegos de palabras, Cabrera Infante le respondió casi dos siglos después desde su exilio en Londres: “Mehr Lichtenberg!”

¿Qué dijo el profesor de Gotinga antes de morir? También en su caso los rumores se ajustan a su reputación. Se cuenta que rechazó la hostia en su lecho de muerte con el argumento de que el médico le tenía prohibidas las harinas. La escena condensa su ingenio y su fervor racionalista. No en balde la primera interrogante que lanzó al mundo, siendo todavía niño, fue: “¿Qué es la aurora boreal?”

Como Goethe, el autor de los Aforismos fue un cazador de luces, pero no quiso embotellar relámpagos sino chispas. Esta edición procura agregar algunos resplandores al inagotable amanecer de Georg Christoph Lichtenberg.

J. V.

Princeton, Nueva Jersey11 de diciembre de 2011

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