21-12

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Nota del autor

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Cuando me topé por primera vez con los priones en la Facultad de Medicina, me quedé fascinado por aquellas diminutas proteínas que desconcertaron a los científicos durante cincuenta años. No ejercían ninguna función aparente en el cerebro, violaban el dogma central de la biología molecular, el cual afirmaba que la reproducción sólo podía tener lugar mediante la transferencia de ADN o ARN, y provocaban enfermedades incurables, incluidas la enfermedad de las vacas locas.

Mientras leía todo lo que podía acerca de los priones, averigüé que más de ciento cincuenta personas habían muerto como resultado de consumir buey infectado durante la epidemia de las vacas locas, y que algunos científicos creen que muchos más ingleses han estado expuestos, y es posible que millones más enfermen. Fue entonces cuando empecé a considerar la posibilidad de utilizar esta amenaza al acecho en un relato, y descubrí otra enfermedad causada por los priones: el insomnio fatal familiar (IFF). Mientras que la enfermedad afecta sobre todo a familias de Italia y Alemania, varios casos nuevos «esporádicos» se descubren cada año en otras partes del mundo, incluida Centroamérica.

Después de averiguar que el kuru, el primer grupo conocido de enfermedad priónica, fue descubierto en el pueblo South Fore de Nueva Guinea, y se trasmitió mediante la práctica del canibalismo ritual, la idea del 21/12 cobró forma.

La historia de por qué la fecha del 21/12 se ha convertido en algo tan importante a los ojos de millones de personas, y ocupa un lugar en la conciencia cultural, sigue siendo un misterio para mí. A mediados de los años setenta, escritores de la Nueva Era especularon con que el final de la Cuenta Larga maya representaría un día de capital importancia para la civilización humana, que conduciría a un cambio global en la conciencia. Gracias a «visionarios» como José Argulles y Terrence McKenna, el 21/12/12 quedó vinculado a la astrología, las causas ambientales, el misticismo de la Nueva Era, la «sincronización» espiritual y el creciente escepticismo sobre el papel de la tecnología en las vidas humanas.

Pero esta fe en la importancia del antiguo calendario adoptó formas muy extrañas a medida que se propagaba. Algunos partidarios empezaron a asociarla con las teorías del día del Juicio Final: que el 21/12 conduciría a un alineamiento astronómico, colisiones con otros planetas y estrellas, e inversión de los polos magnéticos de la Tierra. En años recientes, grupos de creyentes han dejado sus hogares para construir inmensos recintos, en las selvas de México, en las montañas del Himalaya, con el fin de intentar sobrevivir al apocalipsis que creen inminente.

De todos modos, todavía no he encontrado pruebas de que los antiguos mayas creyeran que el giro del decimotercer ciclo iba a ser diferente de sus otros giros de calendario importantes, todos los cuales temieron y reverenciaron. De hecho, la Cuenta Larga es un calendario vigesimal, y continúa durante dos mil setecientos años más. La mención original de la importancia del final del decimotercer ciclo, que refuerza la inscripción escrita en Tortuguero, México, procede del

Popol Vuh. Está escrito que la última Cuenta Larga finalizó al concluir el decimotercer ciclo, y esto ha conducido a algunos a creer que la actual también finalizará.

Pese a la amplia popularización de la palabra, incluso entre los eruditos, el abandono de las ciudades privadas de agua en las tierras bajas al final del primer milenio no debió ser un «colapso» a nivel de toda la civilización maya. A lo largo de un período de varios siglos, al final de la era clásica, ciudades florecientes en otro tiempo fueron abandonadas y la gente se trasladó a ciudades más pequeñas y terrenos más fértiles.

De todos modos, desde el siglo XIX, cuando los exploradores volvieron a descubrir ruinas abandonadas, enterradas en el corazón de frondosas selvas de Honduras y Guatemala, han circulado teorías acerca de lo que impulsó a los mayas a abandonar sus increíbles metrópolis para no regresar jamás. Muestras de polen del valle del Copán y el Petén, donde se encontraban algunas de las poblaciones antiguas más grandes, indican que estaban casi por completo desprovistas de vida humana a mediados del siglo XIII, tras siglos de obsolescencia.

Casi todos los mayistas se muestran de acuerdo en que la superpoblación, la sequía y las prácticas agrícolas destructivas condujeron a la deforestación, y contribuyeron en gran medida al descenso de la población. Otras posibilidades suscitan acaloradas discusiones. En fechas recientes, eruditos como Jared Diamond han argumentado que la violencia continua entre las ciudades mayas fue un factor de capital importancia, y señaló que las luchas llegaron a su punto álgido en el período anterior al fin del clásico.

Las pruebas de canibalismo entre los mayas son controvertidas y limitadas. Pero en las ruinas del Tikal clásico tardío Peter Harrison descubrió un horno de tierra bajo una casa antigua que contenía huesos humanos, carbonizados y con marcas de dientes. Parece probable que, si hubo canibalismo en las tierras bajas, no fue una práctica cultural significativa, sino que sucedió tan sólo en épocas de desesperación, cuando se agotaron los demás comestibles.

A día de hoy, no existen pruebas científicas de que los mayas sufrieran una enfermedad priónica transmisible.

Nuevas ruinas mayas se descubren cada tanto cerca de aldeas indígenas: en los años ochenta, las ruinas de una enorme ciudad fueron halladas en Oxpemul, México, a menos de ochenta kilómetros de una zona densamente poblada. En fechas más recientes, los arqueólogos descubrieron un yacimiento en Holtún, Guatemala, donde más de un centenar de edificios clásicos mayas estaban enterrados en una selva frecuentada durante siglos.

Una de las mayores concentraciones de guacamayos escarlatas de Centroamérica migra desde el este de Guatemala hasta el Red Bank, en el distrito de Stann Creek de Belice. Fue en algún punto de esta ruta donde inventé el pueblo natal de Chel, Kiaqix, así como la gran ciudad perdida de Kanuataba, cuna de Paktul.

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