Abyss

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9 – Incidente internacional

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Así que, cuando el Fondoplano surgió del agua, con los tres SEALs en su lomo como estatuas de un oscuro panteón submarino, Bud y su equipo no tenían intención de hacer nada que no fuera eficiente y útil. Lindsey permaneció allí mirando, con el rostro de un dios vengativo, pero incluso ella reconoció que no se ganaba nada ahora con recriminaciones.

Tan pronto como el Fondoplano estuvo en la superficie, empezaron a actuar. Bud dio la orden:

—Sacad todas sus cosas de aquí y despejad el aparato. Necesitamos salir inmediatamente. —Cuanto antes consiguieran que los SEALs abandonaran el Fondoplano, más pronto podrían salir hasta el conectar umbilical en la parte superior de la Deepcore y desprenderse del Explorer.

Los SEALs, por su parte, no ofrecieron ni disculpa ni explicación. Su misión había sido cumplida; tenían todas las razones para cooperar, ahora, con la de ellos.

Excepto en una cosa. Hippy empezó a desatar de sus fijaciones un objeto cónico envuelto en una de las bolsas de equipo de los SEALs. Coffey le vio cuando salía por la escotilla.

—No toque eso —dijo secamente—. Retroceda.

Excusez-moi —dijo Hippy. Alzó las manos como para decir: No estoy tocando nada. Pero no apartó los ojos de la bolsa. Coffey no hubiera podido hacerlo mejor para decirle que había algo muy importante en aquella bolsa, ni siquiera poniéndole un cartel. Y ahora, con el mundo de arriba hecho un caos, Hippy sabía que, fuera lo que fuese lo que hubiera allí dentro, no iba a ser bueno para nadie, y mucho menos para él. Hippy no creía en la máxima de que la curiosidad mata al gato. Es mucho más probable que me mate lo que no sé, pensaba. Nada en su vida le había dado la menor razón para pensar de otro modo.

Coffey y los otros SEALs desataron la bolsa y la alzaron cuidadosamente; aunque era evidentemente muy pesada, también debía ser frágil. Una Noche estaba ya a los controles del Fondoplano, lista para marcharse, aguardando a que terminaran de salir. Bud les dio prisa:

—Coffey, vamos un poco apretados de tiempo. —Era lo más cerca que estaba dispuesto a ir para decirle a Coffey que estaban arriesgando sus propias vidas y las vidas de toda la gente en el Explorer.

Finalmente, los SEALs abandonaron el Fondoplano. Bud se inclinó sobre la escotilla, tras la cual Una Noche estaba comprobando los controles, asegurándose de que todo funcionaba bien.

—Esto no es una perforación, muchacha —le dijo—. Haz que me sienta orgulloso.

Querían ser palabras de ánimo, y así las interpretó ella. Nadie había sido más rápido que Una Noche en enganchar y desenganchar el umbilical durante los entrenamientos.

—Apuesta a que sí, Bud.

Bud dejó caer y selló la escotilla, luego retrocedió mientras el Fondoplano se hundía lentamente en el pozo lunar. Intelectualmente, Bud era consciente de que Una Noche estaba descendiendo a la mayor velocidad posible. Pero eso no le impidió murmurar para sí mismo que se apresurara, por todos los diablos, que se apresurara.

Una Noche se apresuró. Pero moverse por el agua era siempre lento, y a aquella profundidad había un límite a lo rápido que podía ir todo. Excepto lo que fuera que Lindsey decía haber visto. No, que había visto. Lindsey podía ser la reina bruja de todo el universo, pero no se inventaba cosas. Ni Una Noche podía decir que la hubiera oído jamás exagerar. Así que quizás había algo que pudiera ir realmente rápido a través de una columna de seiscientos metros de agua. Una Noche sólo deseaba ahora poder ser ella.

Recorrió todo el camino por debajo de la Deepcore y en torno a su flanco, y finalmente alcanzó la conexión umbilical en la parte superior de la estructura A. Era una gran estructura, de aspecto recio como un puente de ferrocarril; el cordón umbilical parecía pequeño y débil en comparación…, pero Una Noche sabía que el umbilical era tan recio como podía ser. Parecía algo flojo, pero se estaba moviendo, agitando. No había corrientes a aquella profundidad…, el movimiento venía de arriba, de la superficie, donde las olas debían ser ya realmente malas. Aguantad sólo un minuto más, chicos del Benthic Explorer. Aquí está Una Noche para aliviar vuestro dolor.

Se situó en posición y flotó inmóvil, luego desplegó el gran brazo hidráulico. Se abrió desde el Fondoplano como la enorme pata de acero de una araña; Una Noche abrió la abrazadera como si fuera una garra. Sentía su fuerza como si fueran sus propios dedos, su propio brazo. Soy Dios cuando manejo esta cosa, soy el dedo del Señor.

Sólo que el cordón umbilical no permanecía inmóvil el tiempo suficiente para que pudiera apresarlo firmemente.

—Maldita sea. —Lo intentó de nuevo—. Hijo de puta. —El brazo no estaba diseñado para atrapar un objeto que se movía.

Las oscilaciones que le estaban proporcionando a Una Noche unos momentos tan difíciles eran un síntoma de problemas mucho más serios arriba. La grúa que mantenía suspendido el cordón umbilical por encima del pozo de inmersión era tan enorme que parecía demasiado grande para el barco; si el centro de gravedad del Explorer no estuviera tan profundamente hundido en el agua, la grúa hubiera hecho el barco demasiado pesado e inmanejable. Tenía que ser tan larga para poder dominar el peso y los tirones del umbilical, que pesaba unos ochenta kilos por metro lineal. Pese a todo, no estaba diseñada para soportar una tensión infinita —nada lo está—, y ciertamente no se suponía que tuviera que enfrentarse a más que un ligero movimiento vertical y lateral. Se suponía que gran parte de las tensiones se ejercían en otra parte.

Por ejemplo, se suponía que el sistema de posicionado dinámico mantenía al Explorer horizontalmente en su lugar. Como los cohetes de posición de una nave espacial, las toberas laterales arrojaban chorros de agua para impedir que el buque derivara en cualquier dirección. Puesto que no hay puntos de referencia en el mar, los ordenadores que controlaban el sistema de posicionado marcaban la posición del buque comprobando constantemente con los satélites. El Explorer podía normalmente mantener su posición dentro de un radio de pocos metros de un punto determinado del fondo del océano.

En cuanto al movimiento vertical, causado por el ascenso y el descenso de las olas, de ello se ocupaba el compensador de elevación, un enorme conjunto de poleas, cables, pistones hidráulicos y contrapesos deslizantes que colgaban directamente de la grúa sobre el pozo de inmersión. Servía para mantener justo la cantidad necesaria de tensión en el umbilical, pese al movimiento vertical del mar.

Así que no se suponía que la grúa tuviera que manejar muchas variaciones en movimiento horizontal y vertical. Se suponía simplemente que tenía que soportar el peso. Desgraciadamente, a medida que el huracán Frederick se acercaba, las olas iban haciéndose más y más grandes. El movimiento vertical era demasiado amplio, demasiado rápido para los compensadores, y las violentas derivas del Explorer por la superficie eran más de lo que los chorros podían manejar. No había ningún fallo en el diseño del sistema. El sistema estaba diseñado para que el Explorer hubiera cortado el contacto y hubiera salido a toda prisa de allí horas antes de que el mar se volviera tan malo.

La única razón de que la conexión umbilical hubiera resistido tanto tiempo era porque Lindsey lo había diseñado todo de modo que soportara presiones mucho más grandes que las especificaciones del proyecto. Pero ahora las tensiones eran demasiado grandes para que finalmente algo no cediera.

Lo primero en fallar fue un par de chorros. Sus motores se sobrecargaron a causa de la tensión de intentar luchar contra olas de veinte metros y vientos de ochenta nudos con ráfagas del doble de esa fuerza.

Arriba en el puente, Bendix contemplaba con fatalista calma mientras la peor tormenta que jamás hubiera visto torturaba el barco más suave que nunca hubiera manejado. Un repentino y violento bandazo lo arrojó contra el panel de control; otros por toda la sala de control se tambalearon y, si no hubieran estado previsoramente agarrados a algo, hubieran caído. Bendix supo de inmediato lo que estaba ocurriendo. Los compensadores de movimiento no podían con su trabajo.

—Tenemos un problema. —La única cuestión era saber cuál iba a fallar primero—. Estamos perdiendo el chorro número dos. Le falta fuerza.

Empezaba a notarse ya en la posición del barco. Todo el mundo podía ver el movimiento lateral. Un claxon de advertencia empezó a sonar…, parte del sistema de alarma. Todo el mundo estaba ya alerta. Pero no había nada que pudieran hacer.

—¡No retiene! —gritó Bendix por encima del ruido de la sirena—. ¡Nos estamos deslizando fuera de posición!

A medida que el barco giraba, el cordón umbilical se vio tensado y desviado de su posición vertical. Fue empujado contra el costado del pozo de inmersión, tenso como la cuerda de un arco contra la muesca de la flecha. Mientras chirriaba a lo largo del borde, arrancando escalerillas y flotadores, Bendix esperó verlo en cualquier momento partirse por el punto de fricción. Era más resistente de lo que había esperado. Lo cual era malo: Si algo tenía que ceder, aquél era el punto menos peligroso de que sucediera.

Allá abajo, Una Noche consiguió al fin aferrar firmemente el mecanismo de desacoplado del umbilical. Ya lo tenía, sólo otro par de minutos como máximo y lo habría liberado.

Entonces el cordón umbilical se puso tenso con tal fuerza que dio un tirón a todo el mecanismo, el conjunto del armazón A. Desalojó el brazo del Fondoplano y arrojó a Una Noche hacia delante, luego hacia atrás. Por un momento perdió los controles. Luego los sujetó de nuevo y apartó el Fondoplano fuera del camino mientras el umbilical se movía hacia ella, arrastrando consigo el armazón A. Una Noche pivotó. No había forma de agarrarlo de nuevo y desconectar el umbilical ahora. Toda la estructura se estaba moviendo.

Dentro de la Deepcore, Lindsey estaba de pie en el corredor, bebiendo una taza de té caliente, cuando toda la plataforma resonó como un gong y se inclinó de lado. El té se derramó encima de ella. Bud estaba saliendo ya por una puerta, pasando a toda velocidad por su lado en dirección a la sala de control. La voz de Hippy les llegó por el intercomunicador, diciéndoles lo que ya todos sabían:

—¡Bud a control! ¡Emergencia! ¡Bud a control!

Mientras Bud subía la escalerilla al nivel dos, la plataforma resonó de nuevo, como si toda la estructura fuese un instrumento musical…, lo cual era, con una larga y tensa cuerda y la Deepcore en su extremo sirviendo como cámara de resonancia. Una enorme artesa en tono de bajo. Sólo que la plataforma no iba a quedarse quieta para interpretar su música. La estructura no dejaba de agitarse y resonar.

Era casi imposible mantenerse en pie mientras Bud luchaba por los corredores. No dejaba de ser arrojado contra las paredes, contra el suelo. Era el peor maldito temblor que jamás hubieran sufrido. Cuando finalmente llegó a la sala de control tenía una docena de nuevos hematomas por todo el cuerpo que dolían como puñaladas. El dolor no importaba…, morir sería malditamente peor. Entró en tromba, pasó junto a Hippy y agarró el micrófono.

—¡Superficie, superficie! ¡Dad un poco de umbilical, estamos siendo arrastrados! —Bud sabía que las cosas debían ser terribles allá arriba, para que los compensadores de movimiento cedieran de aquella forma. Podrían haber desconectado en cualquier momento en las últimas dos horas y esto no estaría ocurriendo. En cualquier maldito momento, pero ahora ya era demasiado tarde.

Lindsey se reunió con él en la sala de control. Juntos miraron por la ventana delantera. La Deepcore ya no estaba golpeando contra el suelo ahora, porque el fondo, allá delante, descendía en pendiente bajo sus pies. Y descendía. Ambos lo vieron; Lindsey lo dijo.

—Nos encaminamos directamente a la pared vertical.

McBride intentó darle a Bud lo que pedía. Corrió a la ventana y miró hacia la grúa, donde Byron estaba asomado a la ventanilla de la cabina, con los ojos entrecerrados, luchando por ver qué era lo que estaba ocurriendo exactamente a través de la intensa lluvia.

—¡Byron, abajo uno por el torno uno! ¡Abajo uno! ¡Da algo de umbilical! ¡Ahora! ¡Ahora!

Byron se golpeó los auriculares para señalar a McBride que no podía oír. No hubiera importado aunque oyera. Ya era demasiado tarde.

En aquel momento, abajo en el fondo, la Deepcore estaba siendo arrastrada hacia una colisión con un saliente de roca. Por un instante la Deepcore dejó de moverse y el Explorer no. Hubo más tensión de la que la conexión podía soportar…, algo tenía que ceder. No fue el umbilical. No fue la conexión con la Deepcore. Lindsey la había diseñado para que fuera demasiado fuerte. Fue la grúa que sostenía el umbilical la que cedió. El conjunto compensador se quebró, y sus cables estabilizadores restallaron como cuerdas de guitarra.

Byron vio el extremo roto de un cable avanzar hacia él, justo a tiempo para agacharse en el momento en que destrozaba la ventanilla de la cabina. Trozos de cristal de seguridad llovieron sobre él. Pudo sentir la cabina, todo el conjunto de la grúa, inclinarse. Reptó hacia la puerta, pero no había tiempo para salir.

McBride contempló horrorizado desde el puente cómo el siguiente empujón de las olas acababa de partir la grúa. Se inclinó, se dobló, se retorció, mientras todas sus cuarenta toneladas caían al pozo de inmersión con un rugir de acero torturado que resonó más fuerte que la tormenta. El agua estalló hacia arriba cuando la grúa se hundió. Desapareció por completo…, ninguna parte de ella quedó aún unida, colgando del buque. Byron fue arrastrado junto con la cabina; ahora estaba camino del fondo, más allá de toda esperanza de rescate. Probablemente la presión lo mataría antes de que tuviera tiempo de ahogarse.

¿Cuánto tiempo necesitaría la grúa para golpear contra el fondo? Podía llegar lo suficientemente rápido como para que la Deepcore no tuviera tiempo de apartarse del camino. Pero al menos, con una advertencia, quizá consiguieran prepararse para el golpe. McBride podía advertirles desde sus auriculares…, con el umbilical roto, la línea directa había desaparecido. Se apartó de la ventana.

—¡Consíganmelos por la UQC! —ordenó. Se llevó el teléfono submarino al oído—. ¡Bud! ¡Hemos perdido la grúa!

Allá abajo, Bud no entendió sus palabras.

—¿Qué? Repítelo.

McBride luchó por hacerse oír por encima de la resonancia del sistema.

—¡La grúa! ¡Hemos perdido la grúa! ¡Está bajando hacia vosotros!

Y eso era todo. No había otra cosa que el Explorer pudiera hacer. O la grúa golpearía la Deepcore, destruyéndola completamente y matando a todo el mundo a bordo, o no lo haría. Y, si no lo hacía, seguía sin haber nada que el Explorer pudiera hacer hasta que la tormenta hubiera pasado. Estaban a sus propios medios ahí abajo.

Aunque ya no existía el umbilical, McBride dio órdenes de permanecer en su lugar encima de la Deepcore durante tanto tiempo como fuera posible. Si se apartaban mucho, la UQC se saldría de radio, y no podrían saber lo que había ocurrido. Pero, con un juego de chorros inutilizado, el fuerte mar era demasiado. El Explorer estaba derivando, alejándose del emplazamiento. Se intentó restablecer el contacto UQC con la Deepcore, pero no hubo ninguna respuesta desde abajo. Una y otra vez, contestados sólo por el silencio, hasta que se hizo obvio que o bien estaban fuera del radio de alcance, o no había nadie ahí abajo para responderles.

McBride dejó de intentar establecer contacto, luego aguardó unos instantes a que la verdad amaneciera en las mentes de todos los demás. Tenía que liberar aquella impotencia, tenía que hacer algo. Y, por una vez, la persona que era realmente la responsable de todo aquello estaba de pie allí mismo. DeMarco. El comandante ejecutivo. El experto militar. McBride podía realmente volcar toda su rabia en el hombre que se la merecía. Y todos los demás estaban allí para oírlo, así que sería una satisfacción pública.

—Perdimos nuestra oportunidad de hacerlo con toda seguridad —dijo McBride—. Byron ha muerto ya. Dios sabe cuántos otros habrán muerto ahí abajo cuando la grúa llegó al fondo. Todo porque sus chicos fueron a dar un paseo con el Fondoplano sin preguntar antes a la gente que realmente sabía qué demonios estaban haciendo.

DeMarco le miró sin hablar, pero McBride vio la expresión en sus ojos. Ya no seguro de sí mismo. Ya no enloquecedoramente al mando.

McBride no tuvo piedad.

—Será mejor que rece para que su grupo haya completado su misión, porque puede estar seguro como el infierno de que ahora ya no van a tener ninguna posibilidad de hacerlo. Usted lo jodió todo, DeMarco; usted fracasó. Y fue usted quien lo hizo todo; nadie más, ¿entiende? ¡Fue usted!

DeMarco siguió sin decir nada.

Probablemente piensa que podrá salirse de esto, pensó McBride. Hablar a sus superiores de la no cooperación de los civiles. De fallo del equipo. Bien, eso no va a ocurrir. Yo haré mi propio informe, y será leído.

—Juro por Dios que haré que metan sus pelotas en un frasco de alcohol.

DeMarco siguió de pie allí, en silencio. Recibiendo la andanada. McBride tuvo la impresión de que era una confesión de culpabilidad. Ya era bastante por ahora.

McBride se volvió a su propia tripulación.

—Volveremos y trataremos de encontrarles cuando haya pasado la tormenta. Ahora, salgamos de esta lluvia lo más aprisa posible.

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