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WAHRAM EN LA TIERRA

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WAHRAM EN LA TIERRA

Le sorprendió el hecho de que pudiera alterar sus planes, por no mencionar cambiar su vida, todo para ayudar y complacer a una persona a quien no conocía muy bien ni en quien confiaba mucho, alguien que se enfadaba con él a menudo y era tan propensa a darle un puñetazo como a obsequiarle con una sonrisa, alguien capaz de mirarle furiosa sin más, que podía gruñirle con desprecio, la suma de todo lo cual, por tanto, reducía su empeño a una especie de cobardía, en lugar de tratarse de afecto. Y, sin embargo, ése estaba resultando ser el caso. Ya había pasado la mayor parte del año anterior viajando por todo el sistema, obteniendo apoyo diplomático y materiales para los planes de Alex de reavivar la Tierra y afrontar el problema de los qubos; a todo eso se sumaba ahora esa campaña, dedicó mucho tiempo a pensar en maneras para poner en práctica la idea de Cisne de mejorar rápidamente las condiciones de los terrestres abandonados a su suerte. Dudaba que Cisne fuese consciente de su empeño, pero tenía la sensación de que ella podría averiguarlo si quería, ya que su vida era un libro abierto, a excepción de las partes que le escondía. Desde luego, no iba a contarle lo que había hecho. Pensaba que la intensidad de su compromiso con él en su último intercambio, los golpes que le dio y los gritos, significaba que había estado prestando atención, y que seguiría haciéndolo. Y las acciones eran lo que importaba.

La naturaleza de aquel nuevo trabajo supuso un duro golpe para su seudoiteración, que, mucho menos seudo que iterativa, se volcó en el flujo puro de exfoliación, cada día distinto y con patrones inverosímiles. Esto fue muy difícil para él, y a medida que pasaron los días, y luego las semanas, y después los meses, comenzó a preguntarse no por qué hacía lo que hacía, sino por qué Cisne no se ponía en contacto con él para unir fuerzas. Habrían llegado más lejos trabajando en equipo. La combinación de los poderes de las sociedades del interior y los del exterior del sistema solar tendría efectos beneficiosos, y por tanto Mercurio y Saturno tenían que ser socios naturales, y, si lo fueran, convertirse en una potencia casi equivalente a las potencias situadas en la mitad del espectro. Wahram podría ver el potencial. Pero Cisne ni había llamado ni le había enviado un solo mensaje.

Así que continuó trabajando. En algunos países, su campaña se llamó Rápido Alivio del Incumplimiento, o RAI. El «incumplimiento» se refería a la Declaración Universal de los Derechos Humanos y las infracciones a las que aluden muchos artículos de ese documento, a menudo los artículos 17, 23 y 25, con el 28 ondeando en ocasiones como un recordatorio a los gobiernos recalcitrantes. En otros países, sus programas se basaron en una oficina gubernamental del venerable gobierno indio, la Sociedad para la Erradicación de la Pobreza Rural, SEPR. Dicha organización nunca había conseguido muchos adeptos en su objetivo declarado, pero se trataba de un organismo ya existente, y el Acuerdo Mondragon las había identificado como las mejores entre las malas opciones para canalizar las ayudas. Wahram pensaba que todo el modelo aceptado de ayuda al desarrollo había demostrado ser un ejemplo de la Paradoja de Jevons, según la cual el aumento de la eficiencia en el consumo dispara el consumo más, en lugar de reducirlo; el aumento de la ayuda siempre había aumentado el sufrimiento, en una especie de bucle de retroalimentación mal teorizado, o tal vez teorizado perfectamente bien, pero de tal forma que revelaba que todo el sistema era un caso de gente rica vampírica que efectuaba un complejo movimiento de cleptoparasitismo alrededor de la Tierra sobre los pobres. Nadie quería oír eso, por lo que continuó repitiendo los errores identificados cuatrocientos años antes, cada vez a mayor escala. En definitiva: el planeta de la tristeza.

Hubo, por supuesto, fuerzas muy poderosas de la Tierra que se opusieron firmemente, en general, a cualquier manipulación por parte de las colonias espaciales, y a la creación del pleno empleo en particular. En caso de aprobarse, el pleno empleo quitaría «presión salarial», frase que siempre había instaurado el miedo en el corazón de la gente humilde, así como en el corazón de todo aquel que temía caer en la pobreza, lo que equivale a la práctica totalidad de los habitantes de la Tierra. Ese miedo era una herramienta importante de control social, de hecho era el sostén lo que mantenía el orden actual, a pesar de sus fracasos evidentes. A pesar de tratarse de un sistema tan malo que todos en él vivían con miedo, ya fuera a la inanición o a la guillotina, se aferraban aún con mayor fuerza que nunca. Fue doloroso comprobar que era así.

No obstante, los desposeídos estaban dispuestos a probar cualquier cosa. Así que tenía que ser posible hacer algo.

Por tanto Wahram atravesó el Viejo Mundo como un Ibn Battuta moderno, hablando con las agencias gubernamentales que estaban en condiciones de hacer algo. Fue ésta una labor difícil, con una implicación diplomática real a fin de evitar mostrarse ofensivo. Fue interesante, pero siguió sin saber nada de Cisne. Y la Tierra era grande. Había 457 países, y muchas asociaciones de países, y formaciones con poder significativo dentro de los países. Wahram no iba a toparse con Cisne sólo porque ella también estuviese trabajando en la Tierra.

Así que indagó su paradero. Al parecer, estaba trabajando cerca de Harare Septentrional, un pequeño país tallado en lo que había sido Zimbabwe.

Leyó acerca del lugar en el transcurso del vuelo. Zimbabwe, rico en recursos, tenía una historia postcolonial particularmente lúgubre; dividido en una docena de países residuales, muchos seguían sepultados en problemas, y las grandes sequías agravaban la situación; últimamente se había registrado un repunte reciente de la población, y por tanto los problemas se multiplicaban. Harare Septentrional era un barrio de chabolas con forma de luna creciente. El resto de los países pequeños que había a su alrededor disfrutaban de circunstancias más halagüeñas.

Se puso en contacto con Pauline y le dijo que acudiría a la zona por asuntos relacionados con el RAI, y pronto Pauline le envió un saludo de parte de Cisne y una propuesta de reunión la noche misma de su llegada, lo cual le pareció tranquilizador, aunque eso suponía reunirse con ella bajo los efectos del jet lag. Estaba casi temblando de cansancio, y se sentía como si pesara 200 kilos, cuando Cisne irrumpió en la habitación y llegó la hora de espabilarse.

Ella le dirigió una inclinación de cabeza mientras le evaluaba con la mirada.

—Tienes aspecto de estar cansado después de un largo viaje. Ven, te preparo un poco de té y me pones al día.

Comenzó a preparar el té y después se disculpó para encargarse de una visita, con quien habló en chino. Wahram se esforzó por hacerse una idea de cómo estaba Cisne, a quien tenía en carne y hueso delante de él. Igual de intensa que siempre, eso estaba claro.

Durante el té intercambiaron noticias. Algunos ascensores espaciales aplicaban aranceles sobre los productos que cargaban, otros daban por completo la espalda a los viajeros espaciales, una situación absurda. La gente empezaba a referirse al ascensor de Quito por el nombre de «cordón umbilical». Por lo visto el problema del ascensor se convertiría en un embudo, aunque había un plan en marcha para enviar las fábricas autosuficientes desde el espacio cislunar, desplegadas en una única invasión programada de miles de sondas atmosféricas. Había disponible una amplia variedad de módulos de transporte espacio-Tierra, incluyendo algunos que se dividían sucesivamente a medida que descendían, y de individuos o paquetes que flotarían en su descenso en burbujas hechas de aerogel.

—Esto es como el reverso de la moneda de lo que atacó a Terminador —dijo Cisne con amargura—. En lugar de pequeños pedacitos que se reúnen en un punto para formar una enorme masa, la enorme masa se disocia en partes. Y cuando aterrizan, las cosas se construyen en lugar de ser destruidas.

—Podrían derribarlas.

—Habrá demasiados para eso.

—No me gusta lo agresivo que parece —dijo Wahram—. Pensé que tratábamos de hacer que pareciese una obra de caridad.

—La caridad siempre es agresiva —dijo Cisne—. ¿No lo sabías?

—No, no lo creo.

Tuvo claro que la ayuda agresiva no funcionaría. Pero Cisne no era alguien que se caracterizara por su paciencia. Trataba de hacer la labor diplomática en la misma línea que había seguido Alex, pero Alex era un genio de la diplomacia, todo lo contrario que Cisne. Y ambos se enfrentaban a uno de los problemas más antiguos de la historia de la humanidad.

Todo el asunto trascendía sus propias opiniones al respecto, en cualquier caso, ya que era un esfuerzo del Mondragon, con los venusianos también embarcados. Así que sucedía toda clase de cosas. Las pantallas con las noticias parecían transmitir sucesos de diez Tierras distintas, todas amontonadas en el mismo espacio. La Tierra se repartía entre los que eran como dioses y los que eran como ratas: y en un paroxismo de ira todos ellos estaban a punto de estirar el brazo y acabar con todo, incluso los mundos espaciales que les impedían morirse de hambre. La Tierra giraba sobre sí como un caballo con una bomba atada a la grupa. Y no había forma de dejar de hacerlo.

Wahram, distraído, silbó entre dientes las primeras notas de la Sinfonía Pastoral de Beethoven, tratando de levantar el ánimo de Cisne. Pero ella apretó los labios y arrugó un poco la expresión. Con eso no había hecho más que recordarle el túnel.

Muchos viajeros espaciales temían ir al África subsahariana, debido a que allí el índice de enfermedades era mucho más elevado que en la mayoría de los hábitats espaciales. Wahram supuso que Cisne había ido en parte a África en parte para desafiar esa clase de precauciones; sería capaz de creer en la hormesis si alguien lo hiciera, dada su ingestión de los alienígenas enceladanos. Así que ahí estaba en Nyabira, dirigiendo el despliegue de las cabañas de construcción autosuficientes. Estaba previsto que comenzaran reconstruyendo la parte de Harare llamada Domboshawa, transformando el anillo más septentrional de la zona de chabolas en versiones ciudad jardín de sí mismas. Esta «remodelación de la infraestructura construida» no constituía una solución completa, pero las autosuficientes construirían pozos, centros de salud, escuelas, fábricas textiles, y diversos tipos de viviendas en varios estilos ya utilizados en Domboshawa, incluyendo detalles de los rondavel, las chozas tradicionales de la zona.

Las autosuficientes casi podían considerarse autónomas, y con la adecuada programación, materiales suficientes de alimentación, y una adecuada solución de los problemas que surgieran, atravesaban zonas evacuadas de los barrios de chabolas como enormes hangares flotantes, dejando en su estela una nueva ristra de edificios encalados, impresionantemente prácticos y acogedores. A medida que los gigantescos graneros dejaban atrás lentamente los barrios, los esperanzados residentes los vitoreaban. Pasó casi desapercibido el hecho de que los graneros crecieran más y más en el proceso y, que finalmente, se dividieran en dos unidades. Era una tecnología excelente y había construido muchas ciudades-estado en el cinturón de asteroides y en las grandes lunas de Júpiter. De hecho, había constituido un componente crucial del Accelerando.

Pero en la Tierra no estaba funcionando. Las transformaciones en cuestión eran demasiado ambiciosas; se alzaron por doquier fuertes objeciones, a menudo en lugares donde no se llevaban a cabo las renovaciones. Sólo si los residentes votaban a favor del proyecto por una amplia mayoría el proceso se efectuaba con cierta concordia, y lo mejor era cuando ellos mismos programaban la Inteligencia Artificial autosuficiente.

A continuación, una autosuficiente de Uttar Pradesh voló por los aires; nadie supo por qué, pero el gobierno del estado que debería haber iniciado una investigación se negó a hacerlo, y hubo indicios de que tal vez incluso había apoyado el ataque. La noticia del ataque dio pie a imitadores; tan sólo serían necesarios unos pocos más para que el proyecto se viniera abajo en todo el planeta.

Esto puso furiosa a Cisne.

—Nos atacaron cuando no hicimos nada, y también ahora que los estamos ayudando —dijo con amargura.

Wahram, más inquieto a medida que la veía más y más herida, dijo:

—A pesar de todo, tenemos que perseverar.

Wahram vio en las pantallas que sucedía en toda la Tierra; sus proyectos de restauración se quedaban trabados en las densas redes de la burocracia, de la práctica y del paisaje, y ni los ocasionales sabotajes ni los accidentes ayudaban. No había forma de cambiar nada en la Tierra sin someterse a diversos tipos de desordenes, algunos de los cuales bastaron para paralizarlos. Cada metro cuadrado de terreno en la Tierra podía considerarse una propiedad de varias maneras distintas.

En el espacio era diferente. Si un solo cuarto lleno de planificadores llegaba a un acuerdo en Venus, podía hacerse estallar buena parte de la atmósfera para proyectarla al espacio. En Titán era similar, y también en Júpiter; a través del sistema solar se llevaban a cabo ambiciosos proyectos de terraformación. La excavación de fondos marinos, el cambio de atmósferas, calentar o enfriar cosas por cientos de grados Kelvin… Pero no en la Tierra. En muchos lugares, las autosuficientes estaban prohibidas, incluso se las rechazaba con violencia.

Sin importar lo que hicieran, por lo visto la miseria de los olvidados seguiría arrastrando hacia el fondo a la civilización, como un ancla que llevara atada alrededor del cuello. Las elites terrestres se perpetuaban en la cima de la artificial cadena del ser humano, y lo haría hasta romperse, momento en que todo el mundo se precipitaría al vacío. Un estúpido Götterdämerung, banal, patético. Horrible.

Esa perspectiva sacaba a Cisne de sus casillas. Wahram, cada vez más consciente de su amargura, convertido con el paso de las horas en el blanco de su ira, la vio una mañana pasarse de la raya con una de las mujeres de Harare, que ayudaba a dirigir la operación (vio el rostro de la mujer mientras la regañaba), y se dio cuenta de que si se quedaba acabaría por enojar a Cisne de alguna manera catastrófica, o simplemente no gustándole. Así que esa tarde se disculpó, y al día siguiente voló a Estados Unidos para unirse a una tripulación de Saturno, recién llegada para ayudar a elevar Florida de nuevo por encima del nivel del mar. El día que se marchó, Cisne, distraída por un problema angustioso cualquiera, sólo se despidió de él con un gesto de la mano, como quien espanta moscas.

Florida había sido una península inusualmente baja, con una única delgada columna en el centro del estado mayor que superase el aumento de once metros que registraron los océanos. Aún se puede apreciar su contorno desde el aire, un arrecife oscuro bajo un mar de aguas poco profundas, un arrecife que aún sangraba amarillo en las aguas ligeramente más profundas que lo rodean. Los rascacielos del corredor de Miami había sido ocupados, como los de Manhattan y otros lugares, pero por lo general el estado había quedado abandonado. Sin embargo, puesto que buena parte del terreno seguía allí, superando el arrecife como una capa de cieno que no había sufrido daños por la inundación, existía la posibilidad de levantar la base de roca peninsular, con roca transportada hasta allí desde las Canadian Rockies, para después poner el suelo en su lugar en la parte superior de la plataforma del lecho de roca recién levantado.

En otras palabras, era como Groenlandia: uno de los pocos lugares en la Tierra donde podía terraformarse sin que hubiera demasiados daños colaterales. Naturalmente había defensores de los nuevos arrecifes y zonas de pesca dispuestos a protestar, pero o los habían apaciguado o aplastado, y el proyecto fue aprobado en Atlanta y en Washington DC, que a su vez sobrevivía en un pólder detrás de un gigantesco sistema de diques en el Potomac. El gobierno de Washington, rudimentario pero aún poderoso, estaba prácticamente situado bajo el nivel del mar, y simpatizaba con la idea de «rescatar Florida de manos de los «ahogados».

Era uno de los diez mayores proyectos de microterraformación que se llevaban a cabo actualmente en la Tierra, y Wahram estaba contento de reunirse con sus colegas de Saturno, que eran parte de una cuadrilla de trabajo reunida por una cooperativa de empresas de Alabama y Ámsterdam. Los equipos en Alaska, Columbia Británica, Yukón y Nunavut, estaban excavando el interior de las cadenas montañosas, abriendo galerías en la roca que luego se llenarían con dióxido de carbono congelado que habían absorbido de la atmósfera. Wahram dudaba que todo esto fuera a hacerse de manera que pudiera considerarse geológica y ambientalmente correcta. Era una cantidad prodigiosa de roca, por un lado; Florida tenía un promedio de cinco metros de su superficie bajo el agua, y ellos querían levantarla un poco más de lo que lo estuvo originalmente, por si acaso Groenlandia o la Antártida Oriental cedían su hielo al mar. Sirviéndose del estrecho dedo de una península que era su único terreno a modo de calzada, se desplazaron los interiores montañosos segmentados en trenes, y construían el estado como habían construido en los viejos tiempos los espigones de roca. Las Everglades se sondearían para encajar en la nueva altura superior; se introducirían análogos recién generados de las diversas especies extintas de aves y animales que habían poblado la península antes de la inmigración europea. Iban a recrear Florida. Se enterraría dióxido de carbono suficiente en el norte de las Rocosas para que el saldo de carbono del proyecto fuese negativo.

Los equipos de construcción y de transporte fueron contratados principalmente en el Sufrido Sur, tal como había sido denominado en los años en que la capa de hielo de la Antártida Occidental se había desprendido y el nivel del mar alcanzó su mayor crecimiento. El trabajo en Florida no había creado pleno empleo de por sí, pero al viajar con tranquilidad, Wahram había tenido mucho tiempo para ver qué pasaba en el país y pensar en ello, y una vez envió una nota a Cisne: «¿Recuerda lo que dijiste en Venus acerca de dar empleo a todos aquí de restauradores del paisaje? Podría funcionar.»

Así que se subió al tren de ida y vuelta desde Canadá hasta Florida. El terreno era inmenso y principalmente llano. El calor había secado la tierra donde en tiempos había crecido el trigo de secano, por lo que cambiaron cultivos y comenzaron a irrigarlos, aunque había extensas regiones de Manitoba y Dakota que se habían transformado en desierto. La gente decía que las praderas siempre habían sido desérticas. Volvían a servir de hogar a los búfalos. Por otro lado, habían vuelto los bosques que bordeaban el Misisipí, con una vegetación más subtropical que nunca. Misuri y Arkansas parecían Sudamérica.

Hubo largas horas en que pudo situarse entre los vagones, protegido del viento, y contemplar la tierra inmensa. Paisajistas y jardineros, cuidadores de animales y veterinarios, ingenieros ambientales y diseñadores, operadores de maquinaria pesada, cargadores y excavadoras, todos esenciales para la labor de hacer un paisaje. Los waldos gigantes, los hangares autosuficientes, eran sólo buenos para ciertas cosas. La gente local que trabajaba en sus tierras daba una imagen mejor que las autosuficientes que caían del cielo. Las personas con las que habló se mostraron más positivas respecto al proyecto de Florida, y también los gobiernos pertinentes. Fueron muchas las personas que se mostraron entusiastas hasta un grado casi religioso. El hecho de que su tierra anegada pudiese resurgir de las aguas constituía su sueño. La reconstrucción de las infraestructuras era una tarea sin consecuencias negativas, a excepción de quienes habían estado disfrutando de los nuevos arrecifes, a quienes además se les proporcionarían arrecifes aún más nuevos. Florida acabaría convirtiéndose en una nueva Venecia, pero a lo grande, descansaría sobre pilotes pegada a la Tierra. La migración asistida replantaría y reanimaría el suelo tan rápido como fuera posible, una vez estuviese listo.

En un viaje en tren hacia el norte, Wahram tuvo ocasión de escuchar a uno de los ingenieros de arrecifes explicar que los corales que replantaban proyectaban sus huevos la misma noche del año, e incluso en el mismo periodo de veinte minutos, a pesar de extenderse a lo largo de cientos de kilómetros. Por lo visto, lograban hacerlo a través de dos células sensibles al color de cada coral, que juntas eran capaces de distinguir la tonalidad azul del cielo que poseía en concreto el crepúsculo la noche después de la primera luna llena tras el equinoccio de primavera. Esta luna salía justo después de la puesta del sol, cuando el cielo aún estaba iluminado por el sol recién salido; la breve doble iluminación bañaba el firmamento de un tono azul que los corales podían reconocer.

—Tengo que contárselo a Cisne —dijo Wahram, asombrado ante la idea de que tal precisión pudiera darse en un ser sin cerebro, pero vivo. ¿Conciencia? ¿Qué era?

Mientras tanto, el levantamiento de Florida fue prosperando. Wahram miraba a la gente que trabaja en lo que él reconocía como la euforia del proyecto, algo que él mismo había sentido tan fuertemente en su mocedad durante el periodo en que se construyeron las ciudades en Titán. En Titán habían tenido que tallar un mundo en el hielo, en la Tierra hubo que levantar uno del mar. Sin embargo tuvo la misma sensación.

Una vez, en un tren que viajaba hacia el sur, se encontraba de nuevo de pie entre los vagones, en compañía de una mujer holandesa de pelo rubio, y al cruzar lentamente una encrucijada ambos miraron a un grupo de jóvenes que arrojaban piedras a los coches del tren, al tiempo que gritaban: «qué os jodan, qué os jodan, qué os jodan». Ella se asomó y gritó: “¡Eh, qué os jodan a vosotros! ¡Estamos reconstruyendo el sur! ¡Y os tiene que gustar!». Lo hizo con una malvada risa germánica que Wahram esperó que no hubieran llegado a oír.

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