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14 de DICIEMBRE de 2012 » 16

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El Getty dobló su equipo de vigilancia cuando los saqueos e incendios empezaron a propagarse por la ciudad. El Museo de Bagdad había perdido tesoros irremplazables durante el asedio de 2003, y nadie deseaba que eso sucediera si Los Ángeles se venía abajo. Ahora el museo donde Chel y su equipo llevaban encerrados dos días era uno de los lugares más seguros de la ciudad.

Estaba más preocupada por la seguridad de los indígenas locales. Según los telediarios que había visto en el laboratorio, los adeptos a la Nueva Era y los apóstoles del Apocalipsis estaban reunidos en algún lugar de la ciudad, violando la orden de quedarse en casa. Antes del VIF, las asambleas de «creyentes» se concentraban en una conciencia renovada o en el apocalipsis inminente. Ahora, la CNN afirmaba que muchas asambleas habían adoptado un tono diferente a la sombra de la cuarentena. La gente estaba desesperada y buscaba chivos expiatorios. Tal vez no fuera una coincidencia, decían, que justo antes del 21/12 un hombre maya hubiera llevado esa enfermedad a Estados Unidos.

En Century City, los indígenas locales habían recibido amenazas y sus casas habían aparecido cubiertas de pintadas. En el sector este, un hombre atacó brutalmente a su vecino maya después de una discusión sobre el fin del ciclo de la Cuenta Larga. El anciano hondureño estaba en coma como consecuencia de la paliza. Los líderes de la Fraternidad habían decidido que los indígenas de la ciudad necesitaban un lugar donde concentrarse y protegerse mutuamente. El arzobispo les había ofrecido generosamente un refugio. Ahora había más de ciento sesenta mayas viviendo de manera indefinida en Nuestra Señora de Los Ángeles.

La madre de Chel no se contaba entre ellos.

—Dicen que has de quedarte en casa para no enfermar —contestó cuando Chel la llamó para rogarle que se sumara a los demás en la catedral. La fábrica de Ha’ana había cerrado, ella no había abandonado su casa de West Hollywood, y anunció que no pensaba moverse.

—Hay un médico que hace análisis a la gente por si tiene VIF antes de dejarla entrar por la puerta, mamá. La iglesia es el lugar más seguro en este momento.

—He vivido en esta casa treinta y tres años, y nadie me ha molestado jamás.

—Entonces hazlo por mí.

—¿Y dónde estarás tú?

—En el trabajo. No me queda otra alternativa. Hay un proyecto en que el tiempo es fundamental. La seguridad es absoluta, con el museo cerrado a cal y canto.

—Sólo tú te dedicarías a trabajar ahora. ¿Cuánto tiempo vas a quedarte ahí?

Chel había ido a casa y llenado una maleta de ropa. Se quedaría en el museo todo el tiempo que fuera necesario.

—Estaría mucho más tranquila si supiera que estás en la iglesia, mamá.

Ninguna de ambas mujeres se quedó satisfecha cuando colgó, y Chel se permitió una pausa para fumar y calmar la frustración junto al estanque reflectante del Getty. Allí, su teléfono le informó de un correo electrónico entrante de Stanton. Ya sabía que no era un hombre proclive a los puntos de exclamación rojos. Sólo decía:

¿algo?

Empezó a teclear una diatriba, explicando en qué punto se encontraban de la descodificación, pero se lo pensó mejor a la mitad. Stanton no necesitaba un millar de detalles innecesarios. Ya tenía bastantes detalles de qué preocuparse.

Progresos en la traducción. Sin emplazamiento todavía. No pararemos hasta averiguarlo.

Sin pensar, añadió: «¿Cómo está?», y envió el mensaje, y al instante se sintió absurda. Era ridículo preguntar eso al hombre que dirigía la investigación. Sabía muy bien cómo estaba.

Pero, ante su sorpresa, recibió la respuesta al cabo de unos segundos.

trabajando como un negro para sostenerme en pie manténgame informado por favor, vaya con cuidado, la necesito a usted y a su equipo sanos, llámeme si necesita algo. Gabe.

No decía gran cosa, pero algo en el mensaje resultaba relajante e inspirador para Chel. Tal vez estaba empezando a considerarla parte de la solución a la crisis. Tal vez lo sería. Apagó el cigarrillo y volvió al interior.

Rolando estaba depositando con la ayuda de unas pinzas más diminutos fragmentos del códice sobre la mesa de reconstrucción. Habían sacado todo el contenido de la caja y tomado una colección completa de fotografías de todos los fragmentos del manuscrito, para conservarlo a perpetuidad. Y una vez que descubrieron el glifo de la pareja padre-hijo, Chel, Rolando y Victor habían reconstruido las ocho primeras páginas del códice. Si bien quedaba casi todo el documento por reconstruir y descifrar, sabían que sus hallazgos cambiarían para siempre los conocimientos sobre los mayas. Mucho más que los pensamientos personales de un escriba, el códice de Paktul era una protesta política, la crítica de una orden del rey y el cuestionamiento sin precedentes de un dios.

Chel se consolaba con el hecho de que, con independencia de lo que fuera de ella o de su carrera, el mundo conseguiría ver este extraño regalo de historia. Era la obra de un hombre ético y culto dispuesto a arriesgar la vida por sus creencias, y que ilustraba más allá de la duda la humanidad de sus antepasados. Pero había un problema más acuciante: descubrir dónde había sido escrito el códice para ayudar al CDC a identificar el origen de la enfermedad. Ni ella ni nadie más de su laboratorio habían oído el nombre antes, pero el escriba llamaba a su pueblo natal Kanuataba, y se refería a él en diversas ocasiones como una «ciudad en terrazas». Las terrazas eran una práctica agrícola mediante la que los antiguos creaban nuevas extensiones de tierra cultivable a base de tallar parcelas como escalones en las laderas de las colinas. Pero la práctica se utilizaba en todo el imperio maya, de modo que, sin más detalles, el nombre no ayudaba a averiguar el emplazamiento de la ciudad.

—¿Ha aparecido algo en las bases de datos sobre Akabalam? —preguntó Ronaldo.

Chel negó con la cabeza.

—Lo envié a Yasee, que está en Berkeley, y también a Francis, que se encuentra en Tulane, pero no tenían ni idea.

Ronaldo se mesó el cabello.

—Hacia el final el glifo aparece en casi todos los fragmentos. Aún no entiendo qué puede ser.

Nunca habían visto tal proliferación de glifos relacionados con un solo dios en ningún libro. Comprender su significado sería crucial para terminar la traducción.

—No es una cuestión de sintaxis, como la combinación padre-hijo —dijo Rolando—. Es como si Paktul se autodedicara las últimas páginas.

Chel asintió.

—Como

adonai en la Torá judía, que significa tanto «Dios» como «Alabad a Dios».

—Pero hay fragmentos donde parece que el escriba se muestra negativo con relación a Akabalam —dijo Rolando—. ¿No sería herético que un escriba se mostrara tan ofensivo con un dios?

—Todo el libro es herético. El primer bloque de glifos critica a su rey. Sólo eso supondría la pena de muerte.

—Pues seguiremos investigando. Entretanto, ¿hablamos de la página siete?

—¿Qué pasa con ella?

Rolando buscó la parte en cuestión.

—Supongo que siento curiosidad por lo que opináis acerca de la referencia al decimotercer ciclo —dijo, casi con timidez.

Y las palabras del agonizante fueron oídas por aquellos que nos encontrábamos por encima del tumulto, y eran un presagio de las cosas venideras, tan negras como el final del decimotercer ciclo.

Chel se sentó. La Cuenta Larga de más de cinco mil años estaba dividida en períodos de unos 395 años cada uno, y el 21/12/12 era el final del importantísimo «decimotercer ciclo», en cuyo momento se suponía que la Cuenta Larga llegaría al final. Tan sólo una breve inscripción en las ruinas de Tortuguero, México («FINALIZARÁ EN EL DECIMOTERCER CICLO»), había dado nacimiento a una industria artesanal y una devoción de culto al calendario, y los partidarios del 2012, ya crecidos por el VIF, perderían los papeles si averiguaban que aparecía una mención al decimotercer ciclo en el libro cuya aparición estaba inextricablemente relacionada con la epidemia.

Chel echó un vistazo a la puerta del laboratorio, junto a la cual colgaba un intercomunicador de la pared. Podía utilizarse para llamar al destacamento de seguridad apostado al pie de la colina. Confiaba en no tener que utilizarlo jamás.

—Podría estar hablando sobre un ciclo de Tzolk’in de trece días, por lo que nosotros sabemos —dijo a Rolando por fin—. Tal vez no tenga nada que ver con la Cuenta Larga.

Chel no estaba segura de creer en sus palabras, pero no podía permitir que el 2012 la distrajera en estos momentos, ni conceder nada a los creyentes del 2012 a lo que pudieran aferrarse.

Uno de los creyentes en los que estaba pensando entró en el laboratorio y escuchó el final de su conversación. El pelo cano y corto de Victor estaba peinado hacia atrás y mojado, como si acabara de ducharse. Esta vez, su polo perpetuo era verde.

—Por mí no te cortes.

Incluso en los momentos más bajos de Victor, Chel siempre se había maravillado de su energía de setenta años y pico. Cuando ella estudiaba en la universidad, él se dedicaba al trabajo de descifrado durante períodos de doce horas, sin comer ni ir al baño, y ahora había sido fundamental para conducirlos hasta este momento.

De todos modos, por agradecida que se sintiera, no tenía ganas de mencionar 2012 cuando él estaba presente.

—La referencia al decimotercer ciclo está abierta a todo tipo de interpretaciones —dijo Victor sin más dilación.

—Supongo —respondió ella con cautela.

—Echaré un vistazo a los ordenadores —dijo Rolando.

Victor tosió.

—Pero muchas cosas estarán abiertas a diversas interpretaciones en función de los prejuicios personales de la gente. Y creo que hemos de concentrarnos en

otras cosas más importantes. ¿No te parece?

Chel se sintió aliviada.

—Sí, Victor. Gracias.

El hombre alzó su copia de la traducción.

—Bien, pues pongamos manos a la obra —dijo. Apoyó una mano con delicadeza sobre el hombro de Chel, y ella la tocó un momento—. Creo que lo primero que deberíamos comentar son las implicaciones del colapso de la civilización maya, ¿no?

—¿Qué implicaciones?

—La posibilidad de que este libro pueda revelarnos algo sobre el colapso para lo cual no estemos preparados. ¿Qué deduces de la descripción que hace Paktul de la ciudad en decadencia?

—Veo una comunidad asolada por una megasequía, y que intenta sobrevivir. Paktul dice que hay mercados vacíos y niños famélicos. La sequía se habrá prolongado unos dieciocho meses, como mínimo, basándonos en las probables reservas de agua.

—Sabemos que hubo sequías —dijo Victor—, pero ¿qué me dices de la referencia a las técnicas de conservación de la comida que utilizan?

Nuestro ejército ha descubierto una nueva forma de conservar la comida, salando las provisiones más que antes, de modo que somos capaces de lanzar guerras contra países todavía más lejanos.

—¿Qué quieres decir? —preguntó Chel.

—La salazón es una innovación fundamental en la guerra. Ya sabes que la guerra entre los estados se veía dificultada con frecuencia por el suministro de provisiones. Descubrir técnicas de salazón mejores permitiría que lucharan con más eficacia.

—¿Qué estás insinuando?

—Sólo estoy diciendo que, a la larga, la capacidad de prolongar sus guerras los hacía más vulnerables.

—¿A qué?

—A todo.

Ella comprendió. Victor siempre había defendido la misma teoría, incluso antes de su obsesión por el 2012: creía que los antepasados de Chel estaban mejor adaptados a vidas más sencillas y rurales, y que las ciudades, pese a toda su gloria, fomentaban los excesos autodestructivos de reyes despóticos.

—Los antiguos podrían haber gobernado durante un milenio de no ser por las sequías —dijo—. Utilizaron su tecnología con suma eficacia.

Victor no estaba de acuerdo.

—No olvidemos que los mayas soportaron sequías mucho más largas cuando vivían en los bosques que cuando vivían en las ciudades. En cuanto se trasladaron a la selva después del clásico, y dejaron de construir templos, guerrear y quemar toda su leña para fabricar yeso, sobrevivieron sin problemas a los períodos de sequía.

—¿Así que los nobles salvajes sólo podían sobrevivir en las selvas? ¿No soportaban las presiones de la civilización?

Antes de que Victor pudiera responder, Rolando asomó la cabeza en el laboratorio.

—Siento interrumpir, pero hay algo que debéis ver los dos.

En la parte posterior del laboratorio, había cuatro ordenadores que utilizaban programas de «visión» de última generación para descifrar glifos desconocidos y reconstruir espacios en blanco del texto. Debido al estilo único de cada escriba, hasta palabras familiares podían pintarse de una forma que las hacía irreconocibles. La visión por ordenador utilizaba sofisticados algoritmos para calcular las distancias entre pinceladas, y después intentaba compararlas con glifos conocidos de formas similares, con mucha más precisión que el ojo humano.

Rolando señaló una serie de líneas garabateadas del códice.

—¿Veis este glifo? El ordenador cree que es bastante similar a una de las representaciones de Escorpio visto en Copal para que sea una coincidencia. Creo que es una referencia zodiacal.

El Sol y las estrellas determinaban todos los acontecimientos de la vida antigua: el culto a los dioses, los nombres que ponían a los niños, los rituales que se celebraban, los alimentos que tomaban, los sacrificios ofrecidos. El pueblo antiguo estudiaba y rendía culto a muchas de las mismas constelaciones veneradas por los griegos y los chinos. Nadie sabía si el Zodíaco maya era autóctono o había sido traído a través del estrecho de Bering desde Asia, pero, en cualquier caso, los paralelismos eran sorprendentes.

—Por tanto, si sustituimos esa interpretación del texto —continuó Rolando—, la frase sería así:

La gran estrella de la mañana había atravesado la parte más roja del gran escorpión del cielo.

Chel lo comprendió al instante.

—Podríamos intentar recrear la posición de Venus en el cielo en el momento en que Paktul estaba escribiendo.

—Debo suponer que hay más referencias zodiacales en el texto —dijo Rolando—. He pedido al ordenador que busque cualquier otra cosa que recuerde a constelaciones.

—Necesitamos un experto en arqueoastronomía —intervino Victor—. ¿Patrick no trabaja a veces con el Zodíaco?

Chel sintió un nudo en el estómago.

—¿Sabemos si anda por aquí? —preguntó Rolando.

Ella sí lo sabía, por supuesto. Patrick le había enviado un correo electrónico cuando empezó la cuarentena para saber si se encontraba bien. Para informarle de que estaba en la ciudad en caso de que necesitara algo. Ella ni siquiera le había contestado.

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