Abyss

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6 – Síndrome nervioso de alta presión

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Desacoplaron el pozo sin problemas, excepto el problema de que no deseaban hacerlo, por supuesto. Todo el entusiasmo de la triple paga había desaparecido cuando todo el mundo volvió dentro. Pensaban en la diferencia entre un par de días de triple paga y tener un trabajo a paga normal durante tres meses. Incluso los más lentos sabían la aritmética suficiente como para hacer números. Además, estaban a unos cuatro días del final de su turno de cuatro semanas. Contando el tiempo de descompresión, justo a la mitad de volver arriba. ¿Quién sabía cuánto tiempo iba a retrasar las cosas este desvío?

Bud estaba sentado a los controles de la

Deepcore, utilizando una palanca para pilotarla a través del agua como un avión, excepto que la

Deepcore no hacía mucho más de un nudo y medio debajo del agua. La plataforma estaba diseñada para descender hasta el fondo y quedarse en un lugar…, se suponía que era maniobrable solamente para escoger el mejor lugar donde posarse, dentro de un radio de unos pocos cientos de metros. La

Deepcore estaba equipada con impulsores lo bastante potentes como para mover sus cinco mil toneladas de masa, pero necesitaba al Fondoplano, equipado con cables de remolque, para dirigirla con una cierta precisión. Ésa era en parte la razón por la que la

Deepcore necesitaba un sumergible tan poderoso como el Fondoplano.

Así que Bud tenía a Una Noche pilotando el Fondoplano, una especie de plataforma móvil, por delante de ellos, eligiendo el rumbo más seguro, mientras Bud se encargaba de mantener a la

Deepcore más o menos detrás de él. Además, la

Deepcore estaba aún unida al

Benthic Explorer en la superficie por medio del largo cordón umbilical. Imaginó que la

Deepcore debía tener un aspecto tan estúpido como un lujurioso doberman tirando de su correa en su intento por atrapar a un chihuahua en celo.

—Hey, Una Noche, ¿cómo vamos?

—He pillado la fiebre, muchacho.

—No le extrañaría. Era un viaje de al menos doce horas, y no había tiempo para desenganchar los cables de arrastre, traer al Fondoplano de vuelta, y cambiar de conductores.

Bud recibió una ligera corrección de rumbo desde el

Explorer.

—¿Por qué no la lleva unos cinco grados a la izquierda?

—Cinco grados a la izquierda, correcto.

Hippy entró, comprobó un par de cosas. McBride, mientras tanto, apareció en el monitor encima de su cabeza con las últimas noticias.

—Bien, esto es oficial, forofos del deporte. Lo llaman el huracán Frederick, y dentro de unas cuantas horas va a hacer nuestras vidas realmente interesantes.

Hippy salía de nuevo en el momento en que un nuevo rostro apareció en el monitor. Era exactamente la última persona que Bud esperaba ver.

Lindsey ni siquiera intentó decir las cosas suavemente.

—No puedo creer que les dejaras hacerlo —exclamó.

Era tan malo como sus peores temores. Todo culpa suya, por supuesto. Y Lindsey estaba utilizando su voz de la-has-jodido-muchacho. Pero estaba decidido a no dejarla meterse bajo su piel. Sonrió. De hecho, no pudo evitarlo. Le alegraba verla, aunque estuviera irritada de aquella forma, aunque supiera que estaba allí para causarle problemas, para castigarle por cualquier pecado que pudiera achacarle. Le alegraba, y no sólo porque era seguro que iba a hacerle a Kirkhill la vida insoportable.

—Hola, Lins, creí que estabas en Houston. —En realidad desearía malditamente que estuvieras en Houston, querida. ¿No tenemos bastantes problemas sin que tú estés ahí arriba en el

Explorer, chutándome?

—Lo estaba, pero ahora estoy aquí. Sólo que

aquí no es donde yo lo dejé, ¿eh, Bud?

—A mí no me lo cuentes. —Intentó reírse ante la idea, ayudarla a ver lo ridículo que resultaba culparle a él.

—Estábamos

tan cerca de probar que una plataforma perforadora sumergible podía funcionar. ¡No puedo creer que les hayas dejado que le echen la mano encima a mi plataforma!

—¿

Tu plataforma?

Mi plataforma. Yo diseñé esa maldita cosa.

—Ya, y la Benthic Petroleum pagó por ella. Así que, mientras ellos sean los responsables de mi nómina, iré donde ellos me digan. —Pero la hoja de la nómina no era lo que le dominaba, y ella lo sabía. Así que quizá tuviera un poco de razón echándole la culpa. Hubiera

podido detener aquello. ¿Por qué no lo había hecho? No era la triple paga. Era…, el deber, quizá. Había un submarino ahí abajo. ¿Qué se suponía que debía hacer, ignorarlo? ¿Olvidar que era un ciudadano? ¿Olvidar que había crecido en una familia marine?

No podía explicar

eso, no a Lindsey. No podía explicarle que a veces no tienes otra elección.

—Sudé mucho construyendo todo esto. Y luego vienen ellos y te

compran. Y apuesto a que lo hicieron barato.

Hippy volvió a entrar en la sala de control. Bud no tenía ninguna intención de dejar que Lindsey siguiera zurrándole delante de una audiencia. No esta vez.

—Lo siento, pero debo desconectar —dijo alegremente. Ella aún consiguió darle un último azote antes de que pudiera alcanzar el interruptor.

—¡Oh, Virgil, te dejas llevar de una manera tan…! Nunca…

—Adiós —dijo Bud. Intentando aún sonar alegre, para que Hippy no viera lo irritado que estaba.

Pero Hippy estaba atento sólo al nuevo descubrimiento que habían captado sus oídos.

—¿Virgil? —se sorprendió.

Así que el muchacho no sabía el auténtico nombre de Bud. ¿Y qué? Aquélla no era más que otra forma que había descubierto Lindsey de minar su relación con su equipo.

—Dios, odio a esa zorra —murmuró. Intentando hacer que sonara como una broma.

Hippy lo tomó literalmente.

—Entonces no hubieras debido casarte con ella.

¿Crees que nunca he pensado en ello, Hippy? ¿Crees que esta idea nunca ha pasado por mi cabeza?

Hippy debió leer algo en la expresión de Bud. Se volvió hacia los monitores y reanudó su trabajo.

Hablar con Bud había sido tan inútil como siempre. A él ni siquiera parecía

importarle cuando ella le decía cosas. Ella estaba tan

furiosa, y todo lo que él hacía era sonreír, sin perder nunca la tranquilidad, siempre con aquella maldita

sonrisa.

Y lo peor era que no había una maldita cosa que ella pudiera hacer al respecto aquí arriba en el

Explorer. Nada que hacer excepto observar a Kirkhill yendo de un lado para otro haciéndose el importante mientras la Marina le cortaba las pelotas y se las daba a comer con una cuchara…, ¿acaso el idiota ni siquiera se daba cuenta de cuándo le tomaban el pelo? Nada que hacer excepto sudar mientras allá abajo situaban la

Deepcore en posición. Y entonces el

Explorer tendría que cortar el cordón y alejarse durante un par de días o de otro modo verse sacudido de un lado para otro como un saco de patatas en medio del huracán. Y ella ni siquiera

sabría lo que estaba ocurriendo, no le quedaría más remedio que sentarse mordiéndose las uñas en alguna parte del Caribe sin nada que hacer excepto esperar mientras los matones de Coffey bajaban a la

Deepcore y la llevaban hasta el borde de la fosa Caimán, de entre todos los lugares, Dios mío, donde la misión podía tener éxito, en cuyo caso la Marina seguramente seguiría reteniendo la

Deepcore y marcaría todos sus diseños con el sello «Clasificado» a fin de que ella jamás pudiera construir otra, o la misión fracasaría, sin duda estropeando la

Deepcore en el proceso, por no decir

destruyéndola, en cuyo caso la Marina la arrojaría a un lado como un pañuelo de papel usado. La Benthic nunca pagaría su reparación. Los enemigos del proyecto —y, con Lindsey como diseñadora, eran legión— dirían que a todas luces la

Deepcore no era lo bastante resistente como para conseguir sus objetivos. Nadie más confiaría en ella si la Benthic la abandonaba como un fracaso. El proyecto

moriría, simplemente así.

Cuanto más pensaba en aquel tonto del culo de Coffey bajando a

su plataforma mientras ella permanecía atrapada ahí arriba, más furiosa se ponía.

Entonces recordó cómo iban a bajar ahí abajo. Uno de los Taxis, por supuesto. Sólo que los SEALs no sabían pilotarlos.

Ella sí sabía hacerlo. ¿Por qué no podía ser

ella quien los llevara abajo? Deseaban a la ingeniero del proyecto a mano para que se ocupara de los problemas, ¿no? Bien, nunca estaría

más a mano que si bajaba con ellos a la

Deepcore.

Tenía suerte. Había montones de tripulantes de servicio por ahí a su alrededor. El Taxi Tres era el sumergible que tenían para transferir cualquier cosa o cualquier persona abajo a la

Deepcore. Ya debía estar todo preparado. Así que…, ¿a qué aguardaban?

Al conductor. El conductor aún no estaba ahí abajo. Bien. No tendría que discutir con nadie. Todavía.

Los SEALs estaban preparados para irse: Coffey y Schoenick se hallaban fuera del Taxi Tres, metiendo las últimas cosas, pasándoselas a Wilhite y Monk. El sumergible golpeteaba con fuerza cada vez que el

Explorer se agitaba en las ya turbulentas aguas, pero eso no parecía detener a los SEALs. El Taxi Tres estaba completamente preparado; el cable para alzarlo del soporte metálico que lo mantenía fijo en cubierta ya estaba enganchado.

Lindsey se dirigió directamente hacia los SEALs, decidida a hacerse cargo de las cosas.

—¡Adelante, caballeros! O nos sumergimos ahora o no nos sumergimos.

Coffey la miró sorprendido, pero ella no aguardó a sus preguntas. Subió por el costado del Taxi Tres, se agarró a la argolla donde estaba sujeto el cable elevador, y trazó un círculo con su mano alzada para indicarle al hombre de la grúa que todo estaba preparado.

—¡Elévalo, Byron!

Byron fue rápido. Byron era un buen hombre. Coffey y Schoenick sólo tuvieron tiempo de meter dentro el último bulto de su equipo pesado antes de que el cable se tensara y el Taxi Tres se elevara en el aire. Un minuto más tarde oscilaba directamente sobre el pozo de inmersión mientras Lindsey se tendía hacia fuera y bajaba la escotilla superior. La cerró sobre su cabeza con una mano mientras sujetaba los auriculares con la otra.

—Aquí Taxi Tres. Preparados para inmersión, McBride.

—De acuerdo, Taxi Tres, preparados para inmersión. Pudo oír a alguien —Kirkhill— al fondo.

—¿Qué quiere decir, preparados para inmersión? ¿Quién lo lleva abajo?

—Bates, ¿no? —la voz de Bendix.

—¡Bates está aquí!

—Entonces, ¿quién está en el Taxi Tres?

Yo, pensó Lindsey. La única persona que tiene

derecho a estar bajando en estos momentos a la

Deepcore. Con cuatro rambos a sus espaldas. Miró hacia atrás por encima del hombro para comprobar que los cuatro estaban en sus respectivos lugares en los pequeños y atestados bancos de la parte de atrás, con la escotilla superior sellada y la escotilla de emergencia de popa asegurada. Estaban listos para que Byron los bajara hasta el agua.

En vez de ello, Byron los mantuvo colgando a cinco metros por encima del pozo. Cada bandazo y sacudida del barco los llevaba hacia un lado u otro, y en medio del caótico esquema de movimientos Byron tenía sin duda la sensación de que era imposible bajarlos sin grave riesgo de golpear el Taxi Tres contra los bordes del pozo. Sin embargo, había que hacerlo. ¿Qué era lo que pensaba, que si aguardaba el tiempo suficiente el mar sería tan amable que se mantendría unos instantes tranquilo para que ellos pudieran hacer un descenso de libro de texto? Además, cuanto más tiempo colgaran sobre el pozo, más posibilidades había de que Kirkhill o alguien intentara detenerles, diera órdenes de volver a colocarlos sobre el armazón de almacenaje del taxi y sacar a aquella maldita mujer de allí. Toda araña sabe que hay momentos en los que puede descender suavemente colgada del hilo, y momentos en los que hay que cortar éste y dejarse caer. Lo que Byron no podía hacer bajando el Taxi Tres al extremo de un cable, Lindsey podía hacerlo tirando de la palanca roja que liberaba el cable de la argolla. Tendió la mano y la sujetó, observando por la ventanilla el momento en que el Taxi Tres estuviera directamente sobre el pozo.

—Agárrense, caballeros —dijo. Actúa confiadamente, y Coffey no pensará que algo va mal y decidirá intervenir. Pero no estaba fingiendo…,

estaba confiada. Sabía cómo hacer su trabajo mucho mejor que cualquier otro. ¿Bates? ¿De qué serviría Bates ahí abajo? Hubiera aguardado hasta que Byron estuviera seguro. Hubiera aguardado hasta que todo fuera perfectamente seguro. Hubiera aguardado hasta que se helara el infierno.

Tiró de la palanca. El Taxi Tres cayó cinco metros hasta el agua. La caída no fue mala. Pero el golpe con la superficie del mar transmitió vibraciones desde sus posaderas hasta sus codos, dando una buena sacudida a los tipos de atrás y todo su equipo.

—Contacto —dijo Lindsey—. Vítores y clamores. —El borde del pozo había pasado como a medio metro. Una geometría muy complicada, efectuar una caída directa dentro de un barco que se movía al azar—. ¿Cómo van ahí atrás?

No les había hecho ninguna gracia el brusco choque con el agua, pero ninguno dijo nada. Se limitaron a mirarla con ojos asesinos. Mírame con ojos asesinos todo el día si quieres, Coffey. No golpeamos el borde del pozo, no seguimos colgando de un cable, y he conseguido mi viaje a la

Deepcore.

Lindsey inundó los tanques, y el Taxi Tres se hundió rápidamente en el agua, por entre los cascos gemelos del

Benthic Explorer.

Explorer, aquí Taxi Tres —dijo—. Estamos bajando.

—Entendido, Taxi Tres —dijo McBride.

Bendito fuera el hombre, no estaba haciendo nada por detenerla.

Entonces Kirkhill se puso en la línea. El ejecutivo de suaves modales, el no-hagan-olas-podemos-manejar-esto-de-una-manera-razonable, había desaparecido.

—Lindsey, ¿qué demonios cree que está haciendo?

Aquella no era una conversación que deseara sostener. Ni le importaba tampoco. Como de costumbre, Kirkhill había llegado un día tarde y le faltaba un dólar para el billete. Accionó el conmutador y ahogó su voz. Luego encendió los focos y maniobró el Taxi Tres hasta que pudo ver el cordón umbilical a unos pocos metros de distancia de su portilla frontal. Aquello era todo lo que necesitaba…, si lo seguía hacia abajo, la llevaría directamente a la

Deepcore.

Una Noche permanecía alerta en el Fondoplano, cantando a todo pulmón. La canción era «Dispuesto», una antigua y gran canción de los camioneros.

—He sido azotado por la lluvia —cantaba—, empujado por la nieve. Estoy borracho y sucio, ¿sabes? Pero sigo estando dispuesto. La otra noche en la carretera vi a mi hermosa Alice en cada faro que se me cruzaba. Alice. Dallas Alice.

Bud y Hippy estaban en la sala de control, escuchando la canción por sus auriculares. Hippy no pudo evitarlo: se unió a ella, y al cabo de poco Bud hizo lo mismo. Era una canción melancólica y solitaria, pero no había nada de melancólico y solitario en cantarla juntos.

—Y fui de Tucson a Tucumcari, de Tehachapi a Tonapah, llevando todo tipo de carga que jamás se haya imaginado. —Sí, ésa era su canción fetiche ahora, ¿no? Seguro que has visto transportar todas las cargas por la I-40 a través de Oklahoma—. Conduciendo por carreteras secundarias para que no vieran que llevaba demasiado peso. Y si aceptas casarte conmigo, me das pan y vino, y me haces un signo, estoy dispuesto a seguir avanzando.

Una Noche se sentía tan bien —y tan cansada— que no podía evitar el reírse, y Bud sonreía también. Aquélla era la buena vida. Bud y su gente, haciendo su trabajo, con el resto del mundo aislado por un océano y un huracán. Derivando por el fondo del océano como una mantarraya perezosa.

—He sido pateado por el viento, invadido por la cellisca, me ha ardido la cabeza, pero sigo en pie, todavía sigo…

Una voz interrumpió en los auriculares:

Deepcore, Deepcore. Aquí Taxi Tres acercándose.

—Adelante, Taxi Tres, entendido —dijo Hippy. ¿Cuántas veces había oído aquella voz durante el entrenamiento?—. Hey, ¿es usted, Lins?

—Ni más ni menos —dijo ella.

—Oh, no —murmuró Bud—. No, es una broma.

La sonrisa de Hippy le iba de oreja a oreja. ¿No tenía ninguna compasión aquel muchacho?

Para él era divertido pensar en los fuegos artificiales. Pero no para Bud. Se suponía que él debía mantener las cosas funcionando suavemente y con seguridad allá abajo, mientras un puñado de SEALs llevaba a cabo una misión para la cual la

Deepcore no estaba diseñada. Ahora enviaban a Lindsey abajo, Lindsey que intentaría hacerse cargo de las cosas, Lindsey que no tendría nada excepto críticas y recelos acerca de cualquier decisión que tomara Bud. Demasiado para sentirse bien.

Lindsey amarró perfectamente el Taxi Tres, siguiendo el cordón umbilical hacia abajo, pero nunca acercándose lo bastante como para correr el riesgo de entrar en contacto con él. Cerca de la superficie, el cordón se flexionaba ligeramente con los movimientos del

Explorer mientras éste se agitaba y bamboleaba en el movido mar. Allá abajo, los movimientos se transmitían por el cordón en lánguidas ondulaciones. La superficie del océano envía pocos mensajes a sus profundidades.

Cuando se acercaron a la

Deepcore, Lindsey no pudo resistirse a efectuar una pasada a través del armazón en forma de A que sujetaba el cordón umbilical y dar una vuelta en torno a la plataforma. Se dijo a sí misma que tenía que inspeccionarla en busca de cualquier daño…, pero por supuesto no había ningún daño. ¿Por qué debería haberlo? Era tan hermosa como siempre, una estructura grácil en su tosco utilitarismo, ningún espacio malgastado, ningún soporte o tubo o tanque que no tuviera una función vital para el trabajo de la

Deepcore. Aquella plataforma había nacido de su mente, y ahora era algo real en el fondo del mar. Nunca se cansaba de contemplarla; deseaba, sin saberlo, asegurarse de que Coffey y los otros SEALs la veían también. Nunca había dejado que aquella idea penetrara en su conciencia, pero cada vez que miraba a la

Deepcore veía la sombra del modelo del puente de su padre en ella. Mira esto, papá…, no es sólo un modelo en el desván, para mirarlo y soñar en lo que hubiera podido ser. Esto es real. Yo lo hice. Es mío.

Sin embargo, puesto que era Lindsey, aquella única pasada en torno a la plataforma fue toda la autoadmiración que se permitió; inmediatamente llevó el Taxi Tres a su lugar de acoplamiento con la cámara de compresión. Oyó el sordo resonar cuando la brida de acoplamiento del Taxi Tres encajó en el collarín de presión del lomo de la

Deepcore. Cuando los instrumentos confirmaron que el contacto se había establecido, fue atrás y abrió la escotilla.

Ninguno de los SEALs hizo el menor movimiento para ayudarla. Lindsey estaba acostumbrada a que los hombres pensaran que, puesto que su aspecto era tan frágil, siempre necesitaba la ayuda de sus fuertes brazos para hacer cualquier cosa. Quizás aquellos SEALs tuvieran un ojo más agudo hacia lo que una mujer era capaz de hacer. O quizá Coffey se hubiera dado cuenta de que ella había secuestrado el aparato, y pensara que debía hacérselo pagar con sudor. No importaba. Me quiera o me odie, estoy aquí, y esto es lo único que me importa.

Se dejó caer por la escotilla a la cámara de compresión. Los SEALs bajaron tras ella, trasladando el equipo. No eran particularmente silenciosos, pero tampoco eran particularmente ruidosos. Sólo el ruido necesario para hacer que el trabajo fuera lo más eficiente posible.

La cámara de compresión era un espacio cilíndrico, diseñado para ser tan aburrido e incómodo como fuera posible: bancos de acero, una mesita plegable, máscaras respiratorias, equipo médico. Una pequeña portilla en forma de ojo de buey en un extremo, para que pudieran tener un atisbo de lo que ocurría en la propia

Deepcore. O, mejor dicho, para que el equipo de la

Deepcore pudiera echarles una mirada

a ellos.

Reconoció a Barbo observándoles.

—Hola, amigos —dijo el hombre. Luego se dio cuenta de su presencia—. ¡Hey, Lindsey! ¡Maldita sea! No debería estar usted aquí, muchacha, se va a mojar los calcetines.

A Lindsey le gustaba realmente Barbo, y estaba dispuesta a creer que se alegraba de verla.

—No podía quedarme ahí arriba, Barbo. ¿Nos estáis suministrando la mezcla?

—Ajá.

—Bien. No podía esperar otra cosa. —La mezcla respiratoria tenía que ser ajustada constantemente a través de la presurización. Cada vez menos y menos nitrógeno, puesto que dejaba de ser un gas inerte y se convertía en un veneno bajo presión. En los buceos a poca profundidad la gente aún seguía usando una trimezcla, en la que el nitrógeno era reemplazado por helio, de modo que todo el mundo no dejaba de hablar como patos durante todo el tiempo que permanecía bajo el agua. Te acostumbrabas a ello al cabo de un tiempo, o al menos dejabas de reírte de los demás, pero seguía siendo inquietante olvidar cómo sonaba tu voz. Era mejor ahora con la tetramezcla, que utilizaba el argón para reemplazar la mayor parte del helio. En cuanto al oxígeno, era reducido a un dos por ciento de la mezcla. A esa profundidad, la norma de superficie de un veintiún por ciento de oxígeno podía ser fatal. Morías en medio de convulsiones.

A esta profundidad iban a necesitar ocho horas para presurizarse, y todo el tiempo era empleado en acostumbrarse a la nueva mezcla respiratoria. Se necesitaban veinticuatro horas antes de que empezaran a utilizar el argón. Aun así, ocho horas era un tiempo infernalmente largo para permanecer sentado sin hacer nada. Pero era mucho más rápido que la descompresión, porque una vez tu cuerpo está completamente saturado, necesita mucho más tiempo para que los gases fluyan fuera de tus células, pasen a tu sangre, y luego sean expulsados a través de tus pulmones y de tus riñones y de tu sudor. Lindsey había oído en una ocasión una historia acerca de un par de tipos encerrados juntos durante tres días de descompresión. Uno de ellos se volvió definitivamente loco…, o el otro lo volvió loco. Fuera como fuese, uno de los tipos mató al otro. Y el equipo de apoyo tuvo que permanecer fuera de la cámara y

ver, y no había ninguna maldita cosa que pudieran hacer, porque si abrían la cámara tan pronto entonces

los dos tipos hubieran muerto. Lindsey había pasado por la descompresión las suficientes veces como para saberlo.

Los SEALs se habían instalado en sus bancos. Bancos que existían porque Lindsey los había diseñado en sus planos originales. Se sentía como la anfitriona, dando la bienvenida a los huéspedes a su nueva casa.

—De acuerdo, amigos, pónganse cómodos. La mala noticia es que vamos a tener que pasar ocho horas dentro de esta lata, acondicionándonos. La noticia peor es que luego vamos a necesitar tres semanas para la descompresión. —No se le ocurrió que su voz podía sonar condescendiente.

Coffey la miró con frialdad.

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