A Lala.

A Lala.

Elena Llovet

 

Ilustración: Leonardo Tarrero


 No sé como hacer esto porque nunca he escrito una carta, una carta carta, con sobre, sellos y firma, jamás. Quiero visualizar que esto es una carta, que llega a tus manos un papel con mis huellas y borrones. La primera vez que yo recibí una me la enviaste tú, de Plaza de La Revolución a Centro Habana, no olvido el encabezado: espero que al recibo de la presente no te hayas puesto la chancleta y empezado a chupar mango en los contenes… aquello fue todo un simulacro de adultez por el hecho en sí de recibir la carta y por tu prosa sugerente, tu humor negro y tu caligrafía correctísima. Era un pedazo de literatura producido para mí, casi una carta de amor, de las que he recibido pocas, nunca tan bonitas como las que guardabas en la cajita de talco Mája. De amor sí, porque entre regaño y regaño advertencia y advertencia sabía que querías decirme que me echarías de menos, que no te gustaba la idea de que viviera aquí y que temías porque los jóvenes se van olvidando de visitar a los viejos. Las primeras notas de las primeras canciones que recuerdo las escuché en tu casa, de la grabadora que tenías en la cocina para escuchar radio reloj en lo que se ablandaban los frijoles y por las tardes radio enciclopedia. Entonces una del Benny, otra de La Burque, un contonearnos bajo la ventana del patio, bajo la luz que sale de los vitrales. Mis pies enroscados en tus caderas, mis brazos medianos en tu blusón de flores. La Bayamesa, la de verdad, no la de Almeida: 

(…) Pero si siente…de la patria el grito

Enardecernos juntas, tu tarareo, tu voz carrasposa…

Pero si sieeente, de la patria el grito, todo lo quema; todo lo deja, ese es su lema, su religión.

Aprender a estar en silencio, a no armar perretas, a atender a las visitas, aunque sean latosas, a combinar los colores por contraste, los colores…bermellón, cerúleo, carmesí…escribir un cuento juntas, piropear a los gatos que pasan por la acera.

Escucharte decir: la Virgen de la Merced es francesa y es tu ángel de la guarda, yo tomo té y soy más cubana que las palmas, Elvis se aprovechó del racismo de la industria americana para copiar a todos esos músicos negros de clubes, Lezama ha sido el intelectual más importante que ha dado esta isla y no lo quieren aceptar, unos zapatos lindos y cómodos conquistan el mundo, nunca hubo que vestirse de macho para escuchar rock, no te comas las uñas que te va a dar oxiuros, ese libro de Vallejo ha pasado conmigo las noches más amargas, dejaste el ballet y el lírico ¿que pretendes irte con la comparsa!? Después de Lydia Cabrera… nada interesante, esta Revolución nos enseñó a enemistarnos, divide y vencerás, yo no salgo para ver miseria, tu madre es la mujer más tierna del mundo, no hay nada más negro que llegar a viejo, los 60 fueron brutales: mi mamá vendió su ajuar de novia para darnos de comer, no me pongas esa cara de bandida ni me metas en líos de muchachos… modista ni modista, !costurera remendona es lo que es! es propio de la mujer el sufrir y el preocuparse por la existencia, ese Marlon Brando si era un hombre…, hay que aprender a estar a media altura para no ser infeliz, una se casa y se conforma, se te pegan manías de viejos no te des más balance, no te preocupes que tú vas a ser altísima, que bonito te queda ese verde… oye… ya vienes cuando te parece.

Ayer me soñé sentada en el banco de un parque pasando por un dolor inexplicable, ese fue todo el sueño, yo inmóvil en el banco y un dolor inexplicable. Hoy me llamó Nereida para decirme de ti y me he pasado el día con la idea morbosa de imaginar el estado de tu cuerpo, de tu cuerpo fresco en la tierra, que rechazo absurdo se le tiene a los cadáveres, acaso no es tu carne, no seguirá siendo tu carne por los próximos días, tu pelo, tus manos largas. Algo de mí se ha escapado sin pudor alguno hasta West Palm Beach, - donde reposas aún casi dormida- para acostarse a tu lado y palpar tu rostro. Tú y yo sobre el césped recién cortado, tú y yo entre las cruces de marfil, entre las lápidas mínimal de los empresarios, los floreros de cristal, las flores frescas y las flores mustias, los epitafios… tú y yo Lala, tu cuerpo y yo por última vez habitando el silencio, yo respirando por ambas ¿Cómo sentir rechazo hacia eso? que poco somos abrazados post mortem.

Hoy te he llorado a intervalos, por ratos, haciendo la comida, regando las plantas; por los rincones de la casa, mientras me bañaba. Que peso este de existir, que batalla campal la de todos los días. Lala no soy tan buena, ni tan humilde, ni tan hermosa, ni siquiera soy alta. Las mujeres con pequeña estatura somos un concentrado de algo, pasta de tomate grumosa y no, fina salsa para pastas, un barril de petróleo denso, un frasco de arsénico, un aguarrás, un cartelito que pone: diluir en tres partes de agua antes de consumir. Siento que me apago, me consumo y me desaparezco con los días. Así, habiendo vivido en la arrogancia de pensarme en demasía, de nunca haber aprehendido a estar a media altura, a mirar por los otros, me pregunto por los días que me quedan por vivir desde este escepticismo, la vida a gotas, la felicidad a medias, que tortura esta la del vivir… la del largo viaje del día hacia la noche. 

Fui al cementerio hace unas semanas y me senté a ver si era cierto lo del gemir de la yerba, lo del viento enrarecido, es cierto, todo es cierto, los cuerpos exánimes desprenden una energía particular que traspasa ese pavimento. Abandonar esta osamenta ha de ser un vuelo sin par, un regocijo, un revolotear de colibríes en el alma. 

En esta cuarentena me dirías: esto es bueno para que la gente aprenda a estar a solas, creo que todavía no sé estar sola, siempre admiré la paz con que te sentabas en silencio en el sillón, apacible, a meditar, sobre todo. En esta semana santa he pensado mucho sobre las personas a las que he lastimado de un modo u otro, es una carga particularmente pesada la de saber que se ha propiciado el dolor de otro, aquel día que grité y me sostuviste las manos y me dijiste llora yo sé que es muy injusto… Disculpa por la ausencia y por la desmemoria que no me atrevo a justificar. Llenaste mi niñez de sitios de luz, de un mundo otro de delicadeza y paz, me distraías de lo que pasaba, de mi padre… Me hiciste un refugio a dos puertas de mi casa, colmado de dulces con papelitos brillantes y amor, me reconforta pensar en lo mucho que hay de tu persona en mí. Es cierto que los espacios se parecen a las personas, paso por tu casa y a veces no me detengo, porque la confundo entre las demás, los que viven allí han parqueado el carro donde estaban tus canteros y columpio que tejiste. Hacen esos asados en el portal de los que no te gustan. Te prometo detenerme la próxima vez y tocar a la puerta con alguna excusa para ver la sala y la entrada de tu primer cuarto donde estaba tu cómoda enorme e imaginar que caminas hacia mí. En estos días he pensado en quemarlo todo, en sostener la brasa como la bayamesa y sacudirla y bañarme de fuego por todos los puntos cardinales. Lala estoy desecha, adolorida, lastimada de lado a lado por tu causa. Pero los últimos años me han conducido a un esoterismo inusitado y sé que estos días estarás más presente que nunca, pero depende de mí, dejar reposar tu recuerdo y tu alma. 

Ojalá fuese un ápice de lo hermosa y benévola que fuiste para con el mundo. Salúdame a Manuel, que siempre supo mirar a tu altura y espérame sentada para vernos sobre las siete… la hora de los enamorados ¿recuerdas? Te beso en esa energía azul que siempre brotó de tu pecho, tu piruja.








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