A ver si lo recuerdan

A ver si lo recuerdan

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David Splane

Mediante Isaías, Jehová nos reveló una maravillosa profecía que se está cumpliendo hoy. Vamos a leerla. Se encuentra en Isaías 60:17. Dice así: Este texto habla de una serie de mejoras que tienen que ver con los supervisores y encargados del pueblo de Dios. ¿Cuál es la idea principal de esta profecía? Pues… que la forma en la que está organizado el pueblo de Dios sería cada vez mejor. Y, si usted ha sido testigo de Jehová por muchos años, sabe perfectamente que esta profecía se ha cumplido en nuestros días. Pues bien, en este programa vamos a repasar algunas de las mejoras que ha habido desde que terminó la Segunda Guerra Mundial. Muchos habrán vivido estos cambios. Pero, para quienes no lo hayan hecho, quizás sea algo nuevo. En el caso de los que sí los vivimos, este repaso nos traerá hermosos recuerdos. Así que comencemos. ¡Será divertido! He titulado este discurso “A ver si lo recuerdan”. Antes de la Segunda Guerra Mundial, e incluso después, muchas congregaciones no tenían un Salón del Reino a su nombre. De hecho, se las animaba a reunirse en hogares privados o en lugares rentados. La idea era que las reuniones pudieran cambiarse de lugar con facilidad, y esto era mucho más sencillo cuando se celebraban en hogares privados o en sitios rentados. Pero había ciertos inconvenientes. A veces utilizaban el mismo local otras organizaciones, por lo que, al acabar las reuniones, había que recoger las publicaciones, desmontar el equipo de sonido y llevarse el atril. Sí, los hermanos tenían que recoger y llevarse absolutamente todo. Y hay algo más: si el grupo que se había reunido en el local la vez anterior lo había dejado sucio y desordenado, había que ir muy temprano para limpiar. Y, si acaso habían fumado en su reunión, ¡qué problema! Era muy difícil lograr que se fuera el olor a cigarrillo antes de la reunión. Recuerden que antes podía fumarse en prácticamente cualquier sitio —en cualquier lugar cerrado, incluso en los aviones—, así que no había mucho que hacer a ese respecto. Pero había otros problemas. En mi pueblo, antes de que mi congregación tuviera su Salón del Reino, nos encontrábamos, todos los octubres, el salón decorado para Halloween y, todos los diciembres, con un enorme árbol de Navidad que no se podía quitar. Y, en Canadá, teníamos también la bandera británica, así como el retrato del rey y la reina de Inglaterra. Quitarlos estaba totalmente prohibido. Pero hay que reconocer que, para las personas que estaban interesadas en el mensaje y que iban a las reuniones, todo esto era insignificante, porque ellas iban allí para aprender. Y, hablando de los lugares de reunión, al principio las congregaciones construían solitas su Salón del Reino. A veces, el dinero que tenían las congregaciones solo alcanzaba para comprar el terreno, pero no para hacer el salón, así que el terreno quedaba ahí por años. Y cuando por fin los hermanos reunían el dinero para construir el salón, aún tenían que conseguir trabajadores voluntarios. Algunos fines de semana pasabas por el lugar de la construcción y veías a un hermano o dos trabajando durísimo. ¡Cuánto se esforzaban aquellos hermanos! Hoy en día, con los departamentos locales de Diseño y Construcción —que cuentan con muchos voluntarios capacitados—, los salones se construyen en mucho menos tiempo. ¿Y qué hay de nuestras reuniones? Durante años, la Escuela del Ministerio Teocrático, la Reunión de Servicio, el estudio del libro y el de <i>La</i> <i>Atalaya</i> duraban como una hora, y los discursos también… cuando los había. La realidad es que no había discursos todas las semanas. Se programaba una serie de hasta ocho discursos —si conseguían suficientes discursantes—, y después, por un tiempo, no había más discursos públicos. ¿Por qué era así? Recuerden que la Escuela del Ministerio Teocrático se estableció en 1943, y les llevó tiempo a los hermanos aprender a dar discursos de una hora. Con los años, llegamos a contar con excelentes discursantes. ¿Y recuerdan que repartíamos invitaciones por las calles con el título del discurso y el nombre del discursante? ¡Cómo olvidarlo! Hasta 1959 solo se matriculaba en la escuela a varones. Y, por algunos años, durante los primeros minutos de la escuela, se pasaba lista (se leían los nombres de quienes estaban matriculados) y, cuando decían tu nombre, tenías que decir: “¡Presente!”. Algunos rebeldes decían “aquí”, pero tenías que decir “presente”. Ah, y había instrucciones de que, si alguien tenía la costumbre de faltar a la escuela sin una razón justificada, se borrara su nombre de la lista. Luego, eso dejó de hacerse. A mí todo eso de que pasaran lista me metió en un aprieto. En mi congregación, cuando se leían los nombres todas las semanas, me daba cuenta de que había unos jovencitos, poco mayores que yo, que decían: “¡Presente!”. Así que una noche, al terminar la reunión, le pregunté al siervo de la escuela si podían incluir mi nombre. Él se alegró mucho y me felicitó. Y, la semana siguiente, se leyó mi nombre. Todos los hermanos me felicitaron. Yo no entendía por qué; solo había dicho “presente”. Lo que yo no sabía era que, cuando apuntaban tu nombre en la lista, era para que dieras un discurso. Y yo, lo único que quería era que leyeran mi nombre. Un par de meses más tarde, el 8 de abril de 1953, presenté mi primer discurso de ocho minutos, titulado “Proclamando el fin del mundo”. Pero ¿por qué un discurso? Porque en aquella época no se hacía la lectura de la Biblia, así que todo el que se apuntaba a la escuela tenía que dar un discurso. Menos mal que hoy nos aseguramos de que los estudiantes entiendan lo que implica matricularse en la escuela. En 1950, se publicó en inglés la <i>Traducción del Nuevo Mundo</i> <i>de las Escrituras Griegas Cristianas,</i> y teníamos que llevarla a la reunión. Pero para las Escrituras Hebreas teníamos la versión del rey Jacobo y la <i>American Standard Version,</i> que era un poco mejor porque tenía el nombre de Jehová. Así que teníamos que llevar dos biblias: una para las Escrituras Hebreas y otra para las Escrituras Griegas Cristianas. Dos biblias. No estaba tan mal. Pero claro, la <i>Traducción del Nuevo Mundo</i> <i>de las Escrituras Hebreas</i> fue saliendo poco a poco. Cada año o cada dos años, salía un nuevo tomo en inglés y, según iban saliendo, había que llevarlos a las reuniones. Con el tiempo, todos esos volúmenes se fueron acumulando. Así que para 1960 teníamos que llevar los cinco tomos de las Escrituras Hebreas, el de las Griegas, más los libros que estudiábamos en la reunión, que eran así de gruesos. Hacían falta un buen maletín y unos buenos brazos para llevar todo eso. ¡Cuánto nos alegramos cuando por fin se publicó la traducción completa en un solo volumen en 1961! Ahora vamos a hablar de la música, un tema que a mí personalmente me apasiona. Por muchos años, los hermanos que presidían la reunión eran quienes escogían las canciones, pero a veces escogían ciertas canciones que al final, pues… no se cantaban. ¿Por qué? Porque el hermano que fuera a tocar el piano o el instrumento que hubiera en el Salón del Reino no siempre se sabía todas las canciones del cancionero, así que había que cantar las canciones que él supiera. Al final, te las aprendías todas de memoria. Pero aquellos humildes músicos realizaban su labor de toda alma. Quienes vivimos aquellos tiempos todavía recordamos, décadas después, todas esas canciones con mucho cariño. ¿Y recuerdan el repaso escrito? Tal vez no. Pues consistía en una especie de examen que servía para comprobar lo que habíamos aprendido en la Escuela del Ministerio Teocrático durante las últimas semanas. Teníamos 30 minutos para contestar 25 preguntas. Cuando pasaban esos minutos, le entregabas el examen al siervo de la escuela con tu nombre y él se lo llevaba a casa para calificarlo. La calificación máxima era de 100 puntos. Si había 25 preguntas, cada respuesta valía 4 puntos. La semana siguiente el hermano nos devolvía el examen corregido. Y recuerdo, y eso no se me olvida, que al principio anunciaban la puntuación más alta y la más baja. Pero, bueno, por lo menos no se decían los nombres de quienes habían sido. Con los años, dejó de hacerse eso de anunciar las puntuaciones desde la plataforma. ¿Se acuerdan de cuando las asambleas de circuito comenzaban el viernes por la noche y terminaban el domingo por la tarde? El programa del sábado comenzaba temprano en la tarde y terminaba ya de noche, pero no había quien se durmiera aquellos sábados por la noche, porque había escenificaciones muy entretenidas y realistas. Había ocasiones en las que el decorado de la plataforma era muy elaborado. Por ejemplo, para la escenificación de un hermano predicando de casa en casa, hoy en día tendríamos que imaginarnos la casa. Pero, en las asambleas de circuito de aquella época, podía verse la casa, la puerta de la casa y, a veces, hasta el timbre. Y se podía saber si la persona que abría la puerta tenía interés, porque el número de su casa era 777. Y, si no tenía interés, también se sabía, porque el número de su casa era 666. Recuerdo una vez en que, después de que llamaron a la puerta, salió un hermano vestido de sacerdote y presentó tremendo argumento a favor de la trinidad. ¡Qué ayudas visuales! No podías olvidar lo que veías. ¡Imposible! ¿Se acuerdan de cuando en cada congregación había un siervo de congregación y otros siete siervos? Estaba el siervo auxiliar de congregación, el de estudios bíblicos, el de cuentas, el del estudio de <i>La</i> <i>Atalaya,</i> el de revistas y territorio, el de literatura y el de la Escuela del Ministerio. Y, a menos que hicieran falta más hermanos que dirigieran los estudios de libro, no se nombraban más de ocho siervos. Así que había pocas posibilidades de que te nombraran siervo, a no ser que alguno se mudara. Entonces, ¿qué podía hacer un joven para asumir más responsabilidades? Es más, ¿cómo se iba a cumplir la profecía registrada en Miqueas 5:5? Allí, Jehová promete: El 7 representa que algo está completo. Así que el número 8 indica que habría hombres más que suficientes para cuidar de las congregaciones. ¿Pero cómo podría cumplirse esa profecía si el número de siervos estaba limitado? El problema se resolvió en 1971. ¡Qué alegría sentimos cuando nos dijeron que habría un cuerpo de ancianos en cada congregación y que cualquier hermano que reuniera los requisitos podría ser nombrado anciano o siervo ministerial! También recuerdo que, cuando me bauticé hace 66 años, no hacía falta que nadie te diera permiso para bautizarte. Bastaba con que te presentaras al discurso de bautismo y dijeras que sí a las dos preguntas que se hacían al final. De hecho, ocurrió en más de una ocasión que en el último momento, y para sorpresa de todos, alguien corría hacia la plataforma, se paraba junto al grupo, respondía a las preguntas y, al final, se bautizaba. Hacía falta algo más. Había que asegurarse de que las personas entendieran lo que significaba el bautismo y de que vivieran de acuerdo con lo que enseña la Biblia. Por lo tanto, en 1967 se preparó una serie de preguntas para que los hermanos responsables pudieran comprobar si las personas estaban preparadas para el bautismo. A lo largo de los años esas preguntas se han ido actualizando. Hoy en día se repasan con quienes desean bautizarse unas 60 preguntas. Tenemos oro en vez de cobre. ¿Se acuerdan de que nuestras publicaciones casi no tenían dibujos? Y los que tenían eran en blanco y negro, y, si acaso, en dos colores. En cambio, hoy, nuestro alimento espiritual viene acompañado de preciosas ilustraciones a todo color. Algunos de ustedes tal vez recuerden aquella época en la que, cuando salía una publicación nueva en inglés, había que esperar años hasta que saliera en los demás idiomas. Hasta los artículos de estudio salían unos meses más tarde. Y es que era imposible imprimir en otros idiomas al mismo tiempo que en inglés. Les explico por qué. En primer lugar, se enviaba a las sucursales lo que se iba a traducir por el servicio postal. Y, si los traductores tenían alguna pregunta sobre el texto en inglés, tenían que escribir a la central, también por el servicio postal, y la central tenía que responderles por el mismo medio. Total, que en ese ir y venir pasaba muchísimo tiempo. Y en algunos países el correo era pésimo. Pero, ahora, gracias a los programas de computadora que han desarrollado los hermanos, a los adelantos en las comunicaciones y a otros factores, es posible que una misma publicación salga en la mayoría de los idiomas a la misma vez que en inglés. ¡Qué gran mejora! Y, por cierto, hablando de nuestras publicaciones, hace ya 31 años que en Estados Unidos no pedimos ninguna contribución específica por nuestras publicaciones. Y en otros países se adoptó la misma medida. Y eso ha sido una gran bendición para muchos. Por ejemplo, cuando se pedían contribuciones por las publicaciones, había familias Testigos en África y en otros lugares que no podían tener <i>Atalayas</i> para todos. El dinero no les alcanzaba. Y mucho menos para los libros. Voy a contarles algo. Esto sucedió en África. Un misionero se dio cuenta de que un hermano joven citaba una gran cantidad de textos al comentar. Eso le llamó la atención. Así que un día le preguntó: “¿Cómo es que te has aprendido tantos textos?”. El hermano le dijo: “Son del libro <i>Razonamiento.</i> Es que lo leo cada vez que puedo”. Y el misionero le preguntó: “¿Cómo es eso de que lo lees cada vez que puedes?”. Él le respondió: “Yo no tengo ningún libro <i>Razonamiento;</i> no podría pagarlo. Pero conozco una hermana que sí lo tiene y ella me lo presta de vez en cuando. Por eso digo que lo leo cada vez que puedo”. Como se imaginarán, el misionero fue y le compró el libro <i>Razonamiento</i> al hermano y una <i>Traducción del Nuevo Mundo.</i> Esa fue muy buena inversión. Al joven lo invitaron a Betel. ¿Y adónde lo asignaron? Al Departamento de Publicaciones. Los hermanos sabían que él valoraba muchísimo las publicaciones y que se encargaría de que las congregaciones tuvieran las que necesitaran. Bueno, al mirar atrás, vemos que lo que se hizo en el pasado cumplió su propósito. Fue como el cobre. De ninguna manera lo despreciamos. Nuestra forma de pensar refleja lo que dice Zacarías 4:10: Claro, cuando los hermanos se dieron cuenta de que había cosas que mejorar, enseguida hicieron los cambios. ¡Cuánto fortalece eso nuestra fe! ¡Y lo mejor está aún por venir! Como les mencioné al principio, tal vez algunos de ustedes nunca habían oído hablar de estas cosas. Pues, ¿por qué no le piden a un hermano que lleve mucho tiempo en la verdad que les dé más detalles? Sin duda, esa conversación será muy muy interesante.

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