Ada
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El padrino de Lorena se caracterizaba por ser un galeno de facciones muy marcadas para su edad, sus anteojos de montura inglesa soportaba con estilo el grosor del cristal. Su avanzada edad no daba vestigios de quebrantos físicos y su buen humor contagiaba a cualquiera. Estacionó su camioneta cayene tras la imponente cherokee de su hijo. Llevó consigo un maletín de primeros auxilios y el estetoscopio guindando del cuello, vestía aún la bata inmaculada de la clínica que ni siquiera pensó en quitarse al recibir la llamada de su hijo. Dejo el consultorio transfiriendo sus pacientes a un buen colega, amigo suyo, tan aprisa como le fue posible. No dejaba de pensar en su ahijada. Hasta el momento del funeral había prometido a sus padres cuidarla a toda costa, protegerla y conducirla por un camino de bien, pero desde que marchó a Mérida para inscribirse en el Congreso más importante de la Escuela de Ingeniería Civil, sintió que había perdido el Norte de aquella promesa. Su ahijada no era la misma : Temperamental, centrada y obstinada. A veces la encontraba con la mirada fija en cualquier parte, en el jardín, en el techo, en cualquier foco de atención que permitiese a su mente aferrarse a recuerdos de los que no parecía intentar exhibir. Estaba convencido de que ese hospedaje, en casa de viejas amigas de la Universidad era una utopía. Detectó en ella cierta debilidad a la cual no pudo más que traer un par de complejos vitamínicos y ponerlos sobre la mesa del comedor junto a la prescripción, pero con los días se dio cuenta que su ahijada era una paciente muy irritante y desobediente. Aprisa la evaluó. Observando la estabilidad de su estado le sugirió a Sabrina que le buscase un abrigo en el closet, mientras la levantaba de la cama.
- ¿A dónde vamos, papá?- Indagó Marcos. Lucía asustado al
unirse a su padre en el mismo intento.
- A la Clínica. Es importante hacerle algunos estudio y no veo
oportuno esperar a mañana.
- Padrino, está exagerando un poco. Me siento bien. Es solo un
mareo. Quizás estoy consumiendo muchos carbohidratos.
- Lo siento Lorena, pero no te estoy preguntando si quieres o
no ir. Es una orden.
Marcos y Sabrina cruzaron miradas inescrutables hasta que retomaron la noción del tiempo y siguieron las indicaciones del galeno.
La decisión fue hospitalizarla. Era su primera noche en una clínica. Siempre había sido una mujer de buena salud y nunca considero pernotar en medio de tantos galenos. Sus dolores de cabeza fortuitos era lo más cercano a una enfermedad y bastaba un par de analgésicos para librarse de ellos, pero en ese instante sintió que de quien debería librarse era de su padrino. Marcos y él no dejaban de platicar mirando de reojo tras las cortinas azules de los parabanes. Por breves momentos vio a Marcos golpear con los puños entumecidos una de las paredes.
Cerró los ojos y se acostó a dormir evitándose pensar. No deseaba hacerlo. Estaba muy exhausta como para gastar energías en ello. Sabía que su debilidad era el viejo recuerdo de Bruno Linker y si deseaba fortalecerse la mejor cura era olvidar.
¿Pero cómo iba a hacerlo?- No dejo de preguntárselo toda la noche y a las diez de las mañana de ese tres de julio, volvió a preguntárselo. En su mente iba y venía la misma pregunta luego de que su padrino trajera los resultados de los exámenes y el historial médico. Las paredes se le vinieron encima. El techo se presentó ondulado siendo liso y la sensación de vértigo la hizo aferrarse a las sábanas de la clínica. El estómago se contrajo petrificándola. Desde que había abandonado la propiedad Linker no había sentido sus mejillas y orejas acaloradas, fue entonces cuando entendió que estaba ruborizada. “Avergonzada” con aquella impactante realidad. La imagen de mujer decente que su padrino tendría de ella, sin duda alguna, no existía. ¿Qué debía decir?, ¿Qué podía decir si estaba completamente consternada? Creyó que al cruzar el río Santo domingo y alejarse de las tierras de la trasandina todo lo referente a Bruno Linker quedaría en el vacío de los recuerdos irrecuperables. En el pasado. Pero ahora, aquel pasado se transformaba en parte de sí misma, acechándola, convirtiéndola en su presente y ahora en su futuro. Comprendió que todas las acciones vividas ocurren por alguna razón. Causalidad, no casualidad. ¡Las extrañas razones del destino se burlaban ahora de su suerte!
La voz del galeno se escuchaba distante, propagándose en un eco cada vez menos audible. Reconoció el significado de los exámenes de los cuales hablaba frente a la inercia que la poseía. Sus niveles de hemoglobina respondían a un diez que indicaba haber reprobado al igual que algunos niveles de leucocitos y otros que por la profundidad de la jerga médica no pudo comprender. Solo uno de los resultados entendió a plenitud. “El test pack de embarazo realizado en sangre”. Era la primera vez que un positivo le pareció tan negativo. De seguro la ley matemática de los signos fue una aberración algebraica en la ciencia médica. ¿O era porque lo veía desde otra perspectiva? ¿el resultado era tan malo en realidad? Quizás si la situación hubiera sido diferente, en las condiciones ideales. Si el final de un cuento de hadas hubiera sido ese. ¡Sería Maravilloso!, pero en ella tal resultado era solo una muestra de su fracaso personal. ¿Qué debía hacer?... Sin duda alguna, no detendría el embarazo- Le ordenó su Yo interno.
- Lorena, hija, quiero que sepas que cuentas con nosotros,
conmigo en particular- Pausado se sentó a un costado suyo hundiendo un poco el colchón forrado de la camilla- Marcos está confundido si llega a decir algo inadecuado, omítelo. Es normal. Es una noticia que no esperábamos. Creo que deberíamos hablar acerca de este asunto, así evitaríamos que mi hijo se convierta en homicida- Sonrió con gestos forzados- Necesito saber si tu embarazo fue deseado o tuviste algún tipo de agresión que te llevo a este estado. Hija, me veo en la penosa necesidad de preguntar esto, ya que conociéndote como te conozco me es imposible asimilar tu situación, a pesar de estar rodeado de pacientes en estado de gestación- A Lorena le sonó como protocolar, como si su padrino estuviese forzándose así mismo a mantener esa conversación, llenándola a ella de tristeza. Una tristeza que no pudo ocultar. Quebrantada en ánimos miraba de un lado a otro buscando un foco de atención, suplicando que la brisa gélida y casi imperceptible del aire acondicionado de la habitación realizara el milagro y llevase consigo las lágrimas que brotando de sus ojos exponían su debilidad- amor, eres como mi hija y sé lo estricta que eres contigo misma, de ante mano te digo, que si así lo quisiste, no hay nada malo en ello. Un bebé siempre es una bendición. Las mujeres son especiales, principalmente, por esta razón. Tienen el don especial de procrear. De ser madres. Eso ya es una bendición…Pero si no lo quisiste, aunque no podamos reinvertir el tiempo, sí podemos hacer justicia. Yo puedo hacer justicia- Enfatizó- Solo habla conmigo. Dime la verdad. Dime si tu estadía en la finca de esa supuesta compañera o amiga de la Universidad tiene algo que ver. Dime si estuviste de acuerdo o hay un canalla detrás de este asunto. Más simple aún, dime, si ese señor llamado Bruno Linker es el padre de tu bebé.
Lorena evadió su mirada emitiendo un chasquido que pareció refutar aquella oración.
- Te lo pregunto hija, para no irme por las ramas, prefiero ir
directo al grano. Después de tu regreso estuviste recibiendo no una, sino docenas de llamadas de un hombre llamado Bruno Linker, si la memoria no me falla, ese es el mismo nombre de la persona que solía pasarte al celular durante tu ausencia en casa. Me pareció extraño que siempre tuvieras una excusa para no atenderle, sabiendo lo agradecida que decías estar por su hospitalidad y más aún, cuando me pediste darle tu número personal y que lo eliminará de mi agenda. Te respete haciendo en parte lo que me pedias e imagine que el tiempo respondería. He aquí mi respuesta. A ti no te juzgo. Y nadie puede hacerlo ¿qué somos para juzgarte? Por el contrario somos tu familia, tus amigos y te apoyamos, pero si hay un cobarde imbécil tras esto, debes decirlo.
Lorena sonrió lanzándose en sus brazos. Era la primera vez que veía a su padrino indignado e impotente. No sabía cómo explicarse. Las lecciones de oratoria se esfumaron de su mente y hasta la coherencia se disipó abriéndole paso a una serie de frases tartamudeadas. Suspiró hondo luego de reacomodarse en la camilla. Apoyándose en el espaldar empezó a contar. Por breves momentos se ahogaba en un llanto sereno. Recapacitaba y seguía. Su historia contada de esa forma lucía simple. Sin detalles. Por pudor se abstuvo de ellos.
Su padrino sabía cuánto le avergonzaba tener que hablar de su debilidad carnal. Lorena recordó entre imágenes distorsionadas y con poca lucidez la última vez que lo vio. El día en que estaba dispuesta a declarar su amor por aquel prepotente, pero enigmático y deseado hombre. Debió ser como lo soñó. No como ocurrió. El nefasto recuerdo de su posesión. La rigidez del escritorio lastimando su espalda y aquellas miradas inescrutables penetrando su alma como dagas ardientes. Ese recuerdo se llevaba a tierra la onírica entrega en las bellas laderas que rodeaban la Mucoposada de Valle encantado. Aún así, respondió en un rotundo: No, a la enésima vez que preguntó si había sido forzada. ¿Cómo podría afirmar lo contrario si deseó cada beso y cada caricia de sus manos? Si aún a través del tiempo, distante y ausente ansiaba ser presa de la calidez de su cuerpo. Ansiaba esa energía corporal, ese algo, hasta espiritual, algo semejante a un néctar de vida insustituible; era imposible negarse al placer de esa hoguera y albergar la posibilidad de sentir el mismo placer en otro cuerpo…Lo amaba. Esa era su verdad, pero era lo suficientemente inteligente como para reconocer la indeterminación de la ecuación cuadrática que él y ella habían calculado sin la mínima idea de variables dependientes e independientes. No había vuelta atrás. Reconoció que la mejor cura para su quebranto era la amnesia. “¡Dios santo necesito olvidar!. Deseo ser como un c.p.u. y poder formatear mi disco duro, las unidades de disquetes extraíbles y con mágica nano tecnología hasta la memoria caché. Empezar de cero. Comenzar con hojas en blanco mi libro de Excel” – Se aferró a los brazos de su padrino quien no dejó de repetir bromas que en otras circunstancias la habrían hecho doblegarse de la risa. Quizás se animaría y respondería con otro chiste o lo animaría a seguir la misma línea, pero esa mañana no tenía ganas de reír. Su rostro se enserio al compas del dorso de las manos deslizándose bajo las ojeras recientes para deshacerse de mala gana de tantas lágrimas. Alisó las sábanas sobre su cuerpo luego de tensarlas. Chasqueó los dientes y dijo: Bueno , padrino, a partir de hoy soy una nueva Lorena Blasco Veragua. Admito que tengo un sustico, acá a un costado de mi pecho, pero esta prueba no debe ser más difícil que cálculo diferencial o que matemática especial- Bromeó y su padrino se unió a ella mientras recogía la carpeta con los resultados del diagnostico- No ha de ser difícil ser mamá.
- Te felicito hija por tu sensatez y te agradezco no haber
recurrido a mí, pidiendo un favor que atentará contra mi moral y mi buen juicio. De todas formas me habría negado. Sin argumento alguno que beneficiara tu solicitud…Ahora hija, te pregunto: ¿piensas llamar al padre de tu bebé y hacerlo partícipe? ¿No me digas que actuarás como lo hacen casi todas las mujeres?- Ésta última pregunta silenció o prolongo un poco más el tiempo de respuesta, precediéndola un enigmático suspiro- cada criatura merece saber quien le ha engendrado. Sean las circunstancias que fueran.
- No lo sé, padrino. No necesito de un hombre a mi lado para
criar a mi bebé. Soy lo suficiente independiente y capaz para continuar con mi vida y la de esta criatura.
- No digo que no lo seas. Pero ahora no puedes pensar solo en
ti. Y espero que aceptes que pueda estar junto a ese bebé el tiempo que me quede de vida, hasta podría ser algo así como el padre, el abuelo y el padrino.
Alguien corrió la tela azul del paraban que la separaba de la otra camilla en donde una paciente dormía con un par de bolsas de solución de cloruro de potasio, analgésicos y protectores gástricos circulando hacia ella vía intravenosa. Un tendido de manguera trasparentes colgaban desde el soporte metálico hasta un catéter. Se sobresaltó un poco con la voz de alguien, lanzó una mirada fría y terminó girando la cabeza hacia el otro lado restándole importancia a los presentes.
- Yo le daría mi apellido a tu bebé, Lorena.
Sus ojos se irritaron al instante, inundados, tristes o alegres. Lorena no sabía reconocer lo que estaba sintiendo. Una mezcla de sentimientos que no podía identificar. Su amigo Marcos Arcadipane, quien estaba a pocos meses de contraer nupcias con la prestigiosa hija de un asambleísta estaba ofreciéndose como representante legal de su bebé. Sabía lo importante que era esa decisión en la vida de un joven que siempre ha soñado con tener un hogar. En la vida de su mejor amigo.
Él corrió a abrazarla, disculpándose por no poder evitar ocultarse para escuchar su conversación. “Si tú me lo pides voy en este preciso momento hasta Altamira de Cáceres y lo traigo a patadas a Caracas”
Se ofreció, pero un basta de Lorena y la certeza de que jamás se verían de nuevo lo acalló llevándolo a un profundo silencio. Lorena supuso que él y su nana deberían estar en su país: Holanda. Después de todo su estadía en Venezuela era temporal. Quizás asistiría a uno que otro evento de caballos de paso en las ferias del Sol o las de cualquier otro estado, luego regresaría a su estresante vida empresarial.
Se sintió dignificada. Tenerlos junto a ella era todo lo deseado para sobrellevar las ruinas de su propio templo. La reconstrucción podría ser lenta, quizás difícil, pero jamás se ha dado por vencida en proyecto alguno. ¿Por qué entonces se dejaría vencer en su propia edificación?
Finalizados oportunamente los abrazos y las confesiones, una enfermera se acercó hasta la camilla para disponer la instalación de bolsas con solución salina, protector gástrico, vitaminas pre-natales con alto contenido ferroso y ácido fólico. Suspiró al reconocer que ya serían dos en la habitación conectadas a una red de mangueras trasparentes. Un pinchazo en la vena antecedió a la instalación del catéter, el cual terminó adherido a su brazo por un trió de cintas adhesivas. Lorena no pudo evitar quejarse mientras se mordía los labios y amordazaba las quejas.
Sabrina no estaba allí. Extrañó su presencia y esperó que estuviera con ella cuando su padrino regresará para la evaluación gineco- obstetricia. Se sentiría más relajada si Sabrina estuviese a su lado en lugar de Marcos. En una hora, aproximadamente deberían estarla trasladando en silla de ruedas al consultorio de obstetricia para evaluar el estado de gestación.
El vuelo con destino a Maiquetía no tuvo los comunes contratiempos por la constante nubosidad en épocas de lluvia. Salvó las preguntas excesivas por los agentes de seguridad aeroportuarias al visualizar el arma en uno de los equipajes y la exhaustiva revisión del porte de la misma, no tuvo ningún otro percance. Era algo a lo cual debió estar acostumbrado desde su arribo, a pesar de que en Venezuela una gran parte de la población está armada ilegalmente. Con equipaje en mano llegó a la salida del aeropuerto, seleccionó un taxi de línea y embarcándose se dirigió al Hotel Tamanaco Internacional. El hotel en el que se hospedó al llegar por vez primera a Venezuela. Estaba satisfecho por la suntuosidad, atención y confort brindado, así que imaginó que ese sería el mejor lugar en donde poder revivir los mágicos momentos junto a su amada Lorena Blasco Veragua. Se degustaba en silencio el contorno de sus labios y con tan solo recordar la suavidad de sus caderas su viril instinto se apoderaba de su raciocinio. Las glándulas sudoríparas despertaban segregando feromonas que solo el vivo recuerdo de su sacrosanta desnudez lograban activar.
El tres de julio se registró en la recepción del hotel dejando su fecha de retiro abierta. Ansiaba que ese mismo día las sábanas de su suit estuvieran impregnadas del delicioso aroma que solo la piel de la única mujer condenada a sus besos podía emanar. Como había planificado su agente de viaje y el hotel habían resuelto sus problemas de logística. Desempacó el equipaje, se duchó y se cambió de atuendo. Se roció un poco de su perfume masculino: Pacco Rabanne y ajustándose la corbata azul intenso se bebió una copa servida de cognac. A las cuatro y veinte, hora vespertina abandonó las instalaciones del hotel rumbo a la “Tintorería Blasco Veragua”.
El auto rentado fue un porshe convertible, importado, de dos asientos. De un gris satinado reluciente. Desde que subió a él no dejó de imaginarse paseando junto a Lorena por hermosos lugares turísticos, justificándose al ser un foráneo con sed de conocer la ciudad. Se dejó guiar por el gps del automóvil aunque de vez en cuando desviaba las coordenadas del equipo, aceptando las rutas seguras que el recepcionista del hotel le habría sugerido. Se desplazaba con cautela, observando cada calle y avenida. Buscaba una Floristería antes de llegar a la tintorería de Lorena y a razón de ello se desvió en varias ocasiones del destino marcado como principal, en el gps. Cuando por fin la consiguió entró a comprar un hermoso ramo de rosas rojas que exhibía en el centro un encantador oso de felpe de lazos rojos con una tarjeta a la espera de ser escrita guardada entre las regordetas patas. Recordó aquella ocasión en que José Artíaga le hizo llevar un ramo de rosas. El rostro de Lorena denotaba sorpresa, pero también incredibilidad. ¿Por qué supondría que él sería capaz de llevarle rosas?¡Coño! ¿Por qué yo no fui capaz de obsequiarle todas las rosas del jardín?- Se recriminó a sí mismo- Si estaba sintiendo tanto revuelo en mi pecho cada vez que estaba a su lado… Ya lo sé. ¡Por imbécil!
Compradas las rosas decoradas se sentó en el auto y escribió algunas palabras en la tarjeta que luego insertó de nuevo en el mismo lugar. Encendió el motor haciendo el respectivo cambio de velocidades emprendiendo de una vez por todas, el camino hasta donde se encontraba la mujer que definiría los designios de su vida.
Se estacionó frente a la fachada mientras detallaba la magnitud y colorido del aviso en costosa fibra de vidrio. Por un instante se sintió pesado, como si una fuerza infrahumana estuviera hundiéndolo en el asiento de cuero impidiéndole proseguir en el alcance de su sueño. Reacio a sí mismo se puso de pie trayendo el ramo de rosas en manos. Firme y seguro, como siempre ostentaba serlo, se encamino hasta la entrada principal. Un par de clientes se apoyaban en el mostrador mientras una de las dependientes tipiaba algo tras la máquina registradora y llenaba a mano unos formularios para hacer entrega. Tras suyo dos empleadas más buscaban entre los trajes colgados con protector plástico uno de los solicitados. El perchero era una larga barra horizontal repleta de trajes por retirar. Se escuchaban silbatos de los secadores a vapor y el ruido emitido por el motor de las lavadoras y secadoras. Bruno Linker miró a fondo como quien inspecciona el área. Deseaba verla allí, tras el mostrador, pero su deseo se convirtió en frustración.
- A la orden, señor. ¿En qué le puedo ayudar?- Escuchó a
alguien, quien terminó siendo la mujer que tecleaba la máquina registradora. Era una mujer simpática de cabello rojo. Sus ondulaciones de fuego la hacían inconfundible en cualquier multitud.
Al sonreír con cortesía dejó ver un par de frenillos de corrección dental- ¡Que bellas rosas! Es poco común ver hombres con rosas en las manos- Bruno Linker le correspondió con una sonrisa sintiéndose incomodo.
- Busco a la señorita Lorena Blasco. ¿Podría usted decirle que
Bruno Linker desea verla?
Apenada, por creerse demasiado atrevida, la vendedora desistió de su labor y se apoyó en el mostrador para atenderlo- Señor, cuanto lo siento, pero la señorita Lorena no se encuentra.
- ¿Y a qué hora regresa? – quiso saber mirando su reloj de
brazalete- Vera, soy un amigo suyo, a quien esperaba mañana, pero me adelante un poco. Agradecería si me dice en dónde puedo ubicarla.
- En la clínica Santísima Trinidad del Centro. Verá señor , lo
que pasa es que, hace tres días la señorita tuvo un desmayó, en horas de la tarde y ya en la noche la estaban hospitalizando, hasta hoy no sabemos nada de ella. Esperamos que no sea nada delicado. Ella no es de enfermarse, a lo mejor solo la tienen en observación. Que su padrino sea accionista de una clínica tiene sus ventajas. Si usted quiere, puedo darle el número de la clínica.
- Por favor, no, indíqueme como puedo llegar allá.
La muchacha fue muy servicial al tomarse la molestia de escribir la dirección en una pieza de papel, hasta le dibujó un mapa con aspecto de jeroglíficos de unas cuantas avenidas por donde debería cruzar. Bruno Linker empalideció y de repente se quedó sin pensamientos. Nublado, apenas pestañaba. Solo conducía. Solo cambiaba de velocidades cuando era oportuno hacerlo y presionaba la bocina en cada esquina en donde violaba alguna luz de alto o de paso peatonal. Conducía con sagacidad en medio de la prisa que insertaba en la caja de velocidad. No le importó ser detenido o que algún fiscal de tránsito lo multase. Lo único importante era ella.
Una hora más tarde llegó a la mencionada clínica. Tuvo dificultad para estacionarse, pero terminó haciéndolo en el área de asuntos clínicos. En un par de zancadas había cruzado el umbral de la puerta principal. Traía consigo el ramo de rosas como quien carga una bolsa de víveres. En recepción averiguó Dos cosas. Primero si Lorena Blasco Veragua estaba hospitalizada allí y Segundo : en dónde la tenían. Hubo una tercera pregunta que la enfermera no pudo responder descontrolándolo por completo. ¿Podría ser grave? ¿Podría ser un accidente? ¡Odiaba las formalidades, de seguro esa era la razón por la que no podía dar información de su caso!
- Habitación veintinueve del primer piso- Le habría dicho la
Enfermera. Subió al ascensor desde mezzanina hasta el primer piso en donde con pasos presurosos seguía la secuencia de la indicación numérica en la parte superior de las puertas. Las rosas se agitaban de un lado a otro al ritmo de aquellos pasos deshojándose y arruinando la comodidad en que se hallaba el bello oso de felpe. La tarjeta amenazaba con caerse.
Faltaba poco para las seis de la tarde. Sabrina había llegado a tiempo para la evaluación gineco- obstetricia de la mañana y desde entonces no se había despegado de su lado. Marcos entraba y salía. Era quien buscaba los artículos que ambas necesitaban. Se encargaba de las meriendas de Sabrina ya que su amiga debía seguir la dieta rigurosamente servida en la clínica, así que en ese momento no se encontraba el prometedor, lanza puños.
- Lorena- Murmuró alguien, en medio del silencio de la
habitación. La voz liberó fonemas extranjeros. Pudo ver como una joven se ponía de pie de la camilla en donde reposaba su amada buscándolo con la mirada. Ella se reacomodó estupefacta.
- ¿Bruno?...¿qué haces aquí? ¿quién te dijo que estaba acá?-
Tartamudeó.
- Eso no importa.
Un silencio sepulcral inundo la habitación. Sabrina lo reconoció al despertar del letargo en que aquella presencia la habría sumergido- Yo lo conozco. Yo lo he visto a usted. ¿Dónde? ¿Dónde?- Parecía remover uno a uno los recuerdos- ¡ya! Usted es el joven de quien nadie supo en el Congreso.
- De haber sabido que usted era la amiga de Lorena me habría
evitado muchos quebrantos- Sonrió- Ya comprendo lo de las firmas de Lorena en la lista de asistencia.
- No. ¿Qué es esto?- Se pronunció molesta Lorena mientras el
monumental hombre de sus sueños dejaba el ramo de rosas en su regazo- Le pido señor Bruno que se marché. Usted no tiene nada que hacer acá. No tiene porque estar acá. Váyase o me pongo a gritar a los cuatro vientos para que lo saquen como un delincuente- En un asalto de ira arrojó el ramo al piso ante la mirada de los presentes. Algunos pétalos se esparcieron bajo la camilla y curiosamente el oso de felpe y lazos permanecía en el mismo lugar.
Sabrina intervino calmándola- Amiga debes serenarte un poco. El señor Bruno está aquí. ¿No te das cuenta de lo que significa? No estás sola en esto Lorena. Escúchalo. Creo que ambos deben hablar…- Recogió el ramo de rosas un tanto maltratado y lo dejó en una de las mesas laterales- Amiga es él, le hombre de quien te hable. Asistió a todas las conferencias del Congreso. A todas.- Enfatizó.
- Y créanme que infraestructuras, materiales, vigas y
resistencias no son mi fuerte. Fue la mayor tortura a la que pude someterme por ti Lorena…Deseaba verte con todas las fuerzas de mi alma.
Lorena se despojó de la aguja que estaba inserta en el catéter e hizo a un lado la red de mangueras trasparentes mientras se ponía de pie aún en contra de las ordenes de su amiga. Al poner un pie en el piso se balanceó. ¡Otra vez el inoportuno vértigo! Bruno Linker corrió a su lado y la sostuvo. ¿Qué tenía ese hombre para siempre estar allí, tan cerca de sus caídas? – Intentó deshacerse de mala gana de aquellas manos que con solo rozarlas electrizaban todo su cuerpo. Era una especie de carga electromagnética que siendo opuestas buscaban fundirse. Sabrina pudo verse en los ojos negros de aquel hombre y comprendió que debía dejarlos solos. El brillo de aquellas pupilas eran las de un hombre triste. Derrotado. Un hombre que luchaba por conquistar su mundo.
Hallándose ambos. Ignoraron la paciente de la cama contigua al igual que ella hizo lo propio. Bruno la sostuvo en sus brazos. Cerró los ojos al besar su cabellera mientras el corazón se le destrozaba al escucharla llorar cabizbaja entre sus brazos y pecho, vio como se rehusaba a su contacto una vez más, tan íntimo, empuñando las manos inmersas en su propia impotencia. Se creyó más fuerte, pero ante aquel imperio de sensaciones constató su realidad… Bruno no la dejaría irse. No esta vez. Jamás la iba a dejar marcharse.
- Perdóname Lorena. Me deje llevar por los celos ignorando la
trampa que Yoneida nos había tendido- buscó su rostro acunándolo entre sus manos. Con los dedos pulgares secaba sus lágrimas al instante en que sembraba besos en la piel de su frente- Lorena, no he podido olvidarte. Te amo como jamás ame a ninguna mujer. Te deseo y te amo. Quiero que me perdones lo imbécil que fui al sacarte de mi vida…desde que te subiste en mi camioneta en aquella carretera fuiste parte de mi esencia. Tienes ese no sé qué capaz de atarte a un madero ante la intemperie y proporcionar vida con solo saberte cerca…Por eso vine a buscarte, pero me encuentro con que estás acá conectada a ese montón de mangueras desde hace tres días. No quiero perjudicarte. Serénate. Eres una mujer muy inteligente, racional en todas tus partes- Sonrió alegre- Ya tendremos tiempo para insultarnos, para reprocharnos cosas, pero ahora cálmate, por favor.
Lorena no sabría explicarse el efecto que él tenía sobre ella, pero bastaba una petición, su voz y sus manos para hacerla doblegar o desistir de cualquier intento.
- ¿Por qué te tienen internada?
- No es su problema, todavía soy racional así que le suplico,
que se marche. Me ha visto, eso basta, entienda que desde el momento en que cruce su bendito puente usted dejo de existir para mí. Le recomiendo hacer lo mismo señor Linker.
Al verla de nuevo en la camilla se puso de pie, brazos cruzados a su lado. La miraba de esa forma que tantas veces la hizo derrumbarse. La intimidaba. La seducía. Era algo inexplicable, quizás la manera en que mordía sus labios mientras buscaba la expresión adecuada o el brillo enigmático de sus ojos negros al escudriñarla.- Me niego…Eres mi prisionera, ¿lo recuerdas?- Indagó en baja voz, casi audible a sus propios oídos. Un esbozo de sonrisa pareció iluminarlo todo.
- ¡Por Dios! ¡Qué locura! no estoy en su propiedad y si no
quiere que levante una denuncia en su contra por acoso, márchese.
- Lorena no puedo marcharme, no puedo distanciarme más de
ti. Te necesito. Sí, sí, sé lo que piensas, pero te mentí. No soy tan fuerte como te lo quise hacer creer…Tú me hiciste débil…Dime por favor, ¿por qué estás acá?.
- Tengo lepra. Ahora lárguese- Espetó.
Esperaba que con tanto desprecio se marchará, pero por el contrario escudriñó la habitación en busca de una silla, hallándola fue tras ella y la colocó a un costado de la camilla, sentándose se arregló el nudo de la corbata.
- Entonces necesitaras quien te cuide.
Una risa muy sonora atrajo la atención de ambos. Luego una tos seca que hizo doblarse a un costado de la camilla a la paciente de al lado mientras luchaba con la red de mangueras delgadas-
- ¡Vaina, chama! – Continuó riéndose a pesar del ahogo
esporádico que le producía el ataque de tos- Disculpa que me meta, no es asunto mío, pero es que nunca he visto a un hombre que mendigue tanto por una mujer de esa manera. ¡Parece de telenovela!
- ¡Entonces, no se meta!. ¡Usted debería estar durmiendo!
Bruno Linker tampoco pudo evitar reírse concediéndole la palabra a aquella fisgona tan oportuna con un movimiento de manos, al instante en que arqueaba las cejas.
- Debería darle gracias a Dios que le ha puesto en el camino un
hombre que implora por su amor cuando a muchas de nosotras nos tocan las migajas del piso. Mírese, lo afortunada que puede ser usted y su bebé.
- ¡Cállese!, ¡cállese! ¡no sea entrometida!.
- ¡Ah disculpe! , pero es que me incomodaría tener que
compartir la habitación con usted teniendo semejante diagnostico. ¿A quién se le ocurre? ¿ Lepra? ¡El pobre hombre debería haber salido corriendo si no la amara tanto!
Se dio la vuelta bajo las sábanas y se echó a dormir.
- ¿Estás esperando un bebé? – Indagó inmerso en una especie
de estupor que le impedía pensar. Recordó el episodio de la hija de Fabiola y algo en su interior se contrajo. Luego le vino a su mente las palabras de la nana, iluminando su interior. Esbozó una sonrisa al acercársele mientras buscó apresar su mano fría entre las sábanas.- ¿Voy a ser papá?
- ¡Ni soñar! – Espetó – Por favor lárguese, lárguese, lárguese
de una vez por todas…Déjeme descansar. Deme tiempo para pensar.
¿Pensar? ¿Pensar?- Se decía así mismo Bruno- Con lo testadura y creativa que eres, te inventas una nueva historia y te marchas para siempre. Te amo Lorena. ¿Es qué no lo puedes entender?- Deseó poder expresarse en alta voz, pero un nudo en la garganta se lo impedía.
De repente.
Se lanzó sobre ella y apresándola entre sus brazos la besó. Fue un instinto… Un beso escurridizo, forzado, que poco a poco desistió en fuerzas doblegándose al ritmo del arco simétrico de los suaves labios. Su mano acarició su espalda deseando acoplarse a ella para siempre. ¡Esas traicioneras sensaciones! ¡Ese calor! ¡Tanto fuego en su mirada! ¡Estaba pérdida! Realmente estaba condenada a aquellos besos que tanto ansiaba, pero el raciocinio y el recato debían ser mayores.
- Ya decía yo que tanto pensarte era por algo más.
El pasillo que conducía a la habitación de Lorena empezó a ser concurrido por las cercanías a la hora de la visita. Desde las seis, hora vespertina hasta las siete de la noche, fin de las visitas e inicio de la revista médica y cambio de turno tanto del personal de enfermería como en el de galenos de guardia. Un peculiar taconeo atrajo la atención de Sabrina Salle Sena haciendo que se lanzará sobre él, unas cinco habitaciones antes. Lo tomó del brazo mientras lo enredaba con sus peticiones y tono juvenil que tanta suspicacia creaba en él. “Están pasando revistas, vamos “Por instante se detuvo preguntándose las razones de aquella curiosa actitud en su amiga. Solía preguntarse el por qué alguien decía lo que decía. Su típico Consejo. Acostumbraba decirle a Sabrina, especialmente a ella, a quien consideraba más fácil de enredar con promesas. “Cuando alguien te diga algo, cualquier cosa. Pregúntate: ¿por qué ha dicho este tipo o esa tipa, eso?” “Nadie habla por hablar. Todos tienen un mensaje que dar bien a su favor y casi nunca en su contra, al menos que sea por idiotez” Insistió, pero también ella lo hizo, llevándolo con mil pretextos al cafetín de la clínica.
- ¿Pero si vengo de allá, he traído lo que me pediste?
Se dio media vuelta, aún contradiciendo las peticiones de compañía de Sabrina.- Además es hora de visitas, no de revista médica.
- Espera, espera Marcos, por favor. Lorena tiene una visita
especial, no querrás hacerle pasar un mal rato a nuestra amiga ¿cierto?.
- ¡Cierto!, pero si es una visita especial, entonces ha de ser
también amistad nuestra, entonces no hay ningún problema en que le acompañemos.
Sus pasos fueron tan renuentes y presurosos que se escabulleron de las manos de Sabrina siéndole imposible impedirle que entrará a la habitación.
Al cruzar la puerta vio a Lorena inmersa en un llanto mudo tras los brazos de un hombre bastante robusto que le besaba la cabellera. Aparentaba una edad madura. Treinta- Dedujo- “mayor para una mujer como Lorena”. Vestía un traje de muy buena tela y gusto, La cabellera aparentemente castaña, no daba el mínimo indicio de semejanza con alguien de sus conocidas amistades.
- ¿Qué pasa aquí Lorena? ¿estás bien o alguien te está
perturbando?
- ¡Qué suerte tienen algunas leprosas!- Murmuró la muchacha
internada en la cama de la esquina quien al instante fue ignorada.
En otra circunstancia a Bruno Linker aquel comentario de la paciente de la cama contigua le habría causado gracia, pero ante el destello de las pupilas del joven parado en jarra junto a él, la situación traía impregnado un aire de batalla.
Ante la mirada estupefacta de aquel joven, a quien reconoció como Marcos, se presentó extendiéndole la mano.
- Permítame presentarme. Soy Bruno Linker. Usted debe ser
…- Un puño macizo impacto contra su rostro haciéndole girar la vista y dejarle la mano extendida. No reaccionó. En su interior sabía cuan merecedor era de aquellas bofetadas. Sabrina saltó a sujetar a Marcos mientras Lorena intentaba librarse de las delgadas mangueras volviendo a desconectar la aguja del catéter conectado en la vena de su brazo.
- Soy quien le enseñará a respetar a una mujer. ¡Canalla!
¡Cobarde!.
¿Cuántos golpes debería recibir por su idiotez? En ese instante recordó las palabras de Tomás, su capataz y comprendió, que la defensa de la dignidad de una mujer no tiene distinción geográfica, ni social. Jamás debió atentar contra su buena moral.
- ¿Qué espera? ¿eres tan cobarde como para defenderte?
- ¡Basta, Marcos! – Exigió Lorena. Temerosa de que la
situación se tornara más conflictiva. Trató de dar algunos pasos al pie de la camilla pero Marcos la detuvo. Su voz imperativa la sorprendió y en cierto punto la hizo retroceder. ¿Qué estaba pasando con ella?, ¿Por qué permitía que esos dos le dijeran qué hacer? ¡Era su vida y todavía era racional como para saber qué deseaba! Y aunque fuera una locura: deseaba estar con ese imbécil holandés.
- ¡Basta ya! ¡Los dos! Marcos te agradezco de corazón lo que
haces por mí, pero puedo defenderme sola y a ti, Bruno: vete, por favor. No es el momento. No debes estar acá.
- ¿Cómo qué no debo? Estás embarazada y estoy seguro que es
mío… lo puedo sentir, aquí- A Lorena se le agitó el corazón y se le humedecieron los ojos al ver como se presionaba su pecho, como si quisiera arrancarse el corazón para mostrárselo, recordó lo suave que era aquella parte de su cuerpo. Añoró de repente sus vellos y la calidez emanada de sus poros- ¿Cómo crees que puedo marcharme? Lorena… no he dejado de amarte.
Ante el silencio de su amada se dirigió al agresor mientras escudriñaba alguna palabra en el semblante estupefacto de la jovencita, amiga de Lorena Blasco Veragua, esperanzado en que pudiese interferir por él, después de todo era la única que podía hacerlo. Lo había visto asistir puntual a cada una de las conferencias de un Congreso de lo cual le importaba un bledo lo que se dijera en él. ¡Una semana completa haciendo el papel de guardaespaldas, promotor o cuanto rol les cruzará por la mente a las creativas chicas que lo vieran! …Habían trascurrido días de cruel espera para ese evento, esperándolo con ansias. Convencido de poder verla de nuevo y recuperarla. - No soy el cobarde que piensa- Espetó- He venido a hablar con Lorena y a pedirle que se case conmigo, ahora que sé, que seré padre, redobló mi petición.
- Lorena no le necesita y será mejor que se largue- Sabrina
quiso decir algo, pero Marcos la calló levantando la mano muy cerca de sus labios gruesos de impactante tono frambuesa.- Sus intenciones no han de ser nada buenas para una mujer como Lorena.
Una enfermera que pasaba por el pasillo reportó la novedad en el departamento de vigilancia y en ese momento un par de ellos irrumpieron en la misma. Eran dos hombres obesos, con el uniforme azul celeste y franja vertical roja en los pantalones azul marino. Con las preguntas de rigor en situaciones de conflicto respondieron a la petición de Marcos Arcadipane de acompañar al señor Bruno hasta fuera de las instalaciones. Sin defensa alguna abandonó el área por sus propios medios y en completo silencio.
“ Bruno, espera- Dijo su yo interno sin poder hacerse audible- Espera- suplicó mientras se estrujaba el pecho con el brazo repleto de cinta adhesiva para fijar el catéter a su vena. Impotente cerró los ojos y se sentó en la camilla a llorar ante la mirada desconcertada de sus amigos. La paciente de la cama contigua la miró con tristeza mientras en silencio lloraba arrancándose las lágrimas del rostro. Renegando de su propia suerte y envidiando la de esa mujer que ignoraba lo afortunada que era- …”No te marches Bruno, por favor. Estás aquí. Eso es lo único que importa. ¡Bruno! ¡Bruno!”- Pero los gritos eran internos. La muralla de sus labios impedía liberarlos.
La hora de la visita terminó. Marcos, su amigo, se marchó dejándola nuevamente con Sabrina Salle Sena y la paciente de la camilla contigua, a quien de por sí, empezaba a detestar. Llegó a estudiar la posibilidad de pedirle a su padrino un cambio de habitación en caso de tener que permanecer un día más internada. ¿Cómo podía ser tan insolente, tan metida? ¡Como si hablará por la herida!. Por un momento se detuvo a preguntarse las razones por las que estuviera internada. Lucía muy joven, más joven que ella misma. Sus uñas de gel decoradas con incrustaciones y sus manos delicadas hablaban de una vida cómoda ¿o quizás era oficinista? ¿O recepcionista? Pero ¿qué le importaba a ella su vida? Por su culpa Bruno Linker se había enterado de su embarazo y eso, era imperdonable. Bueno- Pensó- “conociéndolo como lo conozco, eso era algo que podía descubrir por sus propios medios en cualquier momento”.
Para un hombre como él, no hay nada imposible, después de todo, siempre consigue lo que quiere- Recordó esperanzada.
Esa noche Bruno Linker no pudo concebir el sueño, ni siquiera entre las confortables colchas y almohadones de la habitación cinco estrellas. Permaneció largas horas en la barra del bar del hotel. Meditando acerca de su vida y sus repentinos cambios. No se arrepintió de haber viajado hasta la Gran Caracas, por el contrario se felicito. Iba a ser papá y le pareció un sueño. Se preguntó lo qué pensaría su nana de todo ese desenlace e imaginó verla sonreír de alegría. Complacida. Nana Verónica ansiaba estar rodeada de niños a quien poder llevar al parque o a quien cocerles un pastel de manzanas y peras- su especialidad- con crema chantillí y lluvia de confites. Él no lo podía negar: Le encantaba su pastel. Hace tanto tiempo que no lo recordaba. Los preparó para él y su hermana hasta que cumplieron trece años, después los preparó de almendras o torta Suiza y las decoraciones desde entonces eran de aburrida elegancia. Decía que los confites y las cremas eran solo para niños y cada vez que decía eso se preguntaba en su interior si él aún- en lo más profundo de sí mismo- lo seguía siendo.
En la barra consiguió un compañero de tragos y pesares. Diez años mayor, divorciado y empresario. Según decía, lo tenía todo. Buen auto. Propiedades. Mujeres para el placer. Viajes. Negocios e inversiones. “Faltaba algo” – admitió con un par de copas encima que comenzaban a diezmar su lucidez- “Amor”, amigo. “Amor”- Enfatizó- “Es que la vida es una vaina seria”- Le dijo- “Dios al hombre nunca le da todo junto. Nada es perfecto. O te da dinero o te da amor. De uno te gozas y del otro mendigas”.
Bruno Linker cayó en un estupor extraño que lo hizo meditar. ¿Su compañero de copas era su reflejo? ¿Sería Bruno Linker, en diez años un tipo como él? ¿Tendría un hijo o una hija en algún lugar del mundo sin reconocer y cuidar? ¿ Seguiría siendo exitoso en los negocios y fracasado en el amor. ¡No podía permitirlo! ¡No! ¡Dios es una divinidad!. Un ser bueno y generoso. Eso decía su nana. Recordó la palabra fe y su significado. Dejó la copa sobre la barra, pidió incluir la cuenta a su habitación y se retiró sopesando el valor de la fe. Él no podía terminar así. Se convenció de que él sería la excepción. Él sí tendría todo lo deseado para sí mismo. No era egoísmo. Era una súplica. Un deseo inmerso en el alma. ¿Qué ganaba con embriagarse?- Recordó las palabras de su nana Verónica- ¡Debía tomar decisiones!
En la habitación se dio un relajante baño en el jacuzzi. Apagó las luces superiores y solo dejó encendidas la tenue luminiscencia de las laterales. Sin ruidos. Un profundo silencio. Pronto el sueño se apoderó de su exhausto cuerpo obligándolo a salir del baño para meterse entre la colcha y los almohadones. Cerró los ojos mientras, por primera vez le pedía a Dios, con un fervor desconocido, que le concediera ser feliz junto a la Prisionera de sus brazos. A la mañana siguiente se subió al porshe rentado y lo puso andar rumbo a la clínica en donde tendrían internada a Lorena Blasco Veragua.
A su paso compró otro ramo de rosas, esta vez sin oso de felpe. En su lugar guindaba un reluciente lazo de terciopelo color vino tinto junto a una tarjeta que escribió sobre el volante del auto. Dos palabras. Dos palabras que sintetizaban su sentir:” Te Amo”
Cuarenta minutos después se estaba estacionando en las afueras de la clínica. Respiró profundo y se encaminó hasta las puertas de vidrio de la recepción. Seguro de sí mismo se aferró al ramo de rosas, por un momento parecía haber aspirado el delicioso aroma expelido por los pétalos mientras en cortas zancadas se abrió camino hasta el ascensor. Abordó y marcando el botón digital del primer piso llegó hasta el mesón de recepción del área de internos. Se disponía a cruzarlo. Después de todo, contaba con la información necesaria: “Habitación veintinueve”, pero en ese entonces una voz grave le hizo detenerse enfrentándola. Un robusto empleado de seguridad tenía su descripción la cual completó confirmando su identificación y por orden de Marcos Arcadipane, hijo de uno de los accionistas de la clínica debía desalojar el recinto. Bruno Linker miró de un lado a otro. No pudo evitar frotarse el mentón, solía hacerlo cada vez que estaba desconcertado. Chasqueó los dientes e hizo un ademán de desprecio. ¿Qué más podía hacer? ¿un escándalo?. No era procedente. Dio media vuelta disponiéndose a salir, pero su olfato recordó la presencia del ramo de rosas haciéndolo girar sobre sí mismo y ante la sorpresa del empleado de seguridad le confió la entrega del ramo a la señorita Blasco. “Bruno Linker, inversionista, dueño y señor de suntuosos hoteles, restaurantes entre otras bienes raíces estaba siendo por primera vez en toda su vida, despreciado e ignorado, pero no podía exhibir su humillación a vox populi…¡Mierda! ¿Cómo pueden echarme como si fuera cualquier can de carretera? Pateó el neumático delantero al llegar al auto y al subirlo descargó su enojo con el volante de cuero. Presionó la bocina y la dejó haciendo gran estruendo mientras liberó el enojo. Desde abajo elevó la vista hasta la ventana de la habitación de Lorena, en el primer piso. Pudo visualizar la sombra corpulenta y alta de quien supuso sería:” el lanza puños de Marcos Arcadipane”. ¿Qué se habrá creído ese individuo? Ni que Lorena fuera su chica…¡ Coño ! ¿Cómo no lo sospeche antes? Ese miserable ha de tener sus intenciones con mi mujer, con mi amada y no se lo voy a permitir. Lorena fue mía y será mía, aunque eso signifiqué tener que raptarla y caerle a golpes a ese prepotente.
Un estruendoso patinar de neumáticos prevalecían entre las huellas de hollín sobre el pavimento del estacionamiento. ¡Qué descaro! ¡Qué humillación! ¿Prohibirme a mí, el acceso a la clínica? ¡Eso no será suficiente para alejarme!
Esa mañana el empleado de seguridad cumplió lo pedido: entregar el ramo de rosas a la paciente privilegiada de la habitación veintinueve. Sabrina era quien se apiadaba de tanta belleza y le buscaba acomodo en la primera jarra de vidrio que encontraba. Dos ramos de rosas parecían ser suficientes para creer en la palabra de Linker mientras Marcos solo se refería a ellas como las primeras rosas para la tumba de su amiga, a pesar de que su padre Mauricio Arcadipane le repetía una y otra vez lo importante que era, que Lorena, tomara sus propias decisiones. “Es ella quien lo conoce, así que debe ser ella quien decida si quiere o no compartir su vida con el señor Linker”-