35 años, 35 historias

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Solo nos quedan 160

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Solo nos quedan 160

Rafael Ruiz

Año

2002

: AYUDAMOS A SALVARLOS

El lince como icono de la fauna ibérica en alerta roja. Y este reportaje como ejemplo de nuestra preocupación por el medio ambiente. Cuatro veces trajimos al gran gato a estas páginas: en 2001, 2002, 2005 y 2009. Y dimos un empujón decisivo a su plan de cría en cautividad.

El País Semanal, domingo 22 de diciembre de 2002.

El lince ibérico (Lynx pardina) ha llegado a un punto en el que cualquier rodeo le puede llevar directamente a la desaparición. Nicolás Guzmán, coordinador de la Estrategia Nacional para la Conservación del Lince Ibérico, es directo: “Se ha confirmado lo que temíamos. Quedan menos de 200. Fuera de Andújar y Cardeña-Montoro (Sierra Morena oriental, Jaén) y Doñana (parque nacional y parque natural), no hemos podido confirmar la presencia permanente de linces, de poblaciones viables ahora mismo”. ¿Menos de 200? “Y eso dejando abiertas muchas esperanzas; contando con que haya ejemplares dispersos. Yo creo que la cifra real hay que situarla en 150 o 160, en un territorio de solo unas 14.000 o 15.000 hectáreas”. ¿150 o 160? “Pero es que hembras reproductoras, que son las que garantizan la supervivencia de una especie, que es la auténtica forma de contabilizar una población en la vida silvestre, quedan entre 22 y 32”.

Esta es la conclusión matemática, desnuda y cruda, del inventario realizado entre 2000 y este otoño con sistemas de precisión como cámaras fotográficas que se disparan automáticamente en el campo y recogida de excrementos e identificación a través del ADN. El principal problema, y en eso coinciden todos los expertos, es la escasez de conejos -ingrediente fundamental en la dieta del lince-, agotados por dos enfermedades que se han ensañado con ellos: la mixomatosis y la neumonía hemorrágica vírica. “El mapa del conejo es desesperanzador”, dice Guzmán. Y los intentos de repoblación no han dado aún resultados que cambien esta perspectiva.

Si desaparecen esos 160, se extingue el Lynx pardina. Porque no existe en ningún otro punto que no sea la península Ibérica. Y porque los españoles no hemos sido capaces de disponer de un mínimo retén de animales en cautividad para poner en marcha un plan de cría y garantizar que, al menos, haya linces ibéricos en algún sitio.

Es el felino en una situación más vulnerable en todo el planeta. Ya entró en esa lista roja en 1996. “Mire, se lo digo claramente. Si desaparece, será una vergüenza nacional. Un ridículo espantoso. A ver con qué cara vamos luego por ahí de europeos, enseñando a países en desarrollo cómo hay que actuar en medio ambiente. Salvando las distancias, la India ha sido capaz de llegar a acuerdos para garantizar la supervivencia del tigre de Bengala. ¿Y nosotros?”, se pregunta Rosa García Perea, investigadora en el Museo Nacional de Ciencias Naturales y miembro del grupo de expertos en felinos de la UICN (Unión Mundial para la Naturaleza), la organización de referencia en el mundo sobre la conservación de especies. “La UICN lo ha incluido este año en la categoría de ‘en peligro crítico de extinción”. ¿Cómo ven los expertos de UICN lo que se está haciendo en España por esta especie? “Ven un... llamémoslo... exceso de organización en torno al lince. De comisiones y subcomisiones, grupos y subgrupos. Yo creo que hay muchas ansias de protagonismo y que sobre la mesa no se ha puesto realmente la voluntad de salvar el lince”.

Descoordinación, exceso de burocracia. Estrategias nacionales que piden planes que han de desarrollar comisiones que han de nombrar coordinadores para realizar estudios que analicen impactos que aprueben expertos que remitan a los responsables políticos para que firmen convenios que den permisos para realizar pactos y acuerdos y consensuar programas. No es broma ni caricatura.

EPS publicó en el verano de 2001 un reportaje sobre la situación ya crítica del lince. Entonces se hablaba de 400 ejemplares. Todas las personas consultadas concluían en la urgencia de tomar medidas, de coordinar -sobre todo, a la Junta de Andalucía y al Ministerio de Medio Ambiente- y poner en marcha -”ya”- la cría en cautividad. “Si esto se retrasa otro año, nos acercaremos a una situación muy, muy peligrosa”, advertían los expertos. Ha pasado año y medio, y poco ha cambiado. La mayoría de las 20 personas entrevistadas para estos dos reportajes hablan de tensiones, enfrentamientos, zancadillas; pero con la boca pequeña. Las explicaciones oficiales, las publicables, no dicen toda la verdad. “No vaya a poner eso en mi boca; lo que necesita el lince es consenso y una actitud positiva”, suele ser la advertencia habitual al periodista. ¿Qué hacer entonces? ¿Seguir alimentando esa actitud positiva que busca infructuosamente el entendimiento desde hace una década mientras la cuenta atrás del lince entra en la franja de lo irremediable? ¿O airear los auténticos cuellos de botella? Hasta el propietario de una gran finca (un tesoro en biodiversidad, con linces, águilas imperiales y buitres negros) en Sierra Morena lo dice, refugiándose también en la petición de anonimato: “Veo una aparente falta de coordinación y entendimiento entre la Administración central y la autonómica de Andalucía. Si se trata de un trasfondo político, el resultado solo es negativo. Hay que unificar urgentemente criterios, estrategias, responsabilidades. El lince no puede pagar los platos rotos por falta de entendimiento”. La Junta de Andalucía está en manos del PSOE; en el ministerio gobierna el PP.

Tras una reunión en Andújar (Jaén), a finales de octubre, de todos los sectores implicados en la conservación del gran gato manchado, el ministerio publicó una nota que aseveraba: “Está previsto que los trabajos para capturar ejemplares comiencen en noviembre”. Cuando se le pregunta por este punto a Miguel Ángel Simón, coordinador para el lince de la Junta de Andalucía, contesta, para desconcierto de muchos: “Bueno, bueno..., eso no está nada claro. Faltan estudios. Y el ministerio no nos ha hecho una solicitud formal”. Ahora mismo (10 de diciembre, fecha en que se cerró este reportaje), sigue sin haber una pareja sana de linces en cautividad que garantice la reproducción; aunque desde la Junta de Andalucía se asegura que “está cercana” la captura de un macho en Doñana (“ya está localizado”), que presenta unas condiciones físicas no muy boyantes para sobrevivir en libertad y que pasaría a El Acebuche próximamente. Repasa la situación Íñigo Sánchez, director del Zoo de Jerez de la Frontera y coordinador del plan nacional de cría en cautividad: “Tenemos dos hembras en Doñana, en el centro de El Acebuche. Morena, ya muy mayor, de 13 años, y Esperanza, de 21 meses. Tenemos otras dos hembras en Jerez, recogidas del campo en abril por pertenecer a camadas de más de dos cachorros, inviables ahora mismo: Aura y Saliega. Y tenemos un macho, que del Centro de Los Villares (Córdoba), dependiente de la Junta, ha pasado a Doñana, a El Acebuche; fue capturado en julio en Andújar, porque estaba ciego y pesaba solo cinco kilos, estaba muy mal, hasta comía carne muerta. Pero con él no podemos contar para la reproducción natural, y por ahora no queremos recurrir a la reproducción asistida, queremos que sea lo más natural posible”.

Cuesta entenderlo. ¿Qué dice Fuensanta Coves, consejera de Medio Ambiente de Andalucía? “Estamos pendientes de que el Consejo Superior de Investigaciones Científicas (CSIC) termine un estudio, bajo la coordinación de Miguel Delibes, y entregue los resultados sobre el impacto en las poblaciones en la naturaleza de la captura de ejemplares machos”. ¿Y si desaconseja la captura? “Pues habrá que revisar todo el plan”. En junio de 2001 explicaban que este estudio se podía demorar meses. Ha pasado año y medio. ¿Por qué no han hecho antes esos estudios, no se está perdiendo un tiempo precioso? “Antes no había consenso científico sobre la cría en cautividad”.

Las instalaciones en Doñana para la cría en cautividad del Lynx pardina se inauguraron por todo lo alto en 1992. Pero fueron languideciendo en los últimos años, habitadas solo por dos hembras ancianas, sin posibilidad de reproducirse. En una reunión en Cabañeros en 1998, ya hubo acuerdo entre las administraciones para poner en marcha el plan de cría en cautividad. En febrero de 1999 se aprobó la Estrategia Nacional para la Conservación del Lince por la Comisión Nacional de Protección de la Naturaleza (donde participa el Ministerio de Medio Ambiente y los Gobiernos autónomos). Y el 8 de febrero de 2001 esta comisión aprobaba el plan de cría en cautividad: se preveía capturar cinco ejemplares en una primera fase y otros cinco en una segunda etapa, combinando Doñana con Sierra Morena para evitar una consanguinidad alta.

Hasta hoy. Como mucho, terminará el año con tres hembras jóvenes y dos machos de salud precaria.

Después de todos esos pasos, ahora la Junta de Andalucía se descuelga con una propuesta de convenio en colaboración con el ministerio, lanzada el 11 de noviembre: “Para la determinación y coordinación de las actividades que se incluirán en este programa se crea un equipo técnico director, integrado por dos miembros nombrados, respectivamente, por el Ministerio de Medio Ambiente y la Consejería de Medio Ambiente de Andalucía y un coordinador científico nombrado por el CSIC. Este equipo decidirá por consenso las actividades a realizar y la forma de hacerlo, y asumirá la coordinación y revisión del seguimiento del programa, teniendo como marco obligado de referencia la estrategia nacional y el acuerdo de consejo de gobierno del Pacto Andaluz por el Lince...”. Según apuntan en la Junta, el objetivo último es que Miguel Delibes sea el eje de todo, “incluidas decisiones científicas y el manejo del dinero”.

¿Por qué aún no ha aprobado la Junta el Plan de Recuperación del Lince Ibérico, exigido por la Ley de Conservación de la Naturaleza, que data de 1989? Coves: “No lo vamos a hacer solo para el lince, sino para todas las especies vulnerables. Está en el Parlamento autónomo la Ley de Conservación de Fauna y Flora de Andalucía”. Como explica Guzmán, ni Andalucía ni ninguna otra comunidad susceptible de que haya linces o que puedan expandirse hacia su territorio en el futuro, como Extremadura o Castilla-La Mancha, han aprobado aún esos planes.

Se queja además la Junta de Andalucía de que no encuentra un interlocutor válido en el ministerio, alguien que sepa y tenga capacidad decisoria. Algunos les dan la razón a la vista de cómo hablaba del lince y de las medidas a adoptar para su recuperación Carmen Martorell, secretaria general de Medio Ambiente, durante una comparecencia en el Senado el 26 de junio: “Espero que sea suficientemente inteligente para adaptarse a las nuevas circunstancias, porque en esta vida ocurren esas cosas (...). El hombre, por suerte, es más inteligente y es capaz de adaptarse. El lince parece bastante menos inteligente de lo que creíamos que era. Quizá tenga muy buena vista, pero, después, en sus conductas, es un animal que corre muchísimo, hay veces que no ve, no se para a ver adonde tiene que ir (...). Creo que tiene que haber un factor de adaptación al medio, como lo han tenido otros, para sobrevivir. (...) Hay otros animales, como el quebrantahuesos, de los que hace unos años teníamos poquísimos, mientras que en este momento no recuerdo si son 300 o 600 las parejas existentes en los Pirineos. (...) Ojalá podamos decir en breve, porque no hay muchos, que nuestros linces se están adaptando a las circunstancias”.

Quedan 160... inadaptados linces

Los celos por protagonismos se dejan ver cuando Fuensanta Coves acusa: “¿Qué hacía el ministro (Jaume Matas) viniendo a soltar conejos en primavera a Andalucía y convocando a la prensa sin comunicarnos nada a la Junta? Eso no resuelve nada”. Remata: “Mire, el lince se ha usado como confrontación política. Vamos a ver si es verdad que hay voluntad de salvarlo. Porque la propuesta de convenio es un gesto de gran generosidad por nuestra parte”.

“¿Generosidad? Pero si llevan dos años poniendo peros; se muestran muy dispuestos, pero a la hora de ejecutar una decisión, siempre hay alguna traba, algún papel que falta...”, señala un experto en conservación, que también prefiere, a la hora de hablar claro, no ser identificado. “Mire, ponen unas exigencias que ellos mismos se saltan cuando quieren”. Las acusaciones de utilizar al lince como arma política se lanzan en los dos sentidos. Varias personas consultadas, y no todas adscritas al ministerio, coinciden en el análisis, aunque prefieren que sea el periodista quien lo ponga en su boca. ¿Qué pasa? Muy sencillo: “Si se coge un animal en la naturaleza, ¿adónde lo llevan? La Junta de Andalucía no podría soportar que el ministerio se apuntara el tanto de hacerse las primeras fotos con los primeros linces nacidos en cautividad en Doñana. De ahí que presione para que haya nuevas instalaciones en el Zoo de Jerez”. Aún más. Es ya vox populi la mala sintonía entre Pablo Pereira, responsable de los centros de cría de fauna amenazada en el parque nacional de Doñana, cuya mujer, Celia, es veterinaria en estas instalaciones, y Miguel Delibes, cuya esposa, Isabel Mateo, es viceconsejera de Medio Ambiente en Andalucía. La Junta de Andalucía no da un paso sin el asesoramiento de Delibes, que se ha ganado el prestigio como máximo experto en Lynx pardina tras muchos años de trabajo y estudios, y el ministerio considera que no se puede prescindir de unas instalaciones y unos expertos como los de Doñana. El ministerio subraya además el carácter nacional del plan para salvar al lince; es decir, insiste en la implicación de otras comunidades autónomas. Pero Andalucía reclama su legítimo derecho al protagonismo, ya que, hoy por hoy, parece que solo hay linces en su territorio.

Lo cierto es que cuando Miguel Delibes rescató del campo de Doñana a Esperanza, la lince bebé deshidratada, a punto de morir, no la llevó a El Acebuche, con Pablo Pereira, sino al Zoológico de Jerez de la Frontera (Cádiz), para que la cuidara Íñigo Sánchez, ahora director del zoo y coordinador del plan nacional de cría en cautividad.

Lo ha dicho Fuensanta Coves: “No había consenso científico sobre la cría en cautividad”. De hecho, Miguel Delibes siempre puso el acento en tratar de preservar al lince en libertad, cuidando su hábitat, adoptando medidas en el campo, y durante un tiempo desaprobó que la cría en cautividad fuera el objetivo prioritario por miedo a descuidar los otros aspectos. ¿Qué dice ahora Delibes? “Me parece desafortunado poner tanto énfasis en la cría en cautividad, pues se transmite a la sociedad que eso es lo único importante para el lince, y además se coloca demasiada presión sobre los que tienen que autorizarla y llevarla a cabo, haciéndoles más difícil la toma de decisiones. En el último año y medio se han puesto en marcha muchas e importantes medidas para conservar a los últimos linces en el campo. Sin embargo, parecería que no se hace nada, por el mero hecho de que aún no se crían linces cautivos. Lo anterior no es óbice para que personalmente defienda que es imprescindible y urgente aprender a criarlos en cautividad (es un salvavidas que aún no sabemos si funciona, ni cómo lo hace, y necesitamos saberlo). La síntesis del excelente plan aprobado en 2001 se concreta en una primera frase que dice: ‘Para comenzar el programa de cría es prioritario contar con individuos reproductores en buen estado sanitario, al igual que con una organización clara y un compromiso financiero sólido’. Quizá la falta de individuos reproductores sea lo que más llama la atención a día de hoy, pero lo cierto es que tampoco se han hecho todos los esfuerzos necesarios para clarificar la estructura ni para garantizar la financiación a largo plazo. Creo que es exigible del ministerio y las comunidades autónomas (en particular, Andalucía) que de inmediato lleguen a un acuerdo para plasmar las recomendaciones del plan en un proyecto”.

Otra peculiaridad. Aquí el dinero no parece obstáculo. ¿Hay problemas presupuestarios? “En absoluto, ese no es el problema”, resume Guzmán. Puede ser todo lo contrario. El propietario de la finca pone otro dedo en la llaga: “Creo que las administraciones están haciendo mal al airear en exceso cifras económicas de ayuda que provocan ciertamente la codicia de oportunistas. El dinero es necesario, pero personalmente desconfío de alardes monetarios, y de sus practicantes”. Una de las medidas en que más se ha puesto el acento en los dos últimos años son los convenios con propietarios de fincas donde vive el lince o por donde puede expandirse; convenios para mejorar el hábitat y permitir que se recupere la población de conejo y, con él, la población lincera, y que suelen incluir el arrendamiento de la caza menor. Simón señala que el lince está en un 80% en terrenos privados; por eso, lo público ha de pactar con lo privado. Estos convenios los están firmando, sobre todo, la Junta de Andalucía y el Ministerio de Medio Ambiente, más la activa participación de fundaciones y ONG como WWF/Adena. “En total hay entre 80 y 90 fincas con convenios, que pueden abarcar casi 100.000 hectáreas”, calcula Simón. ¿Falta alguna finca importante? “Una”.

Y el ministerio hace cuentas del desembolso general dedicado a este animal entre 2000 y 2006: Proyectos LIFE (financiados por la UE) de Andalucía y Castilla-La Mancha: 11 millones de euros. Conservación en parques nacionales y fincas estatales: 7,5 millones. Conservación en fincas privadas: 5,1 millones. Estudios sobre genética, conejo...: 5,5 millones. Más casi otro millón para censos, coordinación general, seguimientos, cría en cautividad... Total: 30,17 millones de euros (en pesetas: más de 5.000 millones). Recursos no faltan. Además, el lince se ha convertido en un animal emblemático -fotogénico símbolo de la fauna amenazada- y muchas empresas han decidido volcarse en ayudarlo, con campañas de divulgación y sensibilización, y aportando también sustanciosas cantidades. Empresas como Coca-Cola y BP/Lubricantes Visco; más fundaciones como CBD Hábitat, la Marcelino Botín y la Territori i Paisatge (ligada a Caixa Catalunya).

Aunque todas esas inversiones sirvan también para el cuidado del maltratado campo español, tocando a más de 190.000 euros (más de 30 millones de pesetas) por lince, ¿no habrá capacidad para asegurar su futuro?

Historia de (una) ‘Esperanza’

Fue recogida el 26 de marzo de 2001 en el campo, al norte de Doñana, en el paraje conocido como Coto del Rey. Tenía solo seis días, solo 200 gramos. Tres hermanos: panorama oscuro. Hoy día, con la escasez de comida, de conejos, es prácticamente imposible que una hembra saque adelante una camada de cuatro cachorros. De hecho, uno ya había muerto. A ella la recogió un gran experto en linces, el biólogo Miguel Delibes, y la llevó inmediatamente al Zoológico de Jerez de la Frontera (Cádiz), centro con experiencia en la cría de felinos a biberón. A sus dos hermanos machos los dejó en el campo. Uno de ellos, al que se llamó Jimeno, fue atropellado el pasado verano en una carretera del término de Hinojos. La lince bebé llegó al zoo muy mal, desnutrida y deshidratada, con pequeños problemas de musculación. Pero respondió bien a los cuidados intensivos que le dispensaron y creció con normalidad. Fue bautizada Esperanza, porque despertaba muchas esperanzas, abría la puerta a la cría en cautividad de linces ibéricos; un programa que en el verano de 2001 se pensaba que ya iba a despegar. Calcularon mal muchos. Sí sirvió la experiencia de Esperanza para acordar la recogida de pequeños linces en su mismo estado; es decir, cuando se detectaran camadas numerosas se recogerían los cachorros tercero (y cuarto si lo hubiere) para engrosar los efectivos de la cría en cautividad. Así, el pasado abril se incorporaban al Zoo de Jerez otras dos hembras de camadas de más de dos crías: Aura y Saliega (que quiere decir tierra arenosa donde hay linces), procedentes de Doñana y Andújar, respectivamente.

Alberto Larramendi, director del parque nacional de Doñana, cuenta que Esperanza regresó a Doñana el 21 de agosto de 2001, con cinco meses de edad, con buen estado de salud y cinco kilos. Hasta febrero de este año compartió espacio con una lince mayor y coja, Celia, que murió al final del invierno de un tumor. Poco antes, Esperanza, ya con ocho kilos, pasó a ocupar ella sola una de las espaciosas jaulas de El Acebuche, expresamente diseñadas para criar linces. Son ocho jaulas de unos 15 por 10 metros, donde se ha reproducido la vegetación mediterránea que constituye el hábitat característico del Lynx pardina. “Ahora Esperanza pesa 15 kilos; lo habitual para una hembra adulta son 12-13 kilos”, dice Larramendi. “A finales de año o comienzos de 2003 entrará ya en celo y será apta para reproducirse”. Esperanza ha cumplido 21 meses y comparte las instalaciones de El Acebuche con otra hembra muy anciana, Morena, de 13 años.

Hace 10 días se decidió trasladar al centro de Doñana al macho de la edad de Esperanza que estaba acogido en Los Villares (Córdoba), y que fue capturado en el campo el pasado 7 de julio -le llaman Fermín-, ciego y moribundo. Sin embargo, los principales responsables de la cría en cautividad opinan que este animal no es válido para acometer un plan de reproducción que se pretende que sea lo más natural y eficaz posible. Fermín está ciego, no puede ser ese macho sano que haga viable la cría, ese macho sano que desde que se abrieron las instalaciones de Doñana hace 10 años, por unas cosas u otras, no acaba de llegar.

Por ahora, el consenso es capturar ejemplares machos adolescentes (unos ocho meses), de los que se encuentran en fase de dispersión; esos que deben abandonar el terreno de los mayores, de sus padres, para buscarse la vida. Son animales sometidos a muchos peligros; de hecho, suelen ser los que mueren por atropellos cuando abandonan la protegida Doñana. “Esperanza está magnífica”, termina Larramendi. “Sana y activa; además, con buen carácter, manejable, perfecta para la reproducción en cautividad”.

YA HAY MÁS DE 300

Repercusión.

Juan Carlos del Olmo, secretario general de la organización WWF en España, resume: “¡Cuánto bien hicieron vuestros reportajes para desbloquear la dramática situación del lince”. Hoy, José Jiménez, director general de Medio Natural, hace balance: 279 ejemplares en libertad; en cautividad han nacido 124 cachorros, de los que han sobrevivido 78. Eso ha permitido ampliar el proyecto a cinco centros y plantearse ya la reintroducción de animales.

Otros iconos

. El lince es la especie emblemática de la fauna ibérica amenazada. Los otros dos iconos en alerta roja también han seguido una trayectoria positiva: ya hay 300 parejas de águila imperial y el oso pardo se recupera poco a poco en el Cantábrico. ¿Quiénes han empeorado? El urogallo y los peces autóctonos de río, por la invasión de especies exóticas.

Presidente Obama

Richard Ford

Año

2009

: RICHARD FORD RETRATA LA CASA BLANCA

Sutil cronista de la Norteamérica de hoy, Ford escribió en exclusiva sobre la asombrosa victoria electoral de Barack Obama a dos días de tomar el poder. Para el narrador, Obama ya había logrado entonces regenerar el orgullo de ser estadounidense.

El País Semanal, domingo 18 de enero de 2009 .

Quizá sea conveniente reflexionar sobre algunas de las consecuencias menos evidentes de la llegada a la presidencia de Barack Obama, aquí en Estados Unidos. Al fin y al cabo, el trabajo habitual del novelista es imaginar las consecuencias nunca imaginadas de la conducta humana. Los seres humanos amamos, nos preocupamos, nos comportamos bien, nos comportamos mal, actuamos con pasión... ¿y entonces qué? El sentido común, por supuesto, es útil. Algunas consecuencias de nuestros actos las comprendemos de manera automática. Por ejemplo, si iniciamos una guerra, suelen ocurrir cosas malas. Estas son las consideraciones del estilo de los Diez Mandamientos y el Infierno de Dante. Las utilizamos mucho en la vida diaria. Pero el sentido común tiene sus límites. Muchos resultados de nuestra conducta pueden acabar pareciéndonos misterios tentadores y, a veces, recalcitrantes. Y no conocer las consecuencias de nuestros actos es habitualmente lo que nos hace meternos en problemas. Podríamos incluso decir que la literatura de imaginación cumple su tradicional tarea de “llevar información” al lector diciéndole: “¡Eh, tú! ¡Presta atención a lo que haces! ¡Es importante!”.

En términos de pura ética norteamericana, creo que también merece la pena considerar la ascensión de Barack Obama no solo como algo que él hizo personalmente, sino, más en general, como algo que hemos hecho todos nosotros, los votantes, los ciudadanos de este país. Y más vale pensar que su llegada a la presidencia no es -como lo viven muchos, llenos de ansiedad- un absurdo golpe de buena suerte, sino que es un acto cívico colectivo concertado, si bien desesperado, cuyas consecuencias exactas todavía no podemos ver con claridad los ciudadanos actores, pero que estamos dispuestos a emprender y cuya responsabilidad estamos dispuestos a asumir.

En Estados Unidos, al menos durante los últimos ocho años, tanto demócratas como republicanos han tendido a considerar que nuestro Gobierno era un caso de decidida y casi inexplicable mala suerte, cuyas consecuencias negativas todos veíamos, empeorando prácticamente por momentos, pero cuyo origen asegurábamos no comprender y no considerábamos responsabilidad nuestra. A los estadounidenses, en general, nos desagrada todo lo que tenga que ver con el Gobierno, y su injerencia levanta sospechas. Y solemos expresar nuestro desagrado mediante la indiferencia, salvo en los casos especiales en los que nos sentimos personalmente en peligro o con riesgo de perder dinero; entonces, el Gobierno no nos gusta porque no hace lo suficiente por nosotros. No es atípico, por tanto, que ninguna persona con la que he hablado en los últimos dos años haya querido asumir ninguna responsabilidad por George Bush, sobre todo los representantes del 50%, más o menos, que sí votó por él. He intentado atribuir a alguno de mis conocidos republicanos el mérito que, en mi opinión, le correspondía. E incluso escribí una larga novela, uno de cuyos temas políticos consistía en asignar -esta vez a los demócratas- parte de la culpa de la presidencia de Bush, por haber asistido con indiferencia a unas elecciones (las de 2000) que tenían en las manos. Ninguno de mis esfuerzos dio verdaderamente fruto.

Desde el punto de vista cívico, por supuesto -lo que Ralph Waldo Emerson llamaba nuestras “virtudes municipales”-, es evidente que es algo terrible que nadie asuma la responsabilidad del Gobierno que ocupa el poder. Y es especialmente malo cuando -como hacemos en Estados Unidos- presumimos ruidosamente por todo el mundo de tener una sociedad democrática y participativa que, a nuestro juicio, otros deberían emular, mientras nuestro Gobierno no está siendo demasiado bueno y pese a que, sin embargo, somos verdaderamente responsables de él, nos guste reconocerlo o no. Esta forma de ser ciudadanos pero no responder de nuestras acciones es perjudicial para el espíritu americano. Y otro de sus efectos negativos es que no responsabilizarnos de nuestro Gobierno perjudica nuestra capacidad de prever e influir en las consecuencias de nuestra voluntad nacional y nuestras decisiones colectivas. Ese es, al fin y al cabo, uno de los principios esenciales del arte de gobernar con responsabilidad, y de la parte del arte de gobernar que sirve de modelo a nuestra conducta privada. La novelista inglesa George Eliot escribió en una ocasión que no hay vida privada que no esté enmarcada por la vida pública. Y cuando el Gobierno es malo y nadie se hace responsable de él, la sociedad entera -la sociedad de base, en la que vivimos- está en peligro, y la mente adquiere un hábito de desorientación que allana el terreno al totalitarismo y la demagogia y a la transformación de verdades manifiestas en mentiras. Como podemos ver que ocurre en Estados Unidos desde hace un tiempo. Piensen en nuestra economía. Piensen en el impacto que ejerce Estados Unidos en el entorno físico del mundo. Piensen en las armas de destrucción masiva que no estaban allí. Se podría decir que ha sido un periodo extrañamente soviético en la vida política estadounidense. Y, como curación, habría que afirmar que para mantener por lo menos un mínimo contacto con la verdad es preciso mantener por lo menos un mínimo de nuestro sentido de la responsabilidad por nuestras acciones. No hace falta ser un genio político para entenderlo. Pero la política puede hacer que parezca más difícil de lo que es.

Aun así, resulta extraño pensar en la entrada de Estados Unidos en el nuevo territorio desconocido de Obama como un sincero intento de asumir una responsabilidad más firme por nuestras acciones y nuestro destino nacional. Es posible, desde luego, que todos los actos de responsabilidad personal incluyan hacernos responsables de consecuencias que no podemos acabar de prever. De forma que nuestro dilema y nuestro reto quizá no sean meramente la extraña realidad de la verdad invertida -como en el espejo de Lewis Carroll- a la que nos hemos acostumbrado durante los años de Bush. La presidencia de Obama nos ofrece, en el peor de los casos, una forma claramente nueva de evaluar Estados Unidos desde dentro, algo que hasta ahora no se nos ha dado muy bien.

He aquí, pues, otras “consecuencias de Obama”, basadas en mi intuición de escritor y mis observaciones personales. Son asuntos de los que en el futuro se pedirá a los estadounidenses que sean conscientes y responsables.

Uno de ellos es que no puedo evitar la sensación de que hay algo extraño y que suena falso en todos los republicanos con los que he hablado en las semanas transcurridas desde las elecciones, ciudadanos que me han dicho que no votaron por su partido, sino que lo hicieron por Barack Obama. El progresista de buena fe que hay en mí quiere creer que estos votantes se sintieron iluminados por Obama, que hicieron lo correcto (por una vez), que se habían hartado de todo lo que significaba ya George Bush y actuaron movidos por el patriotismo, el sentido común y una pizca de valor para reexaminar unas “certezas” vacías y llevar a cabo el acto soberano que nunca habían pensado que harían: votar demócrata. Votar por un negro. Salvo que... Son los mismos que votaron por Bush, no una, sino dos veces (y la segunda vez fue una enorme, desastrosa traición a nuestro país, porque para entonces ya eran perfectamente visibles la temeridad y la incompetencia de Bush). Y esos republicanos son los mismos que no querían hablar conmigo cuando les preguntaba qué les parecía apoyar a Bush. Por tanto, la verdad, no me fío de ellos. Y tampoco me fío de poner en manos de su maltrecho juicio el futuro de mi país, un futuro que será doloroso, caro y lleno de estruendosas incertidumbres, y que necesitará un Gobierno estable que pueda contar con el apoyo fiel, lúcido y pragmático de su electorado. No digo que quiera que se conceda automáticamente un segundo mandato a Obama (aunque sería alentador), ni que pretenda que se prohíba votar a estos republicanos advenedizos (cosa también tentadora, porque, desde luego, me habría gustado que se lo prohibieran, después de lo de 2004). Al fin y al cabo, puede que Obama no dé buen resultado. No lo sabemos. Pero el carácter heterodoxo y posiblemente provisional del mandato de Obama y las consecuencias que tendrá para el futuro de Estados Unidos se convertirán en parte intrínseca de ese futuro y en un nuevo elemento del carácter estadounidense. La responsabilidad por ese carácter y su futuro exigirá que estemos vigilantes.

El segundo aspecto, y evidentemente relacionado, es que la grandeza de la proeza de Obama -ser negro y obtener la presidencia (verdaderamente, algo que nunca pensé que llegaría a ver, que era como un sueño)- le ha otorgado, sin duda, un aura especial que le protege a los ojos de la gente. Pero es un aura especial que desaparecerá rápidamente en el ardiente calor de las tareas de gobierno y le dejará todavía más expuesto como presidente. Por supuesto, esa doble exposición es la trampa contradictoria del pensamiento racial, un elemento presente desde hace mucho en el pensamiento estadounidense y que no parece probable que vaya a desvanecerse porque un negro llegue a presidente: primero se dice que un candidato no merece el cargo por ser negro, y luego, en proporción con lo extraordinario de la proeza de que haya sido elegido, la opinión pública crea unas expectativas desmesuradas. Ocurrió hace siglo y medio, durante nuestro periodo fallido de reconstrucción tras la Guerra de Secesión. Y aunque es reconfortante pensar que, al ser elegido, Obama ha clavado una estaca en el corazón del racismo estadounidense, y aunque no hay duda de que su éxito representa un paso adelante formidable en los esfuerzos para desmantelar el pensamiento racial en nuestro país, también es muy probable que la conciencia racial estadounidense se oculte aún más -tras haber quedado desacreditada oficialmente por la elección de Obama- y se deje ver en las hostilidades matizadas y exageradas de las que seguramente será objeto el presidente Obama por parte del partido que ha perdido el poder.

Y eso será así solo si al presidente Obama le van bien las cosas. Si no le van tan bien, si fracasa, entonces su deslumbrante condición de presidente especial, el que cambió todo para siempre, se convertirá rápidamente en un lastre para él y para el país, porque el pensamiento racial volverá a verse estimulado. Es el riesgo de elegir a Barack Obama. Aunque es un riesgo acertado el que una nación libre tiene el privilegio de poder asumir. Y, sin embargo, es evidente que hay consecuencias que no podemos ignorar y debemos estar preparados para afrontar.

Pocos días después de las elecciones escribí a un amigo en Misisipi -un amigo de la infancia- y le pedí que me contara qué le parecía la victoria de Obama, porque imaginaba que no le había apoyado. Mi amigo es blanco, políticamente conservador, cristiano evangélico y republicano. Me parecía, por intuición, que las actitudes de los votantes rivales -que son una gran parte de la población gobernada- eran más importantes y menos fáciles de entender que mi preferencia por Obama, que era bastante sencilla. En la guerra, es sabido que más vale mantener al enemigo cerca y a la vista. En política, es prudente conocer a todos los ciudadanos, aunque solo sea porque debemos gobernar (y servir) tanto a amigos como a enemigos. “No voté por Obama, es verdad”, me respondió mi amigo. “Pero sí rezo por Obama. Pongo todo en manos de Dios. Creo que muchos que votaron como yo sienten lo mismo que yo. Quiero lo mejor para él y para todos nosotros”. “Bueno”, le contesté, tratando de ser optimista, “qué más puedo esperar, supongo”. Quería decir que, para mí -que no soy cristiano, no soy conservador y, desde luego, no soy republicano-, este es un apoyo sincero, pero quizá variable (dado que los designios del Señor son insondables). Es posible que Estados Unidos ya no esté dividido por la mitad, como cuando Bush robó las elecciones de 2000. Pero la actitud de los votantes que se opusieron decididamente a Obama (un 48%, al fin y al cabo) y prefirieron la curiosa alternativa de John McCain y Sarah Palin determinará con toda seguridad no solo los tonos del pragmatismo político de Obama, sino también su capacidad de gobernar y unir al país durante el mandato que tiene garantizado. Esos votantes acérrimamente opuestos -con sus actos, con sus omisiones y con la evolución de su disposición cívica- determinarán en gran parte lo que represente vivir en Estados Unidos durante los cuatro o quizá ocho años que tenemos por delante.

Una última palabra. Durante los dos últimos años, durante la interminable y adormecedora campaña presidencial, para muchos de nosotros se convirtió en artículo de fe que, si los republicanos ganaban las elecciones, nos iríamos del país para siempre. Muchos, de hecho, se fueron de Estados Unidos después de las dos elecciones anteriores y las respectivas victorias de Bush. Y aunque hablar de marcharse no cuesta nada, tengo pocas dudas de que lo habría hecho, convencido de que ya no conocía mi país natal, ya no me sentía fortalecido por el instinto cívico de cambiar la vida para mejorarla, ya no podía seguir apoyando la política de mi país, una y otra vez.

En todo este tiempo, desde luego, marcharse nunca se presentó como un acto ennoblecedor. Los gestos de protesta y renuncia no suelen serlo, probablemente. Siempre pueden parecer egocéntricos, ineficaces, reductivos desde el punto de vista lógico, impulsivos, aislados. Imprudentes. Después de todo, ¿qué mejor lugar que el sitio en el que uno nació y al que siempre ha sentido que pertenecía? ¿No parece siempre prematuro irse justo ahora? ¿No sería como dejar tu país en manos de sus ciudadanos menos capacitados? Existen muchos argumentos. Además, tengo casi 65 años. De verdad, ¿qué le habría importado a nadie que me fuera? Ni siquiera a mí.

Y de pronto, con la victoria de Obama, todo eso se acabó. Y en el destello de comprensión de que no tenía que irme, el propio hecho de residir se convirtió en una característica profunda de la vida en Estados Unidos, más de lo que nunca había experimentado. Yo vivo aquí, me di cuenta, y solo vivo aquí, y seguramente viviré aquí hasta que me muera. Estoy seguro de que nunca había pensado exactamente esas palabras. Tal vez los europeos den por sentadas esas nociones de permanencia geográfica relativa. Pero para los estadounidenses, ese no es el sentimiento típico que tenemos sobre el lugar en el que vivimos en nuestro continente. Todos nosotros venimos de otro lugar y tenemos tendencia a trasladarnos. Y yo pertenezco a una generación que era más aficionada que la mayoría a mantener abiertas todas nuestras opciones.

La asombrosa elección de Barack Obama ha hecho que muchos estadounidenses -esos que sentían que estaban perdiendo poco a poco el control de su vida- estemos prácticamente seguros de que este es el lugar en el que nos vamos a quedar; este es el lugar en el que nuestra condición de ciudadanos cuenta más, si es que cuenta; este es el lugar en el que habremos vivido cuando hayamos muerto; incluso en un periodo de guerra, desalentadoras perspectivas económicas y laxitud espiritual, nuestra vida se ha visto alterada de esta forma concreta, tal vez para mejor. Si la vida pública, como decía George Eliot, condiciona toda la vida privada, entonces, con esta elección, mis apegos preconscientes y muchos de los de mi generación, nuestro sentido de responsabilidad por la esencia y las acciones de nuestro país, las facetas pública y privada de nuestra condición de ciudadanos, se han aclarado y han adquirido más importancia para nosotros de una manera que yo, por lo menos, nunca podré ignorar.

Los electorados modernos tienen, en su mayoría, una enorme diversidad, independientemente de la persona que los presida. Pero este es el país que este hombre aparentemente extraordinario, Barack Obama, ha decidido dirigir: un país que es en parte escéptico, en parte claramente opuesto, en parte entregado, tal vez, hasta grados absurdos. Es una diversidad que influirá en él y en su capacidad de gobernar más que en cualquier otro presidente que recordemos. Ni que decir tiene que el gobierno y el futuro de Estados Unidos no van a ser una cuestión sencilla.

¿REALMENTE PUEDE?

Esperanza a la deriva.

“Había creado expectativas ilógicas, imposibles de cumplir”. Lo dice Juan Verde, español de 40 años y codirector de la campaña internacional de Barack Obama para las elecciones presidenciales de 2012, mientras disecciona el efecto bumerán del primer presidente negro de Estados Unidos. Hoy, su jefe aspira a otro mandato. Según Verde: “Su proyecto necesita cuatro años más”.

‘No, we can’t’.

Cuando se publicó este reportaje, al inicio de su mandato, Obama alcanzaba el 91% de aprobación entre los estadounidenses. Hoy, su popularidad se arrastra en torno al 40% (George W. Bush dejó el cargo con un 22%) y su reelección se encuentra en vilo.

Logros y hechos.

Para entender al Obama sin respaldo de hoy es preciso, paradójicamente, hablar de cada logro en el que se fue dejando décimas de apoyo. Ahí están las reformas “históricas” del sistema sanitario (marzo de 2010) y del financiero (mayo de 2010), criticadas a partes iguales por quienes las consideraron demasiado tímidas o audaces. En noviembre de ese mismo año, los demócratas perdieron la mayoría en el Congreso y una encuesta constató cómo el 18% de los estadounidenses seguía creyendo que su presidente era musulmán.

La muerte de Bin Laden.

El 2 de mayo de 2011 Barack Obama anunció la muerte del enemigo público número uno de Estados Unidos, el líder de Al Qaeda, Osama Bin Laden, tiroteado en Abottabad (Pakistán) por un comando de élite. Quizá el mayor espejismo en el hundimiento progresivo de su popularidad.

Traducción de María Luisa Rodríguez Tapia.

Diario de campaña

Pedro Almodóvar

Año

2000

: LA CARRERA HACIA EL OSCAR

En este diario personal, el cineasta narraba con humor su último viaje a Estados Unidos y su cosecha de éxitos previos al Oscar de Hollywood. Pedro Almodóvar consiguió la estatuilla a la mejor película extranjera por Todo sobre mi madre.

El País Semanal, domingo 27 de febrero de 2000 .

Nunca había escrito un diario, y reconozco que la redacción de este me ha resultado más fácil y divertida de lo que esperaba. Y sobre todo me ha oxigenado y ayudado a romper con la rutina diaria y a tomarme menos en serio lo que hacía. He tomado las notas mientras los hechos ocurrían, y las he desarrollado sin mucha reflexión porque lo que me interesaba era la pincelada rápida, intensa y absorbente, corriendo incluso el peligro de resultar banal. Espero no haber pecado de excesiva autocomplacencia y tampoco de hermetismo. En este aspecto aclaro: cuando digo “marzo ataca”, me refiero a la cita de los Oscar, que acontece en marzo; en inglés tiene más sentido y se confunde con la película de Tim Burton. ¡Ojalá que lo que ocurra en marzo me lo tome con la misma desenvoltura como lo ocurrido en enero!

8 de enero. Siempre que tengo en perspectiva un viaje, largo o corto, la noche anterior duermo mal y poco. Y empezar un viaje previamente cansado es una de las cosas más tristes del mundo (madame De Stael dijo que viajar era uno de los placeres más tristes).

Aeropuerto de Barajas. Hago mi entrada en el hall principal exhausto, con gafas oscuras y dos grandes maletones, además del bolso de mano, regalo de Louis Vuitton. Me dirijo al estand de Iberia. En el corto camino, varios pasajeros con inexplicable cara de fiesta popular me gritan entusiasmados: “¡A por el Oscar!”. Les dedico una sonrisa idiota, no me atrevo a decirles que las nominaciones no se hacen públicas hasta el 15 de febrero, no creo que aceptaran la explicación. La cosa se repite como una consigna durante todo el tiempo que paso en el aeropuerto. Incluso el policía que controla los pasaportes me dice, como si revelara un secreto que yo intento ocultar, pero que a él naturalmente no se le pasa por alto: “¡A por el Oscar, ¿no?!”. Yo vuelvo a sonreír con cierta aprensión. Los policías todavía me intimidan; ya se sabe, el efecto Pavlov.

Antes de pasar el control de pasaportes tenemos que chequear el equipaje; el plural incluye a mi asistente para todo (y productor asociado) Michel Rubén. Un dulce colombiano polivalente que habla un inglés perfecto (lo cual me viene de perlas, aunque ponga en evidencia las deficiencias del mío. Pero es que él estudió allí, en Estados unidos, y yo en Extremadura, con los salesianos. Y claro, no hay color). (…)

Me gustaría dejar una cosa clara, y no quiero ser aguafiestas: no voy a Estados Unidos a recibir ningún Oscar; de hecho, no estoy ni nominado. Las nominaciones se harán públicas el día 15 de febrero, y la entrega de las estatuillas se llevará a cabo a finales de marzo.

Esta es la cruda y lenta realidad, pero también es cierto que la razón de mi inmediato y zigzagueante viaje es la de recibir varios premios, todos ellos confirmados e importantes (si uno se dedica al negocio de las películas). (…) Reconozco que la perspectiva es estupenda y no debería quejarme. Pero la idea de este viaje me preocupa y me agobia.

Que te den premios en el extranjero es maravilloso: lo malo es que uno tiene que ir personalmente a los sitios, emocionarse, ser sincero y expresarlo. Todo esto en inglés. Desde fuera parece sencillo, especialmente si, como yo, eres hombre de mundo. Pero no es fácil. Recoger un premio implica mucho más que el hecho físico de recoger algo. Significa tomar un avión, con la incertidumbre que esto supone en los tiempos que corren. Significa que te siente bien el traje que compraste hace tres meses, teniendo en cuenta que estoy en pleno desarrollo y mi talla cambia casi cada semana. Dado que tengo mal un oído, viajar no es lo ideal para mi endolinfa (un líquido que se aloja en la profundidad de mi oreja y que es esencial para el equilibrio). Y por último el discurso. Yo no sé mentir, y menos en inglés. Y uno no puede decir solo gracias, que es lo que el corazón te pide. Ustedes dirán que con tanta complicación por qué no paso de todo y me quedo en casa. Sería la solución más fácil, pero a mí las soluciones fáciles nunca me han gustado. Por otra parte, es cierto que quiero agradecer personalmente el detalle que están teniendo los medios americanos distinguiendo a Todo sobre mi madre como la mejor película extranjera y una de las 10 mejores estrenadas el año pasado (algunos la colocan en primer lugar), y me gustaría hacerlo bien, como un profesional del agradecimiento. De paso le ayudo a Sony Picture Classics, la distribuidora de la película, en su campaña para los Oscar.

Nueva York. (…) Nos alojamos en pleno Soho. The Mercer es el último hotel de moda, está en Mercer St. con Prince. La ambientación es de tipo minimalista, pero cálida, aunque parezca contradictorio. (…) Nada más entrar nos chocamos con Sofia Coppola; al día siguiente me la presentarían, pero de momento no nos decimos nada. (…)

9 de enero. Es muy agradable despertarse en pleno Soho. Hasta ahora, siempre he ido a hoteles situados en la parte alta de la ciudad (el Mercer es el primero que abren en la parte baja). La parte alta tiene su punto, pero prefiero el toque bohemio y la tranquilidad del sur.

El invierno de Nueva York es precioso, siempre que haya un rayito de sol. Hoy es uno de esos días. Hay poca gente por las calles y nada estresada (arriba, todo el mundo parece tener cosas importantísimas que hacer y poco tiempo para hacerlas). Esto es lo bueno del Soho; sus habitantes, además de tener buena pinta, dan la impresión de ser dueños de su tiempo. (…)

La tarde la dedico a preparar el primer discurso de mi campaña de agradecimientos. No quiero improvisar. No en inglés y con jet lag. Y sobre todo no quiero improvisar cuando a bote pronto no se me ocurre nada que decir.

Tengo sesión de creatividad con Michel, en mi habitación. Llegamos a la conclusión de que Nueva York ha sido siempre mi hogar, nunca me he sentido extraño, etcétera; esa será la base del pequeño discurso. Desechamos lo de que vengo de un país democrático y esa es la primera razón por la que hago el cine que hago, etcétera. Tampoco puedo dedicárselo al público que tanto me quiere porque es un premio que concede la crítica.

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