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13 de DICIEMBRE de 2012 » 13

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Durante casi un año, Victor pasaba el día ayudando cuando aparecían proyectos de desciframiento, y las noches viendo el Canal Historia. Alguien incluso le vio utilizando un ordenador en el Getty. Reunió suficiente dinero para alquilar un apartamento y, después de que fuera a ver a sus nietos a principios de 2012, su hijo envió un correo electrónico a Chel diciendo que sentía un gran alivio por la recuperación de su padre.

Después, el pasado julio, Victor tenía que estar trabajando, en teoría, en una exposición sobre ruinas posclásicas. En cambio, robó la tarjeta de identificación de Chel en la UCLA y la utilizó para entrar en la biblioteca de la facultad. Lo pillaron cuando intentaba salir con varios libros raros, todos los cuales estaban relacionados con la Cuenta Larga. La confianza de Chel se resintió, y le dijo que debía buscar otro trabajo, lo cual le condujo al Museo de Tecnología jurásica. Desde entonces habían hablado unas cuantas veces, y las conversaciones habían sido tensas. En el fondo, Chel se había tranquilizado pensando que, después del 22 de diciembre, lo olvidarían todo de una vez por todas y tratarían de empezar de cero.

Sólo que ahora no podía esperar a eso.

—Necesito tu ayuda —dijo, dando la espalda a la vitrina. Sabía que le gustaría mucho oír esas palabras.

—Lo dudo —contestó Victor—, pero haré cualquier cosa por ti.

—Tengo una pregunta de sintaxis —dijo Chel, al tiempo que introducía la mano en el bolso—. Y necesito una respuesta ahora mismo.

—¿Cuál es la fuente?

Chel contuvo la respiración mientras sacaba el ordenador portátil.

—Acaban de descubrir un nuevo códice —explicó, con una mezcla de orgullo y vacilación—. Del clásico.

Su antiguo mentor rió.

—Debes pensar que me he vuelto senil.

—¿Crees que estaría aquí si no hablara en serio?

Chel cargó imágenes de las primeras páginas del códice en la pantalla del ordenador. Al instante, la cara de Victor cambió. Era una de las pocas personas del mundo capaces de comprender el significado de tal descubrimiento. Miró las páginas con una mezcla de admiración y sobrecogimiento, y no apartó los ojos de la pantalla ni un momento, mientras ella le explicaba todo lo sucedido.

—Los guatemaltecos no saben nada al respecto —le dijo ella—, y no podemos permitir que nadie le ponga las manos encima. Necesito confiar en ti.

Por fin, Victor la miró.

—No lo dudes, Chel.

Avanzada la tarde, estaban en el laboratorio de Chel en el Getty, compartiendo el mismo lado de la mesa de examen. Victor se maravillaba de las interpretaciones de los dioses, los nuevos glifos que jamás había visto, los antiguos en nuevas combinaciones y en cantidades inusuales. Una parte de Chel había deseado enseñarle el libro desde que sus ojos habían caído sobre él, y era emocionante volver a encontrarse con el códice, ahora por primera vez a través de los ojos de su antiguo maestro.

Victor se había concentrado de inmediato en lo que ella había querido enseñarle en el Getty: la pareja padre-hijo que tanto les había costado descifrar a Rolando y a ella.

—Nunca los había visto emparejados —confesó Victor—. Y el número de veces que aparecen como sujeto y como objeto carece de precedentes.

Juntos examinaron el párrafo donde la pareja aparecía por primera vez:

El padre y su hijo no son nobles de nacimiento, por lo que padre e hijo nunca entenderán gran cosa sobre las costumbres de los dioses que nos vigilan, del mismo modo que padre e hijo no saben gran cosa de lo que los dioses susurran en los oídos de un rey.

—Aparecen con más frecuencia como sujeto —comentó Victor—. Por lo tanto, creo que hemos de concentrarnos en sustantivos que pudieran utilizarse muy a menudo.

—Exacto —dijo Chel—. Por eso examiné los demás códices y busqué los sujetos más utilizados. Hay seis: «maíz», «agua», «inframundo», «dioses», «tiempo» y «rey».

Victor asintió.

—De ésos, los únicos que tienen sentido son «dioses» o «rey».

—Hay una docena de referencias a una sequía en las primeras páginas, y a los nobles que esperan que las deidades traigan agua —dijo Chel.

—Pero «dioses» no tiene sentido. Sobre todo en el contexto de padre e hijo esperando a que los dioses traigan la lluvia. Los dioses no esperan a que los dioses traigan la lluvia. Sólo la gente.

—Probé «rey», pero tampoco tenía sentido. Padre e hijo varón.

Chit unen. ¿Podría ser una indicación de alguna familia gobernante? Tal vez «padre» se utiliza como metáfora de «rey», y tiene un hijo que le sucederá.

—Hay parejas con maridos y mujeres que indican a un rey gobernante y a su reina —dijo Victor.

—Pero si suponemos que la pareja padre-hijo indica una familia gobernante —dijo Chel, mientras probaba de nuevo la sustitución—, esta secuencia se leería así:

El rey y su hijo no son nobles por nacimiento. Y eso tampoco tiene sentido.

Los ojos de Victor se encendieron.

—La sintaxis maya gira por completo alrededor del contexto, ¿verdad?

—Claro…

—Un sujeto existe en relación con un objeto. Una fecha en relación con un dios, un rey en relación con su política. Siempre hablamos del rey K’awiil de Tikal, no simplemente del rey K’awiil. Hablamos de un jugador de pelota y de su pelota como un solo ente. De un hombre y de su espíritu animal. Ninguna palabra existe sin la otra. Significan una sola cosa.

—Una idea, no dos —dijo Chel.

Victor empezó a pasear por el laboratorio.

—Exacto. Por consiguiente, ¿y si estos glifos funcionan de la misma manera? ¿Y si el escriba no se refiere a un padre y a su hijo, sino a un solo hombre con las propiedades de ambos?

Chel comprendió a qué se refería.

—¿Crees que el escriba se está refiriendo a sí mismo como portador del espíritu de su padre?

—Lo utilizamos en inglés para referirnos a lo parecidos que somos a nuestros padres. Tú eres clavada a tu madre. O, en tu caso, clavada a tu

padre, supongo. Se está refiriendo a sí mismo.

—Significa «yo» —dijo ella estupefacta.

—Nunca lo había visto utilizado de esta manera exacta —continuó Victor—, pero he visto construcciones gramaticales como ésta usadas para subrayar la relación de un noble con un dios.

—Y en este caso se utiliza con un padre.

No soy noble de nacimiento —leyó Victor—,

por lo que nunca entenderé gran cosa sobre las costumbres de los dioses que nos vigilan, del mismo modo que no sé gran cosa de lo que los dioses susurran en los oídos de un rey.

Chel experimentó la sensación de que estaba flotando. Todos los demás códices estaban escritos en tercera persona, siendo el narrador un actor distante y objetivo de la historia que estaba describiendo.

Esto era diferente por completo.

Una narrativa en primera persona sería un caso único en la historia de la disciplina. Era imposible decir qué aprenderían de esa narración. Podría salvar un abismo de mil años y conectar a su pueblo con la vida interior de sus antepasados.

—Bien —dijo Victor, mientras extraía una pluma del bolsillo como si fuera un arma—. Creo que ha llegado el momento de averiguar si todos los problemas que ha causado esto han valido la pena.

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