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334 » Segunda parte: Charla » 12. El dormitorio (2026)

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12. El dormitorio (2026)

Una sección transversal del edificio habría mostrado una esvástica con los brazos girando en sentido contrario al movimiento de las agujas del reloj, en la dirección azteca. El 1812 —el apartamento de los Hanson— quedaba más o menos en el centro de la parte interior del antebrazo que iniciaba el miembro noroeste de la esvástica, y sus ventanas ofrecían un panorama ininterrumpido de varios grados de extensión que incluía los tejados de los edificios más bajos y las masas megalíticas desprovistas de ventanas del complejo Unión del Cobre. Arriba: cielo azul y nubes vagabundas, las estelas de los reactores y las guirnaldas de humo que brotaban de las chimeneas del 320 y el 328. Sólo había una forma de disfrutar del paisaje, y era estar pegado a la ventana. Desde la cama, Gamba sólo podía ver la uniformidad de los ladrillos amarillos y las ventanas que ofrecían toda una gama de cortinas, persianas y visillos. En mayo había luz directa y precisamente desde las dos hasta casi las seis, justo cuando más necesitaba los rayos del sol. Era la única ventaja de vivir tan cerca del tejado. Los días cálidos la ventana se abría unos centímetros y dejaba entrar una leve brisa que agitaba las cortinas. Las cortinas subían y bajaban ondulando y derrumbándose con un ritmo tan errático como el de la dificultosa respiración de un asmático y, como ocurre con cualquier objeto si es observado con la atención suficiente, acababan convirtiéndose en la historia de su vida. ¿Habría alguna historia más triste que la suya oculta detrás de otra cortina, persiana o visillo? Ah, Gamba lo dudaba.

Pero por triste que pudiera llegar a ser la vida también era irresistiblemente cómica, y las cortinas también capturaban esa faceta de la existencia. Eran como una broma suavemente irónica y terriblemente complicada entre la señora Hanson y su hija. Las cortinas estaban hechas de cretona barata teñida con los colores chillones de un puesto de helados, y el dibujo desplegaba una interminable sucesión de genitales que formaban ramos y guirnaldas, morado, limón y albaricoque, los de él y los de ella. Enero le había regalado la tela hacía siglos. Gamba, siempre leal, había vuelto a casa con ella para que su madre la transformara en un pijama, pero aunque se guardó muy mucho de expresar claramente su desaprobación la señora Hanson jamás había llegado a poner manos a la obra. Cuando Gamba estaba en el hospital la señora Hanson convirtió la tela en un par de cortinas y las colgó en su dormitorio como una sorpresa con la que alegrar su vuelta al hogar o, quizá, como una ofrenda de paz. Gamba tuvo que admitir que la cretona había acabado teniendo el destino que se merecía.

Gamba parecía satisfecha con dejar que cada día transcurriera en un lento flotar a la deriva desprovisto de objetivos o ideales, sin hacer nada que no fuese contemplar los coños y las pollas que flotaban en la brisa y cualquier otro acontecimiento infinitesimal que la habitación vacía pudiera ofrecerle. La televisión la ponía de mal humor, los libros la aburrían y no tenía nada que decir a las visitas. Williken le trajo un rompecabezas y Gamba empezó a trabajar en él usando un cajón puesto del revés como soporte para las piezas, pero en cuanto hubo acabado de montar los cantos descubrió que a pesar de haber sido medido antes de que se lo trajeran el cajón era unos tres centímetros demasiado corto. Gamba se rindió, dejó escapar un suspiro y guardó las piezas dentro de la caja. Todas las facetas de su convalecencia eran tan inexplicables como tranquilas.

Y un día alguien llamó a su puerta.

—Entre —dijo proféticamente ella.

Y Enero entró en el dormitorio calada hasta los huesos y jadeando por culpa de la escalera. Su visita era una sorpresa, naturalmente. La dirección de la Costa Oeste en que vivía Enero siempre había sido un secreto muy bien guardado. Aun así, no era una sorpresa lo bastante grande pero, naturalmente, ¿hay alguna que lo sea?

—¡Ene!

—Hola. Vine a verte ayer, pero tu madre me dijo que estabas durmiendo. Supongo que tendría que haber esperado a que despertaras, pero no sabía si…

—Quítate el abrigo. Estás empapada.

Enero se adentró en el dormitorio justo lo suficiente para poder cerrar la puerta, pero no se acercó a la cama y no se quitó el abrigo.

—¿Cómo has conseguido…?

—Tu hermana se lo dijo a Jerry y Jerry me telefoneó, pero no pude venir enseguida. No tenía dinero. Tu madre me ha contado que ahora ya casi estás recuperada.

—Oh, estoy estupendamente. No fue la operación, ¿sabes? Eso fue algo tan rutinario como que te quiten una muela del juicio, pero una servidora siempre ha sido tan impaciente que no podía quedarme quieta en la cama y… —Se rio (sin olvidar ni un solo instante que la vida también es cómica), e intentó hacer un chiste—. Pero ahora he aprendido a quedarme todo lo quieta que haga falta. Me he vuelto muy paciente.

Enero enarcó las cejas. La preocupación y la ternura se habían estado agitando dentro de su cabeza durante todo el día de ayer, todo el trayecto hasta el sur de la ciudad y el lento ascenso por la escalera del día de hoy, pero ahora que estaba cara a cara con Gamba y veía cómo intentaba utilizar sus truquitos de siempre sólo podía sentir resentimiento y el nacimiento de la ira, como si sólo hubiesen pasado horas desde aquella horrenda última comida —patatas y una salchicha Betty Crocker—, que compartieron hacía ya dos años.

—Me alegra mucho que hayas venido a verme —dijo Gamba en un tono de voz no muy convincente.

—¿De veras?

—Sí.

La ira se esfumó, y la culpabilidad se pegó a la ventanilla de la centrifugadora emitiendo reflejos húmedos.

—¿Te operaste por…? ¿Fue por aquello de tener niños que te dije?

—No lo sé, Enero. Si pienso en lo que ocurrió mis razones siguen pareciéndome muy confusas. Sí, seguramente me dejé influir un poco por las cosas que dijiste. Moralmente hablando no tenía ningún derecho a dar a luz.

—No, era yo quien no tenía derecho. Imponerte lo que debías hacer y lo que no… ¡Por mis principios! Ahora lo entiendo.

—Bueno. —Gamba tomó un sorbo del vaso de agua y se sintió tan refrescada como si contuviera maná caído del cielo—. Es algo más profundo que la mera política. Después de todo no corría ningún peligro inmediato de contribuir al aumento de la población, ¿verdad? Ya había cumplido. Fue un gesto ridículo y melodramático, y el doctor Mesic fue el primero en…

Enero se quitó el abrigo con un encogimiento de hombros y se acercó un poco más a la cama. Llevaba puesto el uniforme de enfermera que Gamba le había comprado ya no recordaba cuándo. El uniforme le quedaba muy apretado.

—¿Te acuerdas? —murmuró Enero.

Gamba asintió. No se atrevió a decirle que no se sentía especialmente sexy o avergonzada o… De hecho no sentía nada. La casa de los horrores del Bellevue parecía haberle arrebatado todo lo que llevaba dentro. Sentimientos, la sexualidad…, todo había sido extirpado.

Enero deslizó los dedos de una mano bajo la muñeca de Gamba para tomarle el pulso.

—No es muy rápido —observó.

Gamba apartó la mano.

—No estoy de humor para juegos.

Enero se echó a llorar.

13. Gamba en la cama (2026)

—Me gustaría volverlo a ver funcionando, haciendo aquello para lo que fue concebido. Puede que eso te parezca mucho más mísero y menos importante que la revolución, claro, pero es algo que puedo hacer, algo que creo está a mi alcance. Tengo razón, ¿no? Porque un edificio es como… Es un símbolo de la vida que llevas dentro de él.

»Un ascensor, un ascensor que funcionara, y ni tan siquiera haría falta que estuviera funcionando durante todo el día, puede que sólo una hora por la mañana y una hora por la tarde antes de que se hiciera oscuro, cuando aún hay electricidad de sobras, e imagínate lo mucho que cambiaría eso las cosas para los que vivimos arriba de todo. Anda, piensa en todas las veces que has decidido no subir a verme por culpa de esa maldita escalera, o todas las veces que me he quedado en casa. Ésa no es forma de vivir, ¿sabes? Pero los que más sufren son los viejos. Mi madre… Apuesto a que ahora ya sólo baja a la calle una vez por semana, y no creo que Lottie salga de casa mucho más que ella. Mickey y yo tenemos que encargarnos de la compra, ir a buscar el correo y hacer todo lo demás, y no es justo que nosotros tengamos que cargar con todo. ¿Verdad que no lo es?

»Además, ¿sabías que hay dos personas trabajando a jornada completa haciendo recados para la gente atrapada en sus apartamentos que no dispone de ningún familiar que les ayude? No, no estoy exagerando. ¡Y les llaman auxiliares! Piensa en todo el dinero que ha de costar eso.

»¿Y si hay una emergencia? Prefieren hacer que el médico venga al edificio antes que bajar en brazos a una persona por todos esos tramos de peldaños. Si mi hemorragia hubiera empezado cuando me encontraba aquí arriba en vez de en la Clínica puede que ahora no estuviese viva. Tuve suerte, eso es todo. Piensa en eso… Ahora podría estar muerta, ¡sólo porque en este edificio no hay nadie que se preocupe lo suficiente por las cosas para hacer que esos jodidos ascensores funcionen! Bueno, pues he pensado que ahora eso es responsabilidad mía. Arrima el hombro o cierra el pico, ¿no?

»He redactado una petición y, naturalmente, todo el mundo la firmará. Echar una firma no exige ningún esfuerzo, pero lo realmente importante es que he estado hablando con un par de personas que me pareció podrían ayudarme y están de acuerdo en que el sistema de los auxiliares es una auténtica estupidez y un desperdicio de energías y dinero, pero a pesar de eso creen que mantener en funcionamiento los ascensores saldría aún más caro. Les dije que si el único problema es el dinero la gente estaría dispuesta a pagar por un billete, y ellos dijeron que sí, claro, que desde luego y después… Jódase, señorita Hanson, y gracias por su interés.

»Me acuerdo de uno de ellos, el peor de todos los que me he echado a la cara hasta el momento, una especie de sapo que trabaja en MODICUM llamado R. M. Blake. No paraba de repetirme que tengo un gran sentido de la responsabilidad. Me lo soltaba una y otra vez y se quedaba tan tranquilo, así de fácil, qué valiente es usted, señorita Hanson; tiene usted un gran sentido de la responsabilidad, señorita Hanson, y yo sentí deseos de decirle sí, abuela, y me servirá para aplastarte mejor. Viejo sepulcro blanqueado, maldito fariseo…

»Cada una ha acabado poniéndose en el lugar de la otra, ¿verdad? Tiene gracia. Todo es tan simétrico… Yo era muy religiosa y tú siempre andabas metida en política, y ahora es justo al revés. Es como… ¿Viste Los huérfanos anoche? Es una historia que transcurre en el siglo XIX y hay un matrimonio que es muy feliz y muy pobre, pero cada uno tiene algo de lo que sentirse orgulloso. El hombre tiene un reloj de oro y la mujer, pobrecita, tiene su cabellera. ¿Y qué ocurre? Él empeña su reloj para comprarle un peine y ella vende su cabellera para comprarle una cadena de reloj. Menuda historia. Es todo un caso de ding-dong, ¿verdad?

»Pero si lo piensas bien es justo lo que hemos hecho, ¿no? ¿Enero?

»Enero, ¿estás dormida?

14. Lottie en el Bellevue (2026)

—Hablan del fin del mundo, de las bombas y de todo eso, y si no son las bombas hablan de que los océanos se están muriendo y de que pronto no quedarán peces pero, claro, ¿le has echado un vistazo al océano últimamente? Yo solía preocuparme mucho por esas cosas, de veras, me preocupaban, pero ahora me digo que qué más da. ¿Que el mundo se acaba? ¿Y qué? Pero mi hermana no se parece en nada a mí. Si hay una elección tiene que quedarse levantada para verla. O si ha habido un terremoto, o… Lo que sea. ¿Y de qué sirve eso?

»El fin del mundo. Deja que te hable del fin del mundo. El mundo se acabó hace cincuenta años, puede que cien, y desde entonces todo ha ido maravillosamente. Sí, hablo en serio. Nadie intenta molestarte. Puedes tomarte las cosas con calma. ¿Sabes una cosa? Adoro el fin del mundo.

15. Lottie en el bar Rosa Blanca (2024)

—Y, naturalmente, no hay que olvidarse de eso. Cuando una persona desea algo con todas sus fuerzas, digamos que alguien tiene cáncer o los problemas que yo he tenido con mi espalda, entonces te dices que es el final de todo y, realmente, no es así. Pero cuando la cosa va en serio siempre se nota. Se les nota en la cara, es como si le ocurriera algo a la cara. No es un relajarse como en el sueño, sino algo mucho más repentino. Hay otra cosa, un espíritu que les acaricia y que calma el dolor que les ha estado atormentando. Quizá sea un tumor, quizá sea angustia mental, tanto da, pero el espíritu siempre está allí a pesar de que a veces los más elevados puedan ser difíciles de entender. No siempre hay palabras para explicar lo que experimentan en los planos superiores, pero ésos son los que pueden curar, no los espíritus inferiores que han abandonado nuestro plano de existencia hace muy poco tiempo. No son tan fuertes. No pueden ayudarte tanto como los otros porque aún están muy confusos.

»Tendrías que ir allí, ¿sabes? Oh, no le importa que no creas en esas cosas. Al principio nadie cree en ellas, especialmente los hombres. Después de todo lo que me ha ocurrido incluso yo paso por momentos en los que pienso…, bueno, pienso que nos está engañando, que se lo inventa todo, que todo sale de su cabeza. Los espíritus no existen, te mueres y ahí se acaba todo. Mi hermana fue la que me llevó a verla, y te aseguro que tuvo que llevarme hasta allí prácticamente a rastras y…, en fin, mi hermana dice que ya no puede creer en los espíritus pero, claro, la verdad es que el creer en ellos nunca le ha reportado ningún beneficio palpable, mientras que yo… Sí, gracias.

»Bien, veamos. La primera vez fue en un servicio de curación al que asistí hará cosa de un año, pero no en casa de la mujer de la que te estaba hablando. Los Amigos Universales…, estaban en el Americana, ¿sabes? Primero hubo una charla sobre el Ka y luego, justo al comienzo del servicio, sentí cómo un espíritu me ponía las manos sobre la cabeza. Así… Me apretó la cabeza con mucha fuerza y sentí frío, como cuando te ponen un paño mojado para bajarte la fiebre. Me concentré en el dolor de mi espalda —por aquel entonces me dolía mucho, ¿sabes?—, y traté de captar si había alguna diferencia. ¿Por qué? Porque sabía que iba a experimentar algún tipo de curación. No comprendí lo que había ocurrido hasta después de que terminara el servicio, cuando estaba en la Sexta Avenida. De noche todo está mucho más silencioso, y hay momentos en que puedes ver a lo largo de toda una calle y de repente todos los semáforos pasan del rojo al verde en el mismo instante, ¿te ha ocurrido alguna vez? Bueno, pues yo he padecido de ceguera a los colores durante toda mi vida, pero esa noche podía ver los colores tal y como realmente son. Eran tan brillantes, tan nítidos… Eran… No puedo describirlo. Pasé toda esa noche en vela caminando de un lado para otro a pesar de que era invierno y hacía mucho frío. Y cuando salió el sol… Estaba en el puente, y… ¡Dios! Pero lo fui perdiendo poco a poco durante la semana siguiente. Era un don demasiado grande, no estaba preparada para recibirlo. Pero a veces cuando siento que tengo la cabeza muy despejada y no estoy asustada me parece que ha vuelto. Sólo por un momento, ¿entiendes? Y luego se vuelve a esfumar.

»La segunda vez…, gracias. La segunda vez no fue tan sencillo. Ocurrió en un servicio de recepción de mensajes, hace unas cinco semanas… ¿O fue hace un mes? Parece como si hubiera pasado más tiempo, pero… En fin, tanto da.

»Podías escribir tres preguntas y luego el papel se doblaba, pero antes de que la reverenda Ribera hubiese cogido el mío ya estaba allí y… No sé cómo describirlo. La hacía temblar y tambalearse de un lado a otro. Violentamente, ¿sabes? Muy violentamente, sí.

Hubo una especie de lucha para decidir si conseguía instalarse en su cuerpo y tomar el control. Normalmente a ella le gusta hablar con los espíritus y nada más, pero Juan estaba tan nervioso y tan impaciente, ¿comprendes? Igual que cuando se le había metido algo entre ceja y ceja, exactamente igual… No paraba de repetir mi nombre con esa voz terrible, como si le estuvieran estrangulando, y yo tan pronto pensaba sí, es Juan, está intentando ponerse en contacto conmigo como pensaba no, no puede ser, Juan está muerto. Yo llevaba muchísimo tiempo intentando entrar en contacto con él…, y ahora Juan estaba allí y yo no quería aceptarlo.

»Bien… Al final pareció comprender que necesitaba la cooperación de la reverenda Ribera y se fue calmando. Nos habló de la vida al otro lado y dijo que no podía adaptarse a ella. Había dejado tantas cosas pendientes aquí… También dijo que en el último momento había querido volverse atrás, pero entonces ya era demasiado tarde y ya había perdido el control. Yo quería creer que todo aquello era cierto y que él estaba allí. Lo deseaba con todas mis fuerzas pero… No podía.

»Y justo antes de que se marchara el rostro de la reverenda Ribera cambió de repente, se volvió mucho más joven, y recitó unos cuantos versos. En castellano…, sí, naturalmente, había estado hablando en castellano desde el principio. No recuerdo las palabras exactas pero lo que dijo, básicamente, era que no podía soportar el haberme perdido aunque éste fuese el último dolor que le causaría…, el último dolor, sí, y aunque éste fuese el último poema que me escribiría. Eso es lo que dijo.

»Verás, hace años Juan me escribía poemas, y cuando volví a casa esa noche rebusqué entre los poemas que guardaba en un cajón y allí estaba, el mismo poema. Lo escribió hace ya muchos años justo después de que rompiéramos por primera vez.

»Y por eso cuando alguien dice que no hay ninguna razón científica para creer en otra vida después de ésta…, bueno, sencillamente no puedo estar de acuerdo.

16. La señora Hanson en el apartamento 1812 (2024)

—Abril. Abril es el peor mes para los resfriados. Ves cómo brilla el sol y crees que ya ha llegado la época de ir con manga corta, y cuando has bajado a la calle ya es demasiado tarde y entonces descubres que te has equivocado. Ah, hablando de mangas cortas… Tú has estudiado psicología, así que me pregunto qué dirías de esto. El chico de Lottie… Mickey, ya le conoces, ¿verdad? Bueno, pues ya tiene ocho años y se niega a llevar manga corta. Incluso dentro de la casa. No quiere que le veas ninguna parte del cuerpo. ¿Crees que eso es morboso o no? Yo creo que sí. O quizá neurótico… ¡Y un niño de ocho años, nada menos!

»Toma, bébete eso. Esta vez me he acordado y no está tan dulce.

»Me pregunto de dónde sacan esas ideas tan raras. Los niños, ¿sabes? Supongo que para ti fue distinto…, creciste sin una familia, sin un hogar. Qué vida tan ordenada y llena de reglas… Creo que ningún niño… Claro que quizá haya otros factores. ¿Ventajas? Bueno, yo no soy quién para hablar de eso, pero un dormitorio donde no hay ninguna clase de intimidad y tú, ¡siempre estudiando y estudiando! Me pregunto cómo te las apañas. ¿Y quién cuida de ti si te pones enfermo?

»¿Está demasiado caliente? Ay, tu pobre garganta… Aunque no me extraña que estés un poquito afónico. Ese libro… Sigue y sigue y sigue y no se acaba nunca, ¿verdad? Oh, no me malinterpretes, me gusta y lo estoy disfrutando. Sí, de veras. La parte en la que conoce a ese chico francés, ¿o no era francés?, el pelirrojo al que conoce en la catedral de Notre Dame. Era muy… ¿Cómo lo dirías tú? ¿Romántica? Y luego, cuando están en lo alto de la torre… Bueno, era realmente increíble, te dejaba sin aliento. Me sorprende que no hayan hecho una película. ¿O la han hecho? Claro que prefiero leerlo, incluso si… Pero no es justo para ti. Tu pobrecita garganta.

»Yo también soy católica, ¿lo sabías? Detrás tuyo está el Sagrado Corazón, sí, ahí mismo. ¡Claro que hoy en día…! Pero me educaron para que fuese católica, y justo cuando se suponía que iban a confirmarme hubo todo ese jaleo sobre la propiedad de las iglesias. Y ahí me tienes, en el centro de la Quinta Avenida con mi primer trajecito de lana, aunque la verdad es que se parecía más a un mono que a un traje de verdad, y mi padre con un paraguas y mi madre con otro paraguas, y ese grupo de sacerdotes prácticamente nos gritaba que no entráramos en la iglesia y el otro grupo de sacerdotes intentaba arrastrarnos aunque tuviéramos que pisotear los cuerpos que había encima de la escalera. Debió de ocurrir en mil novecientos ochenta… ¿Uno? ¿Dos? Bah, ahora puedes leerlo en cualquier libro de historia, pero allí estaba yo atrapada en una auténtica batalla, y lo único que podía pensar en esos momentos era que R. B. iba a romper el paraguas. R. B., mi padre.

»Dios, ¿por qué habré empezado a hablarte de todo eso? Oh, la catedral, claro. Cuando me leías ese pasaje del libro podía imaginármela tan bien que era como si lo estuviese viendo. Ese trozo en el que decía que las columnas de piedra parecían troncos de árbol…, bueno, recuerdo haber pensado exactamente lo mismo cuando estaba en San Patricio.

»Yo intento contarle todas estas cosas a mis hijas, pero no les interesan. El pasado no significa nada para ellas, y no pillarías a una leyendo un libro como ése ni muertas, te lo aseguro. Y mis nietos son demasiado pequeños y no puedo hablar con ellos. Mi hijo… Él sí que me escuchaba, pero ahora ya no viene nunca.

»Cuando creces en un orfanato… Oye, ¿si tus padres están vivos también lo llaman orfanato? Ya… Bueno, ¿crees que se toman la molestia de enseñarte religión y todas esas cosas? No, supongo que el gobierno no pierde el tiempo en esas tonterías.

»Creo que todo el mundo necesita alguna clase de fe, y tanto da que lo llamen religión o luz espiritual o como quieran llamarlo, pero mi Boz dice que hace falta más valor para no creer en nada. Es una idea típicamente masculina, ¿no te parece? Boz te caería muy bien. Tienes su misma edad, sus mismos intereses y…

»Escucha, Lenny, ¿por qué no pasas la noche aquí? Mañana no tienes ninguna clase, ¿verdad? ¿Y por qué has de salir a la calle con este tiempo tan horrible? Gamba se irá. Siempre se va, aunque esto es algo que ha de quedar entre tú y yo. Pondré sábanas limpias en su cama y tendrás todo el dormitorio para ti solo. Y si no esta noche alguna otra… La invitación sigue en pie. Ya verás lo mucho que te gusta disfrutar de un poco de intimidad para variar, y además así tendré alguien con quien hablar y he de aprovechar la ocasión, ¿no?

17. La señora Hanson en el hogar para la tercera edad (2021)

—¿Soy yo? ¿Sí? No lo creo. ¿Y quién está conmigo? No eres tú, ¿verdad? ¿Ya tenías bigote entonces? ¿Dónde estamos, cómo es que hay tanto verdor? No puede ser Elizabeth. ¿Es el parque? Ahí detrás dice «Cuatro de Julio», pero no dice dónde.

»¿Ya estás más a gusto? ¿Quieres estar un poquito más incorporado? Sé cómo hacerlo. Así. Se está mejor, ¿verdad?

»Y mira… ¡La misma excursión, y ahí está tu padre! Qué cara tan cómica… Todas estas fotos tienen unos colores muy graciosos.

»Y ahí está Bobbi. Vaya, vaya.

»Mamá.

»¿Y quién es éste? Aquí dice «Tengo más en el mismo sitio», pero no hay ningún nombre. ¿Quién es? ¿Alguien de la familia Schearl? ¿O alguien con quien trabajabas?

»Aquí vuelve a salir. Creo que nunca…

»Oh, ése es el coche en el que fuimos al lago Hoptacong, y George Washington se mareó, vomitó y puso perdido todo el asiento trasero. ¿Te acuerdas de eso? Te enfadaste mucho.

»Aquí están los gemelos.

»Otra vez los gemelos.

»Aquí está Gary. ¡No, es Boz! Oh, no, sí, es Gary. La verdad es que no se parece en nada a Boz, pero Boz tenía un cubo de plástico igual, con la misma raya roja.

»Mamá. ¿Verdad que está guapa?

»Y aquí estáis juntos, mira. Y riendo… Me pregunto de qué os reiríais. ¿Hm? Qué foto tan bonita, ¿verdad? Oye, te diré lo que voy a hacer, la dejaré aquí, encima de esta carta de… ¿Tony? ¿Es de Tony? Bueno, qué considerado por su parte. Oh, Lottie me dijo que me acordara de darte un beso de su parte.

»Supongo que ya es la hora, ¿no?

»No son las tres. Me parecía que eran las tres, pero aún falta un poco. ¿Quieres ver unas cuantas fotos más? ¿O estás aburrido? No te culparía, ¿sabes? Tener que estar quieto durante tanto rato sin poder mover ni un músculo escuchando cómo yo hablo y hablo… Oh, soy una auténtica charlatana. No me extrañaría nada que te aburrieras.

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